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Memoria histórica
“Sé dónde murió pero no dónde descansa”
Frente al cementerio de Agrón, en Granada, hay un anciano que habla catalán con acento andaluz. Su nombre es José Calvo, tiene 89 años y vive en Barcelona. Abandonó el pueblo porque cuando tenía siete años mataron a su padre. Ha vuelto para recuperar su cuerpo y el de su tío. Ambos murieron a manos de la Guardia Civil. El pasado sábado 8 de febrero la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) culminó la exhumación de 11 esqueletos de las tres fosas que se encuentran en el pueblo.
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Calvo mira con esperanza la tierra removida. No es un anciano el que observa, si no el niño de siete años: “La última vez que vi con vida a mi padre fue de lejos, en el monte. Lugar en el que después lo asesinaron. Siempre supe donde murió pero nunca donde descansa” declara. Le acompaña su sobrina, María José Calvo, quién se puso en contacto con la Asociación para desenterrar su historia. “Hace seis años que estamos esperando este momento. Es la última voluntad de mi tío”, cuenta ella.
De las tres fosas han exhumado dos. La primera la tuvieron que descartar el primer día al no encontrar ningún resto. El arqueólogo de la Asociación Serxio Castro cuenta que excavar en un cementerio siempre tiene complicaciones: “Son espacios donde se hacen ampliaciones y reformas a lo largo del tiempo. En este caso eran enterramientos normales. Lo más probable es que quedasen sepultados bajo la construcción de nichos nuevos”, explica.
Ni Calvo ni su sobrina pierden la esperanza de encontrar a sus familiares. 82 años separan la excavación de los sucesos. Aquel día José se encontraba cerca del monte jugando con sus cuatro hermanos cuando escucharon los disparos. Nunca más volvió a ver a su padre. “Aún recuerdo los tiros y a día de hoy todavía tengo pesadillas”, declara Calvo.
Su padre y su tío pertenecían a la Agrupación de Roberto, una guerrilla que surgió después de la guerra. Su tío, José Muñoz García, o Jaime según su apodo de guerrillero, luchó en el bando republicano durante la Guerra Civil. Juan Morente, escritor de Causa Perdida. Agrupación guerrillera Málaga-Granada, explica que “desde el fin de la guerra parte de los soldados republicanos se quedaron a luchar en la sierra para evitar ser perseguidos”.
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La historia de su padre, Francisco Calvo o Paquillo, como le llamaban en el pueblo, es diferente. “Él se casó con Ana Múñoz, la hermana de Jaime. El lazo familiar junto a la miseria de la época le llevaron a irse al monte”, cuenta María José. Al mes de haber marchado a la sierra Jaime muere. Tras un enfrentamiento con la guardia civil en Ventas de Huelma, es herido. En la huida se quitó la vida para no lastrar a sus compañeros. Su sobrina relata que estos lo enterraron en el monte de Escúzar. Sin embargo, tras excavaciones de la ARMH no se ha encontrado nada.
Entonces Paquillo tuvo que huir del pueblo. La represión de la Guardia Civil era constante. “Muchas noches mi padre llegaba ensangrentado y lleno de golpes, pero nunca delató a nadie ni nos contó nada. Decía que se lo hacía trabajando” relata su hijo. Un día, dos filas de guardias civiles le esperaban en la puerta de su casa. Logró escapar sin que le cogieran, pero nunca más volvió. Estuvo dos años actuando desde la sierra. Su esposa empezó a pagar las consecuencias de su huida. Era a Ana Múñoz a quien torturaban, vejaban y violaban en el cuartel de la Guardia Civil para sacarle información.
El 14 de enero de 1950 todo empeoró. “La culpa fue de Martinico, que les traicionó”, se lamenta José Calvo. Este era Manuel Martín, miembro de la Agrupación de Roberto y vecino de la familia Calvo. “Un día fue al cuartel de la Guardia Civil para delatar la posición de sus compañeros. Al día siguiente le pusieron el uniforme de la benemérita y empezó a lanzar octavillas en la sierra para que los guerrilleros se entregaran”, explica Calvo. Con él, diferentes grupos de guardias cercaron la sierra, donde fueron asesinados seis miembros de la guerrilla. Esa noche sus cuerpos fueron trasladados al cementerio de Agrón. “En aquella España las familias tenían que llorar a sus muertos en secreto, pero mi abuela saltó la verja del cementerio en mitad de la noche buscando a su marido. Rebuscó entre los cadáveres hasta que vio el de Francisco sin vida”, cuenta María José Calvo.
Dos años después de la muerte de su padre, Calvo se marchó a Granada a estudiar. Al ser el pequeño de cinco hermanos no tenía que ponerse a trabajar inmediatamente. “Estuve allí hasta que me harté. El cura que me daba clase no paraba de decir que los “hijos de los rojos” no valían nada”, afirma. Volvió a Agrón un tiempo. Paseaba por el monte donde mataron a su padre y su tío e incluso llegó a recoger casquillos de bala. “Siempre pensé que uno así recibieron ellos”, declara.
Más tarde se fue a Barcelona. Se llevó a su madre y se instalaron en Rubí. “Mi madre murió al poco tiempo, con 47 años. Era una mujer rota por todas las secuelas de lo que había vivido”, cuenta. Rehizo su vida lo más normal posible, hasta el día que, de casualidad, se encontró con Martinico. Calvo fue directo, él se quedó inmóvil. “Aunque le amenacé, nunca intenté vengar la muerte de mi padre. Yo no quería convertirme en un criminal que dejase también a otros niños huérfanos, igual que yo” relata. Cuando se lo contó a sus hermanos, todos quisieron ir a por él. “No podemos tener por siempre ese rencor. Ahora es momento de vivir en paz”, concluyó.
Juan Morente explica el porqué de la traición de Martinico: “Colaboró con la Guardia Civil entre dos y tres años. La condición era que si cooperaba con ellos le conmutarían una pena de muerte por 15 años de cárcel”. Años después de su encuentro en Rubí, Calvo se enteró que Martinico murió en Mallorca.
Después de todo Calvo solo quiere recuperar a su padre. Tendrá que esperar casi un año para que la ARMH confirme si es uno de los cuerpos exhumados. Una vez extraídos los restos, se mandan a laboratorios para hacer una prueba antropológica y otra de ADN. La primera da información sobre la edad, sexo, enfermedades o causa de la muerte, y la segunda se compara con los familiares para tratar de dar una identidad precisa.
Mientras termina este proceso, Calvo ha vuelto a Barcelona. “Esto es algo que nunca se me ha quitado de la cabeza. Lo encuentre o no, haber hecho todo lo posible para encontrarlo me da paz”, comenta. Ahora solo puede esperar con la certeza de haber dado el último paso en una búsqueda que ha marcado su vida.