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Opinión
La universidad, el genocidio y los guardianes académicos de la prosperidad
Algunos hablan, otros discursean, otros lloran, incluso hay quienes están felices del genocidio en curso. En cualquiera de los casos, sólo quienes impulsan la Nakba hacen algo. Y así es como un pueblo puede ser borrado frente a nuestros ojos que, sin embargo, ya nada pueden ver (Rodrigo Karmy Bolton).
Colonialismo de asentamiento y asentamiento del colaboracionismo
Este texto está escrito desde la más honda de las náuseas morales y la más nerviosa de las vergüenzas políticas. No pretende repetir frases huecas sobre los males de la violencia ni recitar proclamas humanitaristas, sino invitar a la comunicación de quienes necesitamos hacer algo en colectivo porque no podemos aguantar tanta hipocresía disfrazada de moral, tanto asco disfrazado de formalismo y tanta banalidad invocando democracia. Se está constituyendo una Red Universitaria por Palestina para coordinar la organización conjunta de actos académicos en el mayor número posible de universidades, a cuatro meses ya de comenzar el último y más sangriento capítulo de los setenta y cinco años de historia de la limpieza étnica de Palestina a manos de ese proyecto colonial genocida llamado sionismo, de esa coartada llamada Estado de Israel y de su papá, el Eje del Genocidio —a.k.a. “comunidad internacional”.
Horror absoluto es Israel prometiendo y ejecutando una “segunda Nakba” tras décadas negando la existencia de la primera
La máquina criminal sionista —que es el producto más moderno y desquiciado de siglos de supremacismo, masacres y saqueos perpetrados desde-para-por Europa y sus hijos predilectos en nombre del desarrollo y la prosperidad— sigue disparando, arrasando, abrasando, amputando, envenenando, desangrando, robando, demoliendo, torturando, mintiendo, regocijándose en la inmunidad, prometiendo no parar (¡Amalek!) y criminalizando cualquier obstáculo en su camino. La función geopolítica que Israel desempeña es sólo la punta de lanza de esa máquina criminal y el alcance de su business as usual sigue siendo enorme, aunque cada vez goce de peor salud.
Ocupación israelí
Ocupación israelí Israel y otra vez su guerra contra Gaza: algo se mueve en Oriente
Enfrente, el pueblo Palestino lleva más de un siglo resistiendo, día a día, generación tras generación, sobreponiéndose al horror absoluto. Con cada minuto de supervivencia, con cada metro de resistencia, hace camino hacia su liberación. El horror absoluto no es sólo tener que enterrar cuantos bebés calcinados decida el arsenal del agresor. Horror absoluto también es cerrar pozos con cemento, envenenar acuíferos y legislar la prohibición de recoger agua de lluvia. Horror absoluto es Israel prometiendo y ejecutando una “segunda Nakba” tras décadas negando la existencia de la primera. Horror absoluto es el mensaje de un ser querido: lo peor que te puede pasar es que te detengan, la muerte es mucho mejor. Pero los “animales humanos”, ésos que viven tan lejos de nuestro “jardín”, responden al horror con poesía sobrehumana:
De debajo de los escombros que ha dejado el misil extraen a un niño semiinconsciente que, antes de despertar, levanta sus deditos en señal de triunfo.
¿Y los jardines de nuestra academia, qué tal? ¿Alguna respuesta? ¿Un amago de oposición? ¿Cierta masa crítica indignada? ¿Algún no en mi nombre desesperado? ¿Acaso un más o menos hipócrita no sabíamos qué ocurría? Ha habido señales, actos, gestos, listas de adhesiones a declaraciones dignas —ninguna a nivel institucional—, pero las abrumadoras muestras de apoyo, complicidad, justificación, equidistancia, colaboracionismo e indignidad intelectual dan buena cuenta del estado de la cuestión. Mientras asistimos en directo, con tanto detalle como queramos, a la verdad insoportable de una masacre enorme, la repetida prescripción de “no mezclar ciencia y política” nos hace así de infrahumanos:
Esquivando los escombros que deja cada misil pasea un distraído batallón de académicos que evita mirar a la cara a los testigos de su miseria.
El mensaje que esa distracción envía es muy claro:
Seguid muriendo si así ha de ser, mientras nosotros aquí nos sintamos a salvo.
Si tuviésemos que asistir cada día al funeral de un niño o una niña asesinada en cuatro meses por el sionismo en Gaza, pasaríamos los próximos veintisiete años haciéndolo. Cada día de veintisiete años. El número de niños y niñas muertas en Gaza en cuatro meses supera con creces la suma de todos los israelíes muertos por la Resistencia Palestina desde 1948. ¿Algo que exigir frente a esa realidad? La retórica dominante y nuestras lealtades institucionales permanecen intactas. Se sigue respetando escrupulosamente el peculiar (e inexistente) derecho a defenderse de un régimen ocupante que puede exterminar generaciones sin pestañear. Si la Corte internacional de Justicia no exige parar la sangría, ¿quién soy yo para reclamarlo? Es el mercado —armamento, energía, todo—, la financiación de proyectos, la “transferencia de conocimiento”, la “innovación”, la “colaboración”… la neolengua y el tono institucional adornan la patética reacción de la academia ante el horror absoluto: condenar toda forma de violencia como quien condena la fuerza gravitatoria, explicar que las violaciones del derecho internacional son una cosa muy fea, obviar sus nulas consecuencias y escribir artículos soporíferos sobre conceptos como terrorismo o antisemitismo, por tomar los dos ejemplos más manoseados y rentables.
¿Alguien puede explicar con el mínimo rigor qué es ese artefacto llamado terrorismo, para qué sirve, a quién sirve, cuántas versiones tiene y cómo funcionan?
Desde el hastío y la pereza que a estas alturas producen ambos términos, valgan dos breves apuntes. Por un lado, el concepto terrorismo no remite a categoría analítica alguna. Sigue siendo un palabro con quinientas definiciones que sólo sirve para comprender una cosa: la etiqueta la reparte y redefine el mismo poder que la inventa. Enterramos los debates serios amontonando lugares comunes y estupideces mil veces repetidas. ¿Alguien puede explicar con el mínimo rigor qué es ese artefacto llamado terrorismo, para qué sirve, a quién sirve, cuántas versiones tiene y cómo funcionan? ¿Cuál es la raíz histórica del término? ¿1789? ¿La década de 1970? ¿2001? ¿2023? Mandela dejó de ser terrorista, según EEUU, en 2008. En 2024, le toca a la UNRWA. Cuando Yemen hace cumplir la R1674 del consejo de Seguridad de NNUU sobre la responsabilidad de proteger, vuelve a convertirse automáticamente en un peligroso foco terrorista. ¿Qué terrorismos debemos condenar y cuáles no? Lo que es peor: ¿a alguien le importa ya nada de eso? Se nos olvida, sin embargo, que ocupar y colonizar es ilegal, aceptamos que violar decenas de resoluciones de NNUU hace de Israel un faro del Occidente desarrollado y siete mil cadáveres pudriéndose bajo los escombros en Gaza son el daño colateral del daño colateral de la “única democracia de Oriente Medio”. Son quienes recomiendan “no mezclar ciencia y política” –¡como si eso fuese posible!– los que perdieron la vergüenza intelectual necesaria para discutir, analizar, bucear en las genealogías, preguntar y atreverse a escuchar las respuestas. La crítica nos empuja a hurgar en la raíz de los procesos, y eso es lo que significa radical.
Por otro lado, la patética tabarra del antisemitismo. Sólo nuestros proverbiales ombligos académicos seguirán perdiendo el tiempo con parrafadas presuntuosas para justificar que no somos antisemitas. Pues claro. Y punto. En el diccionario, descendiente de Sem en la tradición bíblica o perteneciente a alguno de los pueblos que integran la familia formada por los árabes, los hebreos y otros. Los últimos cuatro meses han demostrado que la palabra en cuestión es una herramienta rota en boca del sionismo. La mayoría de sionistas del planeta no son judíos. La mayoría de ese sesenta por ciento de judíos que viven fuera de Israel no es sionista. A eso se añade que la gran mayoría de la ciudadanía judía de Israel no es semita. Menudo absurdo todo: el propio sionismo ha convertido el término en un trapo sucio. Se rompió el comodín, de tanto usarlo, pero a algunos no hay quien les pare cuando cogen la linde.
Mucho mérito y muchas felicidades
Las reacciones a este genocidio han puesto al aire tres manchurrones que empapan la vida cotidiana de nuestra fauna y flora académica.
Uno. Chapoteamos orgullosamente en un charco de indigencia intelectual amordazada por la colonialidad del poder. Un asombroso proceso de congelación epistémica ha vaciado nuestro lenguaje, abriendo el abismo entre la palabra y la realidad material. ¿Alguien recuerda cuándo decidimos convertir en “catástrofe humanitaria” la matanza sistemática de miles y miles de niños? ¿Por qué el Eje del Genocidio “intensifica sus operaciones” y los miles de cadáveres son personas “muertas en el transcurso del conflicto”? ¿Por qué tiramos a la basura la definición más básica de la voz guerra para justificar el catálogo canónico de una agresión genocida apelando al “derecho a defenderse” de quien lleva décadas perpetrando esa agresión? Hasta aquí hemos llegado y nuestro meritorio esfuerzo nos ha costado.
Dos. Con la banda sonora de nuestros valores sonando cual disco rayado, selectivas dosis de amnesia aderezan montañas de currículos criados al calor de una peculiar economía moral. ¿Quién recuerda hoy los primeros meses de guerra en Ucrania? ¿Quién recuerda esa definición de racismo que discutió anteayer en clase? ¿Cuántas carreras académicas han sido construidas sobre floridos análisis decoloniales o lustrosas investigaciones acerca de la igualdad, la tolerancia y los derechos fundamentales?
Tres. Suma de los dos primeros, el manchurrón más pegajoso asigna tareas entre una variedad de subjetividades producidas por la academia-mercado colonial. Uno de esos perfiles se resiste a admitir que la ocupación colonial es un crimen (sencilla obviedad) y, por consiguiente, evita reconocer que lo justo sea resistirse a ella, por mucho que la Asamblea General de ONU «reafirm[e] la legitimidad de la lucha de los pueblos por la independencia, la integridad territorial, la unidad nacional y la liberación de la dominación colonial, del apartheid y de la ocupación extranjera por todos los medios a su alcance, incluida la lucha armada; […] también el derecho inalienable del pueblo palestino y de todos los pueblos bajo ocupación extranjera y dominación colonial a la libre determinación, la independencia nacional, la integridad territorial, la unidad nacional y la soberanía sin injerencias extranjeras…» (R45/130, 68ª plenaria, 14-12-1990). En efecto, toda población ocupada tiene reconocido su derecho a resistir la ocupación colonial por todos los medios a su alcance. La ratificación de ese derecho tuvo lugar hace treinta y tres años, tras siglos de masacres evangelizadoras, civilizadoras y democratizadoras, todas ellas en nombre de unos valores que legitiman, justifican y naturalizan la invasión, el despojo y la humillación de sociedades enteras, bajo una noción de “guerra justa” que ya nadie compra ni admite en la inmensa mayoría del planeta.
En lugar de admitir esas obviedades, no pocas excelentísimas autoridades se esfuerzan en censurar todo pronunciamiento en materia de derechos humanos que apele a los estatutos de cada institución. Lo hacen, curiosamente, en nombre del brillo y el esplendor de la propia institución. Muchos de esos esforzados censores son los mismos reputados señores que, sentados sobre cojines de sexenios, ocupan las alturas jerárquicas en los respectivos feudos de nuestro ilustre jardín universitario. Los menos pudorosos seguirán recordándonos que “a demócrata no les gana nadie” y que “corrieron delante de los grises” (sic). Cada vez son más quienes podrán contar que corrieron delante de los que corrieron delante de los grises. Otros se afanan en arrancar banderas y pancartas en nombre del sagrado orden higienista. Otros cortan las comunicaciones en los canales internos de la institución. Otros trabajan en investigaciones superinteresantes y escriben artículos superchachis sobre poscolonialidad, decolonialidad y colifloronialidad, pero parecen haber jurado, por la gloria de su autoestima, que no habrá conflicto genocida que les estorbe en su carrera. Otros saben qué decir, pero siempre-siempre “van muy liados”. Otros, practicantes de una mísera virtud fotosintética, miran a ambos lados cual vaca al paso del tren.
Semejante escenario nos coloca en el peor lugar que la historia reservará a quienes, ante un genocidio retransmitido en directo y alta definición, pudiendo hacer tanto, decidieron disfrutar de su privilegiado margen de maniobra para hacer nada. Por nuestros actos nos conoceremos, como a una mayoría de estados europeos que colabora incondicionalmente con el genocidio, como a quienes salen al paso en defensa de Israel ante la Corte Internacional de Justicia, como a los “guardianes de la prosperidad” en el estrecho de Mandeb, como a la propia CIJ dando la extremaunción a la idea de justicia, como al reino de España expresando preocupación mientras sigue apoyando a la máquina genocida, como a la UE suicidándose –otra vez– mientras recita la falacia de la “solución de dos estados”.
Así será. La propia noción de justicia universal, fundada por estos lares y destrozada por sus propios creadores, nos ha enviado ya su último aviso. Muchas felicidades a los guardianes de la prosperidad de la academia en el reino de España, entre quienes nos incluimos irremediablemente todos y todas.