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Tribuna
Desprivatizar es democratizar tiempo
En los discursos de Thatcher se puede encontrar de manera condensada el núcleo ideológico de la economía neoliberal expresada a través de una noción de individuo y de libertad. Si, como ella misma afirmó, la economía era el método y el objetivo era cambiar el alma, entonces la política fue la forma. En uno de sus discursos ubica el debate entre cuánta cantidad de tu dinero debería ser gastada por el Estado y cuánta deberías quedarte para gastar en tu familia, de lo que se deduce que la libertad es el individuo pudiendo gastar su dinero en lo que mejor considere en lugar de que se lo gaste el Estado en cosas que no le interesan.
Visto así, los impuestos representan la creencia de que los políticos saben mejor que los individuos en qué gastar su dinero, lo cual conlleva una relación inversamente proporcional entre la presencia del Estado y la libertad: cuando el Estado hace todo por ti, pronto te quitará todo; entonces no tendrás base para la libertad personal, la libertad política o la libertad económica. Solo así puede entenderse que la privatización de lo público sea concebida como una forma de devolverle el poder al pueblo.
Lo primero que tenemos que hacer es dejar de oponer los impuestos a tener dinero en el bolsillo, tal y como suele expresarse en el discurso dominante
No me quiero entretener en criticar la falsa dicotomía entre Estado y mercado, o en explicar, como hizo Hobbes, por qué la propiedad solo es posible bajo la existencia del Estado, ni en cómo la contrarrevolución de Thatcher fue una operación política de asalto al Estado y no en contra del Estado. No es el objetivo de este artículo. En lo que me quiero detener es en la articulación política que se da entre libertad, privatizar y dinero en el bolsillo, para oponerle otra donde la libertad, desprivatizar y dinero en el bolsillo van de la mano. Sí, lo primero que tenemos que hacer es dejar de oponer los impuestos a tener dinero en el bolsillo, tal y como suele expresarse en el discurso dominante y que muchas veces se compra desde posiciones contrarias.
La hipótesis es la siguiente: privatizar el acceso a bienes y servicios fundamentales atenta contra la libertad y la ciudadanía acaba pagando más. Y, al contrario, desprivatizar su acceso amplía el margen de libertad y al individuo le sale más barato. Para ilustrarlo usaremos un ejemplo concreto, la amoxicilina o el ventolín. El primero es el antibiótico básico para casi todo cuando los bebés se ponen enfermos y el segundo es un inhalador para el asma. En España, el primero no supera los 2 euros el bote, mientras que en EE. UU. cuesta alrededor de 13 euros. El ventolín cuesta en España unos 2,5 euros, mientras que en los EE. UU. puede llegar a costar unos 75 euros. ¿En qué modelo uno es más libre y le sale más barato para su bolsillo? ¿En aquel donde el servicio está privatizado o en el que se facilita el acceso?
Cuando se ofrece una alternativa pública, el sistema privado deja de monopolizar el acceso a un bien básico y a sus precios
Desprivatizar, dinero en el bolsillo y libertad es algo que se observa claramente en otras cuestiones como el dentista, el psicólogo, la nutricionista, la oftalmología, o el fisioterapeuta: cuando se ofrece una alternativa pública, el sistema privado deja de monopolizar el acceso a un bien básico y a sus precios. Al existir la opción de servicio público de calidad, el individuo puede elegir si prefiere o no irse al servicio privado, algo a tener en cuenta a la hora de establecer los precios. La vivienda es otro ejemplo que muestra cómo privatizar su acceso puede reducir la libertad del individuo y agujerear su bolsillo. Ahí donde se alcanzan más cuotas de desprivatización del parque de vivienda, más fácil, seguro y accesible resulta.
La democracia descansa, en última instancia, sobre la desprivatización del acceso a un tiempo libre y seguro. Solo así pueden entenderse las vacaciones pagadas, la jubilación, los permisos de maternidad, las bajas por enfermedad y tantos otros ejemplos. Dado que vivimos en una sociedad mediada por el trabajo y sus productos a través del dinero, otro paso más en la misma senda de la desprivatización del tiempo pasa por garantizar el acceso al ingreso monetario al margen de la realización de un trabajo o, mejor dicho, obtener un ingreso de forma independiente a la venta o no de la capacidad de trabajo en el mercado.
El tiempo liberado de la necesidad de verse sometido a un tercero, al trabajo en la modernidad, es lo que puede explicar, y hace posible, no solo el bienestar sino también la extensión de una esfera pública vertebrada en torno a la televisión, el cine, la prensa, la radio y, hoy en día, las redes sociales e internet. Sin un tiempo liberado para el ocio nada de esto sería pensable, tampoco el turismo o la industria editorial.
La paradoja reside en que desprivatizar el tiempo -la colonización del tiempo de ocio sobre el tiempo de trabajo- produce una dialéctica que impulsa el desarrollo de la sociedad capitalista, pero también muestra sus propios límites. La misma materia, el tiempo liberado, es a la vez lo que cuestiona el dominio impersonal del capitalismo y lo que hace posible su despliegue en nuevas áreas de la vida, convertidas en oportunidades de negocio. Sin embargo, la paradoja dialéctica no debe llevarnos al absurdo de creer que liberar tiempo del tiempo de trabajo es contraproducente en términos de emancipación, y que por lo tanto sería mejor petrificar una suerte de esencia de las relaciones sociales: para el trabajador era tan malo no solo el desarrollo de la producción capitalista sino también la falta de ese desarrollo. (Marx).
La liberación del tiempo fuerza y obliga al capital a tener que buscar nuevas formas de gobernar a la población y de expandir sus relaciones
La liberación del tiempo fuerza y obliga al capital a tener que buscar nuevas formas de gobernar a la población y de expandir sus relaciones, toda vez que ya no puede seguir operando y funcionando de la misma manera en la que venía haciéndolo. Y a la inversa, al expandirse y desplegarse y al ir aumentando la productividad, el capitalismo complica su propia reproducción a futuro. Se generan así las condiciones que pueden tornar obsoleta a la riqueza capitalista como fundamento del orden social al crear, a pesar suyo, más tiempo potencialmente libre y así, volver libre el tiempo de todos para el propio desarrollo de los mismos. (Marx). Es un camino de ida y de vuelta: liberar tiempo es un motor del desarrollo capitalista y, al mismo tiempo, el desarrollo capitalista tiende, sin pretenderlo, a liberar tiempo. El problema reside en el mantenimiento de una riqueza basada en el tiempo de trabajo humano cuando el conflicto y su propia dinámica lo vuelve cada vez más innecesario.
Antes de la modernidad existieron la mercancía, el dinero y las medidas temporales con las que comprender y medir lo que se produce, pero solo en la modernidad el trabajo, sus productos y el dinero se convierten en la mediación de toda la sociedad. El concepto de trabajo es una noción moderna, pues la ficción donde muchas actividades distintas son concebidas por igual como una sola cosa, como trabajo, es ya de por sí un elemento netamente moderno. La modernidad capitalista es la sociedad que se convierte en una sociedad de trabajadores.
A fin de cuentas, es el propio capitalismo impulsado por la lucha de clases, por el conflicto sobre el tiempo, lo que hace posible pensar una forma de riqueza basada en el tiempo libre y no ya sobre un enorme cúmulo de mercancías producidas por el tiempo de trabajo humano. Esto no significa que no haya que hacer nada, solo significa que se modifica lo que sustenta y explica la riqueza en la sociedad. Mientras tanto, y para ir dando pasos en la transformación de la noción de riqueza, vamos desprivatizando el tiempo bajo la riqueza capitalista.