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A acaba de terminar un máster y trabaja a jornada completa en una de sus editoriales independientes favoritas por 400 euros. A B este mes la han invitado a participar en un recital poético, una mesa redonda, dos presentaciones de libros y una conferencia; por supuesto, todas gratis. C corrige por tres euros la hora textos que ni siquiera le importan y luego, al acabar su jornada laboral, escribe su próxima novela, que no le paga nadie. D está grabando un disco con su banda. Son cinco personas encerradas en un estudio desde hace más de dos semanas. Ninguna cobrará. E, F, G, H e I se han asociado como cooperativa de trabajadoras y han montado un medio de contrainformación, una librería, una discográfica, una sala de teatro experimental. Ni uno solo de sus sueldos sobrepasa los 800 euros.
Antes de acostarse, todas ellas se repiten la suerte que tienen de dedicarse a su vocación, de haberla convertido en un trabajo; el hueco que cubren, todo lo que dejaría de existir sin su sacrificio, lo necesario que es lo que hacen. Saben que no pueden seguir así por mucho tiempo, pero confían en el futuro. A su cabeza vienen palabras como aprendizaje, pasión, militancia, placer, convicción, experiencia, proyección, visibilidad. Yo misma he sido, soy o seré cualquiera de ellas; casi siempre, varias a la vez. “En mi hambre mando yo”, nos decimos, como si hubiese algún tipo de soberanía en la necesidad. Y es que, ya lo expuso mucho mejor que yo Remedios Zafra en El entusiasmo: la pobreza no nos hace más libres. En nuestra precariedad solo manda el dinero que nos falta, la idea (pertinaz, constante) de todo lo que tenemos que pagar.
Hemos asumido que la precariedad es lo que nos espera si apostamos por el trabajo cultural o creativo, máxime cuando pretendemos generar otro tipo de cultura, ajena a los circuitos oficiales
Parece que nos hemos convencido a nosotras mismas de que la única alternativa posible al reparto desigual de la riqueza que el capital propone es un reparto equitativo de la miseria. Hemos asumido que la precariedad es lo que nos espera si apostamos por el trabajo cultural o creativo, máxime cuando pretendemos generar otro tipo de cultura, ajena a los circuitos oficiales; cuando deseamos existir en los márgenes del mercado. Pero lo cierto es que no podemos producir cultura crítica reproduciendo los esquemas de explotación capitalistas. Al hacerlo, estamos metiendo en nuestra casa al enemigo, abrazándonos a él para dormir.
No propongamos trabajar gratis, no mal paguemos a nuestras trabajadoras bajo el pretexto de que, de otro modo, nuestras editoriales, nuestros periódicos, nuestras salas de conciertos y teatro no podrían existir
“Aquí te ofrecemos un trabajo hermoso y necesario; nútrete de esta belleza, de esta fuerza política, de la dignidad del margen. Cómete esta dignidad, llénate de este aire, finge saciarte con él”. Que el entusiasmo no nos nuble la vista: el capital simbólico no da de comer. No sostengamos la cultura crítica en la precariedad propia y ajena, no perpetuemos el hambre de las otras bajo la excusa del hambre propia o de la dificultad de sacar adelante nuestros proyectos. Como trabajadoras asalariadas, no aceptemos trabajos mal pagados o gratuitos a cambio de valor creativo, intelectual, político; de la proyección, la visibilidad, el reconocimiento; de la recompensa futura, de la posibilidad. Como empleadoras, no propongamos trabajar gratis, no mal paguemos a nuestras trabajadoras bajo el pretexto de que, de otro modo, nuestras editoriales, nuestros periódicos, nuestras salas de conciertos y teatro no podrían existir.
Dejemos de engrasar el mecanismo de la precariedad. Busquemos la manera (sabemos que se puede, tenemos ejemplos por decenas) de sacar adelante nuestros proyectos asegurándonos unas condiciones materiales de existencia dignas. Renunciemos a repartirnos estas migajas y encontremos la forma de hornear, para cada una de nosotras, una hogaza de pan.
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Ganar el premio Unicaja no es cobrar de Unicaja, no digamos tonterías que precisamente lo que dice el artículo es que todes tenemos que comer.
Al comentario de aquí abajo: La verdad es la que es, la diga Agamenón o su porquero.
Si, además, la dice bien dicha, es una verdad triste y bella.
Olalla, cobrar de Unicaja como haces tú con tu poesía no tiene nada de precariedad, ¿de qué vas, a quién pretendes engañar? No sé qué hacen en El Salto admitiendo como columnista a alquien que cobra de Unicaja