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Pensamiento
Jonathan Martínez: “Lo contrario al miedo es luchar a pesar de todo”
Es un tuitstar que danza por el mundo con una pequeña mochila a cuestas. Tras una semana de presentaciones en Euskal Herria de su libro La historia oficial (Editorial Txalaparta, 2022), Jonathan Martínez —en realidad, doctor en comunicación, articulista y guionista— recala al lado de la Ría de Bilbao para responder a unas preguntas de forma precisa. No es un hombre de rodeos, aunque le gustan los fragmentos y que sea el lector quien acabe de tejer la historia que él sugiere en un libro que se engarza en el miedo y destila esperanza.
¿De qué tienes miedo?
Los miedos personales son siempre universales: tenemos miedo a la muerte, a la enfermedad, a que se nos acabe el plazo para entregar un borrador. Todos derivan del miedo principal, que es el miedo a morir. Quería entroncar los miedos personales con los colectivos, trazando una radiografía de a qué tememos como sociedad y si tenemos miedos naturales, o si nos han inducido ciertos miedos y por qué.
Las historias que no quedan contadas, quedan olvidadas. Para rescatarlas, ¿hace falta reponerse de miedos?
Muchas veces nos reponemos de los miedos precisamente contando las historias. Contar algo que llevas callándote mucho tiempo es un ejercicio de desahogo muy necesario después de tanto silencio. Y en este país hemos vivido muchos silencios impuestos, y es necesario romperlos.
Muchas veces nos reponemos de los miedos precisamente contando las historias
Bilbao, Otxandio, Donostia, Chile, Nueva York, Afganistán, ¿qué tienen en común?
Hay una ruta de lugares heridos. En la memoria, esos espacios nos llevan a momentos dolorosos y escenarios de muerte, tortura y devastación. Pero también existen espacios para la esperanza y, a veces, es precisamente en los lugares más dolorosos donde vemos pequeños heroísmos.
Fusilamientos, torturas, dictaduras, guardias civiles. Eso sí da miedo.
Sí. Estos días hablaba con Jule Goikoetxea sobre su reflexión del miedo y el amor. Dice que la historia de la humanidad no es bonita. Las nostalgias del pasado son reaccionarias, porque el pasado es atroz. Pero, precisamente porque conocemos lo atroz, queremos seguir defendiendo el presente y la vida, para que las personas que vengan después de nosotras no tengan que padecer esas atrocidades que hemos visto.
Diría que más que la esperanza, la certeza o la seguridad son el antónimo del miedo. ¿Dónde podemos encontrarlas o debemos buscarlas?
La esperanza tiene que ver con buscar la forma de salir de esos episodios atroces y que, a pesar de la devastación y la tristeza que tiñen esas pequeñas historias, hay gente que sigue luchando a pesar de todo. Lo contrario al miedo es ese “a pesar de todo”.
Las nostalgias del pasado son reaccionarias, porque el pasado es atroz
Narras la historia de tus abuelos, ¿qué les ha parecido el libro a tus padres?
Les ha gustado. Son historias que les he robado a ellos, que ellos han contando en entornos restringidos. El libro va sobre historias calladas o guardadas que necesitaban asomarse a la luz. Las historias que me contaban mis abuelos, y la gente que les rodeó, se parecen muchísimo a las historias de las personas represaliadas en Chile, Argentina o Afganistán en sus encrucijadas históricas en las que se impuso el miedo.
Hace años, en una mudanza, me deshice de muchos libros de la universidad. No sé en cuál leí que Winston Churchill defendía el miedo para ganar la batalla de sus elecciones. ¿Y si el miedo solo es eso, una estrategia discursiva electoral?
El miedo es mucho más que eso, pero quien conoce los mecanismos del miedo, sobre todo los psicológicos de la masa, sabe que es muy fácil orientar a una comunidad política a determinados impulsos, porque los miedos obedecen a lo irracional, no a lo racional. Por eso son tan peligrosas esas falsas unidades que nos imponen en determinados momentos de la historia. Abren una vía al autoritarismo y eso es lo que se ha conseguido con la famosa doctrina del shock.
¿El miedo a lo inocuo nos hace no sentir miedo a lo que realmente nos mata, como el capitalismo, el colonialismo, el patriarcado?
El miedo no es tangible, es un mecanismo de defensa que deja abierto un campo de posibilidades a la imaginación. El ser humano ha sobrevivido en las praderas porque tenía miedo, o precaución, imaginando escenarios peligrosos. Los tangibles nos dan certezas, pero lo que no se puede computar, nos lleva más allá.
Las falsas unidades que nos imponen en determinados momentos de la historia son peligrosas porque abren una vía al autoritarismo
Es curioso que recientemente la periodista Patricia Simón haya publicado un libro titulado Miedo y el eje de tu libro también sea ese sentimiento. ¿Hay que reponerse del miedo?
Siempre intento decir que el miedo no es el tema, sino el pretexto del libro o el hilo conductor. Cuando empecé a escribir hice una reflexión sobre qué es el poder, el cual creo que tiene una doble naturaleza: de una parte, la coerción y la violencia, que es el ejemplo más tangible para controlar a una población. De otra, la posibilidad de la violencia —y la coerción del consenso—. Quería darle una dimensión política al miedo.
Nos ponemos fucaltianos.
Michel Foucault habla de las microrrelaciones de poder, pero creo que peca por exceso de disgregar el poder en pequeñas relaciones. A veces se nos olvida que hay grandes focos de poder que construyen esa historia oficial, que es una historia del miedo, donde cualquiera que se aparta del consenso oficial establecido corre el peligro de ser apartado de la tribu. Y no hay nada que nos dé más miedo que no ser amados.
Ahora nos ponemos naomikleintistas.
Sí, y vuelvo a Goikoetxea: en realidad el amor es una cárcel, porque nuestro miedo a no ser aceptado por un grupo nos lleva a hacer cosas que en otras ocasiones no haríamos, llegando así a la famosa banalidad del mal, que permite que personas completamente anónimas, y sin ninguna conciencia de estar haciendo nada malo, terminen formando parte de un mecanismo autoritario como el Tercer Reich y la vulneración de derechos humanos que conlleva.
En realidad el amor es una cárcel, porque nuestro miedo a no ser aceptado por un grupo nos lleva a hacer cosas que en otras ocasiones no haríamos
Cerramos con Hannah Arendt y vámonos a Twitter. El formato de tu libro es tuiteriano, ¿no? Se lee muy fácil, con relatos cortos, estupendo para cerebros con neuronas arrasadas por las redes sociales.
Me han preguntado muchas veces si los formatos fragmentarios tienen que ver con esa forma de comunicar y recibir información que prima hoy en día, que es el impacto breve y la completa ausencia al contexto. Hago una completa enmienda a la totalidad.
Vale, venga.
Es todo caso, es lo contrario: bajo la falsa apariencia de fragmentación, hay una necesidad de obligar a las lectoras y lectores a recrear un contexto y una historia grande basada en pequeñas historias, que es un mecanismo habitual de la literatura. Desde Las mil y una noches hasta Las metamorfosis de Ovidio, siempre hemos narrado a través de pequeñas anécdotas, que pretendo que para ellas se busquen un hilo común en todos esos fragmentos de cristal.
¿Hay que fotografiar?
Sí, aunque sea incómodo y doloroso. En alguna ocasión he planteado este dilema a estudiantes de comunicación y periodismo, enseñándoles fotografías difíciles de la historia. Les pregunto si es ético. Generalmente, nuestra necesidad interna es decir que nos parece menos dudoso si un fotógrafo se acerca a un ser sufriente y lo expone a la vista de todo el mundo, con lo que conlleva de comercialización del dolor. Y es verdad que conlleva comercialización del dolor, pero si no hubiera testimonios de los lugares más remotos de la tierra no tendríamos conocimiento de las barbaridades que se han hecho.