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Sistémico Madrid
Llorens, esta tierra es mía
El primer gran casero de Amazon en España es un señor de Lleida que remueve tierras, compra suelos, explota fincas e invierte cientos de millones en edificios en Estados Unidos.
Llegué a Almagro 11 pensando, como siempre, en un gran portalón con cariátides y placas metalizadas con nombres de empresas ignotas, o con un portero físico, fiel, fisgón y fiscalizador o un guardia uniformado con gorra y porra. Lo que toca en esta zona augusta de Chamberí. Y nada de eso. El sitio es peculiar. O se escala hasta el portal o se desciende por una rampa que parece que le engulle a una.
A pie o en coche, José Llorens Torra (Sedó, Lleida, 1944) y sus cinco hijos Llorens Torné pueden entrar y salir de su oficina de 306 metros cuadrados sin que nadie lo advierta. Al abrigo de su anonimato, pueden comprar un gelocatil en la farmacia de al lado, viajar a Algete, donde están las instalaciones de su multinacional —Epsa Internacional— pasearse por La Segarra, Tárrega y el Campo de Lleida, donde les conocen más, o recorrer sus fincas, cultivadas o no, en Sariñena, Ortilla, Écija o Santa Cruz de Retamar.
Los leridanos Llorens y sus máquinas retroexcavadoras y dúmperes son un ejemplo, otro más, del despiste general, de la miopía ciudadana sobre qué poderes son visibles y quiénes consiguen vivir 76 años sin que nadie publique una foto suya (bueno, hay una) y acumular más de 1.190 millones de euros.
Consideremos a Amancio Ortega una anomalía bien gorda en esta piel de vaca. Un señor sin estudios ni herencia que se enriquece condenadamente vendiendo ropa. No hace falta leer a Antonio Maestre para saber que, en los últimos cien años, el resto de las grandes fortunas del país nacen de la reconstrucción franquista, de contratos para hacer caminos, canales, pantanos y puertos y de, a continuación, levantar hoteles y casas.
Llorens y los suyos no son ricos de primera hora pero sí de primera palada. Desde 1962, sus máquinas rompen la corteza y remueven el terreno para lo que venga después: una mina a cielo abierto, una cantera, una presa, una carretera o polígono industrial. “Reconocemos que el desempeño de nuestra actividad ocasiona un impacto alrededor”, observa Epsa en su sitio web. Y así, Llorens lleva siete décadas quebrando el terruño desde Algete a Marruecos, desde Mongolia a Latinoamérica, de donde hoy procede el grueso de su negocio.
Ni Llorens ni sus hijas e hijo tienen actividad pública. Antes de la burbuja inmobiliaria fueron accionistas de FCC —donde llegó a tener el 1%— y del fondo Ibersuizas, y consejeros de la cementera Portland. Sus dos sicav suman 60 millones de euros, a las que añade varias empresas agrícolas y hoteles, como el Barcelona Airport Hotel o el Seremar, en Roquetas de Mar.
Pero desde hace unos años, Epsa y los Llorens son algo más que anónimos removedores de tierra. Llotor SA, la empresa matriz de sus negocios, acumula 546 millones de euros en inversiones inmobiliarias. En eso, todos quieren parecerse a Amancio Ortega. Gran parte de ellas se sitúan en Florida —Miami y Jacksonville—, donde entre constructoras e inmobiliarias suma 20 sociedades, ubicadas en un rascacielos del downtown de Miami.
Más cerca, sus sociedades llevan años dando pasos por delante de las empresas que aspiran a vendérnoslo todo por el móvil, comprando solares y edificando los almacenes que necesitan. Ya acumula 173 millones en inmuebles (2018): residenciales en Pozuelo de Alarcón y Sant Cugat, pero sobre todo en terrenos en lugares como la plataforma Pla-Za (a las afueras de Zaragoza), donde posee 30 hectáreas de suelo industrial, o San Fernando de Henares, donde es el dueño de la nave de 77.000 metros cuadrados que usa Amazon, la mayor en la capital hasta que el año pasado construyó la de Illescas. San Fernando, Illescas, Alcobendas y Getafe: “Madrid, ríndete, estás rodeado”.