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Partidos políticos
PSOE y PP arrancan la larga campaña para las generales con la crisis del ómnibus
Los dos partidos alfa del sistema político están en modo campaña. La gestión es un punto en el horizonte lejano por estos días. La acción está a merced de la semiótica y de ganar la narrativa, como si estuviéramos en la antesala de unos comicios generales. Por varios motivos, Alberto Núñez Feijóo cree que este es el año en que podrá tumbar a Sánchez, mientras que el líder del PSOE quiere resistir pero sabe que todo tiene un límite.
Al ciudadano medio de clase trabajadora y clase media le asiste todo el derecho de cabrearse: con la caída del real decreto ‘ómnibus’ se afectó directamente sus intereses en lo que hace al transporte público y el evitar desahucios en situación de vulnerabilidad. Millones de pensionistas verán mermado su poder adquisitivo y los afectados por la dana verán postergadas sus ayudas, entre otras varias cuestiones de las 90 páginas del decreto.
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¿Pero si era tan importante para la mayoría social, como los dos grandes partidos admiten, por qué tuvieron tácticas que llevaron a que se tumben los decretos sociales? Allí radica el epicentro de la cuestión. Quizás no es el escenario menos deseado.
Jugando con fuego
El choque es total y a todo o nada. La crudeza del enfrentamiento ha llegado a niveles que sorprenden hasta a dirigentes de primera línea. Una de las diputadas más importantes del hemiciclo comentaba al salir del Congreso, con una cara de imborrable decepción, antes de volver a su capital de provincia: “No puedo entender lo del PP, los pensionistas son su base electoral. De Junts no podemos esperar nada pero el PP se supone que es un partido de Estado”.
Moncloa sabía que esto podía ocurrir y muchos legisladores, especialmente los aliados, creen que no hizo lo suficiente para evitarlo
Complicarle la vida a millones de personas, y en definitiva a todo un país, no puede ser baladí. Que el PP y el PSOE apuestan a la polarización no cabe duda, pero los límites entre táctica electoral y disociación de la realidad del ciudadano de a pie se han vuelto difusos.
Moncloa sabía que esto podía ocurrir y muchos legisladores, especialmente los aliados, creen que no hizo lo suficiente para evitarlo. Un ministro y miembro de la Ejecutiva socialista aseguraba en conversación informal con la prensa que lo del real-decreto ómnibus “estaba requete negociado y no solo negociado sino acordado, y quien diga que no, miente” y recalcaba que Junts no había expresado desacuerdos con su contenido en su momento aunque luego “por algunas circunstancias” han decidido volver al ‘no a tot’.
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Los siete escaños que responden al liderazgo de Carles Puigdemont no suelen abstenerse, casi siempre votan en positivo o negativo o simplemente no acuden al hemiciclo. Con su abstención y el voto a favor de todos los partidos que apoyaron la investidura de Sánchez también se podría haber aprobado el real decreto. Si lo que dice el ministro es cierto, algo pasó que Junts viró sobre el final.
Siempre herméticos y de poca conversación con la prensa, los diputados de Junts jugaron con el misterio hasta el final. En el PP también evaluaban su propia actitud según lo que hiciera Puigdemont. Alguien escuchó decir a Elías Bendodo, el número tres del partido, poco antes del mediodía, que no era seguro el voto negativo y que se iba a tener que esperar hasta último momento. En realidad, querían saber qué harían los independentistas de la derecha catalana: Génova no quería pagar el coste si el decreto salía aprobado y se hubiera abstenido, señalan algunos que conocen a los conservadores. Pero al ganar el ‘no’, vieron la oportunidad.
Ahora Ferraz y Moncloa van por el triunfo en la narrativa y que la gente perciba durante unos días los efectos de la votación
¿Oportunidad de qué? De ver realizado su objetivo. Aunque parezca un poco insólito y de política pueril, querían enviar un mensaje simbólico al tumbar los decretos sociales. Una de las personas del entorno de Feijóo y de trato cotidiano con él explicaba que, palabras más palabras menos, lo que querían era que se visualice que el resultado del Congreso lo define el presidente del PP y que la mayoría de la cámara se inclina según su voluntad. “Que la gente vea que la votación acaba siendo como quiere el líder de la oposición y no el presidente”, señalaba. Feijóo no estuvo presente en el pleno, hasta en eso se cuida de hacer espejo con Sánchez, que estaba en Davos.
Esta demostración de poder presunto, que el tiempo dirá si le deparó éxito o un disparo en el pie, no fue del agrado de todos. Una legisladora del bloque de investidura comentaba a El Salto que al menos dos colegas del hemiciclo electos por el PP en provincias de la periferia le hicieron saber su disconformidad con lo ocurrido y que no les gustaba cómo se había decantado lo del ‘ómnibus’.
Por su parte, el PSOE sabe que siempre mejor es ganar pero que si no se puede, también es posible intentar ganar perdiendo. Ahora Ferraz y Moncloa van por el triunfo en la narrativa y que la gente perciba durante unos días los efectos de la votación. Retratar a las derechas y lo que son capaces de hacer, aunque cueste el sufrimiento.
La estrategia estaba escenificada y se pudo comprobar con las reacciones de los dos ‘superministros’: María Jesús Montero y Félix Bolaños. El ministro de Presidencia, minutos antes de la votación, paró veinte segundos frente a los medios para solamente decir: “Cuando haya 12 millones de pensionistas que no tengan aumento en su pensión, que recuerden que es por el PP y la compañía de otros. Y cuando a la gente mañana le suba el transporte publico, que recuerde que es por el PP, en compañía de otros”.
Visiblemente enfadada, la vicepresidenta primera, que suele detenerse a responder a la prensa, esta vez solamente pidió a los periodistas que le pregunten “a quienes votaron ‘no’”, y ante las repreguntas sobre qué actitud tomará el Gobierno ante la caída de las ayudas, insistió con firmeza: “¡Que respondan los que votaron en contra!”.
“Causan dolor social”, ha dicho Pedro Sánchez sobre PP, Vox y Junts, al día siguiente. El Ejecutivo ha filtrado a medios cercanos que tiene previsto dejar varios días sin acción política sobre estas medidas para retratar a las derechas. Una disociación entre relato y gestión típica de momentos de campaña. Ya el miércoles por la tarde advertían que de ninguna manera pensaban convocar un Consejo de Ministros extraordinario.
Feijóo ha propuesto que lo de las pensiones, la ayuda al transporte y a los afectados de la dana se traten en un nuevo real decreto y su partido ha presentado tres proposiciones al respecto. Puigdemont ha respondido con algo similar. Sorprende que si ahora están tan preocupados por los efectos sociales no intentaron una solución hace más de un mes cuando todos en el Congreso sabían que el escudo social se vencía y debía ser prorrogado. Inexplicable.
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Ha dejado de ser una anécdota parlamentaria y ha pasado a convertirse en uno de los datos relevantes de esta legislatura: el enfrentamiento entre el PP y el PNV. La relación pasa por su peor momento en mucho tiempo y varios legisladores tampoco lo entienden.
Si bien Feijóo ha puesto el énfasis horas después de tumbar el decreto que no querían “ayudas a la okupación ilegal”, el motivo principal que dio el PP a través de Juan Bravo y el lenguaraz Miguel Tellado fue que la medida incluía la devolución al PNV del edificio del gobierno vasco en el exilio, que en su momento fue ocupado por la Gestapo nazi durante la Segunda Guerra.
La diputada Sagastizabal llamó “lotsagabe” (sinvergüenza, en euskera) en el atril a Tellado por sus declaraciones y le espetó “ustedes sigan haciendo amigos”, en una advertencia elíptica sobre futuros apoyos que para Feijóo podrían ser necesarios. Bravo no quiso bajar el tono: “Señores del PNV, expliquen sus derechos en vez de insultar. Pero utilizar el patrimonio del Estado para beneficiar a un partido político está mal. Aquí no venimos a hacer amigos, venimos a defender a los españoles, y si la amistad cuesta 16 millones de euros, eso no es amistad”. La cifra es en alusión al valor estimado del palacete.
“Supongo que hacen una mala lectura, pensar que Euskadi es Galicia y no es así. Creen que nuestros votantes se pasarán al PP porque dicen que estamos vendidos a la izquierda y todo eso…y es no entender al votante vasco. Es políticamente muy torpe. Y Tellado es además muy maleducado, pero bueno, no tiene una base fuerte ideológica, viene de la izquierda gallega y ahora está defendiendo posiciones neofascistas. Que cada uno aguante su vela”, comentaba Aitor Esteban, ofuscado y sorprendido, ante la prensa. Al rato, en el debate de la Diputación permanente que ya ningún medio seguía con atención, Tellado no quiso dejar el asunto: “Seré breve para que los compañeros del PNV vayan a cambiar las llaves del palacete de París. ¡No les pertenece!”.
Un alto cargo de Génova preguntado por El Salto respondía: “Sí, a muchos les ha sorprendido la escalada. Pero es que ellos no aflojan, no bajan el tono tampoco. Son muy ‘especialitos’ y hay una cuestión de tonos distintos”. También le quitó importancia a la necesidad que el PP podría tener de los siempre cinco o seis escaños ‘jeltzales’. Es que esa preocupación corresponde al terreno del largo plazo y eso ahora no toca: el modo campaña ya está aquí.
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Cansan y aburren, nos importa muy poco el palacete. Sorprende que nuestros supuestos representantes monten estas trifulcas absurdas cuando deberían tomarse más en serio su trabajo y no perjudicar a la gente eliminando ayudas al transporte y subidas de pensiones por chorradas. No tienen vergüenza ninguno, ni el PPSOE, ni el PNV, ni Junts.