Opinión
De Errejón a Monedero: reflexiones sobre el ciclo del desasosiego

¿Qué pasa cuando quien abusa ha sido o es tu compañero de filas, tu colega, alguien que se consideraba feminista, y no una caricatura facha o un incel de manual? ¿Cómo manejamos la complejidad?
Sarah Babiker
28 feb 2025 08:30

A finales de octubre de 2024 el otoño del espacio político a la izquierda del PSOE ya venía durando mil años. Así que cuando el caso Errejón salió a la luz, una pesadez dolorosa se apoderó del ánimo de mucha gente: el hastío por el siempre peor. El escándalo colonizó las noticias y el compulsivo debate en las redes. La dinámica es conocida: concurso de rasgamiento de vestiduras, memes relucientes de bilis, búsqueda de cómplices, chistes ingeniosos, burlas despiadadas.

Mientras la derecha carroñera se daba un festín con las últimas miserias de la izquierda, quienes habían sido amigos y compañeros de Errejón en las distintas formaciones que ha transitado renegaban de él, se lavaban las manos, o lo usaban como nueva munición para señalar al rival político. Muchas mentes valiosas, brillantes feministas, se vieron compelidas a no tardar demasiado en clavar su afilada hacha en el árbol caído.

Al hacerse públicos sus comportamientos de dominación machista hacia distintas mujeres, Errejón había perdido todo su capital político, su prestigio, su valor en el mercado partidista. Despojado de todo aquello que le había hecho impune durante tantos años, se volvía desechable. Como Monedero en estos últimos días. Caídos en desgracia, convertidos en rémoras políticas para sus respectivos espacios, devienen herramienta para avergonzar al contrario, carne de “y tú más”, mientras sus excompañeros ponen mucha más pasión en desmarcarse de ellos de la que pusieron en aplicar el feminismo hacia dentro de sus organizaciones. 

Redes sociales
REDES SOCIALES “Anónimo, por favor”: escritoras, publicistas y actrices pasan del testimonio en redes a la organización
Varias cuentas de Instagram publican testimonios que dibujan una escena de abuso de poder y violencia sexual normalizada en las artes escénicas, la música o la publicidad. Sus impulsoras se organizan para transformar la realidad.

Construir en el disenso

Los feminismos nunca han dejado de preguntarse qué hacer cuando las bombas estallan cerca. ¿Qué pasa cuando quien abusa ha sido o es tu compañero de filas, tu colega, alguien que se consideraba feminista, y no una caricatura facha o un incel de manual? ¿Cómo manejamos la complejidad?

Más allá de la bronca y los enfrentamientos que esta cultura mediática adicta a los fuegos artificiales acaba por potenciar, los debates de proximidad se vienen esforzando por recabar aprendizajes. Discusiones que se han ido reproduciendo en artículos y podcast: desde posiciones que se consideran más antipunitivistas se ha alertado contra el peligro de caer en la venganza patriarcal, tan estéril y poco transformadora. Por otro lado son muchas quienes han contrapuesto su hartazgo por la impunidad histórica con la que muchos hombres abusan de su poder, recordando que si con alguien viene siendo punitivo el sistema es con las víctimas.

Presumir la mala fe de quien no piensa como una es un virus de pereza dialéctica que viene haciendo mella en los feminismos y en las izquierdas

Hay quienes cuestionan si no se está negando agencia y feminista capacidad de hacerse cargo a las mujeres, cuando se insiste tanto en su condición de víctima, si no se las infantiliza. Hay quienes contestan que las relaciones de poder son las que son, que en esta estructura la agencia se ve sometida a un patriarcado que no cesa, que hay que exponer a quienes abusan de esto, y no cuestionar a quienes lo sufren.

Esto que escribo de carrerilla son —con todos sus matices— ejes de discusión que durante estos meses han ido aflorando en conversaciones con gente cercana, artículos escritos a varias manos, reflexiones feministas en distintos formatos. Son ejes habitados por posiciones que merecen escucha y consideración, puntos de partida que deberían alimentar nuestras miradas, y no argumentos que tirarse unas a las otras a la cabeza desde planteamientos frentistas.

Desasosiegos a atender

Otra cuestión que ha despertado controversia gira en torno a las denuncias anónimas, un debate acechado por el mismo mal que obstaculiza cualquier reflexión colectiva, las posturas totalizantes y la sustitución de la argumentación por una doble trampa identitaria: descalificar las posiciones contrarias por “el campo” del que vienen, o atribuirles siempre una intencionalidad oculta (económica, estratégica) para no tener que considerarlas. Presumir la mala fe de quien no piensa como una es un virus de pereza dialéctica que viene haciendo mella en los feminismos y en las izquierdas.

Creo que es difícil negar que el hecho de compartir colectivamente historias personales sobre abusos de poder, violencias machistas cotidianas, agresiones sexuales, ha servido para desnaturalizar conductas que se daban por aceptables y debilitar el entramado de relaciones de poder avaladas por el sentimiento de impunidad por un lado, y el de indefensión por otra. Poder contar lo que a la mayoría nos ha pasado en distintos grados ha sido una energía necesaria para los feminismos contemporáneos. Tejer redes para articular respuestas es la mejor forma de salir de la indefensión que segrega el abuso.

Por otro lado, ¿qué pasa cuando el señalamiento colectivo de conductas estructurales se mezcla con las dinámicas deshumanizadoras de las redes sociales? Dinámicas deshumanizadoras que se ceban tanto sobre las personas que son acusadas de violencia sexual como hacia las personas que la denuncian. ¿Es necesario el tráfico de mensajes privados, la exhibición pública de las intimidades de agresores y agredidas? ¿No acaba resultando envilecedor a nivel colectivo abordar situaciones concretas como si fuésemos una especie de gran jurado popular de un programa de telerrealidad? Ante estas preguntas hay más desasosiego que respuestas. Pero quizás ese desasosiego sea la respuesta que debemos escuchar.

Análisis
ANÁLISIS Pensar juntas las violencias para poder seguir hablando
En este tiempo, aparentemente no se ha parado de hablar de un tipo de violencias, las violencias sexuales. Y sin embargo, nos preguntamos: ¿es así?

De agresores, víctimas y cómplices 

Es tentador abordar los casos que vienen emergiendo con el foco achicado, centrando la discusión en tres variables compactas: el acusado, la víctima, y la gente que sabía y no hizo nada. Reducir contextos concretos y marcos estructurales a tres arquetipos a los que atacar o defender. Errejón o Monedero, son mucho más que personas que han abusado de su posición, las víctimas, son mucho más que personas que han sufrido esos abusos, y las personas alrededor son mucho más que testigos. Son actores insertos en una sociedad patriarcal, pero también actuando en un medio específico donde las relaciones de poder son centrales: la nueva política con su machismo sutil instalado, el admirado líder político explotando su capital sexual (o al menos intentándolo), las lógicas profesor-alumna que tanto han encubierto históricamente abusos de poder, el carisma como capital político, como carta blanca de impunidad.

De haber sido estos espacios, como prometían al principio, estructuras horizontales basadas en la participación, y no máquinas electorales caracterizadas por el personalismo en las que se entró de lleno en el juego de la representación, su futuro no dependería tanto de la conducta individual de sus miembros más emblemáticos. Es más, estas conductas individuales podrían haber sido abordadas desde el principio, si no se hubiera permitido que algunas personas se volvieran tan imprescindibles y poderosas a nivel interno como representativas a nivel externo, pues el hecho de cuestionarlas no hubiera sido tan costoso ni para quienes se sintieron abusadas ni para sus compañeros de filas.

Qué difícil aplicar una mirada feminista en organismos que han renunciado a serlo en sus prácticas cotidianas, que ponen el resultado por encima de los procesos colectivos, la lealtad por encima del debate y el disenso, el ponerse a la defensiva por encima de la autocrítica. Y es que es 2025 y nos encontramos una vez más ante el bochornoso espectáculo de los fans de lo que queda de Podemos reduciéndolo todo a un nuevo ataque contra el partido, el cierre de filas sonrojante en redes, los balones fuera como principal ejercicio de reflexión política, la búsqueda de oportunismo estratégico en quien señala. 

Feminismos
Política De Nevenka al caso Errejón: cuando el feminismo exige de derecha a izquierda
Denunciar en comisaría, anónimamente, individual o colectivamente genera la misma reacción: odio contra las mujeres, independientemente del signo político donde ocurre la violencia.

Masculinidad y poder 

Hace tiempo que el espacio político a la izquierda del PSOE tiene pendiente un debate retrospectivo sobre su extraña relación con los feminismos. Las crisis desatadas tanto en Podemos como en Sumar, no parece que estén empujando a esa introspección en las propias lógicas patriarcales, sino en un soltar lastre y tirar para adelante. ¿Por qué no atreverse a conversar sobre cómo las culturas de vanguardias, el correr para asaltar los cielos exigiendo lealtad no es muy feminista? ¿Por qué no conversar sobre cómo la figura del profesor carismático de izquierdas, el intelectual que cuenta con un capital social y político que le posiciona en un lugar de poder, habilita espacios de desigualdad?

La pulsión de dominación de la masculinidad hegemónica se puede mostrar de muchas formas: convirtiendo las redes sociales en una pelea de gallos, siendo el tertuliano más agudo de la mesa, performando iniciativa sexual medio en serio medio en broma con personas que tienen menos poder que tú, que te admiran, o forzando, sin respetar los límites, los cuerpos otros. No te salvan los libros que hayas leído, formas parte de un sistema que te desborda, un sistema que, quizás a tu pesar, construye tu deseo. Te dice que puedes permitirte cosas que ya no queremos permitir.

No es pues necesario reducir la respuesta al binomio redes sociales - sede judicial patriarcal con el costo que esto implica

Si aceptamos pues, que el machismo es estructural, y que cualquier tipo patrocinado por siglos de patriarcado puede reproducirlo en sus relaciones, más en instituciones que reafirman su poder como son los partidos, no estamos desrresponsabilizando a los abusadores de su abuso —pues ellos también tienen agencia para resistirse e impugnar dicho estado de las cosas desde los feminismos que abanderaban— pero sí nos estamos saliendo de las lógicas de la sobrepersonalización. Son esas lógicas de las que el análisis feminista quería salir: quien abusa no es un monstruo, no es alguien a quien etiquetar como agresor sexual y darle la patada, el problema no se extirpa sacrificando al señalado de turno sobre el altar de la pureza. Y es que tan necesario como mirarse los orígenes, las causas, de los casos que afloran, es mantener una conversación sobre las consecuencias.

Espacios, tiempos, afectos

Se ha hablado mucho de impunidad, de por qué quienes sabían no hicieron nada. Se apunta a la hipocresía o a la complicidad, yo siento que en la búsqueda de cómplices y el reparto de culpas también hay una pulsión simplificadora, un foco parcial. Los lazos de amistad, de camaradería, de admiración, tejidos durante años complejizan lo que se quiere reducir a complicidad. Por ello los procesos para abordar los abusos que se dan en las organizaciones llevan tiempo, no son nada fáciles. Lo cual no debería de ser una excusa para no iniciarlos.

Y es que son muchos los colectivos, los movimientos sociales que habilitan espacios de escucha y mediación, que vienen reflexionando sobre respuestas reparadoras para quienes sufren violencia sexual, pensando sobre qué consecuencias deben enfrentar los agresores. Hay prácticas de periodismo feminista que se toman el tiempo para contextualizar las agresiones, que dan cabida a la complejidad, rehuyendo del inmediatismo que exigen los tiempos. No es pues necesario reducir la respuesta al binomio redes sociales - sede judicial patriarcal con el costo que esto implica: exposición de la propia intimidad, críticas deshumanizadoras, exigencia a las víctimas de ser dignas depositarias de la causa feminista.

Se trata de partir de que el patriarcado es transversal, que afecta a todas las instituciones, pero también de admitir que hay formas de construir estructuras más vulnerables al patriarcado que otras. Se trata de reconocer que se pueden defender discursos feministas, incluso potenciar avances feministas, y al mismo tiempo fallar cuando las contradicciones de la práctica demuestran que los discursos no bastan, que los avances exigen procesos complejos e incómodos. Se trata de reparar a quienes han sufrido violencias y responsabilizar a quienes han abusado de su posición de poder, pero también de construir espacios feministas, honestos consigo mismos, insertos en el proceso de despatriarcalizar sus propias estructuras y prácticas. Una despatriarcalización que quizás no vaya tanto de agitar banderas feministas como de horizontalizar y despersonalizar los espacios.

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Álvaro*
28/2/2025 12:12

¿ ¿ ¿ Ahora se borran los comentarios ? ? ?

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Álvaro*
28/2/2025 9:37

Igualando casos Errejón-Monedero. Ambos machistas babosos a los que se tendría que frenar antes.

Ninguna crítica a Sumar y a sus medidas, y luego este texto. Teniendo toda la razón, se pierde el partidismo de algunas personas.

Y es que es 2025 y nos encontramos una vez más ante el bochornoso espectáculo de los fans de lo que queda de Podemos reduciéndolo todo a un nuevo ataque contra el partido, el cierre de filas sonrojante en redes, los balones fuera como principal ejercicio de reflexión política, la búsqueda de oportunismo estratégico en quien señala.

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