Podemos
Batirse en desventaja

Los temas relevantes en el debate público vienen definidos por la Agenda-setting, que a su vez es decidida por diversos actores. Ante una realidad en la que el conflicto político fundamental en España es el territorial, la propuesta de Podemos no debe ser hablar de otra cosa.

12 feb 2018 10:58

Unas semanas después de la debacle electoral catalana, Pablo Iglesias puso fin a su silencio presentando al Consejo Ciudadano Estatal las nuevas líneas estratégicas que seguirá su partido: “Tenemos que lograr que la agenda social vuelva a ser un elemento esencial. [...] Debemos hablar de las cosas de comer y no tanto de banderas”. La cúpula de Podemos apuesta, pues, por la recuperación de “lo social” como asunto fundamental de la agenda pública frente a la cuestión territorial. Creo que esta estrategia se encontrará con serias dificultades en el medio plazo.

La Agenda-setting es definida como la capacidad por parte de diversos actores (gobierno, partidos políticos, movimientos sociales, medios de comunicación…) de decidir cuáles son los temas relevantes de discusión pública y cuáles no. Que el tema de debate sea la turismofobia, Tabarnia o los desahucios no es un fenómeno aleatorio, sino el resultado de la disputa entre agentes políticos que quieren colocar “su” tema como el terreno sobre el que se producirá la deliberación pública. Esto es importante, porque cada tema es un terreno de lucha beneficioso para unos actores políticos pero perjudicial para otros.

Que el tema de debate sea la turismofobia, Tabarnia o los desahucios no es un fenómeno aleatorio, sino el resultado de la disputa entre agentes políticos

Así, Podemos intentará disputar la agenda-setting: frente a quienes insisten colocar el conflicto nacional como tema de debate, los morados intentarán recuperar el marco de la crisis económica como pregunta fundamental para definir posturas. Podría parecer una maniobra lógica: mientras lo territorial sea la pregunta fundamental, Podemos queda atrapado, sin discurso fuerte, entre dos intensas pasionalidades colectivas: quienes niegan el derecho del pueblo catalán a decidir su futuro y quienes consideran que la única forma de conquistar un país decente es la separación de España. No existe un término medio relevante cuantitativamente, como dejan ver los pobres resultados de Podemos enarbolando la repetida consigna ni DUI ni 155. Esa equidistancia en un fuerte marco de polarización le ha cosechado fracasos dentro y fuera de Cataluña frente a fuerzas políticas que se posicionan con claridad en él.

Obviamente recuperar “la agenda social” como asunto central de debate público resultaría beneficioso para la formación morada: así se volvería posible agrupar a PP, PSOE, Ciudadanos y PDeCat en el mismo bando, el de aquéllos que recortan y venden el país a poderes financieros, el de los corruptos, y el de quienes engañan al pueblo “agitando banderas”. Pero en política no basta con imaginar terrenos más favorables, sino que es necesario poder materializarlos. Y aquí es donde falla, en mi opinión, la tesis de Pablo Iglesias: las fuerzas del cambio no tienen poder suficiente para determinar la agenda pública.

Lo que define qué temas se debaten y cuáles no es la voluntad de los medios de comunicación de masas, y todos ellos están en manos de la misma oligarquía que controla las instituciones en España

Lo que define qué temas se debaten y cuáles no, no es la libre voluntad de un partido político dispuesto a “decir la verdad” o “hablar claro”, sino fundamentalmente la voluntad de los medios de comunicación de masas. Desgraciadamente, todos ellos están en manos de la misma oligarquía que hoy en día controla las instituciones en España. Es una realidad que debemos cambiar, pero también una realidad de la que debemos hacernos cargo: los medios pertenecen a los de arriba, y por tanto sólo enuncian relatos favorables a los de arriba. Podemos y debemos denunciar esta circunstancia, pero forma parte de una situación estratégica que hoy se nos impone: si La Sexta, Antena 3, Cuatro y Telecinco afirman que el tema importante es la cuestión catalana, entonces ése es el tablero en el que se juega la partida. Así lo entendía Pablo Iglesias hace unos años, cuando en sus numerosas charlas ante públicos de izquierdas durante los primeros meses de Podemos afirmaba aquello de “sabemos que nos batimos con una mano atada a la espalda”.

Las representantes de Podemos bien podrían ir a contracorriente. Repetir que no hablar de “los problemas de la gente” es envolverse en banderas que ocultan el problema real. Pero ello, como ya le pasó a Izquierda Unida, es predicar en el desierto. La verdad en política no se construye por la enunciación de hechos objetivos que están por fuera del debate, sino que surge como un fenómeno de poder, como posibilidad de imposición de un relato concreto como el más convincente para que el pueblo explique su situación. Insistir en hablar de temas lejanos a aquello que el poder construye como políticamente relevante sólo puede devenir en marginación, en caricaturización y en enajenación respecto del pueblo, es decir, en derrota. Así le ocurrió a Izquierda Unida, así le ha ocurrido a la candidatura de Domènech en Cataluña y así parece que le ocurrirá a Podemos a nivel estatal a menos que afronte los problemas con un enfoque diferente.

Insistir en hablar de temas lejanos a aquello que el poder construye como políticamente relevante sólo puede devenir en derrota

El conflicto político fundamental en España es el territorial. No sólo porque así lo enuncien los medios -que también- sino por inercias ya difíciles de detener: porque miles de personas han decorado sus balcones con rojigualdas, porque otras miles han sido golpeadas por la policía mientras intentaban votar, porque el movimiento independentista es capaz de poner a multitudes en la calle todas las semanas y porque los fascistas son capaces de ocupar el centro de Madrid o de Valencia ante la indiferencia de los viandantes. También lo seguirá siendo por esa acusación que tanto enuncia Juan Carlos Monedero con impotencia: la discusión sobre Cataluña beneficia electoralmente tanto a la mayoría de partidos españoles como a la mayoría de partidos catalanes, de izquierda o derecha, constitucionalistas o independentistas. Podemos se ha quedado atrapado en tierra de nadie recibiendo fuego por los cuatro costados.

Si el debate territorial es ineludible, entonces la propuesta fundamental de Podemos no puede ser hablar de otra cosa. El independentismo ya ha demostrado que de todas las principales demandas democráticas surgidas al calor del ciclo 2011-2016, sólo la cuestión territorial es inasumible institucionalmente por el régimen. Si quiere convertirse en una fuerza realmente transformadora y no en una muleta del PSOE, Podemos debe desarrollar su propuesta de una España plurinacional con la suficiente potencia como para iluminar una tercera vía propositiva frente al choque de trenes. Plurinacionalidad deberá ser más democracia, más soberanía y más libertad y justicia para todas y todos. Que la República signifique lo mismo para la mitad de las catalanas demuestra que aún puede construirse la emancipación bajo marcos nacionales. No será fácil, pero como decía Pablo Iglesias, quienes quieren transformar las cosas siempre se baten con una mano atada a la espalda.



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