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Pueblos originarios
Justino Piaguage: “Chevron cambió nuestra manera de vivir”
Hasta los ocho años, Justino Piaguage solía cruzar cada día el río Wa’iya cerca de su casa en San Pablo de Katëtsiaya en una pequeña embarcación a remo. Cruzaba el río con sus amigos para ir a buscar agua y aprovechaban para jugar y bañarse. Un día se dieron cuenta de que algo había cambiado: “Vimos toda una franja así de tintura negra —dice separando las manos a una distancia de unos 50 centímetros—. Al principio no sabíamos qué era, pensábamos que eran aguas negras [aguas contaminadas], pero nunca lo habíamos visto así. El río se había manchado de petróleo. A partir de aquel momento, observar el crudo se volvió una costumbre”.
Las manchas de petróleo en el río eran consecuencia de la actividad de Chevron-Texaco, la petrolera estadounidense que en ese momento ya llevaba 20 años explotando la Amazonía ecuatoriana e invadiendo el territorio de algunas comunidades indígenas como los siekopai, los kofán y los siona.
Esta lucha no es mía, no fue de mi abuelo, ni será de mis hijos ni de mis nietos. Será por la vida de los siekopai, por la Amazonía. Es una lucha intergeneracional que trascenderá”
La que ha batallado durante 30 años contra Chevron es una de las grandes luchas que han marcado la vida de Justino Piaguage, pero no la única ni la más importante. Presidente de la Nacionalidad Originaria Siekopai, Piaguage lleva décadas tratando de lograr que los siekopai recuperen su territorio ancestral, Pë’këya, del que fueron desplazados durante el conflicto entre Ecuador y Perú, en 1941. El líder indígena, que ha visto desde niño cómo su comunidad era menospreciada y despojada, ha dedicado su vida a preservar la cultura y cosmovisión de sus antepasados siekopai y a denunciar el expolio y el ecocidio provocados no solo por Chevron, sino también por otras transnacionales petroleras y de monocultivo de palma.
El caso Chevron-Texaco
Chevron comenzó a explotar la Amazonía ecuatoriana en 1964, sirviendo de precedente a otras petroleras para explotar la zona y despojar a las comunidades indígenas de sus tierras. La empresa operó hasta 1990 y provocó uno de los crímenes ambientales más graves de la historia: volcaron miles de millones de litros de residuos de petróleo y millones de litros de petróleo bruto en la Amazonía. Según un informe del Ministerio de Relaciones y Movilidad Humana de Ecuador, durante los casi 30 años que operaron en la región, más de dos millones de hectáreas de la Amazonía ecuatoriana fueron afectadas. La petrolera no utilizó los métodos de explotación que se habían acordado en el contrato con el Estado de Ecuador, a pesar de que sí los empleaba en Estados Unidos. La empresa contaba con una tecnología que reducía el impacto medioambiental y que tenía costes más elevados, pero “decidió deliberadamente aplicar técnicas obsoletas, lo que le reportó mayores beneficios económicos”, detalla el informe.
Durante esos años, Chevron explotó 356 pozos y creó más de 1.000 piscinas sin protección, cuya función era la de contener desechos. La falta de aislante de las piscinas permitió que los residuos se filtraran, provocando enfermedades y la muerte de más de dos mil animales.
“Wa’iya significa ‘río de abundantes peces’, pero unos años más tarde ya casi no quedaban peces. La petrolera cambió nuestra manera de vivir”
“Wa’iya significa ‘río de abundantes peces’ —explica Justino Piaguage desde Barcelona, donde ha estado recientemente en el marco del proyecto Ciutats Defensores dels Drets Humans—; pero unos años más tarde [del incidente del río] ya casi no quedaban peces. La petrolera cambió nuestra manera de vivir”. Ante esta situación, en 1993 las comunidades afectadas se organizaron para demandar a Chevron ante los Estados Unidos por los daños ocasionados. Piaguage fue una de las primeras personas en firmar la denuncia conjunta. En 2002, el caso pasó a los tribunales ecuatorianos que, en 2011, sentenciaron que la transnacional debía pagar una indemnización de 9.500 millones de dólares a las comunidades afectadas. Tras la sentencia, Chevron comenzó una campaña de desprestigio contra los tribunales ecuatorianos, recurrió ante la Corte Constitucional en 2013 y llevó el caso a los Tribunales de la Haya.
“Fui la persona más joven en firmar. Lo hice porque veía el sufrimiento de mi madre y por toda la injusticia que había visto. La intención era que la Amazonía fuera restaurada, que las culturas de los pueblos indígenas fueran restablecidas y que la salud de los pueblos que están más cerca de los pozos fuera atendida, por lo menos”. A día de hoy, la transnacional no ha pagado ni un dólar de indemnización y sigue sin haber reparado los daños ocasionados a las comunidades. El ecocidio provocado por Chevron destruyó la biodiversidad de la región y provocó además la destrucción de la cosmovisión siekopai, el desplazamiento de las comunidades y un aumento de los casos de cáncer en la zona —especialmente entre las mujeres, quienes según Piaguage son las que pasan más tiempo en contacto con el agua y las que se quedan en la zona mientras sus maridos salen a las ciudades en busca de trabajo—, así como otras enfermedades relacionadas con la contaminación.
“Luchando con sangre e incluso con nuestra muerte logramos bajar los decretos de ampliación de la actividad petrolera”
El caso Chevron-Texaco no es el único contra el que las comunidades indígenas han luchado en Ecuador: Piaguage explica que hace unos años el Gobierno ecuatoriano prometió duplicar la explotación petrolera, a pesar de que los únicos territorios en los que queda petróleo son aquellos donde viven las comunidades indígenas. “Luchando con sangre e incluso con nuestra muerte logramos bajar los decretos de ampliación de la actividad petrolera. Hoy hay cierta calma, pero hace muy poco un hermano indígena fue asesinado por defender su territorio”, dice Piaguage en referencia a Eduardo Mendúa, líder indígena kofán asesinado a finales de febrero tras meses de resistencia en contra de un proyecto extractivo de la petrolera estatal Petroecuador EP. “Los defensores de la naturaleza y de la vida seguimos siendo atacados por medio de procedimientos jurídicos, de amenazas e incluso la muerte”, asegura. “Mientras tanto, la Amazonía sigue sangrando, se sigue derramando el petróleo y nuestra gente sigue muriendo de enfermedades. Queremos que las empresas se responsabilicen”.
Pë’këya: la lucha por volver al territorio ancestral
De su infancia, Justino Piaguage recuerda también a sus abuelos explicando historias sobre Pë’këya, la tierra ancestral donde los siekopai vivieron hasta los primeros años del siglo XX y de la cual fueron expulsados. Pë’këya se encuentra actualmente en una región entre Ecuador y Perú. “En los años 40 estalla la guerra entre ambos estados y, cuando ocurre, los siekopai ya no pueden regresar a su tierra ancestral. Unos se desplazaron hacia arriba y otros hacia abajo”, explica. Con el conflicto los ríos y las fronteras se militarizaron, ya que el territorio era de interés para ambos países, por lo que para los siekopai, que se dividieron entre Perú y Ecuador, era imposible volver a reunirse. Tras la firma de los acuerdos de paz, en 1998, las familias se reencontraron. Muchas no se habían visto en 50 años: “Mi abuela lloraba de alegría. Por primera vez tíos, primos, sobrinos, se volvieron a ver”, recuerda Piaguage, quien en ese momento conoció a una parte de su familia. “En ese momento me di cuenta de que los jóvenes lo sabíamos todo sobre Pë’këya, pero nunca habíamos pisado esa tierra. Entonces comenzó una nueva etapa de lucha para reconstruir culturalmente la nación”, relata. Crearon así la Organización Indígena Secoya del Ecuador y la Organización Indígena Secoya de Perú y comenzaron a luchar para que el Estado reconociera su título de propiedad sobre Pë’këya.
“En ese momento me di cuenta de que los jóvenes lo sabíamos todo sobre Pë’këya, pero nunca habíamos pisado esa tierra. Entonces comenzó una nueva etapa de lucha para reconstruir culturalmente la nación”
Pë’këya —también conocida como Lagartococha por la gran cantidad de lagartos que hay en la zona— se encuentra entre los ríos Aguarico, Putumayo y Napo. La región está dentro de la que actualmente es la Reserva de Producción de Fauna Cuyabeno —creada en 1978—, que ocupa una extensión de 700.000 hectáreas y está catalogada como humedal de importancia internacional. Cuando se hizo el reparto de tierras de la Reserva, el Estado de Ecuador solo otorgó unas 5.000 hectáreas a los siekopai, quienes en 2017 decidieron reclamar formalmente una extensión de 42.360 hectáreas al Ministerio de Ambiente. “Estábamos amparados en la figura jurídica de la Ley de Tierras Rurales y Territorios Ancestrales”, asegura Piaguage. Tras excusas y demoras por parte del Ministerio, la comunidad llevó el caso a la Defensoría del Pueblo, que emitió un fallo a favor de los siekopai: el Ministerio de Ambiente debía reconocer a la nación siekopai como propietaria ancestral de Pë’këya y entregarles el título de propiedad del territorio reclamado. Por otro lado, el Ministerio de Defensa debía tomar medidas urgentes de reparación.
Tras meses de espera, y viendo que la resolución de 2021 no tuvo efecto, en septiembre de 2022 los siekopai denunciaron al Gobierno ecuatoriano por no reconocerlos como administradores ancestrales de Pë’këya. “Nos hemos dado cuenta de que en Ecuador se sigue pensando que hay una sola justicia. Tienen que entender que el sistema ordinario no es el único que vale. Las instituciones no han cambiado su forma de proceder”.
Actualmente se está llevando a cabo el proceso para demostrar que los siekopai son la nación originaria de ese territorio. Uno de sus alegatos para conseguir el título de propiedad es que sin su territorio ancestral su supervivencia como nacionalidad está en peligro. Según los historiadores llegó a haber entre 20.000 y 40.000 personas siekopai, pero la llegada de los colonos, la guerra entre Ecuador y Perú y la explotación de las petroleras y las empresas de caucho y monocultivo de palma africana provocaron la disminución progresiva de esta población hasta las 2.000 personas siekopai que se calcula que hay hoy en día, 800 en Ecuador y 1.200 en Perú. “Para nosotros es imprescindible recuperar Pë’këya, porque en el territorio actual estamos rodeados de la actividad petrolera, del monocultivo de palma, de la colonización”, relata el líder indígena.
Según los historiadores llegó a haber entre 20.000 y 40.000 personas siekopai, pero se ha producido una disminución progresiva de esta población hasta las 2.000: 800 en Ecuador y 1.200 en Perú
La suma de estos factores ha llevado a la comunidad a buscar formas de vida alternativas: ante la imposibilidad de vivir de la pesca y la caza algunas familias siekopai están emigrando a las ciudades en busca de sustento económico. Cuando van a la ciudad y encuentran trabajo remunerado se establecen allí. “Muchas veces sus hijos ya no hablan el idioma, ya no se sienten siekopai, incluso niegan su propia identidad. Es un problema porque estamos viendo cómo se está perdiendo la cultura y eso supone una amenaza para la nacionalidad siekopai”. Ante esta problemática, Piaguage fomentó un nuevo sistema educativo complementario a la escuela basado en el intercambio entre mayores y jóvenes. “Queremos seguir teniendo la cosmovisión de nuestros abuelos. Queremos que los jóvenes se sientan orgullosos de su identidad indígena. Por eso, cada día jóvenes y mayores conversan durante horas para que los jóvenes aprendan los saberes ancestrales. Algunos profesores temen que aprender sin usar la tecnología nos deje atrás, pero yo les digo que esto no nos va a hacer más ignorantes, sino más sabios”.
Piaguage sonríe, achica los ojos y asiente con la cabeza tratando de responder si tiene esperanza en el futuro. Tras décadas de lucha comunitaria, los siekopai han soportado muchas derrotas, aunque su perseverancia también les ha llevado a algunas victorias. Asegura que el camino será largo, pero no duda que los siekopai tienen la fuerza suficiente para seguir luchando. “Hace más de 80 años que estamos peleando. Esta lucha no es mía, no fue de mi abuelo, ni será de mis hijos ni de mis nietos. Será por la vida de los siekopai, por la Amazonía. Es una lucha intergeneracional que trascenderá”.