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Momus Operandi
Hablamos de desentendimiento
Una de las pocas entrevistas en español que ofreció la escritora húngara Agota Kristof es la que le hizo Javier Rodríguez Marcos, realizada en el año 2007 para el periódico El País. El titular, “No me interesa la literatura”, ya nos dice lo provocadora, lo fuera de la caja en que se posicionaba y lo incómoda que podía ser frente a toda la parafernalia de lo que actualmente nos dicen que debe ser un escritor o escritora: agentes de nuestra propia publicidad. Agota Kristof hace todo lo contrario, se desentiende de su propio trabajo y ahonda. No escribió más porque ya no tenía nada más por decir.
En tiempos en los que las lógicas de los espacios públicos se sostienen porque todas las personas tenemos algo qué decir al respecto de nuestra realidad, conviene escuchar, repensar lo que Kristof nos dice en aquella entrevista. ¿Por quién hacemos o decimos las cosas que vociferamos en redes o en mensajería instantánea? ¿A quién le estamos hablando y para qué es que nos posicionamos de una u otra manera? Kristof, que tuvo que salir huyendo de Hungría con su hija recién nacida en brazos porque existía el miedo a las represalias que podía recibir su marido que participó en una de las revueltas contra el régimen prosoviético, confiesa al periodista que muchas veces pensó que quizá que su expareja pasara dos años en la cárcel hubiera salido más a cuenta que los cinco años que ella pasó dentro de una fábrica suiza. “Suiza me parecía el desierto. Lo pasé mal”.
¿Por quién performaba Agota Kristof el papel de esposa leal que terminó pagando por las decisiones de su exmarido? ¿A qué lógica política tuvo que atenerse para sobrevivir dentro de la narrativa de quien tiene que parecer heroína al dejar su estilo de vida para vivir suspendida en otro mundo que no era el suyo? Al leer la claridad con la que Kristof entiende su posición dentro del mundo muchos años después, cuando la vida ya le dice que la prioridad es cuidarse las dos hernias discales y que, por ende, no puede ya viajar en su papel de escritora porque “no puede arrastrar una maleta”, es lógico que la literatura le importe poco. ¿Y qué que haya sido traducida a más de treinta idiomas, y qué sobre los premios, y qué que la leamos con avidez sus lectoras más acérrimas incluso después de su muerte? ¿Y qué?
Este pensamiento, que también Milán Kundera llega a problematizar con maestría en su novela La inmortalidad (1988), el de estar frente a la finitud, el de comprender que la mayor parte de nuestra vida hemos adoptado un rol específico que nos pide que actuemos para no ser descalificados y que vamos sorteando como mejor nos da la vida, no hace sino darnos un baño de realidad cuando comprendemos que no importa si llegamos a la meta o no: es nuestra ausencia en el mundo lo que realmente nos espera. No hay trofeo, premio o recompensa que nos impida llegar a nuestro destino. No es que no se tenga nada más por decir, es que ya no se dice más. No estaremos, es un hecho.
Pienso en esta entrevista y en la similitud que encuentro entre estos dos autores, Kristof y Kundera. Al tener que salir de su país de origen y de interrumpir el juego que estaban jugando, ambos no hicieron sino confrontarse con la realidad mediante el lenguaje. Tanto Agota Kristof como Milan Kundera toman una decisión que tendríamos que repensar ahora: deciden abandonar su lengua materna y a explicar/construir su literatura desde otro lugar. No es que se les haya acabado la imaginación —por favor, son de los escritores europeos más transcendentales del siglo XX—, lo que descubren ellos y nos comparten es que no es que se tenga que alzar la voz y decir algo por decirlo, sino entender para qué se dice lo que se dice. ¿Para conmover, para conversar, para qué? ¿Y qué que digamos tanto si no lo estamos procesando? ¿De qué nos va a servir sacar banderas, temas dicotómicos, confrontarnos si a final nadie va a mantener la conversación?
Mediante mecanismos de uso de las narrativas del momento geopolítico que se está viviendo, lo que se nos exige es que gritemos, no para exorcizar el dolor, sino para justo mantenernos en el desentendimiento
Agota Kristof se pregunta si le valió la pena huir de su país por el mandato heteronormativo en el que su rol trataba de ser la esposa que era capaz de sostener a su familia. Kundera, por su parte, explica que aquellos que aspiran a la inmortalidad no hacen sino sostener la idea de jerarquía, de poder, de heroísmo y que, además, mediante mecanismos de uso de las narrativas del momento geopolítico que se está viviendo, lo que se nos exige es que gritemos, no para exorcizar el dolor, sino para justo mantenernos en el desentendimiento. El desentendimiento es lo que motiva la mayoría de las conversaciones públicas, no quieren que tengamos algo que decir, sino todo lo contrario, que se diga tanto que se diga la nada para no entender. ¿Entonces para qué usar la palabra? Creo que merecemos darnos un largo periodo de silencio y dejar de performar que entendemos, porque la realidad es que no estamos entendiendo nada. En el silencio es donde vuelve a nacer la palabra.
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Creo que este artículo ya fue publicado semanas atrás, aunque no importa, porque es una lectura gratificante. De la indignación se han apropiado los del discurso del odio que normalizan los medios de comunicación y las redes sociales, para que gente con problemas de vivienda y trabajos precarios en una sociedad hiperconsumista, individualista y represora de la solidaridad, se sientan alienados con la narrativa de sus explotadores. Gracias a Agota y a Kundera, que ya solo el título, como punto de partida, de su libro "La insoportable levedad del ser" induce a reflexionar de otra manera. Gracias por el artículo.