Memoria histórica
Jorge Laplace: “Que aún hoy se deniegue información sobre la muerte de Caparrós es incomprensible”

Un 4 de diciembre de hace 41 años, la policía asesinaba al joven malagueño Manuel José García Caparrós en una manifestación por la autonomía. Jorge Laplace reconstruye con un documental con toques de thriller la historia de un asesinato encubierto y de una época convulsa.

4 dic 2018 06:00

Tres hermanas cuyas vidas quedaron destrozadas cuando su hermano partió a una manifestación y no volvió nunca. Un expolicía que lleva años intentando revelar una verdad tapada durante décadas. Una de las primeras manifestaciones de la democracia. Una ciudad conmocionada por la muerte del joven Manuel José García Caparrós. Todos estos elementos componen 23 disparos (2017), el documental de Jorge Laplace (Jerez, 1981), que ya lleva cosechados varios premios, entre ellos el Iris que concede la Academia de la Televisión y el Imagenera 2018.

23 disparos se proyecta el 5 de diciembre en el Cine Albéniz de Málaga. En Madrid podrá verse el 9 de diciembre, como parte de la programación del Festival de Cine y Derechos Humanos que se celebra en el Matadero.

¿De dónde surge la idea del documental?
En realidad parte de un encargo de Canal Sur: se conmemoraban los 40 años de la muerte de Caparrós y querían hacer algo. La propuesta inicial era producir un documental que siguiera la línea de lo que se había hecho hasta ahora, sobre la autonomía, Caparrós como el mártir... Cuando me lo plantean así, pienso, ¡hostia!, si yo comento esto en un bar no me va a escuchar mucha gente, pero si lo planteo como un thriller, una investigación de un asesinato y este hilo me sirve para retratar toda esa época, creo que puede ser más interesante. Entonces compraron la propuesta y tomamos ese camino.

¿Cómo combinar ese thriller con un ejercicio de memoria histórica?
La idea era hacer ese ejercicio de memoria histórica y narrar la Transición, esa época tan convulsa, no desde lo discursivo. Yo pensaba que un thriller era una apuesta desde lo procedimental, cómo se levantaba un cuerpo, cómo se extraía una bala sin estar presente el juez, cómo se manda ahí a un médico del Partido Comunista para vigilar qué se hace con el cuerpo, el propio proceso judicial inexistente... Es decir, la propia narración de los hechos en clave de investigación policial era un muy buen ejercicio para retratar la época sin necesidad de tener un discurso.

¿Hasta qué punto estaba armada la investigación que acompaña el documental en el momento que te planteas este género?
Lo más increíble de este documental es que no sabíamos si nos íbamos a encontrar con los policías, si hablaría el forense, si daríamos con las piezas clave, incluso con los testigos. Creo que una de las cosas que está haciendo que funcione 23 disparos es que tiene un punto como de verdad y, si lo tiene, es porque fue el proceso vivo de la investigación. El guion lo he cambiado 30 veces a medida que iba apareciendo un nuevo personaje. La investigación estaba absolutamente abierta y lo que grabábamos era el proceso.

En este sentido, es central la figura del expolicía Jose Antonio O’Donnell. ¿En qué momento entra en el proyecto?
La génesis del proyecto era la productora ADM, yo como documentalista y O’Donnell como persona que realmente había empezado a escribir un libro, que tenía muchísima documentación y, sobre todo, que al ser policía tenía la posibilidad de contactar con otros policías, cosa que hubiera sido absolutamente imposible si hubiera sido yo el que hablaba con ellos.

Sorprende la cantidad de fuentes, todas las personas que acaban hablando ante la cámara. Revisando lo que pasó hace 41 años, ¿piensas que había cierta necesidad de hablar?
Hay quien tuvo la necesidad de hablar y quien no la tuvo. En las llamadas que salen al principio, de una lista de 47 policías apenas cuatro o cinco son los que quisieron hablar. En Málaga es un tema que, aún 41 años después, sigue estando candente. En su estreno en Málaga, de hecho, hubo un punto de polémica. Hay gente que tiene la necesidad de hablar, pero había mucha otra que lo que quería era que se olvidase el tema, no volver a sacarlo y no reabrir la herida. Esta herida de la que hablaba Paqui, una de las hermanas Caparrós, en el documental.

¿Cuál fue la polémica en el estreno que mencionas?
Hubo un coloquio después del estreno y me preguntaron que por qué tenía que ser un policía el que llegara ahí. La apuesta de hacerlo así se debió a que de ninguna otra manera podíamos haber accedido a lo que yo creo que es el punto de más que tiene este documental. A ver, yo te puedo contar cómo era la policía de la época, pero ¿verlo? Mirar cómo eran estas personas, gente de campo, gente con poca formación, creo que eso ilustra mucho más que ver a una persona, desde el lado opuesto, contándote cómo era la policía. La apuesta fue hacer un recorrido de 360 grados por el acontecimiento, darle voz a todo el mundo, y empoderar al espectador lo suficiente sin llevarle tú de la mano como a un niño en plan ‘estos son los buenos y estos son los malos’.

Llama la atención en el documental que los sentimientos se perciben muy vívidos, en la forma en la que hablan las hermanas, en cómo se conmueve la persona que acompañó a un herido Caparrós al hospital. ¿Cómo fue trabajar con esa emocionalidad?
Con las hermanas la relación fue magnífica. Cuando haces este tipo de trabajo, al final hay un ejercicio de reparación que para mí es básico. Yo quería que las hermanas, después de ver el documental, tuvieran una información que no han tenido por parte de las instituciones o a nivel judicial. Una de ellas, Loli, me llamó después superemocionada, me dio las gracias y me preguntó si las fotos que aparecían —las de las pericias forenses— eran las fotos de su hermano, porque ella no las había visto antes. Además, creo que los premios que el documental está consiguiendo sirven para darle visibilidad a una historia que la merece.

Antes de afrontar este proyecto, ¿qué sabías de Caparrós?
Caparrós en Andalucía es famoso por una letra de carnaval sobre el 4 de diciembre. En esa comparsa incluso el nombre se dice mal, de hecho ha sido “José Manuel” en la placa hasta hace nada [el nombre real es Manuel José]. La imagen que tenía era esa, la de alguien que había luchado por la autonomía de Andalucía. Pero no, era un pobre chaval de 18 años que salió a manifestarse y le tocó a él. Yo intenté bajarlo a algo más real y a la vez muy doloroso: le tocó a él y a partir de ahí se politizó mucho la figura y ahora mismo es un símbolo que se disputan, que quieren apropiarse la mayoría de partidos.

¿De qué manera impugna esta muerte el relato de una Transición pacífica?
Yo por eso quería terminar aportando los números de las personas que murieron en la Transición, porque la idea era retratar una época en la que las instituciones, la policía, como muestra el documental, seguían en manos de la España franquista. Y había una lucha de esa España franquista, oscura y violenta, contra esa nueva España, y en esa lucha de esas dos fuerzas hubo víctimas, claro. Caparrós fue una de ellas. Por ejemplo, Rafael Ballesteros, ex diputado del PSOE, dice en el documental que la muerte de Caparrós podría haber dado al traste con la Transición. Podía parecer muy loco, pero también señala que pocos años después se produce un golpe de E stado. En los días siguientes a la muerte de Caparrós se produjo una batalla campal, había trincheras, escaparates rotos... En el 77 había miedo a revueltas sociales. Yo creo que ese fue uno de los motivos por los que se intentó tapar.

Más allá de la figura de Caparrós, ¿cuál es el conocimiento de la gente que nació tras la Transición de la lucha por la autonomía en Andalucía? ¿Se conoce la historia?
Yo ahí solo puedo hablar por experiencia propia, como estudiante, como persona que ha vivido en Andalucía. Creo que es una asignatura pendiente, pero parece que por fin se está abriendo. Si 41 años después no reflexionáramos sobre la Transición tendríamos un serio problema. Creo que ahora mismo es un buen momento para sumergirte en todo este caldo de cultivo de cosas que aún pasan, porque también la apuesta del documental era que esto no acaba en el 77. Todo el proceso judicial se abrió justo cuando las hermanas estaban reclamando la información en la mesa del Congreso de los Diputados, algo que se les denegó dos días antes de que acabáramos, así que pudimos cerrar esa trama. Lo del 77, por más duro que parezca, se puede comprender. Pero que aún ahora se les deniegue esa información a las hermanas es incomprensible.

Cuando recibiste el premio Iris, diste un discurso en el que ironizabas sobre las afirmaciones de la ministra Tejerina en torno a los niños andaluces. ¿Sobre qué base histórica se construye este desprecio a lo andaluz?
Mi novia es de Bilbao, somos como la película de Ocho apellidos vascos y a menudo hablo con ella de los estereotipos. Cada uno carga con los suyos, pero el estereotipo del andaluz siempre me ha parecido especialmente doloroso. Lo que no se conoce en Madrid e incluso muchos andaluces no lo conocen es que ha sido una región muy empobrecida. Durante el franquismo se apostó por Catalunya y por el País Vasco a la hora de mandar industria. Franco no tenía ninguna relación con Andalucía más allá de sus veraneos en Barbate y la única fuente de riqueza que teníamos era la fuerza agraria, con la tierra en propiedad de cuatro familias.

Además, como es difícil que haya una oposición nacionalista a España porque los símbolos nacionales españoles son en gran medida los símbolos andaluces, ni siquiera consigues ser combativo desde esa base y reclamar más derechos. Entonces, si mi discurso se viralizó fue porque hay una energía en Andalucía de decir “bueno, basta ya de la bromita, que tenemos sentido del humor, pero tampoco nos hace gracia que sigamos siendo los vagos y los graciosos siempre”. 

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