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Durante 18 años, el gesto serio y ojeroso de Nicolás Redondo Urbieta acompañó las informaciones de la actividad de los sindicatos mayoritarios. El secretario general de la Unión General de Trabajadores, fallecido el 4 de enero de 2023, representó, en las décadas finales del siglo XX a un sindicato que comenzó de su mano la transición política —fue nombrado en 1976— y que en los siguientes 18 años se desencantó, en paralelo al resto del país, de su idilio con el PSOE, al que la UGT siempre ha estado ligado.
Ese desencanto llegó a su sima durante la gran huelga general de 1988, contra el Plan de Empleo Juvenil presentado por el socialista Felipe González, un acuerdo que el historiador Sergio Gálvez Biesca ha resumido como un proyecto para “ofrecer a toda aquella generación del Baby Boom de los años 70 como carnaza para un mercado laboral con unas condiciones totalmente precarias”.
Redondo, junto con el secretario general de Comisiones Obreras, Antonio Gutiérrez, elegido solo un año y sustituto del emblemático líder Marcelino Camacho, se opuso al aterrizaje del trabajo temporal, provocando la primera y más importante crisis en el PSOE de las cuatro legislaturas seguidas. Felipe González “piensa primero que los sindicatos están muertos, segundo, que ni la UGT, y menos Nicolás Redondo, se van a atrever a hacer la huelga general, y tercero, considera que la sociedad no se iba a movilizar contra un plan de empleo juvenil”, señalaba en una entrevista Gálvez.
Movimiento obrero
Diciembre de 1988: la huelga que lo paró todo
La gran huelga general. El sindicalismo contra la "modernización socialista" es el trabajo de cuatro años del doctor en Historia Contemporánea Sergio Gálvez. Un libro de más de 700 páginas sobre el último gran conflicto social antes de la convergencia hacia el neoliberalismo.
El resultado de la prepotencia del presidente socialista es la huelga más emblemática hasta las dos huelgas secundadas por el movimiento 15M en la década de los diez del siglo XXI, y la de mayor impacto en horas de trabajo desde la restauración de la democracia.
Alianza y ruptura
Un año antes, Redondo había escenificado su rechazo a la política laboral del Gobierno y los presupuestos generales aprobados para el próximo ejercicio. Diputado por Vizcaya desde las primeras elecciones generales de 1977 hasta las de 1986, Redondo renunció y quedó así confirmada la crisis de relaciones entre UGT y el PSOE, que el líder sindical achacó al retraso de los Gobiernos de González a la hora de redistribuir la riqueza tras las cesiones por parte del movimiento obrero durante la transición, que habían llevado al sindicato a UGT a una postura tibia ante el estancamiento de los salarios y en la lucha contra la reconversión industrial.
Como secretario general de UGT, Redondo fue una figura clave en la configuración del modelo sindical español, caracterizado por su integración —la de las fuerzas mayoritarias, con pocas excepciones sectoriales, CC OO y la propia UGT— en el ámbito y las instituciones socioeconómicas. El hoy llamado “diálogo social”, marcado por los acuerdos tripartitos entre Gobierno, patronal —casi sin excepción, la CEOE— y las dos fuerzas referidas es una construcción de finales de los años 70 y sobre todo de los años 80.
Redondo, que también tenía su alias clandestino, “Juan”, trabajó desde los primeros años 70 para la reconstrucción de un sindicato que se había desvanecido tras la Guerra Civil y la represión franquista
El ensayo general de esa política de concertación fueron los llamados Pactos de La Moncloa, una serie de acuerdos de moderación salarial en el contexto de la crisis internacional provocada por el incremento del precio del petróleo, que los sindicatos apoyaron “desde fuera” y, en el caso de UGT —alineada en ese momento con un PSOE que aparecía desdibujado en un acuerdo que aportó cierto oxígeno al Gobierno de Adolfo Suárez— con “reticencias” en palabras del propio Redondo.
Sin embargo, una vez llegado González a La Moncloa, en 1982, y durante lo que hoy parece un corto espacio de tiempo hasta el citado año 87, UGT asumió un papel de dinamizador de la “consolidación democrática” que dejaba poco margen al conflicto de clase y que tuvo efecto en una reducción de la afiliación a los sindicatos, no achacable únicamente a la política seguida por sus direcciones sino también a factores estructurales como el paso de una economía basada en la industria a una de servicios, menos amable para la organización sindical. Un declive de afiliación que remontaría precisamente como consecuencia del paro general de 1988.
Ese cambio impulsado desde la dirección del sindicato corrió en paralelo a la transformación del propio PSOE de la Transición, desde el discurso inflamado de “Isidoro”, el alias elegido por Felipe González en la clandestinidad, al acuerdo con las principales instituciones supervivientes del Estado franquista para la pacificación tras 1982. Redondo, que también tenía su alias clandestino, “Juan”, trabajó desde los primeros años 70 para la reconstrucción de un sindicato que se había desvanecido tras la Guerra Civil y la represión franquista.
Historia
Xavier Domènech “El franquismo fue en gran parte una utopía empresarial”
En un momento de auge de las comisiones obreras, organizadas bajo lógicas asamblearistas y en mayor consonancia con el espíritu de su tiempo, Redondo fue el encargado de reflotar a un sindicato que hasta los años 70 tenía a su dirección en el exilio. Fueron los años más prolíficos de la conexión Bizkaia-Sevilla que marcó el futuro del socialismo español de la restauración democrática.
Para 1987-1988 la situación de Redondo en el cuadro de mandos del PSOE era insostenible. La política de concertación había dejado al llamado “león de Barakaldo” en una posición incómoda
En el Congreso de Suresnes, en 1974, Redondo, que había sido propuesto para la secretaría general por parte de distintas federaciones, cedió ese papel a González, aunque fue elegido para formar parte de la dirección del partido. Tras la espantada de González en el 28º Congreso del partido, que terminó con su amenaza de no volver a la reelección si no se reconsideraba la decisión de las bases de mantener la denominación “marxista” del partido, Redondo fue uno de los que instó al entonces candidato socialista a regresar. Lo haría con un poder reforzado que le permitiría moldear al partido de Gobierno que iba a ser el PSOE a partir de 1982.
En los años posteriores a Suresnes, UGT se acoplaría perfectamente al objetivo primordial del PSOE, recuperar el tiempo perdido y la militancia evaporada a costa del PCE, para lo que convenía retar al régimen franquista como se hizo durante el 30 Congreso de la organización sindical, celebrado en Madrid apenas seis meses después de la muerte de Franco y establecer una beligerancia verbal que sedujese a una juventud que aparecía como el sujeto político fundamental en el final de la dictadura franquista.
Transición
El espléndido veranillo de la anarquía
La película documental El entusiasmo, que se estrena en Barcelona y Madrid, relata el auge de CNT y las ideas libertarias en los estertores del Franquismo y el comienzo de la Transición política. Su director, Luis E. Herrero, huye de una visión ceniza de un tiempo marcado por la liberación después de más de tres décadas de encierro.
Esa simbiosis daría como resultado la primera gran victoria de UGT sobre CC OO, con la promulgación de un Estatuto de los Trabajadores, durante el Gobierno de Suárez, que favorecía el modelo sindical basado en la democracia representativa en las empresas antes que en la asamblea, un modelo consolidado en la Ley Orgánica de Libertad Sindical de 1985. La herida provocada por el Estatuto de los Trabajadores sería importante para la relación de las Comisiones Obreras de Marcelino Camacho y el PCE de Santiago Carrillo y un hito importante en el declive electoral, y sobre todo social, de este último.
Pero, a la larga, la relación entre Redondo y González también decaería. La huelga de 1988 fue el episodio más explícito, pero los choques —a menudo por vía interpuesta, ya que Redondo no fue ministro— se produjeron desde 1982, dado el poder del ala socioliberal del Gobierno, representado por figuras como Miguel Boyer y posteriormente Carlos Solchaga. Fueron batallas perdidas como son las batallas que no se libran. Se impuso la política de moderación salarial, llegaron los contratos basura, se impusieron los pactos con la patronal y nunca llegaron los 800.000 empleos prometidos por González en su campaña electoral.
Para 1987-1988 la situación de Redondo en el cuadro de mandos del PSOE era insostenible. La política de concertación había dejado al llamado “león de Barakaldo” en una posición incómoda: la de las constantes cesiones. El enfrentamiento con su antiguo líder, González, en 1988, sería la mayor derrota infligida a estas en sus catorce años de Gobierno.
La coda sería dolorosa. La quiebra de la Promoción Social de Viviendas (PSV) impulsada por UGT durante la secretaría de Redondo y su rescate por parte del Estado abrió un proceso judicial por delitos asociados a la corrupción que salpicó al líder sindical. No llegó a más en su caso ni en el del sindicato, al que el Supremo eximió del pago de una multa de más de 70 millones de euros por responsabilidad civil subsidiaria, pero el sindicalista explicó posteriormente que se había sentido “abandonado”, sin especificar más. Uno de sus hombres sí lo hizo y responsabilizó a Felipe González de haber demorado la solución que podría haber atajado el problema de los cooperativistas antes del desembarco en tribunales.
Las muestras de desencanto de Redondo, un hombre conservador en lo político, alcanzarían su cénit con su apoyo en 1996 a Julio Anguita durante las ásperas elecciones tras las que González perdió el Gobierno. Redondo, alejado desde finales de los 90 de la actividad política, apareció en momentos concretos para apoyar a su hijo Nicolás Redondo Terreros, secretario general del Partido Socialista de Euskadi-Euskadiko Ezkerra, situado en el ala derecha del PSOE.
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