Feminismos
Sororidad

Semana especial sobre feminismo

Sororidad
Periodista. Feminista. Viajera. Contar historias, hacer que cuenten... ahora en medio de Oriente.
19 ene 2018 09:25

El feminismo, amigxs, es un camino arduo y tortuoso. Como bien explicaba María Castejón, el problema de hacerte feminista es que te jode la vida, no solo porque empiezas a ver las cosas desde el famoso prisma de las gafas violeta -lo que complica lo indecible tu día a día-, sino porque de repente te encuentras sola, luchando a brazo partido con un entorno hostil en el que nadie entiende por qué te has vuelto tan susceptible, por qué te pones a la defensiva ante cualquier "incidente", por qué has pasado a ser monotema y vesmachismoentodaspartes.

Hace unos pocos veranos, asistí por primera vez a una reunión con fines reivindicativos exclusivamente femenina. Siento desildusionar a quien se imagine una oscura escena conspirativa de malvadas ‘feminazis’ planeando erradicar los penes de la faz de la Tierra: la mayoría éramos primerizas en tanto que organizadoras de una asamblea de mujeres, y ni siquiera teníamos demasiado claro qué temas susceptibles de entrar a debate no podían ser discutidos en presencia masculina. Debíamos de ser una decena de veinte y treintañeras sentadas en el salón de uno de esos apartamentos minúsculos de París. Las trayectorias personales iban de quienes tenían en su haber un máster en Estudios de Género y/o se definían como aguerridas militantes feministas a las que -me incluyo- se veían como tales pero no habían empleado jamás en voz alta la palabr(ot)a ‘heteropatriarcado’; había, incluso, quienes sentían que el actual sistema de dominación machista solo las concernía en abstracto y acudieron por pura curiosidad... Sí, al principio estábamos un poco descolocadas, tanto que, admito, hubo momentos de hinchar condones con la nariz y alabar las bondades de poder, en pleno agosto, debatir sin pantalones.

Es necesario ese pacto entre mujeres, porque ya no queremos un intercambio que mantenga las condiciones definidas por el sistema tal y como como están

Al mismo tiempo, sin embargo, el espacio no mixto empezó a ejercer su efecto, y acabamos abordando aspectos sensibles de temas como la discriminación cotidiana, el acoso, la violencia ejercida contra nuestros cuerpos por propios y extraños, y otros tantos micro y macro machismos. Reconociéndonos las unas en las otras, tan iguales y a la vez tan distintas. Lo interesante es que no solo hablamos: también empezamos a idear soluciones. Recuerdo que salí de aquella reunión sintiendo una fuerza y un poder desconocidos, y fue por esas fechas que empecé a concebir el feminismo, en lugar de como un combate individual, como una lucha colectiva.

La solidaridad entre mujeres es milenaria. Durante siglos la usamos para aguantar, soportar y sobrevivir a la opresión patriarcal con resignación y sin quejas. Mientras nosotras nos servíamos de paño de lágrimas las unas a las otras, los hombres empleaban el concepto para ascender en la escala social, acaparar más poder y reforzar privilegios. Entonces, un día, despertamos. Empezamos a utilizar la solidaridad femenina para resistir, para darle la vuelta a la tortilla y cambiar las dinámicas de poder. Pasamos de la solidaridad a la sororidad.

Sororidad, esa bella palabra que nos ha regalado el feminismo, es admirar a otras compañeras, amigas, desconocidas, y compartir sus logros, de forma privada y pública. Es dejar de juzgarlas y ponerlas en cuestión, para creerlas y apoyarlas. Es equipararnos y respetarnos. Es dejar de ver enemigas donde hay potenciales cómplices, porque aliarse cuando el sistema nos enseñó a rivalizar entre nosotras es un acto puro de rebeldía y transgresión. Sororidad es cargarse con un bate de beisbol simbólico el chiringuito montado por siglos de solidaridad masculina. Es también bajarnos de nuestra atalaya de mujeres blancas, heterosexuales, universitarias, ciudadanas de países con economías desarrolladas, de cualquiera de nuestros privilegios, para escuchar a las que están en el otro lado de la balanza y dar valor a su voz desde la humildad, aprender e incorporar todo lo que puedan enseñarnos.

El feminismo que actualmente inunda medios de comunicación, redes sociales, conversaciones de calle y discursos políticos existe como forma de emancipación colectiva femenina desde la Ilustración e incluso antes. Sin embargo, el año pasado ha sido, según el consenso generalizado, el momento en que ha despegado definitivamente como tendencia global. Feminismo fue declarada la palabra del año en 2017. Las movilizaciones Ni Una Menos en América Latina o Italia, Mee Too en Estados Unidos y el planeta entero, Balance Ton Porc en Francia, y tantas otras iniciativas para combatir al patriarcado, han hecho correr ríos de tinta y han sacado a las calles y a la tribuna pública a cientos de miles de mujeres. Por supuesto, ha habido extrañas y tristes reacciones, pero me quedo con el hecho de que, por primera vez, estamos otorgándonos credibilidad y reconocimiento mutuo de forma masiva.

Sororidad es cargarse con un bate de beisbol simbólico el chiringuito montado por siglos de solidaridad masculina

En estos últimos meses, se ha hablado del empoderamiento que ha supuesto para las mujeres alzar la voz y, por fin, ser escuchadas por el conjunto de la sociedad. Aunque este un logro indiscutible, lo que realmente nos ha dado fuerza, en mi humilde opinión, ha sido escucharnos entre nosotras. Sostenernos. Y tomar las riendas para cambiar las cosas. Hemos entendido que juntas la manada somos nosotras, que cuando compartimos una agenda y meta comunes somos poderosas, derribamos tótems, movemos montañas.

Como señalaba la antropóloga feminista mexicana Marcela Lagarde, "la alianza de las mujeres en el compromiso es tan importante como la lucha contra otros fenómenos de la opresión". Es necesario ese pacto entre mujeres, porque ya no queremos un intercambio que mantenga las condiciones definidas por el sistema tal y como como están, sino uno que implique un cambio en nuestra manera de relacionarnos.

Feminismo es una palabra en reinvención continua. Para avanzar también es necesario potenciar al máximo ese término que corre parejo, sororidad. Para no sentirnos solas, desprotegidas, víctimas, nunca más.

Texto: Andrea Olea

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21/1/2018 17:58

Del libro ‘La pasión de la mente occidental’ (The Passion of the Western Mind), de Richard Tarnas:

INTEGRAR LOS OPUESTOS

Podrían hacerse muchas generalizaciones acerca de la historia del pensamiento occidental pero, hoy por hoy, tal vez lo que se presenta con evidencia más inmediata sea que, desde el principio hasta el final, se ha tratado de un fenómeno abrumadoramente masculino: Sócrates, Platón, Aristóteles, Pablo, Agustín, Tomás de Aquino, Lutero, Copérnico, Galileo, Bacon, Descartes, Newton, Locke, Hume, Kant, Darwin, Marx, Nietzsche, Freud ... La tradición intelectual de Occidente ha sido producida y canonizada casi íntegramente por hombres y se ha inspirado predominantemente en perspectivas masculinas. Está claro que este predominio masculino en la historia intelectual de Occidente no se debe a que las mujeres sean menos inteligentes que los hombres, pero ¿se puede atribuir exclusivamente a las restricciones sociales? Yo pienso que no. Creo que hay en ello algo más profundo: algo arquetípico. La masculinidad de la mentalidad occidental lo ha invadido todo, ha sido fundamental, tanto en hombres como en mujeres, ha afectado todos los aspectos del pensamiento occidental y ha determinado su concepción básica del ser humano y el papel humano en el mundo. Las principales lenguas en que se desarrolló la tradición occidental, desde el griego y el latín, tendieron sin excepción a personificar la especie humana con palabras de género masculino: anthropos, homo, l'homme, man, l'uomo, chelovek, der Mensch, el hombre. Como ha quedado fielmente reflejado en el relato histórico de este libro, siempre ha sido «el hombre» esto y «el hombre» lo otro: «el ascenso del hombre», «la dignidad del hombre», «la relación del hombre con Dios», «el lugar del hombre en el cosmos», «la lucha del hombre con la naturaleza», «la gran conquista del hombre moderno», y así sucesivamente. El «hombre» de la tradición occidental fue un héroe masculino inquisitivo, un rebelde prometeico biológico y metafísico que ha buscado sin cesar la libertad y el progreso, y que se ha esforzado permanentemente por diferenciarse de la matriz de la cual emergió y controlarla. Esta predisposición masculina en la evolución de la mentalidad occidental, aunque en gran medida inconsciente, no sólo ha sido característica de dicha evolución, sino que ha sido, también, esencial a ella.

En efecto, la evolución de la mentalidad occidental ha sido siempre impelida por un impulso heroico a forjar una identidad humana racional y autónoma, separándola de su unidad primordial con la naturaleza. Todas las perspectivas religiosas, científicas y filosóficas fundamentales de la cultura occidental se han visto afectadas por esta decisiva masculinidad, que empezó hace cuatro milenios con las grandes conquistas patriarcales nómadas en Grecia y Oriente Medio a expensas de antiguas culturas matriarcales, y se manifestó en la religión patriarcal de Occidente a partir del judaísmo, en su filosofía racionalista a partir de Grecia yen su ciencia objetivista a partir de la Europa moderna. Todo esto ha servido a la causa de la evolución de la voluntad y el intelecto humanos autónomos: el yo trascendente, el yo individual independiente, el ser humano que se autodetermina en su originalidad, en su separación y en su libertad. Pero para lograr esto, la mentalidad masculina reprimió a la femenina. Esto puede verse en el sojuzgamiento y revisión de las mitologías matrifocales prehelénicas que tuvo lugar en la Grecia antigua, o bien en la negación judeocristiana de la Gran Diosa Madre, o bien en la exaltación que hizo la Ilustración del frío yo racional, consciente de sí y escindido de una naturaleza exterior desencantada. En cualquier caso, la evolución de la mentalidad occidental se ha fundado en la represión de lo femenino, en la represión de la conciencia unitaria indiferenciada, de la participation mystique con la naturaleza, esto es, una progresiva negación del anima mundi, del alma del mundo, de la comunidad del ser, de lo omnipresente, del misterio y la ambigüedad, de la imaginación, la emoción, el instinto, el cuerpo, la naturaleza, la mujer.

Pero esta separación entraña, necesariamente, un anhelo de reunión con lo que se ha perdido, sobre todo después de que la heroica búsqueda masculina ha sido llevada a su extremo unilateral en la conciencia tardomoderna, que en su aislamiento absoluto se ha apropiado de toda la inteligencia consciente del universo (el hombre es un ser consciente e inteligente, el cosmos es ciego y mecanicista, Dios ha muerto). El hombre se enfrenta a la crisis existencial derivada de su condición de ser un yo consciente solitario y mortal arrojado a un universo que, en última instancia, carece de sentido y es incognoscible. Y se enfrenta a la crisis psicológica y biológica derivada de vivir en un mundo modelado de tal manera que corresponde a su cosmovisión; esto es, en un medio artificial de fabricación humana y cada vez más mecanicista, atomizado, sin alma y autodestructivo. La crisis del hombre moderno es esencialmente una crisis masculina, y creo que su resolución ya empieza a advertirse con el tremendo surgimiento de lo femenino en nuestra cultura. Pero este surgimiento no se manifiesta únicamente en el auge del feminismo, en el creciente poder de las mujeres y en la amplia apertura a los valores femeninos por parte tanto de hombres como de mujeres, o en el auge de los estudios y las perspectivas sensibles al género en prácticamente todas las disciplinas intelectuales, sino también en el sentido creciente de unidad con el planeta y con todas las formas de la naturaleza, en la creciente conciencia ecológica y en la reacción cada vez mayor contra las estrategias políticas y corporativas que mantienen la dominación y la explotación del medio, en la solidaridad creciente con el conjunto de la comunidad humana, en el colapso acelerado de antiguas barreras políticas e ideológicas que separan a los pueblos del mundo, en el reconocimiento cada vez más profundo del valor y la necesidad de colaboración, de pluralismo y de conjugación de muchas perspectivas. También se manifiesta en la urgencia por volver a tomar contacto con el cuerpo, las emociones, el inconsciente, la imaginación y la intuición, en el nuevo interés por el misterio del parto y la dignidad de lo maternal, en el creciente reconocimiento de una inteligencia inmanente en la naturaleza, en la popularidad de la teoría Gaia. Se manifiesta en la apreciación cada vez mayor de las perspectivas culturales indígenas y arcaicas, tales como las de los nativos de América o África y los europeos antiguos, en la nueva conciencia de las perspectivas femeninas de lo divino, en la recuperación arqueológica de la tradición de la Diosa y el resurgimiento contemporáneo del culto a la Diosa, en el ascenso de la teología judeocristiana de orientación sofiánica y en la declaración papal de la Assumptio Mariae, en la brusca y espontánea aparición, ampliamente observada, de fenómenos arquetípicos femeninos en sueños individuales y en la psicoterapia. Y también es evidente en la gran oleada de interés en la perspectiva mitológica, en las disciplinas esotéricas, en el misticismo oriental, el chamanismo, la psicología arquetipal y transpersonal, la hermenéutica y otras epistemologías no objetivistas, en teorías científicas del universo holonómico, campos morfogéneticos, estructuras disipativas, teoría del caos, ecología de la mente, universo participativo y un largo etc. Como profetizó Jung, en la psique contemporánea se está produciendo un cambio histórico, una reconciliación entre las dos grandes polaridades, una unión de opuestos: un hieros gamos (matrimonio sagrado) entre lo masculino, dominante durante mucho tiempo, pero ahora alienado, y lo femenino, reprimido durante mucho tiempo, pero ahora en ascenso.

Este dramático desarrollo no es meramente una compensación, un simple retorno de lo reprimido, ya que, a mi entender, fue siempre la meta subyacente a la evolución intelectual y espiritual de Occidente. Pues la pasión más profunda de la mentalidad occidental ha sido la de reunirse con el fundamento de su propio ser. El impulso conductor de la conciencia masculina de Occidente fue su indagación dialéctica no sólo én busca de autorrealización, sino también, en último término, para recuperar su conexión con el todo, para armonizarse con el gran principio femenino de la existencia: diferenciarse de lo femenino, pero luego redescubrirlo y reunirse con él, con el misterio de la vida, la naturaleza y el alma. Esta reunión puede darse ahora en un nivel nuevo y profundamente distinto del de la unidad inconsciente primordial, pues la larga evolución de la conciencia humana ha puesto por fin a ésta en condiciones de abrazar libre y conscientemente el fundamento y la matriz de su propio ser. El telas, la dirección y la meta inherentes al espíritu occidental, ha consistido en volver a conectar con el cosmos en una participation mystique madura, en entregarse a sí mismo, libre y conscientemente, a una unidad mayor que preserva la autonomía humana a la vez que trasciende la alienación humana.

Pero para lograr esta reintegración de lo femenino reprimido, lo masculino debe pasar por un sacrificio, por una muerte del yo. La mente occidental debe tener la voluntad de abrirse a una realidad cuya naturaleza podría hacer añicos sus creencias mejor establecidas acerca de sí misma y del mundo. Éste es precisamente el acto de heroísmo que ha de tener lugar. Ahora es necesario cruzar un umbral que exige un valeroso acto de fe, de imaginación, de confianza en una realidad más amplia y compleja; umbral que, además, exige un acto de auto exploración sin flaqueza alguna. He aquí el gran desafío de nuestra época, el imperativo evolutivo de que lo masculino vea más allá de su hubris y su unilateralidad, que tome conciencia de su sombra inconsciente, que elija entrar en una relación fundamentalmente nueva de mutualidad con lo femenino en todas sus formas. Lo femenino, pues, deja de ser lo que se debe controlar, negar y explotar, para convertirse en lo que se debe plenamente• reconocer y respetar, y a lo que se debe dar la palabra; deja de ser lo que no se reconoce como «otro» objetivado, para convertirse en fuente, meta y presencia inmanente.

Éste es el gran reto, aunque creo que se trata de un reto para el cual la mente occidental se ha venido preparando lentamente durante toda su existencia. Creo que el incansable desarrollo interior de Occidente y el incesante ordenamiento masculino de la realidad ha ido llevando poco a poco, en un movimiento dialéctico de inmensa longitud, hacia un matrimonio profundo y en muchos niveles de lo masculino y lo femenino, una reunión triunfal y restauradora. Y a mí me parece que gran parte del conflicto y la confusión de nuestro tiempo es reflejo del hecho de que este drama evolutivo se está aproximando a sus fases culminantes. Nuestra época está produciendo algo fundamentalmente nuevo en la historia humana: somos testigos y protagonistas del trabajo de parto de una nueva realidad, una nueva forma de existencia humana, un «hijo» que es fruto de este gran matrimonio arquetípico y que lleva en su seno todos sus antecedentes, pero en una nueva forma. Por tanto, reafirmaría los ideales que han expresado las perspectivas contraculturales feministas, ecologistas, arcaicas y otras. Pero también quisiera dar mi apoyo a quienes han valorado y sostenido la tradición central de Occidente, pues creo que esta tradición (toda la trayectoria desde los poetas épicos griegos y los profetas hebreos, la larga lucha intelectual y espiritual desde Sócrates y Platón, Pablo y Agustín, a Galileo y Descartes y a Kant y Freud), todo este estupendo proyecto occidental debería considerarse una parte necesaria y noble de una gran dialéctica, y no ser rechazado simplemente como una confabulación imperialista-chauvinista. No sólo esta tradición ha preparado arduamente el camino para su autotrascendencia, sino que posee recursos, dejados y atrás y olvidados por su propio avance prometeico que apenas hemos comenzado a integrar (paradójicamente, sólo la apertura a lo femenino nos permitirá integrarlos). Cada perspectiva, masculina y femenina, es aquí afirmada a la vez que trascendida, . reconocida como parte de un todo que la abarca; cada polaridad requiere a la otra para su plena realización. Y su síntesis lleva más allá, pues ofrece una inesperada apertura a una rea lidad más amplia que no se puede aprehender antes de tiempo, porque esta nueva realidad es, ella misma, un acto creador.

¿Por qué la omnipresente masculinidad de la tradición intelectual y espiritual de Occidente se nos ha hecho de pronto evidente, tras haber permanecido invisible para casi todas las generaciones anteriores? Creo que eso sólo ocurre hoy porque, como sugirió Hegel, una civilización no puede tomar conciencia de sí misma, no puede reconocer su propio significado, hasta que no ha madurado lo suficiente como para aproximarse a su muerte.

Hoy en día estamos viviendo algo que se asemeja mucho a la muerte del hombre moderno, que se asemeja mucho, en verdad, a la muerte del hombre occidental. Tal vez el final del «hombre» esté al alcance de la mano. Pero el hombre no es una meta. El hombre es algo que debe ser superado ... y completado, en el abrazo con lo femenino.

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Sonia Riveiro
21/1/2018 7:54

Tan reconocida en el artículo, que probablemente invite a leerlo Cuando no me sepa explicar/no me quieran entender. Me ha encantado.

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Soros=sororiedad
20/1/2018 4:09

Sororiedad es que la pasta de soros esta detras de vuestro chiringuito

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Daniel Seijo
20/1/2018 13:23

Mira que el artículo lo dejaba claro,pero no...

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Monica
19/1/2018 9:09

No hace tanto hicieron un estudio en Reino Unido sobre el feminismo. Solo un 9% de mujeres se reconocia feminista (y creo q era un 7% de hombres). Cuando se les preguntaba por la igualad y que si las mujeres deberian de tener los mismos derechos que los hombres, el 87 % estaba a favor. RESUMIENDO: la sociedad ha 'demonizado' el termino feminista (cuantas veces no habre visto a la gente decir que tanto el machismo como el feminismo es una lacra!?)

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Carmelo Basoredo
19/1/2018 21:05

Soy afiliado de un partido feminista, está en sus estatutos y en su práctica diaria. Es Sortu, de la Izquierda Abertzale. En nuestra concepción Feminismo es sinónimo de Igualdad, por eso lo acepto con buen ánimo.

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