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Memoria histórica
Caprichos del destino en el búnker de la Posición Jaca
Una visita al búnker del Estado Mayor en el parque de El Capricho de la Alameda de Osuna, un lugar que, en vez de servir para proteger a los militares republicanos de las bombas franquistas, fue refugio de la población civil en el enfrentamiento entre partidarios y detractores del golpe del coronel Segismundo Casado.
En 1937, cuando el ejército republicano ya sentía el aliento de los golpistas, los altos mandos decidieron que debían desplazar su sede subterránea, ubicada en los bajos de Hacienda. El número 2 de la calle Alcalá ya no era un lugar seguro. Así pues, camino de Barajas, en la Alameda de Osuna, por si hubiera que salir volando, descubrieron una ubicación perfecta con una tupida masa forestal para empezar a cavar un búnker de Estado mayor, tal y como se conocen estas construcciones pensadas para el uso militar.
Hoy, en pleno Parque del Capricho y junto al Palacio de los duques de Osuna, sobrevive el búnker de la Posición Jaca, nombre en clave que se dio al cuartel general del ejército republicano. Este lugar, único en su especie, se puede visitar bajo cita previa, aunque el alto interés que suscita hace que cada vez que se abre el periodo de reservas estas se agoten en un par de horas.
Nosotros hemos tenido suerte y formamos parte del grupo de visitantes agraciados en este otoño. Mientras esperamos a que den las 10.30h, disfrutamos del bosque que rodea el Palacio y que regala una contrastada paleta de colores. Un escenario tan bucólico hace difícil imaginarse la cruenta batalla entre facciones del mismo bando que tuvo lugar en el suelo que ahora mismo pisamos. Pero no adelantemos acontecimientos.
“Estamos a 15 metros por debajo del suelo”, explica nuestra guía mientras una se pone a hacer cálculos de lo que se tardaría en salir de ahí dentro si es que la ocasión lo requiriera. El búnker mide 2.000 metros, tiene cuatro salidas y una galería que conecta con la superficie.
“Las escaleras de las entradas se disponen en forma de codo, de tal manera que para bajar tenemos que hacer un giro de 90 grados. Una bomba de más de 100 kilos arrancaría la puerta, pero el obús debería girar para traspasar al interior y así va perdiendo fuerza su onda expansiva”, prosigue. La construcción estaba pensada para soportar armamento pesado. Se supone que estamos protegidos para amortiguar hasta un artefacto de cien kilos. Suena relajante si no existieran más amenazas sobrevolando las posiciones republicanas.
Tras los obuses, la principal preocupación de los ingenieros de aquella época era un posible ataque químico. Se barruntaba en el aire un temor creciente a que la contienda española se convirtiera en un campo de experimentación para la Alemania de Hitler o la Italia de Mussolini. Las tropas golpistas recibían ingentes cantidades de armamento desde ambos regímenes y había miedo a que entre los obuses y granadas se colara algún agente químico. Es por eso que el lugar está dividido en siete estancias selladas con puertas náuticas que crean diferentes compartimentos estancos. Junto a la primera entrada, una ducha limpiaría a los heridos por armas químicas y un mecanismo de respiración mecánica permitiría sobrevivir con oxígeno depurado.
Lo que sigue a continuación es una serie de estancias a ambos lados de un pasillo central que podrían albergar hasta a 200 personas durante 15 días. Pocos elementos quedan de la construcción original, ya que la carestía de la posguerra convirtió este lugar en una mina donde conseguir hierro gratis. Solo sobreviven las puertas, hechas con acero náutico y que solo pueden ser fundidas en astilleros, y el pavimento, que cambia en función del tipo de habitación y de los galones de sus moradores.
El mando oficial, que se ubicaría en la estancia con un suelo de vistoso ajedrezado, se situaría junto a la “habitación del pánico” que conecta con un túnel que da a la calle de atrás por si viniera el enemigo. Los altos cargos, como era de esperar, bien colocados en la posición de salida.
La visita acaba frente a las rejas de lo que era la antigua cocina, de la que solo quedan algunos huecos donde estarían los armarios y el orificio para la chimenea y la bomba de extracción, la encargada de suministrar oxígeno al lugar. También sobrevive una capa de pintura negra en las paredes que indica que a partir de los años 60 la sala se convirtió en el escenario de películas de terror de serie B como El gran amor del Conde Drácula, de Paul Naschy.
Pero aún no hemos acabado. Lo que descubrimos al final es que esta dependencia diseñada al dedillo para proteger a las tropas del ejército republicano jamás servirá como tal. Lejos de ello, será la población civil la que tenga que protegerse dentro, y no por fuego del bando sublevado. Las grandes divisiones existentes en el seno de la izquierda cristalizaron en el escenario en el que nos encontramos.
A principios de marzo de 1939, Segismundo Casado, comandante del ejército del Centro Republicano, no quería alargar la guerra y preparó un pequeño golpe de Estado dentro de la República. Una especie de ‘paz pactada’ que suponía la entrega de Madrid y que Casado fragua desde esta posición en la que nos encontramos. Las milicias de Ciudad Universitaria, entregadas a la lucha contra el bando fascista, entran en cólera y se oponen a dicha decisión con las armas.
Ambas posiciones acabarán batallando en el exterior del búnker mientras la población corre a refugiarse y el ejército nacional sigue ganando terreno. La Posición Jaca se convertía así en un búnker de tropas —aquellos destinados a la sociedad civil—, por un capricho del destino. El 28 de marzo de 1939 las tropas franquistas entraban en Madrid sin encontrar resistencia alguna, mientras el búnker se limpiaba aún las heridas del fuego entre ‘aliados’.
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En 1937, dice ud que los madrileños notaban el aliento de los golpistas. A titulo de estadistica, el aliento llegó el 6 de Noviembre de 1936 y ya no se fué hasta que llegó la democracia. Mucho aliento fué ese, si.