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Okupación
Tranquilos, podéis iros de vacaciones
Con seis millones de viviendas vacías, el Estado español es un ejemplo bien claro de esta contradicción entre propiedad y vida.
Es el tema estrella en los noticieros. Se analiza en las tertulias de turno –casi nunca partiendo de datos reales–, se emiten programas especiales; se aprueban leyes de urgencia para combatir el fenómeno y todo el mundo ha oído decir que a la tía de un amigo le pasó.
La gente tiene miedo de irse de vacaciones, ya que todo apunta a queas ciudades han sido conquistadas por hordas de okupas dispuestas a no dejar ni una sola puerta entera. Éste es el relato que se está construyendo desde algunos partidos políticos –en connivencia con la mayoría de medios de comunicación– con el objetivo de poner en el punto de mira la okupación de viviendas.
El Estado capitalista se ha construido para defender el derecho a la propiedad privada, que establece un derecho de pertinencia exclusiva sobre un objeto, independientemente del uso que le demos a este objeto, por encima de cualquier otro derecho. Dicho esto, el interés individual siempre estará por encima del interés colectivo.
En materia de vivienda es muy ilustrativo: con tan solo un 1% de parque de vivienda pública en España, la única forma de acceder a un techo es por la vía del mercado, es decir, nos tocará entrar de lleno en la selva salvaje del libre mercado y buscar y negociar una casa para poder vivir. De esta forma, la vivienda se convierte en una mercancía más de la cual sacar el máximo beneficio. De esta forma, el valor de cambio pasa por encima del valor de uso.
El Estado español es un ejemplo bien claro de esta contradicción entre propiedad y vida. Con 6 millones de viviendas vacías, España es un cementerio de casas que esperan que un fondo buitre les eche mano, esperando pacientemente a que su valor de cambio crezca de nuevo.
Hasta que las luces del mercado inmobiliario vuelvan a brillar y todo vuelva a empezar de nuevo. A día de hoy, ya se están vendiendo la misma cantidad de pisos que en 2008, justo antes de que la burbuja pegara su estallido. El ciclo capitalista de la ‘no-vida’ sigue rodando.
En cambio, los desahucios han perdido fuerza mediática y han dejado de ocupar tanto espacio en los medios de comunicación como años atrás. La sensación que se transmite es que son agua pasada, pero nada más lejos de la realidad: según cifras del Consejo General del Poder Judicial, durante el año 2016 se llevaron a cabo más de 60.000 desahucios, lo que supone una media de 166 desahucios diarios en todo el Estado. La mayor parte de estos desahucios ya no son de ejecuciones hipotecarias. La mayoría de desahucios son de personas que no han podido hacer frente al pago del alquiler de sus viviendas.
Pero hay vida más allá de las cifras, sólo debemos asistir a cualquier de las decenas de asambleas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) para darnos cuenta de que estamos lejos de salir del pozo. Cada vez más familias viven sin ningún ingreso económico, con todos sus miembros en situación de paro de larga duración, con pequeñas a su cargo, con ayudas –quien las recibe– del todo insuficientes. Miles de personas quedan fuera del mercado de la vivienda, y sin ninguna solución por parte de la administración, ¿qué opción les queda a todas estas personas para poder acceder a una vivienda?
La ocupación de viviendas vacías es en estos momentos la única garantía de acceso a un techo para muchas personas que no han encontrado otra respuesta a su situación de vulnerabilidadLa ocupación de viviendas vacías es en estos momentos la única garantía de acceso a un techo para muchas personas que no han encontrado otra respuesta a su situación de vulnerabilidad. Según cifras del Poder Judicial, el año 2015 en Cataluña se estaban ocupando diez viviendas diarias. La campaña de la Obra Social de la PAH ya cuenta con 49 bloques ocupados y ha realojado a más de 4.000 personas.
En el Estado capitalista, la gente que no genera valor, sencillamente, sobra. Así que la excluye, la expulsa, intenta deshacerse de ella. Pero, para hacerlo, necesita crear el caldo de cultivo adecuado, generar una opinión pública favorable y crear consenso en que aquella gente que sobra es porque se lo merece, porque se lo ha ganado, y así pueden hacerlo con todas las de la ley. Y si no la tienen, la ley se la hacen a medida.
Criminalizando la okupación
De esta manera, con la connivencia de los grandes medios de comunicación, se empieza a crear un relato que, poco a poco, irá calando en el imaginario colectivo. A base de reportajes, noticias y tertulias parciales y tendenciosas; a partir de casos sonados y excepcionales; utilizando vocabulario estigmatizador; de mecanismos como cámaras ocultas; haciendo de altavoz y propagando mitos y… ya lo tenemos, el fenómeno de la okupación se erige como un temido monstruo.Pesa más la anécdota ridícula de un pseudopolítico a quien supuestamente le intentaron okupar la casa con él dentro, yendo de tertulia en tertulia, que un análisis serio de la realidad del fenómeno. De la anécdota a la generalización. Relacionar pobreza con delincuencia es una canción que nos suena demasiado, la misma que relacionar okupación con mafia, drogas y mala convivencia. Mecanismos del manual de criminalización y discursos del miedo hacia colectivos excluidos socialmente. La okupación como causa-problema y no como consecuencia de un ‘estado de bienestar’ putrefacto.
Y en este relato se incluye también la idea, ya extendida, de que okupar es fácil y agradable. Que la gente tiene mucho morro y que, con una patada a una puerta, pueden vivir gratis. No explican que okupar es una vía inestable, muy precaria y que comporta consecuencias legales. Las familias que okupan tienen muchas dificultades para acceder a los suministros básicos. Se enfrentan a procesos judiciales que pueden acabar en multas cuantiosas y antecedentes penales. Y, evidentemente, se enfrentan a un desahucio inminente y a un futuro más que incierto. Y todo esto, aderezado por una opinión pública y unos políticos que los señalan y marginan.
Crítica y autocrítica desde la PAH
Consideramos que la PAH y, en concreto, la campaña de la Obra Social, ha tenido un papel clave en la ‘normalización’ de la okupación. Que ha conseguido hacer de la okupación una herramienta para garantizar el acceso a la vivienda y salir del autoconsumo en que, a menudo, se situaba este fenómeno dentro de los movimientos anticapitalistas. Traspasar la frontera de la zona de confort y trabajar codo con codo con las personas que se han visto más golpeadas por la crisis es una victoria absoluta, pero de esto ya hemos hablado muchas veces y hace falta también espacio para la autocrítica.Con la redacción y posterior entrada de la ILP de vivienda al Parlamento de Cataluña por parte de la PAH, pudimos comprobar qué pasa cuando un movimiento popular asume los límites de las instituciones, pues la ley propuesta por la PAH tiene carencias graves en lo que respecta a la okupación. El ‘posibilismo’ de salir del Parlamento con una ley aprobada puede llevar al movimiento popular a renuncias que acabamos pagando de una manera u otra.
Pero no es sólo esto. Negando la máxima del lenguaje popular y evitando hablar de okupación, haciendo malabarismos con palabras como ‘recuperación’, estamos contribuyendo de alguna manera a la reproducción de este discurso tan peligroso de los okupas buenos y los okupas malos. El lenguaje y el relato también son un campo de batalla política y no nos podemos esconder inventando palabras nuevas o utilizando eufemismos.
Como PAH intentamos disuadir a las familias que están dispuestas, por desesperación, a pagar una cantidad de dinero que no tienen para ‘comprar’ una llave de un piso. Somos las primeras que luchamos para contrarrestar las mafias y desactivar estas prácticas. Brindamos las herramientas necesarias de conocimiento sobre los procesos de okupación, no sólo sobre como hacerlo sino sobre las consecuencias legales que comporta. Asesoramos para que las personas que se atreven a dar el paso lo hagan de forma consciente y consecuente.
¿Qué pasaría si dejáramos de organizarnos para dar respuesta a las decenas de personas desesperadas que asisten a nuestras asambleas? ¿Dónde estarían viviendo las centenares de familias que realojamos en los edificios de la Obra Social o que okupan de forma individual?
En la calle. Y entonces puede que los políticos que llevan leyes al Congresos para agilizar los desalojos, los que tumban iniciativas que garantizan nuestros derechos, los banqueros que se niegan a ceder pisos y que siguen desahuciando, tuvieran que preocuparse. Preocuparse por si les okupan sus casas o por si, directamente, desesperadas y rabiosas, las hacen arder.