Psiquiatría
Leopoldo María Panero: “Escribir aquí dentro es la única esperanza”

Leopoldo María Panero recorrerá los manicomios durante toda su vida y será en ellos donde se abran heridas imborrables que le acompañarán toda su vida y producción literaria, creando así una visión de los psiquiátricos de fulminante actualidad.
Leopoldo María Panero foto
Leopoldo María Panero, 1948-2014.

Estudiante de filosofía y militante LGTBI.


@AlbertoCMart
3 sep 2021 09:15

Leopoldo María Panero, el poeta maldito —aunque a él no le gustara, al final de su vida, esta concepción de su trayectoria— nace de la pérdida. Tres años antes de su nacimiento, sus padres padecieron la muerte de Leopoldo Quirino, que no llegó a vivir más de dieciocho horas de vida. Leopoldo María Panero heredará su nombre, nacerá en un espacio cedido, no tiene, pues, su espacio propio, se sitúa en la virtualidad de un espacio que ya alberga un cadáver y que, en poco tiempo, con su primer ingreso, lo ocuparán dos. No es de extrañar después de saber las palabras con las que define a su madre: “Y que sobre su tumba —que no existe, pues quiso que la incineraran— si existiera pongan: ‘Aquí yace la asesina de su hijo’’’.

La madre, Felicidad Blanc, encerró a su hijo por primera vez en un psiquiátrico debido a un intento de suicidio que según asegura el mismo poeta, “en realidad lo hice para llamar la atención y para que me atendiera mi madre, que no hablaba jamás conmigo y de repente me encuentro en un manicomio con un psiquiatra en lugar de con mi madre, que es con quién quería estar.” Felicidad Blanc incluso llegó a violar la voluntad de su hijo confabulándose con el Dr. Castilla del Pino para meterle haloperidol en las comidas. Y no es de extrañar que para Leopoldo su madre sea aquella asesina. El mismo define las instituciones psiquiátricas, en las que fue encerrado varias veces desde entonces, como un lugar de “privación de la vida”.

Panero y el “Estado del no-derecho”

La cita que encabeza este artículo pertenece a una respuesta que brinda a un entrevistador de El País, interrogado sobre si “la poesía es la salvación o es la condena”, que reza así: “Aquí dentro es la única esperanza. Escribir es todo lo que se puede hacer en un manicomio. Aquí te das cuenta de que Kafka es un escritor realista”. Parece ser que, en ocasiones, para él solo era una forma de habitar un lugar. Una manera más de cabalgar la supervivencia que exigía el manicomio.

Aquí dentro es la única esperanza. Escribir es todo lo que se puede hacer en un manicomio. Aquí te das cuenta de que Kafka es un escritor realista

La visión que el poeta plasma en sus escritos del manicomio —de diversos tipos, pues el manicomio es una constante en artículos, ensayos, entrevistas y, por supuesto, poemas— mantienen una actualidad apabullante. Y parece importante destacar esto último porque revela la realidad de la impotencia que se puede palpar entre lo que podríamos definir como activismo loco, como a Panero le hubiera gustado. Esto es, que nada cambia.

Llega a mencionar los manicomios como un “Estado del No-Derecho”. Panero no es ajeno a las posiciones de Foucault o la antipsiquiatría, y escribe en el ABC sobre ello, apareciendo repetidamente en el imaginario de sus artículos el manicomio, un no-lugar donde habita constantemente una negación de la vida que se puede ver plasmada en los poemas El que no ve “Somos los muertos como enfermos / y el cementerio el hospital / para jugar aquí a los médicos / sábana blanca y bisturí / y tantas tumbas como lechos / para soñar: y son tan blancos esos huesos / padre tan blancos: como soñar…” y en Esplendor del cristal: “…el sepulcro de sitting bull / Los pájaros que no existen / El manicomio lleno de muertos vivos / El manicomio lleno de muertos vivos / El manicomio lleno de muertos vivos…”.

La locura, una construcción histórico-política

Hace falta descubrir qué subyace a estos versos para entenderlos y situarlos en una coherente cosmovisión sobre los sanatorios. En Panero se dejan ver las huellas del cruel psiquiátrico, las cicatrices que se convierten en las palabras de un humano sometido al dolor de los asépticos muros y pasillos del hospital. Ha dado en definir al proceso de diagnóstico y encierro como un proceso penitenciario en el que, a través de una reificación (objetivación) de la persona, se la somete a un interrogatorio que lo desmenuza sin piedad.

El paciente se convierte, entonces, en objeto; es apresado por completo en la diferencia y viola su imaginario. La enfermedad mental se provoca en el momento justo en que el sujeto es absolutamente aniquilado. Cabe decir ante esto que Panero se vale de decir que la locura no es una construcción. Para él, la construcción es la propia normalidad psíquica, lo que convierte a la dualidad entre la locura y normalidad (o lo que se nos presenta como una amalgama bajo el nombre de normalidad) es lo que queda expuesto como una construcción, puramente sociohistórica o, mejor dicho, histórico-política.

El paciente se convierte, entonces, en objeto; es apresado por completo en la diferencia y viola su imaginario

Panero supone que la locura es una construcción social como mero hecho colateral. Considera la estructura del conocimiento psiquiátrico por entero como una confabulación política. Esto es importante en su cosmovisión sobre el manicomio. Llega a asegurar que si agregaras el agua helada con el que se moralizaba los humores mórbidos de los locos tratados hace un par de siglos por Pinel, lo actual no se llegaría a diferenciar en nada de aquello, espetando así en El último manicomio que sólo faltaban las duchas de agua fría para volver, felizmente, a Pinel: “Pinel significa este sujeto está ‘enfermo’ por dos razones: la primera porque no lo comprendo, la segunda porque no me interesa comprenderle”. E incluso añade: “Lo que el psiquiatra reprime, o se oculta, de sí mismo, lo que de sí mismo teme percibir, lo persigue en mí’’.

Considera la estructura del saber psiquiátrico por entero como una confabulación política. Esto es importante en su cosmovisión sobre el manicomio

Es de suponer porqué Leopoldo dio aquella tan acertada respuesta “el loco yerra, pero no miente, pues tiene la manía de decir siempre la verdad”. El loco no yerra, no miente, porque ha perdido lo último que le puede ser arrebatado a la persona hasta que deja de ser, si se me permite la redundancia, persona. Le han quitado la voluntad. Ante esto dice: “No tengo nada que temer de la verdad ni de los tribunales. Eso lo decía Marx y me lo aplico a mí mismo: Soy el proletariado que no tiene nada que perder más que sus cadenas y un mundo por ganar’’.

Cárceles y manicomios

Ante esto último es de obligación señalar la diferencia fundamental que observa en su paso por la cárcel y el manicomio. En la cárcel, el preso es tratado como un adulto, es responsable de los actos que comete y bajo la premisa de proteger a los demás de él, se le encierra. Sin embargo, en el psiquiátrico el loco es infantilizado, desoído y deshumanizado al punto de sustraerle totalmente su capacidad de obrar. Es un pelele, un ser sin voluntad ni responsabilidad sobre él mismo. La identidad es reducida a cenizas. Es por esto que antes decíamos que al loco le han arrebatado todo lo que se le podía arrebatar para convertirlo, definitivamente, en un ente despojado de su humanidad. Si en la cárcel se aprendía a ser un delincuente, en el manicomio se aprende a ser un enfermo, a perder la razón.

En el psiquiátrico el loco es infantilizado, desoído y deshumanizado al punto de sustraerle totalmente su capacidad de obrar

De hecho, Leopoldo señala en una entrevista como añadido a la observación del entrevistador que “el manicomio es una cárcel infecta. La peor cárcel es un palacio, un hotel, comparado con el manicomio. Allí, por lo menos, no hay crímenes mentales. Si haces tal cosa te castigan y punto. Puedes apelar, pero aquí a quien vas a apelar’’. Para él, “la sola función de la psiquiatría será así la de dar a la víctima su estatuto, institucionalizando el sacrificio ritual’’, es decir, la función de la institución psiquiátrica es, fundamentalmente, la forclusión del loco, su expulsión y rechazo del espacio simbólico social. [La forclusión es el mecanismo que actuaría en la psicosis, asociado a la ruptura de lo simbólico, y se ubica en lo real. Además, la forclusión entra en acción tras agujerear el significante fundamental con el rechazo de la ley paterna]

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Cuando la locura toma la palabra
Durante años, al oír hablar sobre salud mental, se echaban en falta las voces de los verdaderos protagonistas: las personas diagnosticadas y psiquiatrizadas. Hoy, ellas toman la palabra.

Panero llega a ver la psiquiatría como una “herramienta de clase burguesa” que olvida que el dolor es la única fuente real de locura. Y no es por casualidad, Panero conocía bien la arbitrariedad de la psiquiatría, pues fue tratado con electroshocks. Internado por consumo de drogas, le entregaron varios diagnósticos diferentes, más de catorce a lo largo de su vida, e incluso, como señala un estudio de la Universidad Complutense de Madrid y su biografía, algunos intentaron “curarle” su homosexualidad.

Panero llega a ver la psiquiatría como una “herramienta de clase burguesa” que olvida que el dolor es la única fuente real de locura

Sufrió también las torturas psiquiátricas, resultando significativo para su posterior concepción del loco como “el Gran Otro” en un fragmento de El último manicomio, texto antes citado. Después de las acusaciones de la aplicación de electroshocks dice sobre las contenciones: “El desconocimiento de la realidad del ‘otro’ (del ‘enfermo’) va tan lejos que en lugar de apropiadamente tranquilizarlo (cosa que es siempre posible) el sujeto devenido o puro objeto, pura cosa (‘bestia’) es amarrado temiendo una reacción imprevisible (no humana)”. Es una muestra más de ver, en su concepción del manicomio, cómo objetiva (cómo concibe como mero objeto) a quien entra en él.

“Delirar y soñar es una defensa”

En Panero se podían ver las marcas de esa objetivación que excluye al loco. Se pasó gran parte de su vida en una institución mental y no es extraño que esto terminase calando. Se le pregunta en una entrevista: “¿Por qué cita constantemente?”. A lo que él responde con mucho acierto, pero de forma desoladora: “Para ser escuchado y creído. Y no desoído sistemáticamente, como siempre’’. Son las palabras que surgen del dolor que sufre alguien encerrado en una institución que, como él se encarga de señalar en algunos artículos, se fundamenta sobre un vertiginoso poder en el que se presupone que el loco miente mientras el psiquiatra sitúa la verdad, paradigma de la pérdida de voluntad que antes mencionamos.

Es llamativo que le dijeran en una entrevista, en relación al psiquiátrico, que “podría marcharse si quisiera”. Un comentario que puede ser desacertado pero sintomático de esta situación, y a lo que él respondió con hartura: “He pedido el alta mil veces. Yo no quiero estar aquí. Nadie se ahorca con sombrero, como decía Gérard de Nerval. Aquí odian el pensamiento, como en toda España. Por eso delirar y soñar es una defensa. Y por eso para 'curarte' se empeñan en quitarte las fantasías”. Leopoldo se encargará de denunciar una y otra vez la situación de la locura llegando a contestar que “la historia de la locura es la historia de un puteo histórico’’. En ella también tienen gran peso las instituciones psiquiátricas que recorrerá a lo largo de su vida.

“Aquí odian el pensamiento, como en toda España. Por eso delirar y soñar es una defensa”

Recorriendo todo este pensamiento y mirando con perspectiva me llegué a encontrar una respuesta, sencilla pero significativa, con la que me gustaría cerrar este artículo. Preguntado sobre “¿cuál es la situación más jodida que puede vivir un hombre?’’. Panero responde: “El manicomio”.

[La editorial Irrecuperables, especializada en antipsiquiatría y psicología crítica, publica el próximo mes de octubre la antología La otra locura, que incluye un capítulo de Panero. Y póximamente el libro Aviso a los civilizados, que reune los textos sobre locura y psiquiatría de Panero]

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Gracias por recordar la lucidez de Panero.
La mayoría de la gente que se sienta ajena al sangrante problema de la psiquiatrización, podrá darse cuenta de que estar loco no destruye el raciocinio, sino que muy al contrario, establece un campo de crítica radical a este mundo cruel y absurdo donde a quien solicita atención y cariño, se le arroja a una escombrera.

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