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Al lanzar su asalto a Gaza, el gobierno israelí tenía tres objetivos principales: vengarse, restaurar el prestigio de su ejército, gravemente dañado por el ataque del 7 de octubre, y garantizar la supervivencia política de Netanyahu. Hasta ahora ha tenido un éxito relativo. Las Fuerzas Armadas de Israel se han embarcado en una eficaz campaña de relaciones públicas para reconstruir su credibilidad mientras arrasan la Franja. Y aunque la popularidad de Netanyahu se encuentra en su punto más bajo, las peticiones para que presente su dimisión siguen siendo marginales; la ciudadanía israelí parece dispuesta a esperar a que acaben los combates para exigirle responsabilidades, lo que le da un incentivo para prolongarlos indefinidamente.
Sin embargo, después de cuatro meses de violencia, la versión oficial de que el objetivo de la guerra es eliminar a Hamás y conseguir la liberación de los rehenes se torna absolutamente insostenible. Cada vez está más claro que estos objetivos son contradictorios, ya que la mayor amenaza para la vida de los rehenes es la continuación de la guerra. Con el número de bajas de las Fuerzas Armadas de Israel en aumento, más de un centenar de cautivos israelíes aún retenidos en Gaza y sin avances significativos en el debilitamiento de las capacidades operativas de Hamás, el apoyo público a la guerra está disminuyendo. Una mayoría significativa de la población israelí, el 58 por 100, ha expresado su falta de confianza en la gestión de la misma por parte de Netanyahu. Ahora son más los israelíes que creen que la devolución de los cautivos debería tener prioridad sobre la destrucción de Hamás que viceversa.
Entre los defensores occidentales de Israel, Gantz es considerado como una alternativa que podría salvar al país de la extrema derecha y restablecer su identidad como Estado «judío y democrático»
Con este telón de fondo, una serie de cuestiones interconectadas han pasado a dominar la agenda política israelí: el futuro de Netanyahu, el futuro de la guerra y el acuerdo que se establecerá tras ella. El candidato mejor situado para sustituir a Netanyahu es el exgeneral del ejército y ministro de Defensa Benny Gantz, cuyo partido Unidad Nacional se halla muy por delante del Likud en las encuestas. La visión política de Gantz nunca ha sido especialmente coherente. A lo largo de los años ha manifestado su apoyo a algún tipo de solución diplomática con los palestinos, pero también ha subrayado que la situación actual «no está madura para un acuerdo permanente». Se opuso a la «Ley fundamental: Israel como el Estado-nación del pueblo judío», pero se abstuvo de votar cuando se propusieron enmiendas a la misma en la Knesset. Durante las protestas contra las reformas judiciales de Netanyahu, evitó la confrontación directa con el primer ministro y subrayó la necesidad de un «acuerdo mutuo» entre las partes. Desde octubre, Gantz forma parte del gabinete de guerra como ministro sin cartera. En ocasiones ha intentado distanciarse de la retórica beligerante de Netanyahu, pero en la práctica ha sido igual de activo en la prosecución de la campaña militar.
Entre los defensores occidentales de Israel, Gantz es considerado como una alternativa bienvenida que podría salvar al país de la extrema derecha y restablecer su identidad como Estado «judío y democrático». Washington, en particular, lo contempla como alguien a quien se podría convencer de para que aceptase una «solución constructiva» al eterno problema de Palestina. La esperanza de Biden y su equipo es que, una vez finalizada la guerra, Netanyahu sea destituido y sustituido por este socio más fiable y menos errático. Sin embargo, tanto el historial de Gantz como la situación actual de Israel sugieren que se trata de una mera ilusión.
Por un lado, cabe preguntarse hasta qué punto Gantz quiere realmente dirigir el país. Durante su corta carrera política ha salvado dos veces el pellejo político del hombre al que supuestamente intenta sustituir: primero, en abril de 2020, cuando ayudó a Netanyahu a formar un gobierno de emergencia; después, en octubre de 2023, cuando se unió al gabinete de guerra en nombre del «deber nacional». Tras dejar pasar estas oportunidades de derrocar a su oponente, Gantz se encuentra ahora sin un camino claro hacia el poder. Como la política israelí se ha desplazado hacia la derecha, su campo «centrista» ha perdido la capacidad de formar una mayoría en la Knesset por sí solo. Necesitaría el apoyo de los partidos árabes, que actualmente ocupan diez de los ciento veinte escaños. Pero dada la actitud de Gantz tanto hacia los palestinos como hacia los árabes israelíes, ganarse su confianza parece algo prácticamente imposible.
Adalah, el Centro Legal para los Derechos de las Minorías Árabes en Israel, ha documentado la represión continuada de cualquier expresión de solidaridad de la población árabe con Palestina
Durante la campaña electoral de 2019 Gantz presumió de que había «devuelto Gaza a la Edad de Piedra» durante la Operación Borde Protector, cuando ocupaba el cargo de jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Israel. También afirmó haber «eliminado a 1.364 terroristas», el número total de palestinos muertos en el asalto, incluidos cientos de niños. Ahora Gantz está reproduciendo estas fantasías apocalípticas a una escala mucho mayor, librando una guerra brutal contra una población civil atrapada, que ya se ha cobrado decenas de miles de vidas. Al mismo tiempo, está supervisando la persecución sistemática de los árabes en Israel, cuyo trato recuerda al régimen militar que se les impuso en los primeros años de vida del Estado israelí. Adalah, el Centro Legal para los Derechos de las Minorías Árabes en Israel, ha documentado la represión continuada de cualquier expresión de solidaridad de la población árabe con Palestina, que hasta ahora ha provocado cientos de detenciones, una oleada de despidos improcedentes y la expulsión de cientos de estudiantes de centros de enseñanza superior. A principios de este mes, cuatro destacados políticos árabes, entre ellos Mohammad Barakeh, jefe del Alto Comité de Seguimiento de los ciudadanos árabes de Israel, fueron detenidos por la policía por intentar participar en una protesta contra la guerra.
El gobierno israelí también ha impuesto contundentes recortes presupuestarios a las autoridades árabes locales, que ya sufren el abandono persistente, la existencia de unas infraestructuras en estado más que lamentable y el recrudecimiento de la delincuencia organizada, que el Estado se niega a abordar. A luz de todo ello, es poco probable que la población árabe apoye el ascenso de Gantz a primer ministro, aunque se presente como el «mal menor». Durante los últimos años, el discurso político israelí predominante se ha personalizado con una gran intensidad, centrándose en Netanyahu como figura individual. Pero para los árabes su destitución no supondría una gran diferencia.
Basta recordar en este sentido el «gobierno del cambio», hostil a Netanyahu, elegido en 2020 y liderado por Naftali Bennett y Yair Lapid, para poner de relieve este aspecto. La coalición, que representaba a la práctica totalidad del espectro político israelí y que incluso obtuvo el respaldo reticente de los partidos árabes, no contemplaba en modo alguno romper con las llamadas políticas de seguridad de su predecesor. No tenía tampoco ningún interés en poner fin al conflicto ni a la ocupación. Después de tan solo un año, se disolvió para salvar la normativa que regulaba el sistema jurídico dual vigente en Cisjordania, puesta en peligro cuando la derecha se negó a votar a favor de su renovación. Al final, el gobierno Bennett-Lapid prefirió devolver a Netanyahu al poder que ver amenazado el régimen de apartheid israelí.
Los ciudadanos árabes de Israel, que constituyen el 20 por 100 de su población total, sucumben ahora a la desesperación, mientras el Estado sigue masacrando a sus hermanos en Gaza
La falta de voluntad de la «oposición» israelí para plantear un auténtico desafío al orden actual se reflejó en las protestas masivas registradas el año pasado durante las cuales cientos de miles de personas salieron a la calle para protestar por el golpe judicial de Netanyahu. El movimiento, que contaba con el apoyo de altos cargos de la clase política y militar, afirmaba estar «defendiendo la democracia», pero esto no significaba la plena igualdad política y jurídica para todos, ya que ello tendría que incluir a los árabes. Su concepción de la democracia era en realidad técnico-procedimental, postulando la separación de los poderes ejecutivo y judicial. La principal exigencia de los manifestantes era que los tribunales, que habían ratificado la «Ley fundamental: Israel como el Estado-nación del pueblo judío», además de otras innumerables medidas racistas y discriminatorias, mantuvieran su independencia formal. Sobre todo, los líderes de las protestas subrayaron que era necesario un sistema jurídico nacional imparcial para proteger a los soldados israelíes de enfrentarse a tribunales internacionales por crímenes de guerra. Como era de esperar, se trató de una «celebración democrática» en la que los ciudadanos árabes se negaron a participar.
Incluso si el bloque «centrista» de Israel lograra constituir de una u otra forma un nuevo gobierno con el objetivo de cambiar el statu quo sobre Palestina, los obstáculos para un acuerdo respaldado por Occidente seguirían siendo insuperables. Entre ellos se cuenta la fuerza de la extrema derecha israelí, que lucharía con uñas y dientes para bloquear cualquier «solución» diplomática, así como el drástico descenso del apoyo por parte de la ciudadanía israelí a la creación de un Estado palestino después del 7 de octubre. También debemos considerar los sensacionales cambios demográficos registrados en los territorios ocupados por mor de la limpieza étnica de la población palestina y el constante crecimiento del número de colonos a los que el gobierno israelí nunca aceptaría reubicar. En Palestina, mientras tanto, resulta crucial la desconfianza generalizada hacia la Autoridad Palestina, que carece de toda credibilidad para aplicar cualquier acuerdo de este tipo.
Los ciudadanos árabes de Israel, que constituyen el 20 por 100 de su población total, sucumben ahora a la desesperación, mientras el Estado sigue masacrando a sus hermanos en Gaza. Un gran número de judíos israelíes ha renunciado a la perspectiva de un acuerdo legal: una postura que la extrema derecha está explotando pidiendo la limpieza étnica completa de los palestinos de su patria histórica. Un gobierno de «centro» no resolvería esta crisis estructural. Sólo aplicaría una fina capa de maquillaje sobre la cara de la sociedad israelí.
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La única alternativa correcta consiste en penetrar Israel con un ejército a lo "blitzkrieg" para luego [REDACTED] y devolver toda Palestina a sus habitantes legítimos
Al final,, en todo conflicto el vencedor siempre tiene la razón, y aquí está claro desde un principio que está vez, los nazis no iban a perder, así que todos somos testigos inanimes del sadismo del ejército israelí.