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Momus Operandi
¿Qué tipo de imbéciles somos?
¿Qué pasaría si las y los escritores nos pusiéramos en huelga reclamando nuestros derechos como escritoras escritores? Me temo que nada a mediano plazo, ni de inmediato. Si una deja de escribir un día, una semana, un mes, un año, existirá alguien que nos pregunte que para cuándo el siguiente libro, pero nada se detendría a nuestro alrededor. Nada nos ata a las editoriales como para que un salario deje de llegar mensualmente y los libros que escribimos no desaparecerían si desaparecemos. De hecho, hay muchas editoriales que existen gracias al dominio público, no hace falta que el escritor esté vivo para que el libro escrito siga existiendo. Y hay tantos libros y tantas editoriales que si una como escritora calla, hay tantas voces detrás y delante que la producción editorial no acabaría. Como escritora, soy prescindible, transitoria, temporal. Pero como ciudadana no.
La mayoría de las veces que hablamos —y hablamos mucho— sobre la precariedad laboral a la que nos enfrentamos dentro del sector cultural obviamos que la mayoría de las personas que, de una u otra forma, se dedican a alguna disciplina artística es porque han tenido el soporte para hacerlo. Somos precarias, sí, pero no solemos ser pobres, aunque en los discursos lo aparentemos. Caso contrario a la mayoría de la población que no se percata de que ha dejado de pertenecer a la clase media si no llega a fin de mes, en el sector cultural muchos llegamos a duras penas a fin de mes pero no tenemos detrás de nosotros la angustia de la pobreza, la real, la que no conocemos. No la tenemos. Y es complicado hablar de esto porque empiezan los matices, los peros, las quejas. Sin embargo,seamos honestos: ¿cuántas personas que son escritoras se forman en los bancos de alimentos, cuántas de nosotras hemos vivido un desahucio o detenido uno?
¿Estamos hablando del mundo o de las frustraciones que nos han dado las decisiones que implican escribir en mundo como el que vivimos?
Somos narrativas, quienes usamos y jugamos con el lenguaje, sabemos que lo que pronunciamos y escribimos y la forma en la que lo hagamos tiene un efecto, nos configura, nos performa. Nos presenta frente al mundo y en una situación política y económica como la que vivimos se nos pide que hagamos uso de la palabra y la usamos, a 70 euros la columna en medios independientes, a 150 o un poco más en los medios tradicionales. Somos columneras, nos tomamos en serio y preponderamos quién es rancio y quién es progre. Setecientas palabras, quinientas, da igual. Somos escritores y tenemos algo por decir, o eso dicen los retuits.
Y si tenemos algo que decir —viva la libertad de expresión, amparada en el Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, creada desde Europa, oh, nuestra Europa—, ¿por qué tenemos que hablar de nosotras como si nuestra experiencia fuese universal? ¿De qué forma es que estamos siendo conscientes del lenguaje que usamos y de las narrativas que nos inventamos o a las que nos adherimos? ¿Estamos hablando del mundo o de las frustraciones que nos han dado las decisiones que implican escribir en mundo como el que vivimos? ¿Nos gusta escribir pero siempre y cuando sea cómodamente, como el de al lado que se ve que lo pasa mejor que yo?
Si ahora mismo nos pusiéramos en huelga, no habría un efecto inmediato, la gente nos miraría raro, ¿de qué huelga hablamos, de qué estatuto aspiracional del artista nos estamos quejando? ¿Qué es lo que queremos de verdad? Quizá, y lo tiro al aire, tendríamos que dejar de lamentarnos y pensarnos primero como ciudadanía. ¿Qué es lo que estamos exigiendo como ciudadanos y ciudadanas que podría cambiar la narrativa general del mundo? No sé, me imagino la de situaciones ficticias que podemos crear y proponer y me gusta pensar en esa ficción. Pienso en Truffaut y Godard cuando intervienen para suspender el festival de Cannes de 1968 porque entendían que era momento de apoyar al movimiento estudiantil y obrero. “Nosotros hablamos de solidaridad con estudiantes y trabajadores y ustedes de primeros planos o ángulos de cámara”. Se le escucha decir a Godard “¿qué tipo de imbéciles somos?”.
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