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Pensamiento
Un destino común. Seres humanos y animales en la época de la anestesia global
El vuelco de un camión que transporta cerdos, un campo de concentración en República Checa y el destino común de seres humanos y animales obligados a nacer-producir-morir en lugares invisibles.
El vuelco de un camión que transporta cerdos al matadero es una imagen que está en consonancia con otra aparentemente lejana, singularmente cercana.
Si acercamos la imagen del accidente a la recurrente imagen de accidentes de camiones que transportan a seres humanos hacinados de camino a un país extranjero para terminar sus días trabajando una tierra que no les pertenece, o bien en un taller de costura clandestino, una fábrica de aparatos electrónicos, una mina o una fundición en condiciones inhumanas, el paralelismo no tarda en manifestarse.
Algunos los consideran un accidente de tráfico más. Sin embargo si detenemos el tráfico y silenciamos los cláxones la consonancia se perfila. Animales forzados a nacer, rápidamente crecer, de repente morir en condiciones terroríficas como machines à gagner por un lado. El llamado mundo de la producción en países lejanos y cercanos, con seres humanos vigilados y obligados a venderse, a consumirse diariamente viendo su vida desvanecer, por el otro. Aquellos que se piensan libres conduciendo su automóvil, expresándose mediante su única voz, el cláxon, se han voluntariamente esclavizado obligándose a consumir, trabajar para consumir, consumir para vivir, comprar para ostentar.
La yuxtaposición de las imágenes del camión cargado de animales y del camión cargado de seres humanos nos lleva a otro lugar que representa claramente el destino común de seres humanos y animales en nuestra época: una macrogranja en República Checa construida en el lugar en que a finales de los años treinta del siglo pasado había un campo de trabajo, luego de convertido en campo de concentración.
A 70 kilómetros al sur de Praga, en Lety, hay una una macrogranja privada financiada con fondos europeos, ubicada en el lugar en que entre 1942 y 1943 fueron asesinadas 327 personas, la mayoría de etnia romaní. Al inicio era un campo de trabajo, luego convertido en campo de concentración. Hoy en día otros condenados habitan este lugar simbólico, los animales que nacen y perecen en una jaula para servir a los seres humanos.
Apartados de la vista, tras un muro opaco vigilado por cámaras de seguridad, en lugares en los que no se puede entrar, animales y seres humanos comparten un destino común, siendo engranajes de una economía perversa.
El campo de concentración de Lety es un lugar clave para entender nuestra época, un lugar en el que se combinan múltiples elementos revelando su íntima conexión. Sin embargo mientras la relación entre los trabajadores forzados de los años treinta del siglo pasado y los trabajadores precarios modernos puede ser aceptada por algunos, muy pocos quieren ver la evidencia de que ahí donde se perpetró el Porrajmos se sigue, tal vez no coincidentemente, perpetrando un holocausto cotidiano, y aún menos son las personas que quieren ver la relación entre la explotación animal y la explotación humana moderna. Apartados de la vista, tras un muro opaco vigilado por cámaras de seguridad, en lugares en los que no se puede entrar, animales y seres humanos comparten un destino común, siendo engranajes de una economía perversa. Sus lamentos son inicialmente silenciados por el vocerío de la desinformación corporativa. Las cámaras de seguridad, el alambre, las vallas completan lo que no logran alcanzar las técnicas de marketing estudiadas en universidades públicas y privadas.
CAMPO DE TRABAJO-CAMPO DE CONCENTRACIÓN-MACROGRANJA
Si tuviéramos un verdadero sistema educativo en lugar del cada-vez-más-evidente sistema deseducativo, si en las universidades, y sobre todo en los primeros años de vida, en lugar de enseñar cómo engañar al otro —la esencia del marketing— se estimulara un debate crítico y empático acerca de la condición humana, animal y natural moderna, la secuencia campo de trabajo-campo de concentración-macrogranja resultaría evidente.
Por un lado Lety representa el lugar que relaciona la condición que sufrieron en el campo los trabajadores forzados a finales de los años treinta del siglo pasado con la condición moderna de los trabajadores precarios, obligados a trabajar en condiciones inhumanas para poder subsistir.
Por otro lado Lety ilumina sobre la relación estrecha entre el destino de los trabajadores precarios modernos en todo el planeta y el destino de los animales, obligados a nacer-producir-morir para contribuir a una economía considerada como destrucción, en vez de administración, de nuestro oikos, el planeta. Nacer-producir-morir en lugares apartados de la vista, lugares invisibles, vigilados por cámaras de seguridad e inaccesibles —macrogranjas, talleres de costura, canteras, minas, fábricas, campos de cultivo— es la tríada que marca el camino decidido por unos pocos en la última fase paroxística de la economía neoliberal.
El binomio trabajador forzado-trabajador precario moderno (con el extremo del campo de concentración) se conjuga con el binomio trabajador precario moderno-animal explotado. Son espejos que dialogan.
Resulta cada día más evidente que seres humanos y animales tenemos un destino común en la época de la anestesia global. El hecho de ser elementos interdependientes de la vida de nuestro planeta —seres humanos, animales y plantas— debería devolvernos la capacidad de ver. Y la capacidad de sentir. Es nuestra tarea cambiar el trazado de este camino, repensar nuestro estar en el mundo.
Un hilo (in)visible une a seres humanos y animales en un destino común. El destino de haber nacido en una sociedad que ha creado una machine à tuer para los más frágiles, una máquina que elimina a aquellos que no tienen voz, tanto humanos como animales. En esta an-estesia planetaria, que paraliza los sentidos y confunde los pensamientos, el vuelco de un camión cargado de animales de camino hacia el matadero es la imagen del llamado mundo de la producción en el que trabajadores humanos y animales comparten destino.
Nacer-producir-morir sin molestar es el imperativo, el destino común de la mayoría de seres humanos y animales en la época de la anestesia global. Y consumir sin vivir, sin dejar vivir, sin cuestionar, sin sentir.
Existen otros horizontes. Es vital dibujarlos. La línea de comienzo es un trazo horizontal.