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Hace diez años y no digamos nada hace veinte o cuarenta hubiese sido impensable que el PNV y la expresión política de la Izquierda Abertzale —aunque no es la única familia política que está en EH Bildu— se enfrentasen políticamente por ver quién de los dos saca más rédito a su contribución a la gobernabilidad del Estado. Sabíamos del sempiterno, que todavía continúa, enfrentamiento entre las dos grandes familias del nacionalismo-independentismo en el tablero vasco, pero la necesidad del Gobierno PSOE-Unidas Podemos ha llevado la pugna unos cientos de kilómetros más al sur. Ya nadie en Madrid sabría discernir quién es el socio preferente.
La trayectoria del PNV en los últimos cuarenta años, descontado el tiempo del lehendakari Ibarretxe y su Plan, le ha convertido en un partido leal al Régimen del 78, a pesar de que se abstuvo en el referéndum constitucional, circunstancia que todavía hoy continúa —a veces— poniendo en valor. De hecho, si hay que encontrar un nexo de unión entre el Gobierno de Rajoy y el de Sánchez, éste es el PNV. Ha apoyado a los dos; lo mismo que hizo con Aznar y con González. Llamémosle pragmatismo.
El fin del bipartidismo no le ha sentado bien al PNV. Sus 6-7 parlamentarios sumados a los de la derecha pujolista que le hacían ser el fiel de todas las balanzas se ha volatilizado. La derecha y el centro derecha autonomista-nacionalista ya no pueden proporcionar por sí solos estabilidad. Antes, para amplios sectores del Estado, la marca PNV ofrecía ese punto de moderación y de centralidad. Ahora cuando la izquierda mira a la izquierda y la derecha mira a la ultraderecha, el otrora partido preferente pierde punch. La polarización política en España, como el ocaso del bipartidismo, tampoco le ha venido bien al PNV en Madrid.
El PNV continúa con el concepto que hace años acuñó Josu Erkoreka para definir el resultado de sus negociaciones con Madrid: ‘sacar tajada’ para Euskadi
Por el contrario, EH Bildu ha encontrado en el gobierno de izquierdas la horma en la que encajar su cambio estratégico que supuso la desaparición de ETA. Y lo hace a base de pragmatismo. En puridad contribuir a gobernar un Estado del que te quieres separar es una contradicción en sí misma. En teoría. Pero vayamos a los objetivos: mientras que el PNV sí que quiere redefinir el Estado (federalismo asimétrico o no, confederación, bilateralidad), la izquierda soberanista no tiene como objetivo finalista redefinir el Estado, sino marcharse de él y hacerlo de forma pactada. Cambia la estrategia, pero no los objetivos.
Durante toda la legislatura se ha dado esa pugna entre PNV y EH Bildu por ver quién tiene más influencia y quién saca más rédito político. Ambos han participado de ese juego Do ut des (Doy para que des), pero no de la misma forma. Uno desde posiciones de derecha y el otro de izquierda, y eso se ha visto claro en las medidas económicas y de lucha contra la crisis. Además, EH Bildu ha extendido el beneficio no sólo a los territorios vascos, sino al conjunto del Estado. Por el contrario, el PNV continúa con el concepto que hace años acuñó Josu Erkoreka para definir el resultado de sus negociaciones con Madrid: ‘sacar tajada’ para Euskadi.
El PNV ya ha puesto a velocidad de crucero su think tank, atento siempre a los movimientos para situarse de la mejor forma posible en el tablero. Mientras mantiene su apoyo a Sánchez, explora la vía Núñez Feijóo y avanza en el deshielo de sus relaciones con el PP después de que se dinamitaran todos los puentes tras su apoyo a la moción de censura a Mariano Rajoy en 2018. El reciente encuentro entre el presidente del PP y Andoni Ortuzar marca un punto, quizá todavía no de inflexión. La línea roja se llama Vox. Por otra parte, una vez enterrada la unilateralidad, mira de reojo a las conversaciones entre ERC y el PSOE para ver qué sale de esa mesa. La línea roja se llama procés.
El independentismo de Izquierda se mueve en el pragmatismo funcional, porque sabe que le da votos y le abre expectativas a nuevas alianzas
Desde el punto de vista ideológico, en términos de izquierda-derecha, las bases de EH Bildu se sienten más o menos cómodas en su apoyo al gobierno PSOE-Unidas Podemos, aunque la exigencia de garantía de cumplimiento de lo firmado, como ocurrió con la no derogación de la Reforma Laboral, estará en el preámbulo de todo lo que se vaya a pactar. A Sánchez ya no le va a funcionar “o yo o el caos (Vox)”. Se han retirado tantos obstáculos estos años, que la decisión de EH Bildu de poner en primera línea el mensaje soberanista y de creación de la República Vasca no va a romper nada, no hasta el punto de volver al punto de partida. El independentismo de Izquierda se mueve en el pragmatismo funcional, porque sabe que le da votos y le abre expectativas a nuevas alianzas. En ese sentido ya ha pasado página de la falacia del Nirvana (lo mejor es enemigo de lo bueno).
¿Y ahora qué? Hasta las elecciones municipales, autonómicas y forales todo va a seguir igual, sin apreciables, por lo menos en superficie, giros de guion. Tanto PNV como EH Bildu aprobarán los Presupuestos del Gobierno de Pedro Sánchez, esperarán a ver cómo evoluciona el maltrecho y polarizado panorama político del Estado y se centrarán en su cita de mayo, como antesala de las elecciones vascas de 2024. En medio, las generales. Siempre por ese orden de importancia.
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El artículo cuenta con varios puntos acertados sobre los posibles pactos. No obstante, hay uno que considero erróneo: se dice que "mientras que el PNV sí que quiere redefinir el Estado (federalismo asimétrico o no, confederación, bilateralidad), la izquierda soberanista no tiene como objetivo finalista redefinir el Estado, sino marcharse de él y hacerlo de forma pactada. Cambia la estrategia, pero no los objetivos". Eso no es así, y tanto el programa económico que han presentado recientemente como las últimas declaraciones de sus portavoces son buena muestra de ello. EH Bildu pretende extender el estatuto de autonomía y tomar medidas proteccionistas dentro del marco del Estado español. Algunos dirán que eso es solo un medio para alcanzar el fin, que sería la independencia. Pues bien, cada vez que en los medios le preguntan a EH Bildu sobre la estrategia para conseguir el "derecho a decidir", responde que "la pelota está en el tejado del PNV". Es decir, EH Bildu no tiene estrategia propia para que Euskal Herria se constituya como estado independiente, confía en que el PNV esté algún día por la labor. Mientras tanto, toda su política está orientada al "mientras tanto": aprobar los presupuestos generales del estado español que van a traer recortes sociales y más gasto policial-militar, aceptar la expansión monetaria de la UE que luego va a acarrear más recortes, aceptar el ingreso de Finlandia y Suecia en la OTAN, firmar la última ley de educación que profundiza en la segregación escolar, etc, etc... ¿Hay relación lógica entre medios y fines? ¿Existe alguna una diferencia substancial entre los consensos de Estado más elementales y la política que desarrolla EH Bildu? No lo creo. Por otra parte, el rédito político que obtiene EH Bildu a cambio de este "realismo" es relativo. Gana cada vez más votos, pero lo hace a costa de rebajar programa, evitar la conflictividad y asegurar la estabilidad institucional. Es decir, los votos que gana son, por lo general, provenientes de una sociología más centrada/conservadora/despolitizada y con menor tendencia a aventuras políticas. Entonces, su "fuerza" no reside en convencer a más personas con un programa rupturista, sino en captar votos coyunturales traicioneros a costa de caer en un círculo vicioso de moderación, donde la máxima es evitar la conflictividad y asegurar la paz social y la estabilidad institucional. Expande a la vez que transforma su base electoral, pero atrayendo a un perfil de votante que a nada que ponen un tímido sistema de basuras cuando gobiernan en la Diputación de Gipuzkoa deja de votarles y se va al PNV. ¿Qué estrategia de desobediencia plantea EH Bildu con el estado con semejante "acumulación de fuerzas"? ¿Y su fuerza movilizatoria? ¿Se puede decir que EH Bildu tenga la capacidad de movilizar a más gente cada año? Dudoso...