Música
Berri Txarrak: este hilo nunca se romperá

Berri Txarrak es un hogar, un aguijón, una ráfaga, una pasión innegociable. Algunas de sus seguidoras y seguidores han querido compartir momentos y vidas marcadas por su música.
Berri Txarrak
Foto: Gaizka Peñafiel (CC BY-SA)

La historia general de la música está llena de ínfulas. No solo de las que generan excesos que luego jalonan biografías sin término medio entre la glucosa y la amargura. También los aires nacidos desde el propio núcleo creador. Indigestión de aplauso o delirios de grandeza, en corto.

Berri Txarrak jamás nos vendieron, como Refused y aunque duela el ejemplo, que eran capaces de hacer el punk que estaba por venir. Ni siquiera hacían punk. Ni metal. ¿Rock? Bah, demasiado emocionales para el guitarreo hueco y demasiado entonados como para aburrirnos con queridos diarios de medio tiempo.

Podrían haberse tirado el pisto con la pose y la marca, pero prefirieron no dejarse cegar y, sin disimular que sabían que estaban logrando algo año a año más grande, seguir hacia adelante. Escribiendo sobre algoritmos y sobre dolores sin herida visible. Haciendo caso al instinto. Gorka, David y Galder, pero también Mikel y los dos Aitor que un día fueron berris, y todo el equipo de trabajadores adyacentes que lo han sido hasta el final, la BTX Crew, son seguramente más que un grupo. Un hogar, un aguijón, una ráfaga, una pasión innegociable. Eso son para algunas de sus seguidoras y seguidores que han querido compartir momentos y vidas marcadas por su música, coincidiendo con el estreno en cines del documental sobre la banda navarra, Dardara (Marina Lameiro, 2021).


Déborah García Sánchez-Marín
Historiadora y escritora, es autora del libro España es esto y todo lo contrario (Temas de Hoy, 2020).
Ira y yo nos fuimos a vivir nómadas a la furgoneta que hemos construido con nuestras manitas en agosto. Nuestra primera idea era subir hasta Cabo Norte, hasta tierras polares, el punto más septentrional de Europa. En ese viaje ha habido momentos en los que hemos tenido que hacer de cada sitio en el que estábamos nuestra casa, nuestro hogar. Uno de los momentos más especiales que recuerdo está relacionado con Berri Txarrak. Estábamos intentando entrar a Estocolmo y hubo un atasco de la hostia, no he visto uno tan grande en mi vida. Estábamos en la furgoneta paradas en medio de una circunvalación inmensa y rodeadas de un montón de gente sueca en sus cochazos. De repente empezó a sonar “Katedral bat”, e Ira y yo nos desgañitamos cantando, abriendo las ventanas, chillando, con los pelos de punta. Fue como estar en casa. En ese momento nos dimos cuenta de que, fuéramos donde fuéramos, Berri Txarrak venía con nosotras y nos hacía sentir hogar, que Berri Txarrak eran hogar. Y como en la parte ikasitakoa desikasten ikasi, todo lo que aprendimos que teníamos que hacer lo estamos desaprendiendo, era una comunión entre lo que ellos decían y lo que nosotras estábamos haciendo.

 

Toni Mejías
Periodista e integrante de Los Chikos del Maíz y Riot Propaganda. En mayo publica Hambre. Mi historia frente al espejo (Penguin Random House, 2021), su primer libro.
Les conocí hace mucho tiempo, aunque no recuerdo la primera vez. Como es lógico, el Jaio.Musika.Hil fue un hito entre los que escuchábamos rock y estábamos tan influenciados por la música de Euskal Herria, pero tardé en verlos en directo. La primera vez compartíamos cartel en un Hatortxu especial que se hizo en verano, donde tocábamos Riot Propaganda con Berri y Fermin Muguruza, pero en los días de bolo los nervios no me permiten disfrutar del resto de bandas tanto como me gustaría. El siguiente fue en un festival en Gandía y ya no me perdí ninguno entre los que tuve posibilidad de ir. La fuerza del directo, su personalidad sobre el escenario y su capacidad para trasmitir fueron tan arrolladoras que pasaron de ser un grupo que me gustaba a una absoluta referencia. Me empecé a empapar de sus discos más a fondo y a traducir sus letras, que mejoraban todavía más sus canciones. Los he visto incontables veces, he podido compartir ratos con ellos, me han invitado a cantar y me han demostrado que, para trasmitir en un disco y en un escenario, debes tener una base personal detrás. Cuando tu música es todo decorado, eso en algún momento se demuestra y se desmorona. Cuando sales al escenario sin pasión, como si fuera un mero trámite, es imposible contagiar al público. Dicen en una canción que “la pasión es el mínimo exigible (pasioa da hemen exigitzea zilegi den gutxieneko hori)” y ahora recuerdo esa frase cada vez que tengo que escribir una letra o salir a un escenario. El día que el estómago no me dé un vuelco ante cada nuevo reto musical será el momento de apartarse. Berri me demostraron que la música es sentimiento y compartir. Que es un idioma universal. Me recordaron por qué empecé a escribir letras.

 

Cristina Tevar
Enfermera.
Les descubrí realmente tarde. En agosto de 2014, fiestas de Gernika. Era la primera vez que subía a Euskadi con mi compañero. Desde entonces, me encantaron. En la gira de despedida y aún sin fechas para Barcelona, nos fuimos a verlos a Salt. Sonaba “Oreka” y, de golpe, ¿“Toro”? Sí, sonaba “Toro”, de El Columpio Asesino, la canción de mi 40º cumpleaños, mi canción. El último momentazo fue en noviembre de 2019. Emocionadas porque esa noche íbamos al Apolo, al concierto de despedida, nos enteramos de que iban a tocar en Plaça Universitat, en la acampada contra la sentencia del procés. Fuimos, pero llegamos tarde. Aun así, me fui hacia Gorka y nos hicimos una foto: yo y mis cosas de friki. Unas horas más tarde, el concierto. Fue mítico. Toda la sala vibró todo el bolo. Volvió a sonar “Toro”, esta vez sin sorpresa. Con “Denak ez du balio” perdí la voz. Y el momento final: “Sols el poble salva el poble” y “Oihu”. Una noche maravillosa. Me gustaría que un día se alinearan las estrellas y nos volvieran a regalar un concierto suyo.

 

Rocío Santos Gil
Comunicadora audiovisual. Forma parte del medio de feminismo andaluz La Poderío y de la radio comunitaria malagueña Onda Color, además de ser trabajadora de funeraria en la actualidad.
Tengo el recuerdo reciente del WiZink en Madrid, lo dí todo y salí empapada pero también pasé una parte importante del directo llorando. Sabía que se cerraba algo muy importante. Los descubrí gracias a un foro, el de Manerasdevivir, en el que pasaba muchísimo tiempo a principios de los dos mil, cuando solo te podías conectar a partir de las seis de la tarde y nadie podía llamar a tu casa porque se cortaba internet. En mi círculo no se conocían ni había mucho interés por ese rock o metal vasco o de otras partes del Estado. Cuando escuché el Libre decidí que tenía que verlos sí o sí y me fui sola a verlos al País Vasco, en autobús. Un montón de horas, sola, con el miedo de no poder compartir con nadie la experiencia de estar en un concierto, hablar o tener esa comunicación no verbal cuando estás viendo algo que te gusta muchísimo. Pero cuando llegué allí y vi a los Berri en directo fue absolutamente mágico. Les estaré siempre agradecida porque lo han dado todo hasta el último momento.

 

Guillermo Granado
Librero en Letras Corsarias, espacio literario de Salamanca.
Les he visto once veces y en diferentes formatos. En 2017 estaba estudiando en París y el 21 de junio era la Fête de la Musique. Se hace música en directo sobre el asfalto, al aire libre. Coincidió que tocaban los Berri, que habían actuado en el mítico concierto aquel de Nantes ante una persona el día anterior. En el centro de la ciudad, a la salida de una boca de metro. Fue increíble, les tuve literalmente a un metro. Estuvieron como hora y media larga, con una ola de calor tremenda que había, la gente bebiendo cerveza, los que salían del metro flipando. Para mí ha sido uno de los conciertos más especiales de toda mi vida.

 

Santi Escribano
Periodista y conductor del programa radiofónico 100Fuegos, Política y Rock. Está a punto de publicar el libro La mecha (Ovejas Negrax, 2021).
Con ellos me reencontré en 2019, en la gira de despedida, en un mal momento de mi vida. Fue como volver a ver a un viejo amigo justo cuando más lo necesitas: no hace preguntas, no te juzga; simplemente está. Pero mi ‘momento Berri Txarrak’ no sería ni en Kobeta, el WiZink o el Navarra Arena, sino el día que estaba en casa muerto de asco bloqueadísimo con un guión de mierda para el trabajo y me saltó “Katedral bat” en el ordenador. Me acordé del discurso del ‘mañana ensayo’ de Gorka en Bilbao, y me lié a escribir a mano la letra de la canción – en castellano- en unos papeles para pegarlos en la pared. El guión salió un poco meh porque hay eventos que no dan más de sí, pero lo de ‘aprender a desaprender lo aprendido / olvidar lo olvidado / y tirar adelante’ me ha acompañado después cada vez que he necesitado inspiración. Sin Berri no hubiera sacado mi segundo libro, fijo.

 

Nadia Méndez
Farmacéutica.
Se despidieron de Barcelona en el barrio en el que vivo, en la sala Apolo. Así de especial tenía que ser la última vez. Fue un concierto rodeada de amigas y amigos en el que la celebración del momento tuvo casi siempre más peso que la tristeza del ikusi arte, del hasta la vista. Será eso, un hasta volver a vernos, porque seguiré escuchando su música. Descubrirla fueron, contradiciendo a su nombre, buenas noticias. Una patada en el pecho que libera, de un golpe, todas las emociones ocultas por la cotidianidad. Se apelotonan ahí y salen como un cohete, desde el corazón hacia todos los rincones del cuerpo. Garganta y piel se mezclan, ebullen. Explosiones constantes. En cada ráfaga, esos mismos ingredientes. El tema que suena, la estrofa que escuchamos, deciden la proporción. Sonreír, llorar, abrazar, besar, saltar, caer, cantar. Un lugar en el que quiero quedarme siempre, conmigo, que nadie me moleste. Con vosotros, que nadie nos moleste.

 

Facu Díaz
Comunicador, actualmente en No te metas en política (YouTube) y Buenos días in the morning (Twitch).
Berri Txarrak tenía todo los ingredientes para ser, logísticamente, una banda barata. Son tres tíos haciendo rock. Contra todo pronóstico, cuando se movían por la carretera, eran un ejército. Es la banda más completa que yo he visto a nivel nacional en cuanto a equipo técnico: backliners, iluminación, sonido, producción, que siempre ha estado súper cuidada. Desde los garitos más pequeños hasta los más grandes han hecho todo lo posible por que aquello tuviera un empaque de show espectacular. No es el camino fácil. Con el paso del tiempo te das cuenta de que es gente que ha entendido a la perfección que esto es una cuestión de trabajo en equipo, y de la importancia que se le da a este. A tu crew, como ellos le llaman. El show son tres tipos en el escenario pero un montón de gente trabajando alrededor. Eso también creo que les ha hecho ganar un prestigio quizá no tan visible pero sí muy molón: el que resulta de asumir que estas movidas salen mucho mejor y dejas un producto final increíble cuando trabajas con más gente. Esa esa una de las cosas que siempre me han gustado más de ellos.

 


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