Personas refugiadas
Entre dos mundos: voces afganas en Barcelona

Tres años después del retorno de los talibanes al poder, tres personas afganas refugiadas en Barcelona comparten el relato de cómo consiguieron salir del país, y cómo viven en la distancia el callejón histórico en el que parece inmerso Afganistán, después de 20 años de ocupación.
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La refugiada afgana Massouda Kohistani en su casa en Viladecans. Helena Sala Gallardo
15 ago 2024 06:00

Afganistán, junto con Ucrania, es el segundo país del mundo con mayor número de refugiados. Alrededor de 5,7 millones de sus habitantes se encuentran desplazados a otros países y 3,2 millones se han movilizado dentro del propio país, según datos de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Por otro lado, más de 29 millones de afganos requieren de asistencia humanitaria y 15,8 millones sufren inseguridad alimentaria, siguiendo un informe de la USAID.

En Barcelona, al igual que en otras ciudades europeas, ha habido un incremento en el número de personas refugiadas afganas tras el regreso de los talibanes al poder. En 2021 había 273 personas afganas en Barcelona. En 2023. el Instituto de Estadística de Cataluña registraba 793 personas de ese origen residiendo en la ciudad.

Bashir Eskandari, Massouda Kohistani y Bahoden Salangi son tres refugiados afganos que huyeron de su país por motivos distintos. Los tres residen en la provincia de Barcelona y sus historias representan casos de lucha, disciplina y persistencia. En primera persona, evocan el día a día en Afganistán y relatan su recorrido.

De viajar en los bajos de un camión a abrir un restaurante

“Me llamo Bahoden Salangi y tengo 35 años. Me fui de Afganistán a los 13 con mis dos primos. Llegué a España con 16. Navegué en una patera donde murió mi primo ahogado y viajé escondido en un camión. He cruzado montañas nevadas a pie y dormí varias veces en la calle siendo menor de edad. Hoy en día tengo mi propio restaurante afgano en Barcelona, el Luna de Kabul”.

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Fachada del restaurante Luna de Kabul en el barrio del Raval, Barcelona Helena Sala Gallardo

En la calle Carretes número 18 del barrio del Raval de Barcelona, encontramos el Luna de Kabul, un pequeño restaurante afgano con mucho encanto y una comida exquisita. Sentada sobre una alfombra típica afgana, Bahoden me sirve una taza de té de azafrán junto con deliciosos platos tradicionales afganos y procede a relatarme sus vivencias. Y me doy cuenta de que lo más sorprendente del restaurante no es la comida, sino la historia de su propietario.

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Plato de ashak, brochetas de cordero y pan de pita con salsa verda afgana y salsa de yogur del restaurante Luna de Kabul. Helena Sala Gallardo

Para poder llegar a Barcelona, Salangi y sus primos viajaron en condiciones infrahumanas a través de los servicios de traficantes de personas. Cruzaron a pie desde Afganistán hasta Grecia, pasando por Irán y Turquía. Al llegar a Grecia, los deportaron otra vez a Turquía. Lo volvieron a intentar por mar, subiéndose a una patera abarrotada: Iban 15 personas en una embarcación con capacidad para cinco. “Cuando vimos la situación, quisimos echarnos atrás, pero los traficantes amenazaron con matarnos si renunciábamos. No teníamos otra opción”. A pocos kilómetros de la isla griega de Quíos, la patera se hundió y murieron cuatro personas ahogadas, entre ellas uno de los primos de Bahoden. “Continuar el viaje sin él fue realmente duro. Él, junto a mi otro primo, fue mi gran apoyo desde que salimos de Afganistán”, señala el propietario del Luna de Kabul.

“Cuando te encuentras al límite por sobrevivir, no sientes miedo por navegar en una patera, viajar en los bajos de un camión o cruzar montañas nevadas a pie”

Bahoden y su otro primo se quedaron dos meses en Grecia, donde trabajaron recogiendo hortalizas en un campo, entre 12 y 13 horas diarias y cobrando unos 20 euros al día, explica. Su siguiente parada fue Milán. Para llegar hasta allí, se escondieron debajo de un camión, donde viajaron durante 36 horas. Al percatarse de que se estaba quemando la espalda con el calor del camión, Salangi saltó del vehículo. “Cuando te encuentras al límite por sobrevivir, no sientes miedo por navegar en una patera, viajar en los bajos de un camión o cruzar montañas nevadas a pie”, explica Bahoden mientras me sirve otra taza de té.

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Bahoden Salangi sirviendo una taza de té de azafrán. Helena Sala Gallardo

En Milán, Salangi cogió un tren hacia París, donde durmió en un parque, solo y con 16 años. Más tarde se trasladó a España, donde logró sobrevivir gracias a trabajos con condiciones precarias, vendiendo souvenirs y preparando kebabs. En 2020, casi veinte años tras su llegada, Bahoden abrió el Luna de Kabul, el primer y único restaurante afgano en toda la ciudad.

Además, este año, Bahoden ha logrado traer a su mujer —a la que conoció y con quien contrajo matrimonio durante sus viajes a Pakistán en los últimos años—  y a sus hijas, de 5 y 3 años, a España. El proceso no fue fácil, ya que, cuando logró tramitar los pasaportes en 2021, los talibanes tomaron el poder y salir del país fue imposible. “Empecé a pensar que mi vida no tenía ningún sentido aquí en España sin ellas”. Finalmente, en febrero de este año lograron llegar a España. “Todo lo que he vivido y trabajado ha sido para asegurar un futuro mejor para mis hijas y mi familia”.

“Mi familia sigue en Afganistán, están inseguros y no consigo traerlos a España. Han recibido amenazas por mí. A veces me pregunto si realmente merece la pena estar aquí sin ellos”

Una lucha incansable por los derechos de las mujeres en Afganistán

“Hola. Mi nombre es Massouda Kohistani, tengo 41 años y soy activista por los derechos humanos en Afganistán, especialmente los de las mujeres. Fui evacuada de Afganistán tras la toma de poder de los talibanes por mi situación de riesgo como activista política. Vivo en un piso compartido en Viladecans desde hace dos años. Aquí estoy becada y estudio un máster en Políticas de Seguridad Global y Prevención del terrorismo Yihadista, pero mi familia sigue en Afganistán, están inseguros y no consigo traerlos a España. Han recibido amenazas por mí. A veces me pregunto si realmente merece la pena estar aquí sin ellos”.

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Massouda Kohistani en su habitación del piso de Viladecans. Helena Sala Gallardo

Cuando entro a su piso, Massouda Kohistani me ofrece una taza de té y unos khajoors que ha cocinado, un dulce muy típico de Afganistán hecho con harina, levadura, azúcar y aceite. En la habitación de Massouda, encontramos algunas páginas de periódicos con entrevistas que le han hecho y algunas tarjetas de asistencia a conferencias o eventos. No hay ninguna fotografía de su familia ni objetos muy personales, ya que, cuando se marchó, no tuvo tiempo para pensar en qué llevarse.

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Tarjeta de asistencia al VII Congreso Catalán Internacional de Sociología y recorte en papel de una entrevista que le hicieron a Massouda meses después de su llegada a España. Helena Sala Gallardo

Massouda nació en Kabul y, desde temprana edad, ella y su familia vivieron con falta de oportunidades económicas y educativas. Pese a ello, pudo estudiar inglés e ir a la universidad en Pakistán. Colaboró en la televisión y la radio nacionales afganas, en un programa que reflexionaba sobre la sociedad afgana y planteaba cambios en esta. También trabajó en distintos organismos nacionales e internacionales desarrollando diferentes proyectos enfocados en la participación de las mujeres en la política, la sociedad y la economía.

Kohistani también formó parte de la Red de Mujeres Afganas, involucrándose en la organización de protestas después de la toma de poder de los talibanes en 2021, arriesgando su vida. “Nosotras sabíamos perfectamente cómo eran los talibanes con las mujeres. Por lo tanto, preferimos correr el riesgo de morir antes que vivir sin ningún tipo de libertad”. Aunque no pudo asistir a las protestas por su evacuación a España, al llegar al país organizó una protesta en Salamanca con otras mujeres activistas.

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Massouda Kohistani junto a otras mujeres activistas protestando en Salamanca por el derecho a la educación de las mujeres en Afganistán en septiembre de 2021. Foto cedida por Massouda Kohistani

Las medidas más impactantes que ha tomado el gobierno talibán contra las mujeres y las niñas de Afganistán, según Amnistía internacional, han sido; el veto al acceso a la educación para niñas mayores de 12 años, la prohibición del empleo fuera del hogar, no salir de sus hogares a menos que estén acompañadas por un hombre o la prohibición de practicar deporte. Además, las mujeres ya no pueden escoger con quién se casan ni cuántos hijos tener. Esta situación ha llevado a un empobrecimiento generalizado de las familias, obligando a muchas niñas a contraer matrimonio prematuramente.

“Un día, mientras hablaba con mi madre por videollamada, los talibanes entraron a mi casa preguntando por mí y la empezaron a pegar mientras yo estaba al otro lado del teléfono”

Afganistán es el país donde las mujeres tienen menos derechos y están más inseguras, así lo indica el informe elaborado por el Instituto de Georgetown para las Mujeres, Paz y Seguridad de 2023. De hecho, la situación de las mujeres en Afganistán puede calificarse de apartheid de género, según un informe de la ONU.

Kohistani está muy agradecida de estar en España y de poder estudiar, pero se siente vacía sin su familia. Sabe que ellos no están seguros en su país, y sufre mucho por ello. “Un día, mientras hablaba con mi madre por videollamada, los talibanes entraron a mi casa preguntando por mí y la empezaron a pegar mientras yo estaba al otro lado del teléfono. Es muy duro saber que tus seres queridos están en esta situación mientras tú estás en otro país. A veces me pregunto, ¿qué narices estoy haciendo aquí?”, explica con los ojos vidriosos.

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De viajar en patera a ser activista y estudiante

“Soy Bashir Eskandari, tengo 41 años y soy poeta, escritor, informático, comentarista político y activista por los derechos civiles de los refugiados e inmigrantes. Nací en Ghazni. Llegué a Barcelona en 2010. He sido víctima del tráfico de personas viajando en patera y recorriendo senderos peligrosos. Soy hazara, una minoría étnica de Afganistán que sufre un genocidio desde hace más de un siglo. En 2021 me reencontré con mi padre, que llevaba 16 años secuestrado por los talibanes. A causa de un ataque talibán, sufro una discapacidad del 49% en las piernas y en la vista. A día de hoy, estudio Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Barcelona y presido la Asociación Cultural de Afganos y Catalanes”.

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Bashir Eskandari en la plaza Federico García Lorca del barrio Pubilla Cases de l'Hospitalet de Llobregat, sujeta un poema propio sobre sobre el sinsentido de la exclusión de las mujeres afganas. Helena Sala Gallardo

Bashir Eskandari reside en un piso en el barrio de Pubilla Cases de l’Hospitalet de Llobregat, junto a su mujer y sus dos hijos, Elena, de 3 años, y Daniel, de 4 meses. Los viajes para ir de un país a otro tampoco fueron fáciles para él. Cuando los talibanes tomaron el poder por primera vez en 1996, Eskandari y su familia se marcharon a Irán a través de mafias traficantes de personas. Allí estuvieron hasta 2005, cuando decidieron regresar a Ghazni, su tierra. Aun así, no tardaron en volver a marcharse a causa del secuestro de su padre por parte de los talibanes. Lo tenían amenazado por su etnia e ideología. Estuvieron 16 años sin saber nada de él, hasta que en 2021 logró escaparse.

Cuando Bashir y su familia huyeron de Ghazni de nuevo en 2005, los talibanes lanzaron misiles contra la gente de la ciudad. Bashir se rompió la tibia y se le clavaron trozos de metralla en los ojos. Actualmente, tiene una discapacidad del 49% a causa de las secuelas que le han quedado.

“Los hazara estamos sufriendo un genocidio desde hace más de un siglo y la comunidad internacional no toma medidas al respecto”

Este es uno de los muchos casos de acoso y persecución que recibe la población hazara en Afganistán desde hace más de un siglo, debido a su etnia y creencias religiosas, al identificarse como musulmanes chiítas. Antes del siglo XIX, constituían el grupo étnico más numeroso de Afganistán, representando aproximadamente el 67% de la población total del país, según datos de la BBC. Sin embargo, en 1893, más de la mitad fueron masacrados y, hoy en día, representan únicamente alrededor del 10% de la población, siendo el tercer grupo étnico más grande del país, después de los pastunes y los tayikos.

Desde 2021, 589 personas de etnia hazara han sido asesinadas por el ISIS o por los talibanes, según Hazara Genocide Archive. “Los hazara estamos sufriendo un genocidio desde hace más de un siglo y la comunidad internacional no toma medidas al respecto”, expresa Eskandari. El activista ha organizado diferentes manifestaciones en las ciudades de Barcelona, Madrid, Gijón y Bilbao, en contra del genocidio contra su pueblo.

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Manifestación en contra del genocidio a la etnia hazara organizada por Bashir Eskandari. Les Rambles, Barcelona, 21 de enero de 2024. Foto cedida por Bashir Eskandari.

Volviendo al periplo de Bashir, el activista cruzó a pie la frontera de Irán a Turquía, atravesando montañas nevadas a pie, lo que supuso un gran esfuerzo para su pierna discapacitada. En Turquía, subió a un barco  que tenía capacidad para 30, viajaban 71. “El barco se quedó sin gasolina cuando estábamos a dos kilómetros de la costa de la isla de Lesbos, así que tuvimos que remar a mano y llegamos a la orilla con mucha dificultad. Entraba mucha agua y estuvimos a punto de ahogarnos”, relata Bashir. Añade que “Al llegar a la orilla, rompimos el barco para que no nos mandasen de vuelta a Turquía”.

Años más tarde, ya asentado en España, en 2017 Bashir viajó hasta la isla griega de Lesbos junto a otros activistas para protestar contra el Acuerdo UE-Turquía sobre los refugiados, en el cual la UE brindaba concesiones y fondos a Turquía para acoger a los refugiados que eran devueltos de Grecia a Turquía.

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Bashir Eskandari en Lesbos, Grecia, simulando el papel de refugiado como protesta contra el Acuerdo UE-Turquía sobre los refugiados en 2016. Foto cedida por Bashir Eskandari.


Llegado a España en 2010,  Eskandari estuvo casi un año viviendo a partir de ayudas de la Cruz Roja. Más tarde, trabajó en una tienda de electrodomésticos y en varios restaurantes indios y turcos, en condiciones precarias. Actualmente, estudia Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Barcelona. Eskandari ha podido estudiar gratuitamente a causa de su discapacidad, pero me explica que hay muchos refugiados que no pueden estudiar por problemas económicos. Este año, consiguió que ocho personas refugiadas pudieran estudiar gratuitamente en la UAB negociando con la Fundació Autònoma Solidària.

En 2011, Bashir empezó a presidir la Asociación Cultural de Afganos y Catalanes. Antes tenían una oficina, pero la tuvieron que cerrar por los altos precios del alquiler. La finalidad de la asociación es facilitar la integración de personas afganas en la sociedad española, pero “sin apoyo gubernamental y sin recursos financieros es realmente complicado avanzar en el proyecto”, añade Eskandari.

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La responsabilidad de occidente en la situación en Afganistán

Estados Unidos y la OTAN retiraron todas sus tropas de Afganistán en 2021 después de 20 años de ocupación, dejando así un vacío de poder que facilitó el retorno de los talibanes. Según Agus Morales, periodista, escritor, director de la revista 5W y reportero en Afganistán, “los países occidentales no están asumiendo la responsabilidad moral e histórica que tienen con Afganistán. No existe ningún mecanismo estable, eficaz y formal para acoger a refugiados afganos. Mucha gente confió en las tropas ocupantes para crear instituciones democráticas. Sin embargo, con la vuelta de los talibanes al poder, la situación del país vuelve a ser la misma que con el primer gobierno talibán”, opina el periodista.

Mònica Bernabé, única corresponsal española en Afganistán desde 2006 hasta 2014, opina que sería realmente complicado que la situación actual de Afganistán mejorase a corto plazo, teniendo en cuenta el gran poder de los talibanes, el bloqueo financiero actual, los niveles de pobreza y el gran número de personas analfabetas en el país.

La periodista piensa que, para mejorar la situación en Afganistán, no hay otra salida que intentar negociar con los talibanes, al menos para acabar con el bloqueo financiero. “Quizás, negociando con “el diablo” se podría llegar a establecer unas condiciones más dignas que las actuales para la población afgana”, apunta. “Con otros países que también vulneran derechos humanos, como Arabia Saudita o Qatar, en cambio, sí que se mantienen relaciones”, añade.

La historia de Afganistán es una muestra de las promesas incumplidas y las consecuencias de la intervención extranjera. Es momento de que los países occidentales reconozcan su responsabilidad en la situación de caos social que sufren países como Afganistán y tomen medidas al respecto.

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Hodei Alcantara
Hodei Alcantara
16/8/2024 0:23

Tristes historias reales, que envidencian las políticas racistas que implementa la UE para con los refugiados, tratándolos como mercancía y números a los que expulsar o explorar, dependiendo el caso.
Por otro lado, la responsabilidad del Occidente capitalista (sobretodo EE.UU) es brutal, no solo desde la ocupación militar y la falta de creación de un poder realmente democrático, sino desde finales de los 70, cuando comenzaron a entrenar, armar y adiestrar a esas bandas islamistas de las que seguirían los talibanes. Ellos son los culpables del subdesarrollo y conservadurismo en el país.

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