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Sidecar
Los Emiratos del capital
A primera vista, Emiratos Árabes Unidos (EAU), una monarquía rica en petróleo con una larga historia de lealtad al imperio estadounidense, parece estar adaptándose al orden multipolar. Desde 2022 se ha desligado de la guerra económica de Washington contra Rusia. Abu Dhabi, el emirato responsable de la política exterior y energética de la federación (y el que posee la mayor parte de sus reservas de petróleo), ha bloqueado la exclusión de Rusia de las cuotas mensuales de la OPEP+. Dubai, principal centro logístico y de transporte de mercancías de la región, exporta drones y semiconductores con destino a Rusia, al tiempo que permite el paso de lingotes y diamantes de origen ruso a través de la Dubai Gold and Commodities Exchange. El mercado inmobiliario y los muelles de la ciudad se han puesto a disposición de los rusos que necesitan un lugar donde ocultar su riqueza.
Aproximadamente dos tercios de las exportaciones chinas a Oriente Próximo, África y Europa pasan por puertos emiratíes
Los EAU también prestan servicios inestimables a otro enemigo de Estados Unidos: Irán. Los puertos de Fujairah facilitan los envíos de crudo, que permitieron que las exportaciones de petróleo de Teherán aumentaran el 50 por 100 en 2023. Abu Dhabi orquesta importantes flujos de reexportación, mientras que Dubai proporciona servicios bancarios en la sombra y acuerdos de importación. Según las estadísticas oficiales, los EAU realizan intercambios comerciales con Irán por valor de aproximadamente 25 millardos de dólares anuales, lo que les coloca en el segundo puesto de la balanza bilateral de este país y ello sin tener en cuenta los intercambios ilícitos valorados en torno a los 10 millardos de dólares.
Y luego está China, que se ha convertido en el mayor comprador de productos fabricados en los EAU o que transitan por su territorio. Aproximadamente dos tercios de las exportaciones chinas a Oriente Próximo, África y Europa pasan por puertos emiratíes. Para agilizar estas relaciones comerciales, se han establecido importantes acuerdos de intercambio de divisas [currency swaps] entre los bancos centrales, mientras los bancos comerciales chinos se han instalado en el Dubai International Financial Centre, donde poseen una cuarta parte de la totalidad de sus activos. Los Bani Fatima —sobrenombre con el que se conoce al presidente de los EAU y gobernante de Abu Dabi, Muhammad bin Zayed Al Nahyan, y a sus cinco hermanos maternos— seleccionaron a Huawei para que construyera la infraestructura 5G del país en 2019 para disgusto de la NSA. En otro evidente desaire a Washington, Tahnoun bin Zayed Al Nahyan, jefe de espionaje de los EAU, realizó una inversión de 220 millardos de dólares a través de la empresa de su familia en ByteDance, la empresa matriz de TikTok.
En cierto sentido, la apuesta de los EAU por la autonomía geopolítica es real: su negativa a elegir entre superpotencias rivales es un privilegio nacido de unos recursos financieros únicos, así como de su perspicacia política y de sus grupos de presión. (El país también recibió varias dispensas de Washington al firmar los Acuerdos de Abraham en 2020). Pero las motivaciones de los Emiratos son más complejas que el mero soberanismo. Si se examina la situación más minuciosamente, muchas de sus acciones recientes pueden entenderse como una muestra de respeto, más que de renuncia, a las obligaciones para con el imperio. A pesar de sus vínculos y relaciones con Estados no conformistas, el país sigue comprometido con la globalización neoliberal liderada por Estados Unidos, demostrando ser un fiel servidor de lo que Ellen Meiksins Wood denominó el «imperio del capital».
Las relaciones de los EAU con Rusia son un ejemplo de ello. Aunque parecen contradecir los intereses estadounidenses, en realidad facilitan la estrategia de Estados Unidos de mantener los mercados mundiales de materias primas funcionando como si la guerra de Ucrania no existiera. Consciente de la escasez de suministros y de su efecto sobre la inflación, Washington ha hecho que sus sanciones energéticas sean fáciles de eludir, utilizando a los EAU como conducto para el crudo ruso, que incluso ha llegado a la Upper Bay de Nueva York sin demasiados aspavientos. La UE, por su parte, ha promulgado legislación para santificar el acuerdo, eximiendo a los productos refinados de la normativa del G7. Es cierto que el Departamento del Tesoro estadounidense decidió el invierno pasado sancionar a cuatro compañías navieras domiciliadas en los EAU por transportar crudo ruso vendido por encima del límite de precio del G7 de 60 dólares el barril, pero se trató claramente de un gesto simbólico, destinado a demostrar que la Casa Blanca estaba haciendo algo respecto a las violaciones del embargo, que han sido constantes desde que se introdujo el límite de precios. Las sanciones fueron demasiado pequeñas como para tener un efecto real.
Con independencia de las modestas ventas de gas cotizadas en yuanes, los compromisos emiratíes con el dólar y con el predominio del sector financiero estadounidense también se mantienen firmes. Al fijar el precio de prácticamente todas las transacciones relativas al petróleo y productos derivados en dólares y al mantener la mayor parte de sus gigantescos beneficios en el extranjero, los EAU inyectaron 45 millardos de dólares en el mercado de eurodólares y en los mercados bancarios estadounidenses tan solo en 2022. Al año siguiente, las instituciones emiratíes aumentaron su tenencia de títulos del Tesoro estadounidense en cerca del 40 por 100, aliviando aún más las condiciones de liquidez y ayudando a pagar el déficit fiscal y el déficit por cuenta corriente de Washington. Desde la irrupción de la pandemia de la Covid-19, la contratación por parte de los EAU de bancos estadounidenses como suscriptores principales de sus emisiones de bonos ha proporcionado a estos bancos una importante fuente de ingresos frescos y un abundante flujo de tesorería. Mientras tanto, los mayores fondos soberanos del país –la Abu Dhabi Investment Authority (ADIA), Mubadala y la Abu Dhabi Developing Holding Company (ADQ)– han reciclado enormes sumas de petrodólares en bancos en la sombra estadounidenses.
ADIA y Mubadala también han estado sosteniendo lo que ahora es posiblemente el pilar institucional clave del sistema financiero estadounidense: la gestión de activos. ADIA confía el 45 por 100 de su capital a Blackrock y otros gestores de fondos, mientras que Mubadala conserva una participación patrimonial nada desdeñable en esta sociedad de inversión. En el marco de la «Partnership for Accelerating Clean Energy» instituida por el gobierno de Biden, la empresa de gestión de activos de la familia Al Nahyan se ha comprometido a realizar inversiones ecológicas por valor de 30 millardos de dólares, que gestionará conjuntamente con Blackrock. Con el arrendamiento a largo plazo de terrenos forestales en Liberia, Kenia, Tanzania, Zambia y Zimbabue, los EAU han desempeñado un papel clave en los mercados emergentes de créditos de carbono, contribuyendo así a fortalecer la absurda estrategia seguida por Washington de paliar el cambio climático mediante derisking, esto es, propiciando la reasignación, la socialización o la reducción de los riesgos asociales con la inversión en el clima.
El capitalismo de Estado de los EAU puede servir de instrumento para que los inversores gestionen las tensiones ligadas al ascenso de nuevos actores en el seno de las estructuras de la globalización contemporánea
Un beneficio similar para el imperio estadounidense es la red de comercio marítimo que los EAU han creado a través de DP World y AD Ports Group, empresas públicas dirigidas por Dubai y Abu Dhabi respectivamente. Su función es dirigir una parte cada vez mayor del comercio mundial a través de megapuertos de propiedad emiratí, facilitar acuerdos de seguridad con países socios/clientes y adquirir espacios desde los que los EAU puedan lanzar operaciones militares, como cuando los Emiratos atacaron Yemen desde un puerto de DP World en Eritrea. Las empresas emiratíes construyen y gestionan «zonas francas» alrededor de sus puertos, que operan con total independencia de las respectivas legislaciones laborales nacionales y suavizan las fricciones logísticas derivadas de la intersección de las actividades comerciales chinas, indias y estadounidenses. Gracias a estas zonas, los mercados del Cuerno de África, antes poco vinculados con los circuitos de la economía mundial, se hallan ahora plenamente integrados en la misma. De este modo, los EAU proporcionan a otros Estados –principalmente a Estados Unidos– espacios para absorber su capital de exportación y para promover sus intereses geoestratégicos. A cambio de todo ello, extrae rentas de una gran parte del comercio mundial. Su control de sedes logísticas clave se extenderá ahora a los océanos Índico y Pacífico, gracias a las recientes adquisiciones de puertos en Pakistán, India e Indonesia.
El capital global también se beneficia de la estructura de propiedad estatal –o, más exactamente, de propiedad de las diversas casas reales– de la economía de los EAU. La idiosincrasia del sistema puede en ocasiones transgredir los principios de la libre competencia o del gobierno corporativo. El First Abu Dhabi Bank, presidido por el jeque Tahnoun y propiedad mayoritaria de Mubadala y la familia real, ha concedido a su alteza real y a otros miembros del consejo más de 3 millardos de dólares en préstamos. Tahnoun, que preside instituciones públicas y privadas con activos totales por valor de más de 1,5 billones de dólares, ha utilizado su dominio de los recursos públicos y sus poderes reguladores para impulsar su International Holding Company, una entidad privada propiedad de la familia Al Nahyan, desde la más absoluta oscuridad hasta una capitalización bursátil superior a la de Goldman Sachs y ellos en el espacio de unos pocos años. Sin embargo, al margen de estos excesos, los Al Nahyan, junto con la familia gobernante de Dubai, Al Maktoum, han sido muy elogiados por su gestión económica y su apertura a la inversión extranjera. Suelen ser los primeros en asumir riesgos en la región de Oriente Próximo y en el Norte de África, abriendo el camino para que los operadores de Londres y Nueva York se hagan con operaciones más suculentas.
Al aliviar las tensiones de la balanza de pagos de Egipto mediante una inversión de 35 millardos de dólares durante el pasado mes de febrero, ADQ permitió a los gestores de bonos occidentales regresar con seguridad al país y cobrar enormes intereses de su deuda soberana. El capitalismo de Estado de los EAU puede servir, pues, de instrumento para que los inversores gestionen más cómodamente las tensiones ligadas al ascenso de nuevos actores en el seno de las estructuras de la globalización contemporánea.
La violencia de Abu Dhabi, incluso cuando se ha traducido en pérdidas a corto plazo, nunca ha sido totalmente inútil para el capital
Así pues, evaluada en su conjunto la devoción de los EAU por el imperio del capital es pura, aunque su relación con Washington presente algunos signos de fractura superficial. Los emiratíes saben que el dominio estadounidense se sustenta no sólo en el poderío militar, sino también en la libre circulación de capitales, la gestión de las jerarquías laborales y comerciales, el privilegio exorbitante del dólar y la disponibilidad de paraísos fiscales. Los EAU defienden estos principios en todos sus acuerdos comerciales, incluidos los que estipulan con Rusia, China e Irán. Por el contrario, parte de la clase política estadounidense está dispuesta a ponerlos en peligro mediante guerras comerciales autodestructivas y el uso agresivo y brutal del sistema financiero mundial. La aparente divergencia entre los EAU y Estados Unidos no es tanto el resultado de un guardián imperial que se ha rebelado como el de un emperador que ya no es capaz de discernir, y mucho menos de honrar, sus mejores intereses.
Desde la Primavera Árabe, los EAU ya no ven a Estados Unidos como un protector fiable: un escepticismo que se ha visto alimentado por la respuesta indiferente de Biden a los ataques tanto de los hutíes contra territorio emiratí, como de los iraníes contra diversos buques petroleros. Aun así, al mantener estrechas relaciones con determinadas fracciones del capital estadounidense —el sector financiero en particular—, las elites emiratíes esperan preservar su posición en la matriz imperial: una posición que les permita aumentar su riqueza, consolidar su poder y obstruir la posibilidad de que se produzca cualquier tipo de cambio social en sus países.
Nada de esto implica que los EAU carezcan de contradicciones internas. Especialmente desde 2011 ha adoptado un intervencionismo militar musculoso, que a menudo ha obstaculizado la acumulación de capital en lugar de contribuir a ella. La nefasta aventura emiratí-saudí en Yemen fue uno de esos casos, que aceleró la maduración de Ansar Allah hasta convertirse en una fuerza capaz de redirigir el tráfico marítimo alrededor del Cabo de Buena Esperanza. El apoyo de los EAU a las milicias de Zintan y, más tarde, a Khalifa Haftar en Libia, fue otro de estos episodios desgraciados, que fomentó la inestabilidad política y perturbó la producción de petróleo, mientras que la campaña transnacional contra los Hermanos Musulmanes fue, en el mejor de los casos, un despilfarro de recursos. No obstante, la violencia de Abu Dhabi, incluso cuando se ha traducido en pérdidas a corto plazo, nunca ha sido totalmente inútil para el capital. Aunque los distintos casos de represión militar registrados a lo largo de Oriente Próximo y el Norte de África pueden haber cerrado temporalmente las oportunidades de inversión, también han reducido los horizontes de los movimientos populares. Al obligar a quienes aspiran a una transformación social, política y económica a adoptar posturas más defensivas, han contribuido a proteger las relaciones de clase y la distribución del poder en la región.
Mientras Washington sigue reestructurando su imperio, cosa que continuará haciendo durante los próximos años, los EAU explotarán esta transición jugando con todos los bandos en su propio beneficio material y estratégico sin dejar de trabajar para preservar la hegemonía ilimitada del capital global. Es posible que ello provoque fracturas entre Estados Unidos y su adjunto, lo cual podría crear oportunidades para una política de democratización y redistribución. Sin embargo, dadas las coordenadas de la actual coyuntura, es más probable que ello tenga el efecto contrario: fortalecer la dominación de una monarquía neoliberal rapaz, que puede cortejar a los adversarios de Estados Unidos sin debilitar el poder de su patrón.