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Personas refugiadas
Fútbol contra el racismo: combatir el odio a través del deporte
Amadou Sara Bah señala a uno de sus compañeros al finalizar el entrenamiento y bromea mientras recoge su bolsa de deporte: “¡Me has hecho una falta! Ajustaremos cuentas fuera”. Es el capitán de un equipo compuesto por 23 personas, de las cuales algo más de la mitad son solicitantes de asilo. Su nivel de español le permite actuar de intérprete, cuando hace falta, entre los entrenadores o el preparador físico y el resto de jugadores, así como servir de puente en un equipo que integra en sus filas multitud de nacionalidades: guineana, marroquí, maliense, colombiana, senegalesa, española...
Todo empezó el 20 de julio, día de las personas refugiadas, de 2019: “En ese momento se fraguó la idea y en octubre le dimos el empujón inicial”, cuenta Rosa Quiñonero, técnica de inclusión en CEAR Alicante. Aunque la iniciativa nació de forma modesta, una serie de casualidades y apoyos llevaron a dar un salto cualitativo al equipo en sus menos de dos años de existencia: el acercamiento de dos voluntarios que son entrenadores de fútbol, una pequeña financiación privada que permitió dar los primeros pasos, la posterior cesión por parte de los Jesuitas del campo de fútbol un día a la semana para entrenar y, más adelante, el apoyo de la Fundación La Liga. “El contar con profesionales de esto, que tengan entrenamientos súper estructurados, ha profesionalizado el equipo y ha hecho que los jugadores se comprometan mucho”, expone Quiñonero.
Tanto es así que han llegado a la fase final de la liga en la que juegan, previa a los play-off. Ellos mismos notan el salto: Amadou se enorgullece cuando cuenta que están ganando casi todos los partidos. “El primero que jugamos después del parón de pandemia lo ganamos 4-0”, recuerda. “Volvimos con muchas ganas: teníamos un grupo por WhatsApp y seguíamos hablando por allí, pero yo constantemente preguntaba cuándo empezábamos a jugar de nuevo”, añade. El capitán es claro: para él el equipo —sus amigos, dice— es muy importante. “Detectamos que no tenían espacios de ocio donde olvidarse durante un rato de las historias de vida tan duras que tienen detrás, y que también les faltaba espacios en los que se relacionen con personas no refugiadas”, puntualiza Quiñonero.
Y es que, si bien durante sus primeros meses de existencia el equipo únicamente estaba compuesto por personas solicitantes de asilo, más tarde esto cambió. Se empezaron a apuntar voluntarios de la ciudad como Javier Garrido: “Me gustó porque lo vi un proyecto bonito para la integración. Yo hace ocho años tuve que salir de España a buscarme la vida y me hubiera gustado poder participar en una iniciativa así, poder integrarme un poco más en el lugar, practicar mi deporte favorito, desconectar un poco de todo del día a día, conocer gente...”.
En este sentido, Laura González, coordinadora territorial de CEAR Alicante, explica que el equipo de fútbol se pensó como una parte del itinerario que siguen las personas solicitantes de asilo que entran en su programa: “Sabemos que el deporte une, que transmite unos valores de trabajo en equipo, de solidaridad, de respeto... Lo concebíamos como una pata de la inserción que trabajamos dentro del programa de acogida”. También permite eliminar estereotipos entre las propias personas refugiadas, prosigue: “Tendemos a pensar que todos se llevan bien porque tienen en común que solicitan asilo, pero no siempre es así, y esto está ayudando mucho a romper barreras culturales”. Javier Garrido destaca ese ambiente: “No hay peleas, no hay gritos, ni gente con afán de protagonismo. Se nota que se viene aquí a disfrutar”.
En el partido del pasado domingo se respiraba ese compañerismo. Rosa Quiñonero cuenta que, cuando empezaron los entrenamientos, los jugadores apenas tenían conocimientos técnicos sobre el fútbol: “Cualquiera que haya jugado al fútbol en España, ya sea en el colegio, con sus amigos o con familia, sabe unas cosas muy básicas; ellos no, y las hemos tenido que trabajar”. Cece Moussa, un joven de 23 años procedente de Guinea Conakry que lleva en el equipo desde que arrancó, lo confirma: “Antes casi no conocíamos nada sobre las normas del fútbol, ahora hemos aprendido mucho, estamos mejorando y conocemos las posiciones: cómo jugar cuando eres delantero, defensa, extremo...”. Durante el partido, la pelota pasa de pie en pie constantemente. “Juegan como un equipo”, resume Rosa Quiñonero. Hasta algún contrincante le ha pedido jugadores, añade entre risas.
La comunicación también es una barrera que han ido rompiendo. Mientras los españoles están aprendiendo algo de francés, el fútbol está actuando como un mecanismo eficaz para que los solicitantes de asilo mejoren su nivel de castellano. Amal Hussein, técnica de sensibilización en CEAR Alicante, lo considera especialmente relevante: “Las clases se les pueden hacer más pesadas, y aquí trabajan el idioma de otra forma: no hay un profesor que te esté dando instrucciones, sino que ellos lo intentan con más ahínco porque realmente quieren explicarse. Ponen mucha más atención al vocabulario a la hora de entender y trasladar”.
Otra ventaja que ve Laura González a que en el equipo haya tanto solicitantes de asilo como los jugadores que, de forma irónica, llaman “extracomunitarios” —los voluntarios de la ciudad— es que se abren nuevas opciones para tejer redes: “Uno de nuestros voluntarios trabaja en una clínica dental, otro en un colegio, otro en una eléctrica... Al final muchos trabajos se consiguen porque te conocen, así que creo que esto les abre un mundo de posibilidades para fomentar esa inserción laboral”, expone.
Además, defienden que la iniciativa ayuda en el autoconcepto de las personas refugiadas: “Cuando están en el campo no piensan que se les ve como un refugiado, ahora son los protagonistas de la liga, están jugando bien para ganar un premio en la liga amateur más reconocida de Alicante”, explica González. Hussein la apoya: “Tú tienes un objetivo dentro del campo; no importa de dónde eres o el idioma que hablas, tienes un balón, sois un equipo y tienes que ir a por ello”.
Sin embargo, lo positivo no queda dentro del equipo, ni siquiera dentro del campo. Para las técnicas de CEAR, el fútbol es un deporte masivo y una forma muy sencilla de trasladar un mensaje: “Ver a la gente de todas las edades y nacionalidades jugando, divirtiéndose, sin importar la religión que practique... Este es el mejor mensaje contra el odio, la muestra de que nos unen más cosas de las que nos separan”, resume Quiñonero. González la apoya: “Mucha gente viene y, cuando ven que son refugiados, se acerca y pregunta de dónde son. Tienen curiosidad, y empiezan a eliminar prejuicios; es como que ya has sembrado algo en esas personas”.
Tanto ellas como los participantes del equipo confían mucho en la iniciativa y en su proyecto. Quieren exportarlo a otras ciudades y hacerlo crecer. Sin embargo, tienen varios hándicaps, principalmente administrativos, por la condición de solicitantes de asilo de quienes componen el equipo. González recuerda un dato preocupante: en España, solo 4 de cada 100 solicitantes consiguen el estatuto de refugiado o algún tipo de protección. Eso dificulta federarse, algo que le encantaría que sucediera a Rosa Quiñonero. También querrían organizar un torneo mixto: en la liga que juegan no pueden participar mujeres, aunque algunas acuden de vez en cuando a los entrenamientos.
De momento, se conforman con seguir permitiendo que decenas de personas encuentren un espacio de intercambio, de desahogo y convivencia, y que se vea así desde las gradas. Y si puede ser, seguir ganando partidos.