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He de reconocer que este título lleva más de dos meses a la espera de plasmarse en artículo, y es que en la comarca del norte de Cáceres donde tengo mi particular observatorio emocional del cambio climático hasta ahora apenas habían llovido unos pocos litros de agua en lo que llevamos de otoño, y no había manera de celebrar con este título la siempre bienvenida y bonita lluvia de la otoñada.
Hasta ahora habíamos tenido sólo unas muy pobres precipitaciones que permitieron a la hierba brotar para alivio de los pocos rebaños que van quedando y para que haya setas, pero que ni siquiera paliaron el sufrimiento de los árboles, y estaban muy lejos de poner fin a la pertinaz sequía que arrastramos: desde el mes de abril prácticamente no ha caído nada y hemos finalizado así el año hidrológico 2018-2019 con otro récord negativo, al ser el cuarto más seco de los últimos 20 años; una sequía que no ha sido igual en todo el país y que se ha cebado especialmente con el suroeste peninsular, con el sur del Tajo en Portugal, con el oeste de Andalucía y Castilla La Mancha y con Extremadura. En la cuenca del Guadiana las precipitaciones han estado hasta un 57% por debajo de la media, aunque esto de las medias es muy engañoso, pues los datos sólo recogen las cantidades pero no dicen nada de las “calidades”, o sea de cómo se distribuyen las precipitaciones. Así las catastróficas gotas frías de la costa mediterránea de este otoño elevan la media de precipitación sin beneficio alguno, sino todo lo contrario, para los campos y las gentes.
Por un lado están los números y por otro está la vida, y en estas comarcas se nos ha hecho muy dura la espera del primer temporal intenso y reparador de lluvia, que este año se ha retrasado hasta la tercera semana de noviembre. Este tipo de angustia es difícil que la comparta la mayoría de la población urbana que vive ajena al ciclo del agua, que abre el grifo y no se pregunta ni de dónde viene, ni a dónde va, y que cuando llueve se queja enseguida del “mal tiempo”, esa gente que quiere “beber y no mojarse”, se dice por estos lares. Sin embargo, para los que habitamos “allí donde se producen las aguas” la percepción es muy distinta y la conciencia de nuestra ecodependencia y nuestra fragilidad se agudiza cuando vemos las gargantas y regatos exhaustos, las fuentes secándose y los pozos cegados. Cuando se convive codo a codo con el sufrimiento de los árboles y la flora, con la sed de los animales, con las dificultades de suministro en los pueblos de montaña, cuando hay que acarrear agua de boca para los ganados, cuando hay que cerrar piscinas naturales en Julio por falta de caudal, cuando se seca durante tantos meses la cubierta vegetal que protege estos frágiles suelos de la erosión y la ruina, acá entonces se maldice “el buen tiempo” y con razón.
En estas comarcas se nos ha hecho muy dura la espera del primer temporal intenso y reparador de lluvia, que este año se ha retrasado hasta la tercera semana de noviembre. Este tipo de angustia es difícil que la comparta la mayoría de la población urbana que vive ajena al ciclo del aguaPodríamos consolarnos pensando que este ha sido un año excepcionalmente malo pero lo más realista es temer que la excepcionalidad va a ir convirtiéndose en normalidad, a medida que nos adentramos en un escenario de Cambio Climático con efectos cada vez más evidentes, por graves. En lo que llevamos de siglo, más de la mitad de los años han sido secos o muy secos. El Banco Mundial, que no es sospechoso de ecologismo precisamente, reconoce, en uno de sus últimos informes, que los efectos del Cambio Climático se transmitirán primero y principalmente a través del ciclo del agua. En la comunidad científica del clima y de la hidrología se dice de un modo más cruel pero más gráfico que si el Cambio Climático es un tiburón, los recursos hídricos son sus dientes.
Y nuestro país está en una región a la vanguardia del sufrimiento climático y nuestra región, que históricamente habita en el rigor climático, está a la cabeza de esa vanguardia. Las cuencas de los grandes ríos que riegan Extremadura y que configuran su paisaje, su cultura y su economía, son el testimonio de unas políticas hidráulicas públicas y privadas que son un fracaso porque se basan en un desconocimiento radical de la dinámica compleja de los ecosistemas y de la circulación vivificante del agua por ellos. En otras palabras: políticas hidrológicas orientadas al beneficio monetario a corto plazo y no al cuidado de la vida, del agua.
Cuando hablamos de ríos, tenemos que desechar la artificiosa división provincial y hasta autonómica y hablar de bio-regiones, así la bio-región del Tajo abarca la Sierra de Albarracín, Guadalajara, Madrid, Toledo, Cáceres y por supuesto Portugal. Es un ejemplo de la locura hídrica de nuestro manejo del agua y de los ecosistemas: una cabecera de río ya muy pronto regulada con embalses descomunales que, luego de refrigerar dos reactores nucleares, se queda exhausta por un trasvase para la agricultura intensiva y el turismo de las cuencas del Sureste, (al que se le ocurrió poner centrales nucleares aguas arriba de un trasvase a otra cuenca para producir alimentos debía tener un cráneo tan privilegiado como el que asó la manteca).
Una sucesión de embalses en todo el cauce medio, la destrucción de sus riberas y la ocupación de sus vegas con cultivos y urbanizaciones, la descarga de los residuos urbanos, agrícolas e industriales de Madrid y su región, de Aranjuez, de Toledo. Otros dos reactores nucleares en la cabecera del Parque Nacional de Monfragüe. Y así, embalse, tras embalse, vertido tras vertido, y extracción tras extracción, el Tajo llega exhausto y sucio a Portugal, siempre que Iberdrola, que explota las turbinas del Cedillo y Alcántara, lo permite, porque este verano asfixió premeditadamente el Tajo y cuando los vecinos portugueses invocaron el Convenio da Albufeira, Iberdrola soltó 440 hm³ en 30 días provocando inundaciones donde antes había sequía. Pero las penas y quebrantos del Tajo darían para un libro y darán para otro artículo.
Es un ejemplo de la locura hídrica de nuestro manejo del agua y de los ecosistemas: una cabecera de río ya muy pronto regulada con embalses descomunales que, luego de refrigerar dos reactores nucleares, se queda exhausta por un trasvase para la agricultura intensiva y el turismo de las cuencas del SuresteY la historia del Guadiana, de la biorregión del Guadiana tampoco es halagüeña precisamente: cegado de camalote, con las Tablas de Daimiel al 5%, exhausto su caudal por el regadío y las extracciones, acosado por los pozos ilegales, invadidas sus riberas… aquí también necesitaríamos otro libro y al menos otro artículo. Un par de datos: en el pasado mes de Octubre, el nivel de los embalses de la cuenca del Guadiana era del 37% de su capacidad y el de los del Tajo era del 34%, y como es obvio esos datos no dan cuenta de la mala calidad de esas aguas, en una región que sigue recibiendo multas por no cumplir las exigencias de la Directivas Europeas sobre depuración de aguas residuales. Los ríos extremeños atestiguan en su deterioro y sufrimiento silencioso y trágico el maltrato que le damos en esta tierra a las aguas, tanto por parte de las administraciones como por parte de los particulares.
Todos los datos que emanan de los expertos climáticos y de la ciencia de los recursos hídricos deberían ponernos en estado de alerta hidrológica, pero lo que es de verdad aterrador es observar la reacción social e institucional ante las situaciones de sequía aguda que hemos vivido este verano y en años anteriores. Se podría decir que es como si hubiésemos interiorizado tan profundamente el credo neoliberal, que todas las respuestas que podemos dar tanto a nivel micro como macro se sustentan exclusivamente en la competencia salvaje, en el egoísmo individual y de nuestra especie, y en esa especie de ansia omnímoda en la que se sustenta el consumismo, el crecimiento y la acumulación. Un grito colectivo de “sálvese quien pueda” y huida hacia delante como respuesta casi instintiva ante unas dificultades colectivas que no han hecho más que comenzar, una estrategia que no sólo es poco eficaz a corto plazo, sino que es contraproducente a corto y medio plazo.
Todos los datos que emanan de los expertos climáticos y de la ciencia de los recursos hídricos deberían ponernos en estado de alerta hidrológica, pero lo que es de verdad aterrador es observar la reacción social e institucional ante las situaciones de sequía aguda que hemos vivido este verano y en años anterioresEn este episodio de sequía de 2019, hemos podido observar en nuestros pueblos como se han realizado más pozos sin control, más profundos, extrayendo más agua subterránea para suplir la carencia de las superficiales, hemos visto como se han sobre explotado las gargantas y riachuelos sin respetar caudales ecológicos mínimos, hasta la extenuación, como se han desatado todo tipo de conflictos entre particulares y entre municipios por acaparar los recursos menguantes… Y al mismo tiempo, cada vez se instalan más hectáreas de regadío, poniendo incluso en regadío, por mor de la rentabilidad a corto plazo, cultivos que tradicionalmente fueron de secano como el olivo, vid, e higuera. Y más jardines de césped inglés y especies exóticas, y más agua para el turismo, y más piscinas particulares, y más, y más, y más gasto antrópico de un recurso menguante y vital.
Agricultura
Extremadura Instan a la Junta a que frene la expansión de los cultivos de regadío
Es urgente que tomemos conciencia de que estamos ante una cascada de errores que no soluciona el problema sino que, al contrario, lo amplifica. Tenemos que entender que, más pozos, más embalses, más regadíos y más piscinas son más emisiones de CO2 y más afecciones al territorio, y por lo tanto más cambio climático y más sequía en el futuro. “Pan para hoy y hambre para mañana” en una especie de espiral diabólica que nos conduce al desastre.
El camino más inteligente para afrontar el principal reto de nuestra generación, que no es otro que el de la continuidad o no de la vida buena, pasa por todo lo contrario de lo que hoy nos sale de nuestros automatismos neoliberales y egoístas. Hay quien define el neoliberalismo como la predominancia social de “la ley de la selva”, pero esta comparación ideológica revela una profunda incultura ecológica, porque en el climax trópical de la sucesión ecológica que llamamos “selva” hay mucha más sinergia, cooperación, simbiosis y apoyo mutuo que lucha despiadada por la supervivencia (… cada gota roja, flota en un mar verde). Y la única estrategia virtuosa de supervivencia colectiva pasa precisamente por disminuir en nuestras relaciones sociales y en nuestras relaciones con la naturaleza aquellos elementos de competencia despiadada y priorizar los valores de cooperación, empatía y adaptación colaborativa.
Cada vez se instalan más hectáreas de regadío, poniendo incluso en regadío cultivos de secano como el olivo, vid, e higuera. Y más jardines de césped inglés y especies exóticas, y más agua para el turismo, y más piscinas particulares, y más, y más, y más gasto antrópico de un recurso menguante y vitalTenemos que lograr políticas públicas que impongan una moratoria a la ampliación de los regadíos, que persigan la proliferación de pozos y la seca de los acuíferos. Tenemos que lograr políticas de gestión de la demanda de agua, de planificación eco-racional de su uso, de racionamiento solidario, de ahorro y poner fin al intervencionismo duro con infraestructuras pesadas como embalses y canalizaciones. Políticas públicas en las que haya participación directa de la ciudadanía, en las que recuperemos la “soberanía hidráulica” que hoy nos han expropiado las empresas eléctricas, las concesiones privatizadoras de aguas, las corruptas Confederaciones Hidrográficas, etc. Tenemos que reconducir los conflictos por el agua por la vía del diálogo, la mediación y la colaboración.
Tenemos que lograr políticas públicas en las que haya participación directa de la ciudadanía, en las que recuperemos la “soberanía hidráulica” que hoy nos han expropiado las empresas eléctricas, las concesiones privatizadoras de aguas, las corruptas Confederaciones Hidrográficas, etc.Hay que revolucionar nuestra visión sobre los ríos, dándoles el estatus que se merecen: organismos vivos supercomplejos y sistémicos que conservan y reproducen vida, que regulan, depuran y cuidan el agua. Hay que hacer un enorme esfuerzo de educación ambiental para transmitir a la infancia y a los adultos la belleza poética y trágica del ciclo del agua, y la radical dependencia de nuestra civilización de un milagro, que tratar como “recurso” es en sí un sacrilegio… y un suicidio. Hay que trazar alianzas populares entre bio-regiones, en nuestro caso es fundamental para encarar el futuro. Y cooperar con nuestras vecinas del lado portugués y del lado castellano-manchego con los que compartimos el tesoro de nuestros grandes ríos. Hay que lograr una mutación cultural que haga del ahorro, del compartir y de la mesura bienes morales incontestables y que repudie el acaparamiento, el crecimiento cuantitativo y la competencia individualista… Alguien podría pensar que la tarea es imposible, utópica, pero vivimos un tiempo trágico y fascinante a la vez, en el que nos desenvolvemos en la aporía de que o bien logramos una utopía que parece imposible o caemos en una distopía (una cascada de ecocidios y genocidios) que si no, parece inevitable.
Ríos de Extremadura
Ríos de Extremadura I: Los polvos y los lodos del turismo
Primera entrega de la deliciosa serie dedicada por el escritor de Jarandilla de la Vera a los ríos extremeños.
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Buen artículo, demasiado egoísta en el razonamiento. Le recuerdo que este planeta no es nuestro, ni su agua ni nada de lo que hacemos. Somos inquilinos en alquiler de una obra de nuestro querido Dios. El decide si llueve o si sube el CO2. Tomar medidas humanas sería el 1% de impacto, el resto pertenece al creador.
Gracias por un artículo tan sensato y necesario, Fernando!
Un fantástico recital de la insensatez del humano moderno en su camino a la autodestruccion. O rompemos esta cadena o nos ahogaremos en nuestra propia sequía
el agua, o más bien su escasez y como se gestiona, será una de los grandes problemas de un futuro cada vez más cercano