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Green European Journal
Lucha de clases ecológica: la clase trabajadora y la transición justa
En el año 2023, una ola de calor sin precedentes que recibió el nombre de Cerbero (el sabueso tricéfalo de Hades) arrasó toda Europa, lo que llevó a la clase trabajadora a organizarse para exigir medidas de protección contra el calor extremo. En Atenas, el personal empleado en la Acrópolis y otros enclaves históricos se declaró en huelga durante cuatro horas al día. En Roma, el servicio de recogida de basuras amenazó con ir a la huelga si se les obligaba a trabajar durante las horas de mayor calor. En otros lugares de Italia, los empleados del transporte público exigieron vehículos con aire acondicionado y la plantilla de una fábrica de baterías en los Abruzos amenazó con ir a la huelga en protesta por la obligación de trabajar bajo un “calor asfixiante”.
Casi se podría decir que los antiguos griegos vaticinaron la crisis climática actual cuando denominaron a Hades, el dios de los muertos, con el eufemismo de “Plutón”, el dador de riqueza. Su nombre es una alusión a los materiales (la plata en su época, los combustibles fósiles y los minerales indispensables en la nuestra) que, una vez extraídos del inframundo, acaban llenando los bolsillos de los plutócratas.
La transición sigue dependiendo de instituciones poderosas y acaudaladas que, aun dejando de lado la avaricia o la codicia de estatus, están obligadas por el sistema a anteponer la acumulación de capital a la habitabilidad del planeta
La estructura plutocrática de la sociedad moderna explica la pasmosa lentitud de la respuesta al colapso climático. La tan anunciada transición ecológica apenas avanza, al menos en lo que respecta a la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero. Estos no sólo siguen aumentando, sino que lo hacen incluso de forma acelerada, y lo mismo ocurre con el ritmo del calentamiento global. La transición sigue dependiendo de instituciones poderosas y acaudaladas que, aun dejando de lado la avaricia o la codicia de estatus, están obligadas por el sistema a anteponer la acumulación de capital a la habitabilidad del planeta.
En este contexto, la política de la transición implica una lucha de clases que va más allá de la lucha de la clase obrera en defensa de sí misma y de sus comunidades frente a las emergencias meteorológicas. Obviamente, eso también forma parte del paisaje, pero la lucha de clases se manifiesta de manera más evidente cuando el poder intenta transferir los costes de la transición a las masas. Así es como surge, inevitablemente, la resistencia. La pregunta es: ¿qué forma adoptará?
En algunos casos esta resistencia adopta la forma de una reacción antiecologista, instigada o dominada por fuerzas conservadoras y de extrema derecha. Aunque se autoproclaman aliados de las “familias trabajadoras”, estas fuerzas denigran la necesidad más básica de todo trabajador: un planeta habitable. En otras ocasiones adopta una forma progresista, como es el caso emblemático de los llamados “chalecos amarillos” en Francia. Cuando el Gobierno de Macron subió los “impuestos ecológicos” sobre los combustibles fósiles como incentivo para que el consumidor comprara coches más eficientes, las clases media-baja y trabajadora de las zonas rurales, incapaces de permitirse ese cambio, se enfundaron unos chalecos amarillos de seguridad y se movilizaron. Aunque el sector radical del movimiento obrero francés se unió a la causa, no consiguió aglutinarse en una fuerza política capaz de ofrecer otras soluciones a la crisis social y medioambiental.
Los peligros climáticos ya se han integrado en las luchas obreras de todo el mundo, sentando así nuevas bases de movilización
El análisis de las formas de lucha, los movimientos y las acciones de la clase obrera en relación con el cambio climático nos permite entrever cómo se podría reorientar la transición ecológica siguiendo una línea social liderada por la clase trabajadora. En este contexto, el término “lucha de clases” se emplea en un sentido general para abarcar cuestiones como la ecología, la reproducción social, la sexualidad, la identidad, el racismo, etc., todas ellas relacionadas con la calidad de vida y tan relevantes para la “mano de obra” como el salario y las condiciones laborales.
Mazzocchi, el líder sindical estadounidense que acuñó el término “transición justa”, criticó el contrato social de posguerra por el que los dirigentes sindicales renunciaban a participar en las decisiones sobre el proceso de producción a cambio de mejoras salariales. Su radicalismo rojiverde brotó de la convicción de que era necesario transformar la totalidad de la vida laboral y social para lograr la salud y el bienestar de la clase trabajadora.
Resistencia obrera
El colapso climático está dejando una huella cada vez más honda en las diferentes formas de lucha de clases. Los peligros climáticos ya se han integrado en las luchas obreras de todo el mundo, sentando así nuevas bases de movilización. Además, la preparación ante situaciones de emergencia ha ido escalando posiciones en cuanto a prioridades en las agendas de los comités de seguridad de los sindicatos.
La investigación de Freya Newman y Elizabeth Humphrys sobre los trabajadores del sector de la construcción en Sidney explora la percepción que tienen los obreros del estrés térmico como una cuestión de clase. “Cuando hace un calor infernal, nuestros jefes no salen nunca de sus oficinas con aire acondicionado”, se quejaba uno de los entrevistados, “y eso que nos hacen trabajar en unos sitios espantosos a unas temperaturas demenciales”. Según los investigadores, en los lugares donde la conciencia de clase es mayor y los sindicatos han conservado cierta importancia (a pesar de la tendencia general a debilitarse durante la era neoliberal), la presión de la clase trabajadora ha logrado las mejoras más notables en materia de salud y seguridad en el marco de la crisis climática.
Las movilizaciones por una mayor protección frente a los riesgos meteorológicos, como las que tuvieron lugar en Atenas, Roma y la región de los Abruzos, evidencian la estrecha relación que existe entre las luchas obreras y la degradación del clima y el colapso ecológico. Otra de las reacciones es la resistencia contra las repercusiones “indirectas”, un concepto muy amplio que incluye las revueltas revolucionarias que se produjeron en los años 2010-12 en Oriente Próximo y el Norte de África, donde la inestabilidad meteorológica provocó un ascenso vertiginoso del precio de los alimentos, y, más recientemente, las protestas de los agricultores en la India.
Los despidos “rojos” se visten de “verde”
Teniendo en cuenta que los vehículos eléctricos, las energías renovables y el transporte público son piezas clave para la transición ecológica, ¿qué ocurre con aquellas personas que trabajan en los sectores más contaminantes?
Algunas de las historias más inspiradoras sobre la transición nos llegan del sector del automóvil y de la industria armamentística. A principios de los años 70, los movimientos obreros y sindicales de todo el mundo se volcaron en la defensa del medio ambiente. Así fue como los “rojos” y los “verdes” adoptaron una lengua común. En Estados Unidos, por ejemplo, el líder del sindicato United Automobile Workers, Walter Reuther declaró que “la crisis medioambiental ha alcanzado unas proporciones tan catastróficas que el movimiento obrero se ve ahora obligado a llevar esta cuestión a la mesa de negociación de cualquier industria que contribuya de forma cuantificable al deterioro del medio ambiente en el que vivimos”.
Pues bien, eso es precisamente lo que hicieron los trabajadores de Lucas Aerospace, un fabricante británico de armas con sede en Gran Bretaña. La dirección de la empresa empezó a despedir a su personal amparándose en la automatización y en la disminución de los pedidos por parte del Gobierno. Ante esta situación, los trabajadores crearon un sindicato no oficial con el nombre de Combine en representación de los empleados que trabajaban en las 17 fábricas de la empresa. Su principal objetivo era frenar la hemorragia de despidos presionando al Gobierno laborista para que invirtiera en maquinaria para la vida y no para la muerte.
Frank Duffy, coordinador sindical de Unite: “Nos dimos cuenta de que, si queríamos lograr un futuro ecológico para la industria automovilística británica y salvar nuestros puestos de trabajo cualificados, no podíamos dejar el asunto en manos de nuestros jefes”
En el año 1974 redactaron un documento de 1.200 páginas en el que detallaban diversas propuestas para reorientar sus habilidades y maquinaria hacia una actividad productiva que fuera útil para la sociedad como, por ejemplo, máquinas de hemodiálisis, turbinas eólicas, paneles solares, motores para vehículos híbridos y trenes ligeros, es decir, tecnologías de descarbonización que eran prácticamente desconocidas en aquella época. El plan fue rechazado por el Gobierno laborista de entonces y por la dirección de la empresa, que descalificó a sus creadores como “la brigada del pan integral y las sandalias”. Sin embargo, la historia de Combine sigue vigente.
En el año 2021, Melrose Industries compró GKN, una de las principales empresas de la industria automovilística, y anunció el cierre de sus fábricas de componentes para transmisiones de automóviles ubicadas en las ciudades de Florencia y Birmingham. Por un lado, más de 500 trabajadores de la fábrica británica respondieron con un voto a favor de la huelga, exigiendo que la fábrica se convirtiera en una planta de producción de componentes de vehículos eléctricos. Frank Duffy, el coordinador sindical de Unite, explicó: “Nos dimos cuenta de que, si queríamos lograr un futuro ecológico para la industria automovilística británica y salvar nuestros puestos de trabajo cualificados, no podíamos dejar el asunto en manos de nuestros jefes. Teníamos que tomar cartas en el asunto nosotros mismos”. Además, haciéndose eco del Plan Lucas de forma deliberada, añadió: “Hemos elaborado un plan alternativo de 90 páginas en el que se detalla la manera en que podemos reorganizar la producción” para así asegurar los puestos de trabajo y acelerar la transición al transporte impulsado por motores eléctricos.
En la factoría hermana de Campi Bisenzio, en Italia, la transición desde abajo llegó mucho más lejos. Los trabajadores de la planta ya partían con ventaja tras haberse organizado en un comité industrial democrático (collettivo di fabbrica). Ocuparon las instalaciones y expulsaron a los guardias de seguridad, que habían recibido órdenes de intervenir. De esta forma, y en colaboración con académicos y activistas por la justicia climática, los trabajadores trazaron un plan de reconversión del transporte público sostenible y reivindicaron su implementación.
Decenas de miles de personas tomaron las calles una y otra vez en movilizaciones constantes, respaldadas por sindicatos y comunidades locales, así como por grupos ecologistas como Extinction Rebellion (XR) y FFF. La ocupación de Campi Bisenzio, que ha cumplido ya su tercer año, es la más larga de la historia de Italia. Después de que sus esfuerzos por obligar a Melrose a cancelar el cierre de la planta fracasaran, los trabajadores cambiaron de táctica y formaron una cooperativa que actualmente produce bicicletas de carga. Gracias a este cambio de rumbo, han conseguido mantener un empleo seguro para una parte de la plantilla original, ofreciendo así un ejemplo sobre la manera en que podrían dar comienzo los programas de descarbonización impulsados por los propios trabajadores.
Sin alternativa viable
En estos ejemplos que hemos ofrecido sobre la industria automovilística, el proceso de transición parece sencillo, al menos desde el punto de vista material. Así, una fábrica de componentes para automóviles con motor de combustión interna puede reconvertirse en una fábrica de vehículos eléctricos, transporte público o bicicletas. Pero, ¿qué ocurre con otras industrias para la que no existen unas tecnologías alternativas viables? ¿Cómo han de responder los trabajadores de estas industrias ante esta situación?
Las luchas de clases que se libren a lo largo de este siglo decidirán la habitabilidad de la Tierra durante los próximos milenios.
Algunas propuestas, modestas pero audaces, surgieron en Gran Bretaña en plena crisis del covid-19. Magowan y el equipo de Green New Deal para Gatwick proyectaron las múltiples formas en que las distintas categorías de competencias de los trabajadores de Gatwick se podían adaptar a otros puestos de trabajo en sectores en vías de descarbonización. Gracias al respaldo del Sindicato de Servicios Públicos y Comerciales (PCS), encontraron apoyo en la plantilla de trabajadores, entre los que se encuentra un piloto que supo sintetizar de maravilla todo lo que está en juego:
Volar ha sido el sueño de mi vida. Nos asusta mucho enfrentarnos a la posibilidad de perder esta parte tan importante de nuestras vidas, ya que perder nuestro trabajo es como perder una parte de nosotros mismos. Ahora bien, como pilotos, nos valemos de nuestras habilidades para identificar esta amenaza existencial para el mundo natural y para nuestras vidas. Si esto fuera una emergencia en pleno vuelo, hace ya tiempo que nos habríamos desviado a un destino seguro. No podemos volar a ciegas rumbo al destino previsto mientras la cabina de vuelo se llena de humo. El impacto de nuestra industria a nivel de emisiones globales es irrefutable. Las supuestas soluciones para “ecologizar” la industria en su escala actual se encuentran a décadas de distancia y no son ni global ni ecológicamente justas. Dado el aumento de la conciencia medioambiental, el sector de la aviación está abocado a contraerse, ya sea por medio de una “transición justa" para los trabajadores, o como consecuencia de una catástrofe. Debemos encontrar la manera de posicionar a los trabajadores a la cabeza de la revolución verde y así garantizar la posibilidad de reencauzarnos hacia los empleos ecológicos del futuro.
La revolución verde de Gatwick no logró despegar en su primer intento. Sin embargo, fue capaz de generar una atmósfera de posibilidad. Durante la fase de “emergencia” de la pandemia, cuando la intervención gubernamental estaba a la orden del día, el GND de Gatwick estableció vínculos con otras iniciativas lideradas por trabajadores para sustituir la aviación de corta distancia por alternativas de transporte terrestre. Esta unión permitió despejar el horizonte para una transición radical impulsada por los trabajadores y recordarnos lo que está en peligro.
El ecologismo de lucha de clases
Las luchas de clases que se libren a lo largo de este siglo decidirán la habitabilidad de la Tierra durante los próximos milenios. Podemos inspirarnos en las reivindicaciones que unen a los activistas por el clima y a los sindicatos. También podemos inspirarnos en las huelgas escolares contra el cambio climático, que han introducido el concepto de la huelga entre las nuevas generaciones.
No obstante, también deberíamos tener en cuenta que los ejemplos más destacados de militancia rojiverde se produjeron hace medio siglo. Y no es casualidad. Los años sesenta y principios de los setenta fueron testigos de una coyuntura revolucionaria mundial, en la que surgieron la militancia obrera y los movimientos sociales que desafiaban la opresión, la injusticia y la guerra. Este fue el terreno fértil en el que pudo germinar la alianza entre el ecologismo y el radicalismo obrero, una unión que quedó plasmada en el plan Lucas y en el activismo ecosocialista de Mazzocchi, así como en otras iniciativas pioneras como las prohibiciones ecológicas, donde se luchaba por los objetivos medioambientales a través de la huelga.
Cabe esperar que la crisis climática y la transición justa cobren protagonismo de varias formas en cualquier nueva oleada de lucha de clases que se produzca. Entre estas formas habrá retrocesos reaccionarios, pero también movimientos progresistas, ya que los grupos de trabajadores dejarán de percibir la política climática como el patio de recreo de las élites distantes para convertirse en un campo en el que su intervención colectiva puede ser decisiva.