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Vivimos tiempos de una polarización que tiene peor cara que la del virus que nos rodea. Una polarización que llegó antes del virus, pero que cuando el virus se vaya, y ojalá sea cuanto antes, esta no sólo no habrá disminuido, sino que se habrá acrecentado drásticamente. Lo vemos cada día que pasa. El Congreso es un ejemplo de ello, pero el problema es que las calles también. Llevamos días viendo cómo cada día salen cientos de personas adornadas con la bandera de España al grito de “libertad”, “fin de la dictadura”, “no queremos comunistas”, “gobierno asesino bolivariano”, “no queremos ser Venezuela” y tantas otras consignas similares que exigen el fin del estado de alarma tanto como el fin del gobierno. Y creo, que lejos de lo que se está haciendo, no se debería tratar de ridiculizarles.
Se cae en un error cada vez que se pretende ridiculizar y banalizar las tensiones sociales, quienes ahora vemos en las calles pueden pasar de decenas, a ser centenas y miles, mientras el resto se siguen riendo de ellos. La utilización de adjetivos que buscan caricaturizar las protestas, muchas veces, terminan reforzándolas. Al final, la estrategia es que se hable de ello.
La semana política
El miedo de los otros
La “revuelta de los pocholos” en el distrito de Salamanca, en Madrid, moviliza a familias con rentas medias de 60.000 euros anuales en un momento de conflicto entre los intereses de cada clase. La Guardia Civil advierte de posibles estallidos sociales. La batalla cultural, no obstante, tapa el debate sobre quién tiene que ganar y quién que perder en los próximos meses.
A la derecha, y sobre todo a la extrema derecha, siempre hay que tomarla en serio. Si no lo hacemos, es que no hemos aprendido nada. Resulta más interesante y oportuno tratar de analizar a qué responde el descontento, el qué o quienes lo alimentan, y qué capacidad de recorrido se le estima. Reducir las caceroladas a “cuatro niños pijos, fachas, cayetanos” y no sé qué tantos estereotipos desgastados más no hará que dejen de reproducirse.
Entonces, ¿a qué apelan estas personas? ¿Qué quieren? ¿Cuándo gritan libertad qué entienden por libertard y por qué aseguran no tenerla? ¿Cuáles son sus miedos, de donde surgen, y quienes los reproducen? Cuando el individualismo esencialista se estructura y se recrudece en las sociedades, al final, la apelación de libertades y derechos, estos se reducena los propios pasando por alto, y en ocasiones por encima, de los derechos del resto. Libertad para quitársela a otros bajo la lógica del derecho a quitar derechos. Su grito por la libertad de expresión se silencia cuando lo que se critica son sus símbolos, cuando se toca su bandera, su monarquía, los muertos de los que se apropian, su prácticas culturales y religiones.
¿A qué apelan estas personas? ¿Qué quieren? ¿Cuándo gritan libertad qué entienden por libertard y por qué aseguran no tenerla? ¿Cuáles son sus miedos, de donde surgen, y quienes los reproducen?
Una libertad que, por el estatus socioeconómico, blanquitud y heteronormatividad se les presume y que permita gritarle maricón de mierda a quien consideren, mandar a los negros a su país, escupir a las poblaciones gitanas, explotar a las señoras que cuidan nuestros hijos y abuelas, y en definitiva, maltratar física y simbólicamente aquello que desprecien. Porque sus libertades y derechos no pueden ser compartidos y los privilegios necesitan siempre cuerpos por debajo de ellos para sostenerse. Su libertad de aglomeración se traduce en una libertad para contagiar.
Pero ¿cómo se ha llegado a este punto? La pandemia y el contexto del Estado de Alarma y las restricciones que conllevan no han hecho más que acelerar y facilitar el marco discursivo desde el que pretenden establecer una realidad ficticia pero que terminan por traducir en real en sus cabezas. ¿Y cómo no iba a ser así? Las consignas de la calle se vienen escuchándose en el Congreso durante bastante tiempo.
El propio Gobierno, tras ser votado por el Parlamento, fue considerado ilegítimo por determinados partidos sin poder sustentar tal denuncia. Antes del virus ya era señalado como un Gobierno ilegal, golpista (hasta seis golpes de Estado se han atribuido a Sánchez desde que es presidente), separatista, dictatorial y peligroso para España. ¿Si todo eso se le decía antes desde las tribunas y los medios de comunicación cómo no se va a decir bajo un Estado de Alarma (aprobado por el parlamento y recogido en la Constitución)?
Todo esto se produce bajo un marco político que se define por la supuesta ilegalidad e ilegitimidad del gobierno para gobernar estableciendo, como señalaba Pablo Casado, “una dictadura constitucional” —tras tal acusación el PP se abstendría favoreciendo tal “dictadura” en el último Estado de Alarma. Lo que ha cambiado no ha sido el relato, sino que el cambio viene por la intensificación de la defensa de este relato, de forma más rotunda, desde los medios de comunicación sirviendo como altavoz vital a las consignas lanzadas desde el Congreso y determinados tertulianos de la farándula mediática española.
La estrategia no es complicada. Se basa en la repetición. Y como dice Chomsky “Si no paras de decir mentiras, el concepto de verdad simplemente desaparece”. Existe un ejercicio por crear, de la nada, a través de la especulación, medias verdades y mentiras completas, un tipo de “ilusión de consenso” que busca “una información noticiable” y se termina de vender como “un consenso masivo” a partir de determinadas plataformas políticas, económicas y comunicativas.
La imposición a través de la repetición absurda y vacía de mantras que terminan calando en la gente ha buscado hacer del comunismo el adjetivo de toda oración
Llevamos años y años vinculando un sector de la política española a gobiernos y modelos políticos de otros continentes de forma masiva, constante, desgastante. La imposición a través de la repetición absurda y vacía de mantras que terminan calando en la gente ha buscado hacer del comunismo el adjetivo de toda oración. Sin las llamadas “cloacas del estado” no estaríamos en este punto. La misma estrategia que se usó en los Estados Unidos desde los años veinte con Alexander Mitchell Palmer y el “Peligro Rojo” parece haber sobrevivido hasta nuestros días para demonizar, instrumentalizando la palabra comunismo, todo lo que supusiera una crítica al orden establecido. Por ello, defender en ese país la sanidad o la educación públicas, como ha conseguido poner sobre la mesa de debate Berni Sanders, implica ser catalogado de comunista y socialista, y como consecuencia, asesino.
No es arriesgado afirmar que, si en España hoy la sanidad fuera privada, cualquiera que defendiera un sistema público sanitario sería tachado de comunista y castrochavista por los mismos que se atragantan constantemente con esos términos. Pero lo cierto es que el castrochavismo no existe como ideología, cuando se apela a eso realmente no se está diciendo nada.
Desde la Ciencia Política —y fuera de ella— no es posible señalar Venezuela como un sistema comunista, para ello el estado debería controlar todos los medios de producción del país. En Venezuela prima la empresa privada, hay muchos más medios de comunicación privados que públicos, y como señala un querido amigo si Ferrari no abre una sede en Venezuela no es porque no pueda sino porque no le saldría rentable hacerlo. La desindustrialización y la economía rentista del petróleo asociado a un clientelismo extremo no define al Comunismo. La censura tampoco. Igual que no lo hace la corrupción. De eso en España sabemos un poco. Pero, aun así, como bajo una orden superior, se verbalizan constantemente palabras como comunismo, bolivariano, castrochavismo, bolcheviques, unas veces separadas y otras como si fuera un revuelto de huevos (caducados).
Si hay gente que piensa que la Tierra es plana cómo no va a ser posible hacer creer que España es una dictadura bolivariana, comunista, castrochavista, aun cuando, no sepamos qué es eso ni en qué se traduce
La asociación constante de estos países con el comunismo parte del desconocimiento absoluto en lo que atañe tanto a esos países como a las teorías comunistas y/o la instrumentalización de dicho desconocimiento. Unas personas lo harán por un motivo y otras por otro, pero los políticos que reproducen este discurso de forma irresponsable tienden a acercarse más a la hipótesis instrumentalista, así como los medios de comunicación.Al reproducir conscientemente este equívoco los medios hacen añicos el derecho de prensa y la libertad de expresión que les ampara pero que les obliga a informar y no a mentir y manipular. Si todos los días te dicen que quien gobierna es un dictador es difícil que mucha gente no acabe creyéndolo, porque a partir de ahí, no es complicado buscar la forma de generar sensación de miedo, y, sobre todo, de que nos están quitando algo que nos pertenece por derecho.
De la misma forma que se repite insistentemente que los inmigrantes son peligrosos, acaparan las ayudas sociales, son violadores y ponen en peligro la civilización europea, al final, aunque no sea cierto, habrá un porcentaje relevante que lo asuma como verdad. Todo ello facilitado porque somos una sociedad sociológica y estructuralmente racista y clasista, y, por lo tanto, propicia a asumir este tipo de tesis que nos sitúan en el plano de víctimas —personas blancas europeas víctimas de alguna suerte de racismo ficticio antiblanco en Europa. Con la posverdad y la tecnología actual, la manipulación se vuelve más fácil que nunca. Sobre todo, si tenemos en cuenta que las poblaciones jóvenes (en su mayoría) han sido educadas en unos modelos que han eliminado las capacidades críticas, que han menospreciado la filosofía y las ciencias sociales, y que terminan por centrarse en la rentabilidad y la formación de meros trabajadores.
La mercantilización de la educación busca meros técnicos que produzcan y no pregunten. En política, y en general en todos los ámbitos, la batalla trascendental suele ser la del relato, sobre todo en tiempos donde los hechos y los datos cada vez tienen menos validez. Realmente casi ninguna, porque todo es despreciable y señalable de ser mentira. Es la consecuencia de la sociedad de la tertulia en la que vivimos. De ahí que nos encontramos con movimientos sociales con cada vez más fuerza que aseguran que la Tierra es plana, y por mucho que te empeñes, no aceptarán lo contrario. Si hay gente que piensa que la Tierra es plana cómo no va a ser posible hacer creer que España es una dictadura bolivariana, comunista, castrochavista, aun cuando, no sepamos qué es eso ni en qué se traduce.
Renta básica
Y tú, ¿qué harás cuando te llegue la “paguita”?
Carta dirigida a esas personas que votaron a partidos que les han envenenado con tanto odio que han acabado odiando a las personas de su misma clase y condición.
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La libertad de sus camellos quieren..., mucho tiempo sin sus raciones y se ponen nerviosos, esto de ser abstemio no va con ell@s...
No te engañes, si el gobierno en esta crisis fuera de derechas a mismos hechos tu serias quien estaria pidiendo liberdad en las calles
"Se piensa el ladrón que son todos de su condición" dice el dicho.
Más allá de eso, si hubiera un gobierno de derechas y quisiéramos salir a protestar (legítimamente, ni siquiera en un estado de alarma y sin motivo real) como están haciendo ahora, nos llenarían de porrazos y pelotazos; pero claro, se quejan de libertad...
Esta gente no pide libertad, piden un golpe de estado para seguir forrándose a costa del resto.
La libertad no es de derechas o de izquierdas, pero en el momento que conlleva un peligro para otro deja de serlo, eso lo enseña cualquier profesor de ética, y es algún común a Kant, Sócrates, etc, etc.
claro pero si no estan dentro de tus dogmas no serias comprensiva