We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
David Lynch fue, ante todo, un artista. Un cineasta que se convirtió en una estrella a raíz de la repercusión mundial de la serie Twin Peaks, pero que priorizó continuar siendo un artista con una voz propia. Consiguió que una serie de televisión molase mucho antes de Los Soprano o The wire. Y a pesar de vivir ese éxito descabellado luchó por su autonomía creativa, aunque eso le generase dificultades para llevar a cabo sus trabajos.
A veces, el artista, fallecido el 16 de enero a los 78 años de edad, encontraba soluciones y escapatorias. La ahora reputadísima Mulholland Drive era el primer episodio de una serie de televisión que no fue porque la cadena de televisión que la iba a acoger demandó cambios. Su autor supo y pudo reconfigurar la obra como largometraje al conseguir que otros aportasen financiación añadida para retrabajarlo y completarlo. La última y tardía temporada de Twin Peaks tampoco fue una producción fácil, y hubo amenazas de ruptura retransmitidas por internet. Finalmente, se llegó a buen puerto. Fue la última gran obra de su autor, aunque este puso en danza nuevos proyectos que no llegaron a materializarse.
Creador de un género-mundo
Pintor, músico y mil cosas más, Lynch creó cuadros, collages, esculturas, canciones, videoclips, anuncios y muchas cosas más. Filmó recreaciones de época espolvoreadas de magia (El hombre elefante), ciencia ficción soñadora (Dune) e incluso una inesperada road movie dramática (Una historia verdadera), pero quizá su mayor logro fue la creación de una especie de género cinematográfico propio devenido mundo personal en expansión: el thriller lynchiano. Un thriller que es sobre todo suyo, aunque otros autores hayan firmado películas que puedan relacionarse de alguna manera con esa tradición, como el Richard Kelly de Donnie Darko o el Denis Villeneuve de Enemy.
Confeccionaba películas-experiencia, viajes arrebatadores salpicados de momentos desconcertantes, que tenían un inusual potencial para generar recuerdos imborrables
Mediante películas como Terciopelo azul, Corazón salvaje, Twin Peaks: fuego camina conmigo o Carretera perdida, Lynch fue perserverando en una cierta manera de hacer como soñador de pesadillas fílmicas. Confeccionaba películas-experiencia, viajes arrebatadores salpicados de momentos desconcertantes, que tenían un inusual potencial para generar recuerdos imborrables. De nuevo, quizá, porque eran la obra de un artista. Los relatos eran fascinantemente inciertos. Estaban concebidos para sugerir y sorprender como un número de ilusionista, sin proporcionar guías de resolución de los enigmas. Lo curioso es que su primer largometraje, Cabeza borradora, tiene algo de big bang creativo. El universo de su autor se iría refinando, encontraría su lugar propio, pero constantemente reaparecían huellas de ese estallido primero.
Series
En el cielo todo va bien, pero no estamos en el cielo
Lynch era un maestro en la creación de situaciones memorables, deliciosamente enrarecidas, que filmaba y montaba de manera cuidadosa. Las imágenes eran poderosas, y también lo eran los sonidos (todos los sonidos, no solo la música). Y las palabras. Porque Lynch escribió muchas frases sugerentes como un conjuro, y esta quizá es una faceta de su arte que no ha sido suficientemente valorada a causa de la enorme fuerza visual de su cine, de la iconicidad de espacios como la habitación roja de Twin Peaks o el Club Silencio de Mulholland Drive. Véase el cuento oscuro que relataba un alucinado personaje interpretado por Grace Zabriskie en Inland empire.
I’m afraid of americans, I’m afraid of the world
Los viajes fílmicos de Lynch partían muy a menudo de arquetipos del cine negro. Este terreno de juego servía como una especie de conector entre la cotidianidad ‘mundana’ (que no parecía interesar demasiado al cineasta) y los mundos alucinados que el autor terminaba por crear. Aparecían mujeres en peligro sometidas al poder de jefes criminales que despiertan el interés de hombres más o menos inocentes que las quieren rescatar. A veces con botines en disputa, porque el dinero suele ser una de las pasiones principales (quizá la principal, la auténticamente principal) en el mundo del film noir, uno de los códigos más fructíferos para relatar la vida bajo el capitalismo. Y las sombras que hay en la normalidad. Lynch aportaba añadidos peculiarísimos a estas historias criminales. No solo había personajes con facetas escondidas, con secretos y con dobles vidas, sino que podían aparecer doppelgangers y otros fenómenos que parecían versiones oníricas e irracionales de crisis psiquiátricas, de brotes psicóticos y fenómenos de disociación.
Cine
Cine Ven conmigo a un lugar: 20 años de ‘Mulholland Drive’
El cine lynchiano tiene muchas peculiaridades. Hay una especie de mirada de boy scout en el fondo de todo ello, de niño que descubre perplejo que en el bar de su pueblo puede haber tráfico de drogas. De miedo flandersiano a una contemporaneidad observada como un nido de costumbres perversas, de desórdenes morales. Hollywood, por supuesto, aparece como un espacio de vanidades y corrupciones infinitas. En las películas del autor de Twin Peaks, el mundo se convertía en un pasadizo del terror de mafiosos fetichistas y padres violadores donde la inocencia parece destinada a mancharse y conservar la bondad resulta un acto casi imposible de resistencia.
Lo lynchiano pasaba por escenificar que las escenas de normalidad siempre tenían un punto enrarecido, y que esa apariencia de normalidad estaba permanentemente a punto de colapsar
Otros cineastas imaginaban lugares seguros, espacios o pasados en los que refugiarse. Desde el principio, Lynch no fue por ahí. Terciopelo azul parecía escenificar que la imagen idealizada de la América de orden, plácida y libre de pecado, que imaginaba el macartismo de su infancia, era una mentira. Que en la comunidad idealizada de turno podía encontrarse, si se observaba bien, una oreja sajada rodeada de insectos. Lo lynchiano pasaba por escenificar que las escenas de normalidad siempre tenían un punto enrarecido, y que esa apariencia de normalidad estaba permanentemente a punto de colapsar. Lo cotidiano estaba siempre a punto de convertirse en un viaje delirante, en El mago de Oz, El carnaval de las almas o algún viaje de una Alicia a un país de terribles maravillas.
Algunos de los mejores momentos del cine lynchiano transmiten esta fragilidad de las apariencias de normalidad a punto de estallar, de las psiques que intentan conservar el aplomo a pesar de estar a punto de romperse. Como si alguien, como el ilusionista de Montana, estuviese a punto de levantar un velo y revelar horrores que permanecían ocultos y que no pueden expresarse, que son demasiado pavorosos siquiera para mirarlos. Una escena muy recordada de Mulholland Drive trata de un personaje aterrorizado por la posibilidad de que el mundo, lo que está experimentando, converja con la pesadilla que había tenido. Que la pesadilla resultase ser real. Y que, como en el desenlace de Twin Peaks, que tenía algo de horror cósmico lovecraftiano, no hubiese escapatoria.
Lo que hacía Lynch era darle otro tipo de poder a la audiencia, proporcionarle la autonomía suficiente para que pudiese recorrer sus ficciones con una cierta libertad y buscar respuestas propias a través de la intuición
Como creador, Lynch retornaba a su público a una posición de humildad. El espectador que necesitaba tener todas las claves para poder solazarse ante la idea de saberlo todo, de comprender todo el puzle que acababa de contemplar, podía salir frustrado, casi indignado, de la sala oscura. Sin entender que, aplicando otro punto de vista, lo que hacía Lynch era darle otro tipo de poder a la audiencia, proporcionarle la autonomía suficiente para que pudiese recorrer sus ficciones con una cierta libertad y buscar respuestas propias a través de la intuición. Y, sobre todo, disfrutando el viaje por algunas de las mejores pesadillas que nunca nadie imaginó.
Relacionadas
Obituario
Obituario Jean-Marie Le Pen, el político que asumió el nazismo y la “jerarquización racial”
Francia
Obituario Jean-Marie Le Pen, el antisemita y torturador que resucitó a la extrema derecha francesa
Obituario
Obituario Marisa Paredes, la estrella de la edad madura en la cultura de la transición
No siempre he gustó, pero su extrañeza resultaba magnética.