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Momus Operandi
Mantenerse en la ficción
Ensayo-error. Dice Elena Neira, especialista en nuevos modelos del negocio audiovisual: ensayo y error y las nuevas plataformas se van enterando de indicadores apoyados por los más sofisticados algoritmos de qué es lo que funciona y qué no dentro de lo que consumimos como espectadores. Una prueba y error que se encarga de entender qué es lo que le interesa a la gente, a qué tipo de contenido reacciona para después marcar los caminos que seguirán las productoras para generar contenidos. Neira lo dice: bulimia audiovisual, darnos atracones de maratónicas series que luego vomitamos en redes sociales o en esa pulsión de scrollear porque nada nos llena ni nos satisface; pero, claro, al cliente lo que pida, a pesar de que estos analistas del negocio audiovisual sepan de antemano que esos ensayos y errores les pueden costar mucho más dinero del que quieren invertir. Paradoja. Querer saber lo que el cliente quiere para después descubrir que el cliente no lo sabe y por eso “sufre” de fatiga de decisión, termina yéndose sin ver nada. No consume.
Ante la vorágine de necesidad de consumir que tenemos actualmente, me pregunto qué papel tenemos las personas que creamos frente a esta situación: ¿nos entregamos a la maquila de historias prime time para complacer a la audiencia?
Lejos de hacer un análisis mercadológico, menciono esto porque ante la vorágine de necesidad de consumir que tenemos actualmente, me pregunto qué papel tenemos las personas que creamos frente a esta situación: ¿nos entregamos a la maquila de historias prime time para complacer a la audiencia? ¿Atendemos las necesidades de lectoras o espectadores y dejamos que nos afecten sus deseos sobre nuestras propias creaciones? ¿Nos abrimos ante ellos y dejamos que nos machaquen para alimentar el consumo y obtener favs, corazones y stories de Instagram? ¿O simplemente seguimos creando? Pero, ¿cómo “crear” unilateralmente cuando hay que llenar el refrigerador? ¿En dónde está el equilibrio, de existir tal?
Pienso en Krzysztof Kieślowski, cineasta polaco que en la década de los años 80 nos dejó un testimonio de lo que significa defender una posición en el mundo, en el arte y en la política, desde y por la imaginación. Kieślowski hizo una serie de televisión en su ciudad natal, Varsovia, que es hasta la fecha, no solo un decálogo de historias basadas en los diez mandamientos católicos, sino también una especie de manifiesto que nos enumera, capítulo a capítulo, la forma en la que se puede hablar de la humanidad, de los regímenes políticos, de las frustraciones, del amor, del dolor, de vivir en un mundo desilusionado del futuro, etc. Y la apuesta, tan ambiciosa como simple: personajes íntimos, cercanos, que habitaban una atmósfera compleja y metafórica. El resultado fue un conjunto de diez capítulos que tuvieron a diez millones de espectadores polacos frente a la pantalla y después a un mundo que a la fecha lo considera uno de los mejores contadores de historias del siglo XX.
¿Sirve de algo invertir en algoritmos tecnológicos que indican el comportamiento de la audiencia? Me temo que no. Es solo humo.
¿Qué nos queda, a qué aferrarnos? A resistir al dulce canto de sirena de lo inmediato, de lo rápido, del like. No dar al cliente lo que pida. Está igual de perdido que nosotres. Quizá es bueno mantenernos estoicamente en la ficción, dejarnos sorprender como se sorprendieron los primeros espectadores del cine cuando corrieron al creer que el tren iba hacia elles. Ser cómplices de la imaginación y permitir esa conexión entre creadores y sociedad: tener la conciencia de otros mundos a pesar de que sepamos que de lo que estamos hablando es de algo que no existe en realidad, pero que nos interpela a seguir conversando el mundo.