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Opinión
La tecla que te cura
Habíamos quedado en lunes y la noche se nos echó encima, como si fuera sábado y estuviera permitido trasnochar, pero costaba irse ahora que estábamos hablando justo de lo importante. De la escritura. En la tele, el informativo de la hora de cenar martilleaba con la proximidad de una investidura fallida, con el mal —o buen— resultado del último derbi y con las consecuencias de una nueva subida de tipos de interés que a todos los propietarios ahogaba. Por suerte, no era nuestro caso y nos sobraba calderilla.
No estábamos en la redacción ni teníamos los ordenadores delante, así que nuestros ojos solo brillaban por la iluminación de las calles. Estábamos en la barra de un bar detrás del Retiro hablando de por qué escribir y qué pasa cuando no lo haces. Escribir porque te cura; escribir en busca de desahogo; escribir para que por lo menos algo en este mundo quede bonito.
Por un momento, no pensábamos en noticias ni en enfoques y aquello era muy raro porque desde por la mañana hasta por la noche casi toda nuestra realidad tenía que ver con la cita que marcaban las señales horarias, con la última hora más rocambolesca o con la exclusiva de un colega que tiene mejores fuentes y mucha mejor cara que tú. Aunque me había levantado a eso de las diez, tenía unas ojeras horrorosas. Todos las teníamos. Además, en los días importantes, yo había desarrollado una predisposición casi mágica para que me salieran dos enormes granos de acné en la frente o en la barbilla. “¡Que tengo 34 años, joder! ¿Qué pasa con estos cráteres?”. Y nadie contestaba, porque la rugosidad de mi cara no era una gran novedad y porque casi todos teníamos al menos uno o dos defectos que nos perseguían por los callejones oscuros al volver a casa. Con la edad, los defectos en nuestro físico iban dando menos miedo, pero era difícil ignorarlos.
La charla era inspiradora y trascendente. Tenía algo de garaje deprimente y, por un momento, pensé en escribir un poemario o en grabarme por la noche con el móvil para iniciar ese podcast oscuro con sabor a Lovecraft. Pero esa noche, al llegar a casa me puse el pijama raído de entretiempo, porque en Madrid, durante las noches de septiembre, no hace calor ni frío, y cuesta encontrar el atuendo perfecto con el que poder dormir.
¿Por qué escribir? ¿Para qué darle a la tecla si no era para ganarse el pan o el respeto tras una nueva exclusiva? ¿Por qué lo hacía desde niña y lo seguía haciendo ahora?
¿Por qué escribir? ¿Para qué darle a la tecla si no era para ganarse el pan o el respeto tras una nueva exclusiva? ¿Por qué lo hacía desde niña y lo seguía haciendo ahora? En el comienzo de todo, escribimos para aprender, para pasar de fase, para empezar a entender un mundo codificado e inexpugnable, de no ser por las primeras escrituras y los libros. Poco después, para aprobar exámenes, para mandar cartas y mensajes, para atesorar nuestros recuerdos. El otro día una amiga contaba que escribir era vivir dos veces por un diario que se encontró. Escribir para recordar una parte de nosotros y de los que nos rodean, nos quieren y nos odian.
¿Pero qué había de seguro en la idea de escribir para encontrarse bien? “A mí, escribir me salva muchas tardes”, me dijo otro amigo, que suele buscar en las letras salir de la oscuridad y compartir sus descripciones y pensamientos. La tecla que todo lo cura la tengo delante de mí en estos momentos, justo en el centro de mi ordenador portátil, que me costó un buen dinero, pero que ayuda tanto como un terapeuta.
Escribir para que todo duela un poco menos y podamos encontrarnos en los cuentos y en los blogs antiguos, que nos dan un poco de vergüenza y, a pesar de todo, seguimos alimentando con palabras
Escribir para sanar, para tener un objetivo, para demostrar que aún sabes hacerlo, aunque todo se haya puesto del revés y los lunes tengamos que quedar y vernos porque la semana se pone fea sin tinta y sin palabras. Escribir para que todo duela un poco menos y podamos encontrarnos en los cuentos y en los blogs antiguos, que nos dan un poco de vergüenza y, a pesar de todo, seguimos alimentando con palabras.