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Coronavirus
Sobre la Guía Bioética en México y los daños colaterales de la pandemia
En estos tiempos no es a la muerte a la que se le debería temer sino a su instrumentalización para consolidar las sociedades del miedo y la obediencia.
“En la madrugada falleció por posible covid-19 un compañero del trabajo”. La última vez que habló con él estaba enojado, indignado porque el sistema de atención vía telefónica era muy burocrático. Escuchamos la lectura de algunas partes de la Guía Bioética para la asignación de recursos durante esta crisis. Cuando se mencionó que pacientes con enfermedades crónicas y de la tercera edad no serían prioritarios, me miró y me dijo “tal vez por eso el servicio de ayuda no se implementó a tiempo”.
Esta semana, cuando mencioné que una persona cercana había fallecido por posible covid-19, la pregunta inmediata era ¿qué enfermedad crónica tenía, hipertensión? al responder que sí, parece que era obvio el deceso.
La rueda se activó y la maquinaria ya se echó a andar…
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De frente a la fase 3 en esta emergencia sanitaria por covid-19, hace unos días se publicó la Guía Bioética, documento que hoy ya no está accesible en la página del Consejo de Salubridad General. Después de que la UNAM se deslindó y una serie de críticas surgieron a partir de este documento sobre los criterios de regulación para decidir quién vive y quién muere, se aclaró que era un “ensayo”. A propósito se publica un comunicado de dos cuartillas donde se anuncia que está en “sesión permanente el Proyecto de Guía para Asignación de Recursos en Situación de Contingencia a Vocales del Consejo de Salubridad General”.
Lo que ha causado polémica de la guía bioétia fue que las decisiones sobre la asignación de recursos en casos críticos durante este estado de emergencia, están sujetas a la edad, al padecimiento de enfermedades crónicas, y en un caso de “empate” entonces la vida o muerte sería definida por una moneda al aire
Lo que resaltó y ha causado polémica de la primera publicación fue que las decisiones sobre la asignación de recursos en casos críticos durante este estado de emergencia, están sujetas a la edad bajo la noción de “cantidad de vidas por completarse”, padecimiento de enfermedades crónicas, y en un caso de “empate” entonces la vida o muerte sería definida por una moneda al aire. Además de la regulación y contacto por videollamada como principal sistema de coordinación.
Tiempos del dedo hacia arriba o abajo del César en el coliseo del caos actual. Cabría señalar que en otros países como Alemania e incluso España, uno de los países más afectados con esta pandemia, se específica que la edad, junto con la clase social, género o “quién llega primero” no pueden ser un criterio de selección para asignar los recursos médicos.
Una modificación más fue publicada el 20 de abril 2020 y elimina estos elementos espinosos, sin embargo, pondremos a consideración del lector pensar en la manera en que un documento de suma importancia como los criterios de esta guía bioética, resulta un juego de equívocos, que ratifica el espíritu de confusión de nuestros contextos actuales. Parece un mal chiste, un ambiente burocratizado del “sí pero no”, del “upsss”, del “más vale corregir que lamentar”, la pregunta es: si de facto se llevaran los nuevos lineamientos, tendrán alguna consecuencia, a nivel de producción de sentido, tales procesos de rectificación. ¿Se puede confiar en los criterios bioéticos y biopolíticos propuestos por estos “especialistas”?
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¿A qué resabio de la historia reciente nos lleva la primera redacción del Comité de Bióetica?
En estos tiempos de cambios confusos valdría la pena debatir sobre la imaginación social e histórica de un presente distópico ligado a la biopolítica desde un ángulo de productividad; base del deterioro del sistema de salud público, que lleva consigo el sistema de pensiones. Frente a ello en México se invirtió el rol productivo del sector de personas de “tercera edad” y “jubilados”, al convertirse en campo de explotación de los supermercados, bajo el Programa de Vinculación Productiva para Personas Adultas Mayores del INAPAM. Sin embargo, son factor de riesgo económico, no se puede invertir en ellos porque de facto no son “trabajadores” son “voluntarios” (pero sí fuerza de trabajo útil para el empresario y el gobierno que no adquieren ninguna responsabilidad sobre ellos, como declaró Gabriela Buenrostro la vocera de Waltmart, noviembre, 2019). De acuerdo al INEGI hay 15.4 millones de personas de 60 años a más y el 69.4% presentan algún tipo de discapacidad o limitación.
En México, los principios bioéticos caminan por el sendero del pragmatismo productivo, porque son estos grupos “frágiles” los que menos atención seguirán recibiendo. Algún sacrificio se debe hacer bajo el rigor de la cultura de “daños colaterales”
Sin duda el ambiente generalizado que han impuesto los distintos gobiernos por el covid-19 nos deja ver que en nuestras poblaciones hay un gran número de ancianos y de personas con enfermedades crónicas que están en riesgo y que, en México, los principios bioéticos caminan por el sendero del pragmatismo productivo, porque son a estos grupos “frágiles” los que menos atención seguirán recibiendo. Algún sacrificio se debe hacer bajo el rigor de la cultura de “daños colaterales” que marcó nuestro horizonte biopolítico el 11 de diciembre de 2006, con la declaración de Felipe Calderón de la “Guerra contra el narco”.
La vuelta de tuercas que estamos viviendo nos señala las profundas contradicciones y la incapacidad social de acción durante esta crisis sanitaria, nos encontramos en un laberinto donde el rango de vida es mayor y crecen las poblaciones de “tercera” y “cuarta” edad, pero al mismo tiempo las poblaciones de menor edad tienen más padecimientos crónicos y enfermedades invasivas; ergo la infraestructura en la que vivimos ni material ni afectivamente es sostenible para conservar y defender estas vidas, que en el contexto neoliberal, son desechables.
Estamos en la atomización del miedo, aceptamos blanda y sistémicamente las reglamentaciones. El miedo no es infundado, estamos en un momento de excepción total, donde más que inmovilizados es la movilización del caos, la incertidumbre y los escenarios distópicos que nos envuelven
Estamos en la atomización del miedo, aceptamos blanda y sistémicamente las reglamentaciones. El miedo no es infundado, estamos en un momento de excepción total, donde más que inmovilizados es la movilización del caos, la incertidumbre y los escenarios distópicos que nos envuelven. Como la ampliación de la fosa común en el Bronx de Nueva York, que también es un imponente símbolo histórico social. O el escenario en Ecuador, concretamente Guayaquil donde no sólo los hospitales colapsaron sino la capacidad funeraria y hay muertos sin recolectar en las calles.
A propósito, parece ser que la condición de muerte es inmanente en estos tiempos de pandemia, la Guía bioética pregunta “¿Por qué debemos considerar la muerte cómo algo malo?”, en el contexto su uso es demagógico y moralista, ¿qué tipo de comité de bioética, redacta en términos de bien y mal? El efecto induce a un escenario de resignación y aceptación de la muerte por “causas de fuerza mayor”. Cuyo argumento ha de ponerse en cuestión debido a los propios protocolos y sistema precarizados que ya operaban en el Sector Salud antes del covid-19, donde se rechaza o [maltrata] a los pacientes debido a la falta de espacio y saturación de servicio. Es importante recalcar que estas “causas de fuerza mayor” son fundamentalmente producto de las políticas de un Capitalismo Mundial Integrado, que pauperizó hasta desmantelar la Seguridad Social.
En estos tiempos no es a la muerte a la que se le debería temer sino a su instrumentalización para consolidar las sociedades del miedo y la obediencia.