Movimiento obrero
Gallina Blanca: el chocolate sabe más dulce después de una madrugada de piquete

Gallina Blanca ha anunciado su intención de vender el terreno de Sant Joan Despí (Barcelona) en el que se encuentra una de sus fábricas para trasladarla a Ballobar, un pueblo de 823 habitantes en la provincia de Huesca. Los trabajadores llevan dos meses de lucha para evitar el cierre de la planta.

Gallina Blanca Piquete
Concentración en la puerta la fábrica de Gallina Blanca en Sant Joan Despi. Yago García
19 feb 2019 06:01

Los zapatos taconean sobre el asfalto. Las manos enguantadas se frotan una contra otra y presionan las bufandas para sellar los huecos por los que se cuela el aire gélido. La llama que emerge del fondo de un bidón hace bailar las sombras, atenuadas por la luz de la luna. En la madrugada del 31 de enero, una treintena de personas ataviada con chalecos amarillos está congregada frente a la puerta de la fábrica. Los corrillos somnolientos ocupan la carretera dejando un solo carril despejado, aunque a estas horas la circulación es muy escasa. El humo de los tubos de escape se condensa al contacto con el frío. De vez en cuando, una furgoneta enfila la cuesta y se adentra en el polígono.

De la barrera de la entrada de turismos cuelga una pancarta. “No al cierre de Gallina Blanca”.

Pegatinas amarillas de Comisiones Obreras cubren todos los espacios entre las letras. Como si fuera la entrada de un circo, varias banderas del sindicato presiden la entrada. Los mástiles —palos de plástico tan endebles como los de un Chupa Chups— se entrelazan en la verja para mantenerse firmes. El mismo lema se repite por todas partes, en pegatinas fluorescentes y en letras pintadas con molde.

Un Seat Alhambra intenta entrar en la fábrica. Se detiene delante de la barrera. Una joven rubia que lleva una capucha de pelo sintético se planta frente al coche. Enseguida se le une un puñado de compañeros que cierran el paso. El resto se arremolina alrededor del vehículo. Dirigen sus gritos a las ventanillas tintadas y hacen sonar sus silbatos de plástico. Una explosión muy cercana hace temblar el suelo.

Antonio Hidalgo da vueltas en torno al coche y su silueta se ilumina al pasar frente a los faros. Él es el delegado sindical de Gallina Blanca en Sant Joan Despí, una ciudad de 34.000 habitantes en el área metropolitana de Barcelona. Unos días antes, la empresa se puso en contacto con él para comunicarle que el ayuntamiento iba a recalificar el terreno en el que se encuentra la fábrica y que planeaban trasladarla a Ballobar, un pueblo de 823 habitantes en la provincia de Huesca, donde la empresa tiene una de sus diversas plantas de producción.

Cuando Conchi entró en Gallina Blanca casi todo el pueblo trabajaba allí. Eran mil empleados. Con la robotización, la producción ha ido aumentando en paralelo a la reducción de la plantilla. Ahora son 70

Ante la posibilidad de perder sus empleos, Antonio Hidalgo pidió una reunión con el alcalde. Poco después de haber acordado el encuentro le llamaron de Gallina Blanca para puntualizar algo. Ellos estaban interesados en la recalificación, había sido un pacto entre ambas partes. La empresa matriz, Agrolimen, propiedad de la familia Carulla, tenía intención de traer sus oficinas centrales de Hospitalet a Sant Joan Despí y construir bloques de viviendas. Ninguno de los trabajadores —cuyas parejas trabajan aquí y muchos están pagando una hipoteca— está dispuesto a marcharse a Ballobar.

¡Carulla, no nos dejan entrar!

Uno de los hombres más jóvenes enciende un petardo y lo lanza dentro del terreno de la fábrica, filtrándolo entre los barrotes. El estruendo sobresalta a Conchi.

—¡Que me asusto!

Se produce otro estallido, esta vez detrás del coche. En el asiento del copiloto se enciende la pantalla de un iPhone. El jefe de personal, un ejecutivo joven, se lleva el teléfono a la oreja.

—¡Carulla, Carulla, no nos dejan entrar! —exclama alguien en un tono lastimero que desata las carcajadas de los demás.

Un vaso de cartón volcado, con un estampado de granos de café, descansa sobre el techo del Alhambra. Los trabajadores escrutan el interior del coche con la mirada.

—¡Chupatintas! A ese le enseñé yo a trabajar —dice Serotina señalando a los asientos posteriores.
—Está la Miriam también. Van cinco.
—¡Que salga el del maletero!
—Qué violento para ellos —comenta Conchi.
—¿Y para nosotros qué? Nos echan a la puta calle.
—Ya…
—No haber venido.
—¡Mira la luna!

En forma de cáscara de sandía, la luna sigue brillando, escoltada por dos puntos de luz que parecen dos aviones suspendidos en pleno vuelo, y que probablemente se trate del fulgor de Venus y Júpiter, que hoy coinciden en el cielo. Ahí abajo, el tráfico comienza a espesarse. El tranvía cruza la rotonda y pasa bajo el puente al tiempo que un tren de cercanías pasa sobre él. Algunos trabajadores gritan y hacen señas para que los coches que circulan frente a la fábrica hagan sonar el claxon. El conductor del primer coche no entiende los gestos que le hacen hasta que ha pasado de largo y pita cuando ya se está alejando. Le siguen otros dos, un joven inclinado sobre el volante como un adolescente en su primera práctica de autoescuela y un hombre mayor que mira al frente impasible. Los dos pasan de largo sin tocar la bocina.

—¡Esaborío! —grita Serotina.

En la acera opuesta, una puerta se abre para dejar entrar a una grúa que arrastra un Dacia Sandero.
—¡Que enganche este! —dice Conchi señalando al Alhambra.

El conductor cruza los brazos. El motor sigue encendido y el intermitente izquierdo todavía parpadea. Una patrulla de la policía local sale del mismo lugar en el que un momento antes ha entrado la grúa. Se detiene durante unos instantes y se aleja calle arriba. Los trabajadores han estado observando conteniendo la respiración.

—Vendrán los Mossos.

Un hombre se agacha para dejar un par de huevos detrás de un árbol y poder encenderse un cigarro. El tronco está repleto de nombres de amantes y fechas grabadas en la corteza. Serotina se frota las manos, enfundadas en guantes azules de algodón.

—Mirad, salen hilillos blancos —dice mostrando las palmas a las demás mujeres.

Ellas son las trabajadoras de más antigüedad. Conchi tiene 71 años y entró a la fábrica a los 15. Es una mujer de risa fácil y enérgica, a pesar de su corta estatura. Lleva un abrigo de tres cuartos de tela sintética y una bufanda blanca que da varias vueltas alrededor de su cuello. Por si acaso, tiene otra colgada del brazo. Su media melena teñida de rubio cobrizo oscila al compás de sus movimientos. A diferencia del resto, ha decidido no ponerse gorro.

Cuando Conchi entró en Gallina Blanca casi todo el pueblo trabajaba allí. Eran 1.000 empleados. Con la robotización, la producción ha ido aumentando en paralelo a la reducción de la plantilla. Ahora son 70, entre indefinidos y subcontratados a Empresas de Trabajo Temporal. Conchi entró en medio de una huelga y se irá con otra. En aquella época corrió delante de los grises en manifestaciones mucho más multitudinarias, aunque esta es la madre del cordero. Para lo pocos que son están armando mucho jaleo. 

A Conchi y las demás siempre las trataron muy bien. Nunca se retrasaron en el pago de una nómina. Había un economato a su disposición y un bar con tres cocineros que hacían una comida fantástica. Los corrales en los que criaban a los pollos estaban ahí mismo, pero hace años que los ingredientes para hacer el caldo llegan a la fábrica deshidratados. En las negociaciones de los convenios, los trabajadores consiguieron que se creara un Fondo de Cultura que destinaban a inversiones sociales, como la construcción de una biblioteca en el pueblo, y les permitía viajar juntos a precios asequibles. El último viaje fue a Austria. Incluso, Conchi recuerda Navidades en las que el señor Carulla en persona se presentaba con regalos de Reyes para todos los empleados. Fueron perdiendo estas ventajas a medida que la cantidad de trabajadores fue menguando.

—El coche, ni tocarlo —dice Antonio con una sonrisa, como si temiera que sus palabras sonaran demasiado severas.

Un Seat Ibiza blanco aparca muy cerca de donde se encuentran, del que salen dos hombres. 

—Ah, son compañeros.
—Uy, ya vienen los Mossos —advierte Conchi.

Tres vehículos se detienen manteniendo la distancia. Los agentes se agrupan para valorar la situación.

—No creas que les hace mucha gracia subir —le dice Serotina a Conchi.

Al cabo de unos minutos, dos Mossos se acercan al Alhambra. Los trabajadores hacen sonar los silbatos y gritan con todas sus fuerzas. ¡No-al-cie-rre-No-al-cie-rre-No-al-cie-rre-No-al-cie-rre! 

—Buenos días —dice uno de los agentes asomándose a la ventanilla que el conductor acaba de bajar.

Conchi no es capaz de oír lo que dicen. Intercambian unas cuantas palabras y los policías vuelven a retirarse.

—Les habrá dicho que no estamos haciendo nada.

Los pasajeros del coche discuten y agitan los brazos. El conductor alza los hombros y señala al frente. Después de unos minutos, Antonio levanta la pancarta para dejar el camino despejado. El conductor alza ligeramente la mano en señal de agradecimiento y la luz de la farola arranca un destello a su anillo. El Alhambra se adentra en la fábrica y se pierde al tomar la curva hacia el interior del recinto.

—¿Por qué les hemos dejado pasar? —pregunta Conchi, sorprendida, a un hombre más joven que está junto a ella.
—El mosso ha hablado con el Antonio y le ha dicho: un ratito, cuando levante la mano les dejas pasar.
—¡Ya hay chocolate!

La llama del bidón está casi extinguida. Sobre la tapa reposa una olla en la que se ha ido cocinando el chocolate. Las manos temblorosas agarran el cazo y se sirven con poco tino, derramando gran parte del líquido viscoso por los bordes de los vasos de cartón. Hay una mesa de camping repleta de pastas. Nadie ha traído cucharillas, así que usan bridas de plástico para remover el café con leche. Los primeros rayos de sol asoman tras los tejados de las naves industriales. El cielo, al aclararse, revela las rayas blancas de agua condensada que los aviones dejan a su paso. La calle se llena de coches aparcados en doble fila y de niños adormilados que se dirigen al colegio, enfrente de la fábrica. Los trabajadores charlan animados mientras, junto al bidón, dos cigarros se consumen sobre el asfalto.

huelga indefinida
Después de varias semanas de movilizaciones y negociaciones infructuosas, todo sigue igual para los empleados de Gallina Blanca. La empresa sigue empeñada en trasladar la fábrica a Ballobar, de nada ha servido que el ayuntamiento firmara un documento apoyando a los trabajadores de Sant Joan Despí. El comité de empresa ha decidido iniciar hoy, 19 de febrero, una huelga indefinida. 
Informar de un error
Es necesario tener cuenta y acceder a ella para poder hacer envíos. Regístrate. Entra en tu cuenta.

Relacionadas

Green European Journal
Green European Journal Lucha de clases ecológica: la clase trabajadora y la transición justa
Aquellas personas que se encuentran en una situación precaria y de inestabilidad económica son las que pueden inspirar la descarbonización de la industria y la creación de empleos que sean respetuosos con el medioambiente.
Italia
Italia Treinta años de San Precario
Presentamos en estas páginas algunos testimonios, análisis, escritos, hechos y acontecimientos ligados a la acción de San Precario veinte años después de su aparición en Milán el 29 de febrero de 2004.
CNT
Sindicalismo ‘Morala’: “Como las seis de La Suiza, fuimos condenados para dar escarmiento por unos hechos que no cometimos”
Miles de personas saldrán a la calle en Xixón para recordar que ´El sindicalismo no es delito. Tras el mitin de apoyo a las cinco sindicalistas de CNT y una trabajadora, actuarán Nacho Vegas y el Coru Antifascista Al Altu La Lleva.
Feminista Anónima
19/2/2019 9:55

Cuando la ingolemia del capital abre sus fauces al estadismo pragmatico, y el aprehendido langidece paulatinamente resignandose a su exanime destino.

3
0
Galicia
Galicia Vigo, A Coruña y Ourense compraron material policial a Israel por medio millón de euros en solo cuatro años
El alcalde ourensano, Gonzalo P. Jácome, adjudicó un contrato por 70.000 euros días después del siete de octubre. Abel Caballero firmó otro de más de 200.000 euros y la alcaldesa de A Coruña siguió la estela con un contrato de 170.000 euros.
Turquía
Pinar Selek “Turquía sigue gobernada en base al miedo”
La profesora y socióloga turca, quien ha sufrido además de cárcel, un acoso judicial por 27 años, habla de la falta de independencia del poder judicial, del adoctrinamiento social y de la formación de la sociedad turca.
Gasto militar
Gasto militar ¿De dónde sacará Sánchez el dinero para financiar el incremento del gasto en defensa?
La promesa de aumentar las partidas presupuestarias militares necesita redirigir 10.471 millones de euros para alcanzar el 2% del PIB. Cumplirlo este año abre a su vez un grave problema para hacerlo en 2026.
Eventos
Evento Un Salto al periodismo desde el barrio: acompáñanos en un directo sobre periodismo situado
El Salto organiza un evento centrado en el potencial de los formatos sonoros para transmitir información veraz y fiable de forma cercana. Para hacer periodismo desde el barrio y barrio desde el periodismo.

Últimas

Salud
El precio justo La nueva ley del medicamento o estrategias para bajar el precio de los genéricos (que son caros)
En España pagamos de media un 10% más por los medicamentos genéricos que consumimos que en el resto de la UE. Al mismo tiempo, nuestro gasto farmacéutico ha aumentado un 33% en la última década.
Galicia
Galicia Más de 200 colectivos exigen transparencia sobre la mina Doade y piden la intervención del Parlamento Europeo
Organizaciones de toda Europa, lideradas por SOS Suído-Seixo, exigen a Bruselas acceso a la documentación sobre la explotación prevista, denunciando opacidad, privilegios empresariales y riesgo ambiental en zonas protegidas de Galicia.
Laboral
Laboral Tres nuevos días de huelga para parar el ERE en Bridgestone
Los sindicatos de forma unánime convocan paros los días 24, 25 y 26 de abril y no descartan ampliar las acciones de lucha para evitar el despido de 546 trabajadores.
There Is Alternative
There Is Alternative De redes, software, cacharritos y todo lo que no sea Elon Musk | TINA #1
Primer programa del podcast There Is Alternative de El Salto Radio sobre el lado oscuro de la tecnología y sus alternativas éticas y responsables.
El Salto Radio
El Salto Radio A dos velas
El documental “A dos velas”, de Agustín Toranzo indaga en las causas de los cortes de suministro eléctrico sistemáticos e indiscriminados que varios barrios obreros de Sevilla vienen denunciando desde hace años.
Más noticias
Opinión
Opinión Priorizar bombas sobre camas de hospital
El presupuesto público parece tener siempre un límite cuando se trata de contratar personal o mejorar infraestructuras en Sanidad. Pero no lo tiene cuando se trata de gasto militar.
Opinión
Guggenheim Urdaibai Respuesta al Agirre Center: no participaremos en este juego con cartas marcadas
VV.AA.
El “proceso de escucha” se invalida a sí mismo al existir un plan ya elaborado y no publicado “de expansión discontinua del Guggenheim de Bilbao en Urdaibai”.
Comunidad de Madrid
Huelga de universidades públicas Con un gigantesco mural profesorado y alumnado exigen más inversión en las universidades públicas de Madrid
Después del encierro del pasado 7 de abril, una espectacular acción de la comunidad universitaria ha llamado la atención sobre el recorte de recursos que prevé el gobierno de Díaz Ayuso en su nueva ley de universidades.

Recomendadas

El Salvador
El Salvador El caso Ábrego García destapa el turbio pacto de Trump con Bukele
El joven salvadoreño no ha sido condenado ni en Estados Unidos ni en su país de origen, pero es uno de los cientos de personas con la vida pendiente de un hilo por las políticas de Trump y Bukele.
Siria
Siria Fragmentos de un retorno
Regresar no siempre es fácil. En estas misivas, los sirios Naoura A., residente en Francia, y Basem Al Bacha, residente en Alemania intercambian opiniones con motivo de la vuelta de Naoura a la ciudad donde se conocieron: Damasco.
Historia
Historia Miguel Martínez: “En Villalar, la izquierda arrancó los comuneros al franquismo”
Miguel Martínez, profesor de historia y literatura españolas en la Universidad de Chicago, analiza desde una óptica progresista la Edad Moderna, el momento histórico fetiche de las derechas españolistas.