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Opinión
Todos vuestros maridos
Cuando mi abuela tenía poco más de 20 años, su marido —mi abuelo— tuvo un accidente con el tractor y se mató. La noticia de su muerte apareció incluso en los periódicos de Teruel y mi abuela guarda el breve recortado en el álbum de fotos de la familia. Donde se esperaba que hubiera una feliz estampa familiar compartiendo una merienda en el río, hay un trozo de papel escueto con un nombre, una edad y una fecha de muerte.
Ese recorte de papel en blanco y negro revolotea por mi mente como un ave migratoria en busca de calor siempre que pienso en ellos y en aquel pueblo de los años 60, que a veces tanto se parece al pueblo de hoy. Mi abuelo se mató en el puente del río mientras conducía el tractor que, con los pocos ahorros que tenían ambas familias —una de medieros y otra de esquiladores—, acababan de comprarse.
Aquello lo cambió todo, comento muchas veces con mi padre. De todo lo que pasó aquel día —una mañana de duro trabajo en el campo, una comida rápida para volver a las labores, un programa en la radio que mi abuela todavía recuerda— somos nosotros ahora una consecuencia.
Mi abuela tiene ahora más de 90 años y, muchas veces, me paro a pensar cómo aquel accidente de tractor marcó el devenir de toda su vida —también de la de mi padre y de la mía propia— y cómo ‘la ausencia de marido’ pudo o no condicionar el trato de los otros hacia ella todo el tiempo, incluso en las conversaciones más triviales. Presentarse sola en cualquier espacio, concebido la mayor parte de las veces para parejas; acudir a bodas, bautizos o comuniones; hacer un viaje de autobús.
Yo tampoco tengo marido y nunca voy a tenerlo, aunque sí que espero casarme algún día. Y desde hace unos años, me he adentrado en un extraño túnel en el que todos vuestros maridos me hacen preguntas no siempre bien intencionadas. Supongo que no todo tiene que ver con mi condición de ‘ausencia de marido’, como sí que le pasaba a mi abuela. Puede que tenga que ver con la forma en la que he elegido vivir mi vida, con mi orientación sexual e incluso con mi aspecto. Pero me pregunto, estos días que estoy más cerca de mi abuela, si alguna vez la cosieron a preguntas por estar ‘sola’ o si, por el contrario, fue la lástima y el recato de una sociedad muy conservadora lo que dominaba el tono en sus conversaciones.
A pesar de que mi abuela y yo compartimos condición, vivimos un trato completamente diferente. Aun con todo, cuando la miro, veo trazas de mí, de mis propios miedos y me pregunto cómo fue su juventud teñida de luto y pobreza.
Mientras escribo esta columna, mi abuela y yo seguimos sin marido. Y mientras tú la estás leyendo, es muy posible que alguno de vuestros maridos me esté cosiendo a preguntas: “¿apoyas la amnistía?”; “¿vosotras cómo haréis para casaros?”; “¿tu abuela sabe ya lo tuyo?”.