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¿Tiene sentido hablar de un cuento en un texto de opinión? Están los ánimos revueltos con debates de los que tienden a separar, ¿no habría que entrar ahí, sumar batalla a la batalla? Empiezo de nuevo: ¿cómo es que las narraciones escritas apenas intervienen en los debates de opinión? ¿Quién dijo que tenía que haber zonas separadas, unas para hablar de narraciones que a su vez remiten a otras narraciones, y otras para hablar de lo que pasa? ¿Es que los relatos no tratan de lo que nos pasa y de lo que no nos pasa, de cómo vivir? Cierto, muchos tratan de cómo vender una historia o de cómo vender una marca, pero no todos.
En lugar de una salva de honor, de Elisabeth Freundlich, se publicó en 2017, traducido y prologado para la editorial Besatari por Elena Martínez Rubio, y se escribió mucho antes. No es una “novedad”. Podría decirse que cuenta la historia de Deborah-Johanna, aunque sobre todo cuenta la historia de la mirada de la narradora sobre esa joven llamada Deborah pero que prefería que la llamaran Johanna. El relato se centra en una discusión entre personas refugiadas en una casa en el campo del sur de Francia, comunistas y simpatizantes que luchaban contra el fascismo. Hay en él alguna apreciación que no comparto. Las agradezco, pues me hacen replantearme mi criterio, a veces para cambiarlo y otras para reafirmarlo. Y me descubro ante el “Comentario de la autora” que sigue al cuento; allí Freundlich, pasado el tiempo, se lleva la contraria a sí misma con una mezcla extraordinaria de fuerza y delicadeza.
Hagamos un inciso para hablar de en qué consiste la diferencia de criterio: senadores argentinos vinculan con su voto el aborto a la riqueza; las mujeres empobrecidas deben hacerlo de modo clandestino, mientras que las mujeres enriquecidas pueden comprarse un aborto higiénico y con la mayor seguridad posible. En tal caso no hay, entiendo, diferencia de criterio con quienes defienden el derecho de todas las mujeres al aborto: hay un ejercicio de dominación de los senadores, y una lucha emancipatoria por parte de quienes les adversan. Pero si dos personas o grupos en busca del mismo objetivo emancipador difieren en sus prioridades, entonces tal vez sí exista una diferencia de criterio y sea posible llegar a un entendimiento, no en favor de uno u otro sino de la lucha que sostienen, siempre y cuando esas prioridades diferentes no impliquen nunca, pues entonces volveríamos al primer caso, un ejercicio de dominación.
Regreso al libro. Johanna, una joven rumana, se ha quitado la vida, no ha podido más, se ha roto peleando y ha padecido la incomprensión de quienes se llaman los suyos. Cuenta el libro que en esa discusión colectiva en la que se dirimía el destino de Johanna, la narradora tuvo los argumentos adecuados pero no supo exponerlos en el mejor orden, y su no saber contribuyó de algún modo a que más tarde Johanna se derrumbara. Y cuenta que la broma de uno de los jefes en la lucha fue la gota (de un vaso a rebosar, sin embargo, por los hechos del fascismo) que destruyó a Johanna. “Que este relato sea como una salva de honor al pie de una tumba inexistente”, dice la narradora, y entrega así a Deborah-Johanna lo poquísimo que ya puede darle, unas palabras, un reconocimiento narrativo.
Algunas series televisivas emplean grandes equipos de guionistas, pero las conversaciones diarias carecen de esos equipos; las frases y réplicas no son siempre tan pertinentes, concisas o conmovedoras. Freundlich ha escrito un libro que trata de cómo las palabras pueden quebrar la frágil justicia y de lo impotentes que son para reparar siquiera una pequeña parte de lo destruido.