Italia
Lucha de clases, murmuró el espectro. Una miniserie en dos capítulos

En este artículo nos ocuparemos de desmontar dos falsas creencias: que “los auténticos marxistas de antes” justificaran la hostilidad hacia las personas migrantes y que las políticas contra la inmigración favorezcan la lucha de clases.

Ser rojipardo hoy
Traducción: Pedro Castrillo e Ilaria Tosello
4 ago 2019 07:21

1. Primera noche

Un espectro recorría las calles cerca de un kebab a punto de cerrar. Estaba borracho y cantaba en francés.

Tres estudiantes adormilados y un par de tunecinos lo miraban con curiosidad. Los árabes reconocieron la letra de la vulgar canción y se rieron.

Pidió un durum kebab para secar el vino que se acababa de beber. 

—¿Picante?
—Con todo —respondió el hombre de barba hirsuta y piel aceitunada de sarraceno.
Una vez devorado con avidez el almuerzo nocturno, volvió en sí. Miró el nombre de la calle en el cartel de la esquina y sonrió de oreja a oreja. Se le había ocurrido una idea para una de sus bromas.

Diego sintió un dedo gélido rozarle la frente y se despertó de golpe, horrorizado por una sensación irreal. Abrió los ojos de par en par y vio una figura translúcida de viejo que lo examinaba en la oscuridad, con ojos vivaces que brillaban bajo dos pobladísimas cejas.

—Bu —dijo plácidamente el fantasma, sentado con las piernas cruzadas junto a la cama.

Diego gritó mientras temblaba y cayó al suelo, encogiéndose mientras se lanzaba hacia una esquina de la habitación.

—Caramba —balbuceó finalmente con un hilo de voz—. ¿Eres el fantasma de las Navidades pasadas?
—Pero qué dices. Me parezco un poco a Papá Noel, pero nada más. Si tengo que elegir una festividad, soy el fantasma del Uno de Mayo. Aunque, en realidad, soy el espectro de Karl Marx.
—¡Maestro! —exclamó Diego poniéndose de rodillas a los pies del ectoplasma.
—Pero cómo que maestro. Eres un burro. He venido para enseñarte algunas cosas. Vuelve a la cama, volamos.

Diego obedeció sin mediar palabra, aún aturdido por el giro sobrenatural que habían tomado los acontecimientos. El espíritu se puso en pie sobre las sábanas con mucha dignidad y tomó el mando, examinando sarcásticamente el pijama color pastel de su pasajero. Marx chasqueó los dedos: la habitación y la casa al completo desaparecieron, dejando la cama fluctuante en medio de las estrellas. Inició así un vuelo imposible a través del espacio y del tiempo, tras el cual el sol clareaba desde hacía un rato, cien metros más abajo, sobre los campos de Apulia.

—Estamos en 2011, es agosto y nos encontramos en Nardò, en la provincia de Lecce —dijo Marx—. Mira lo que está ocurriendo en aquella finca. 

Decenas de africanos se habían agrupado en la entrada de un edificio bajo y cuadrado de enyesado rosa y gris, quemado por el sol y desconchado, con el tejado plano como el de un rancho mexicano. Alrededor habían montado tiendas improvisadas y colgado una pancarta en la fachada. Algunos africanos mataban el tiempo dándose pequeños paseos, otros hablaban entre ellos agitadamente. Casi todos —se dio cuenta Diego a medida que la cama voladora se acercaba y finalmente aterrizaba entre las ramas de un gran pino mediterráneo—, sonreían complacidos.

—¿Refugiados vagueando? —preguntó Diego, frotándose los ojos.
—No —dijo Marx arrastrando al joven por la oreja—. Mira bien: son jornaleros en huelga.

Un italiano con un megáfono anunció que se encontraban en el tercer día consecutivo de cese de recogida de tomates y transmitió su solidaridad al jefe de la protesta, un estudiante de Camerún que había recibido amenazas de estilo mafioso por parte de los capataces. Después tomó la palabra un ganés que explicó sus reivindicaciones: aumento del salario si tenían que dividir los tomates por tamaños, no al trabajo en negro, controles de seguridad y sanitarios en los campos, negociación directa entre propietarios y trabajadores, con los sindicatos y una especie de ETT, pero sin la mediación de los capataces. Otro pidió la palabra y explicó, en un italiano chapurreado, que había que hacer algo con un grave problema de los jornaleros inmigrantes: los capataces retenían sus papeles como instrumento de chantaje, dejándoles tan solo las fotocopias. Sin papeles y con la piel de aquel color, corres peligro en cualquier momento, la policía te puede crear graves problemas; también eso hay que incluirlo en el documento de la huelga.

—Lucha de clases —murmuró el espectro, embelesado.

2. Los que son como Diego
Todos tenemos una amiga, una pareja, un amante, una pariente, un vecino de casa, una compañera de trabajo que hasta hace pocos años era indiscutiblemente de izquierdas, pero que desde hace un tiempo tiene la manía de leer blogs un poco ambiguos, de seguir páginas Facebook que nos dejan perplejos, de citar a charlatanes certificados como si fueran importantes pensadores contracorriente, de lanzar discursos que recuerdan a los de Salvini, pero en versión “comunista”. A veces esa persona somos nosotros mismos. El tema sobre el que suelen empezar los peores derrapes es siempre el mismo: la inmigración.

Analicemos ahora una típica conversación que puede producirse con ese conocido nuestro, al cual llamaremos, por facilidad, de ahora en adelante, Diego. Puede ocurrir que, antes que nada, Diego nos asegure que no es absolutamente racista y que odia a los fascistas y a la Lega. Podría incluso, para hacer más evidente su pedigrí de izquierdista, cantarnos Los muertos de Reggio Emilia [canción dedicada a los cinco militantes del PCI asesinados en 1960 por la policía italiana durante una manifestación en la capital de la región de Emilia-Romaña, N. de T.] sin equivocarse en un solo apellido y recordarnos todas las veces que ha votado lo mismo que nosotros o que ha ido a un centro social con nosotros, o que ha estado a nuestro lado en una manifestación. Está garantizado: no se ha vuelto facha.

No obstante, se ha dado cuenta de que la derecha cobra fuerza en el mundo “por nuestra culpa”. Lo dice exactamente así, empáticamente: “nuestra”, él también ha estado metido hasta el cuello hasta hace poco. De hecho, nos explica, la izquierda y los compas han acabado reaccionando a la xenofobia con posiciones “buenistas” y “no borders”, que son las posiciones del gran capital. La patronal, según Diego, necesita mano de obra extranjera a bajo coste y, por ese motivo, es favorable a la inmigración.

Aquí empieza una pequeña riña que, en un momento dado, Diego intenta resolver sacando su as de la manga: —¡Carlos Marx —dice Diego—, sostenía que los inmigrantes son el ejército industrial de reserva!

Según Diego, el ejército industrial de reserva está formado por trabajadores desplazados de su tierra de origen y dispuestos a todo, que son utilizados por la patronal para mantener bajos los salarios. Si la conversación se está produciendo online, Diego nos mandará un link a uno de los extraños blogs que sigue últimamente, donde se citan pasajes de Marx que, según Diego, demuestran que es necesario culpar a los migrantes para defender al proletariado. Si estamos offline, nos lo mandará igualmente, para que podamos leerlo más tarde. Para los que son como Diego resulta muy importante compartir con los demás el verbo que les ha abierto los ojos y que les ha hecho ir más allá de los lugares comunes “inmigracionistas” de la izquierda progre y globalizada. 

En este artículo nos ocuparemos de desmontar dos falsas creencias: que “los auténticos marxistas de antes” justificaran la hostilidad hacia las personas migrantes y que las políticas contra la inmigración favorezcan la lucha de clases. 

Oímos ya la primera objeción: —¡Pero ésas son solo opiniones marginales, de un pequeño grupo de provocadores irrelevantes, ninguno de los que realmente cuentan usa a Marx en serio para apoyar a Salvini! 

Por desgracia, no es cierto. Lo que sigue son las primeras líneas del documento con el que Matteo Salvini se presentó como candidato para liderar la Lega: 

Programa de la candidatura a la Secretaría Federal de la Liga Norte para la independencia de la Padania

Matteo Salvini

Análisis de la fase política y económica

A. Escenario internacional
Son tres las contradicciones sistémicas más importantes que caracterizan Occidente en los tiempos que estamos viviendo: el primado de la economía financiera sobre la política de los Estados, la fuerte presión migratoria hacia Europa y la crisis demográfica que está consumiendo a todos los pueblos del continente. Sacrificando aquí cualquier matiz por exigencias de síntesis, resulta evidente que de ese cuadro dependen los principales desafíos que estamos llamados a enfrentar con absoluta prioridad, en nombre de la supervivencia misma de las comunidades a las que pertenecemos.

En el campo geopolítico, nos encontramos hoy día frente a los empujes agresivos de quienes se enriquecen a costa de las guerras civiles. A nivel europeo, vemos cómo el poder político y económico se concentra en unas pocas manos, con el consiguiente vasallaje clientelar de las clases dirigentes nacionales. La deslocalización, las invasiones comerciales y la competencia desleal generan pequeñas y grandes tragedias cotidianas: el trabajo a bajo coste derivado de la inmigración descontrolada proporciona un «ejército industrial de reserva». Asistimos al emerger de comunidades islámicas entre los actores de la política local e internacional, con los evidentes riesgos regresivos para nuestro estilo de vida y para nuestras libertades fundamentales que estos fenómenos comportan.

En este escenario en el que las necesidades del ciudadano común se colocan en último lugar, la Liga Norte debe encender un fuego de esperanza y de civilización en beneficio de todos los pueblos.

Primavera de 2017. 

La parte subrayada es una falsa cita de El Capital de Marx. 

3. Marx y el ejército industrial de reserva
Empecemos pues por el bendito ejército industrial de reserva. Karl Marx habla extensamente de este tema en el capítulo 23 de la VII sección del libro I del Capital. El ejército industrial de reserva son los desempleados. 

En la época de Marx, dominaban opiniones simplistas según las cuales el desempleo se debía al hecho de que los obreros tenían demasiados hijos. La expresión más notoria y brutal de ese posicionamiento es la teoría de la sobrepoblación de Malthus, para el que la pobreza era una consecuencia natural de la excesiva fertilidad de las clases populares. Puesto que los trabajadores italianos tienen pocos hijos, los malthusianos de hoy, como nuestro Diego, han encontrado una nueva explicación aún más obtusa: la pobreza en Europa es una consecuencia de la excesiva fertilidad de los africanos. 

Marx, en cambio, introduce una idea más sofisticada: es el desarrollo mismo del capital, en una economía de mercado, el que genera automáticamente una sobrepoblación relativa, es decir, una cierta cantidad de fuerza de trabajo disponible para ser empleada en la producción que se mantiene no obstante en reposo. 

Esa sobrepoblación relativa, es decir, los desempleados (y los desocupados), constituye una especie de “reserva” en el “ejército” de los proletarios utilizados por las empresas. Como la reserva de un verdadero ejército, puede movilizarse según las necesidades, y éstas se generan periódicamente, porque el capitalismo tiene una tendencia cíclica (expansión-crisis-reactivación) y porque por su naturaleza sigue revolucionando las propias técnicas productivas, y movilizando fuerza de trabajo entre diferentes sectores productivos o hacia nuevos sectores que se inventa. Si cada vez que el capitalismo necesitara nuevos reclutas tuviera que esperar a que nacieran nuevos obreros y a que estos llegasen a la edad de trabajar, se desmoronaría como sistema: ha de ser capaz de encontrarlos inmediatamente, así como de librarse, de manera muy rápida, de los trabajadores asalariados en exceso cuando es necesario. 

Mientras tanto, la idea de Marx de que en el capitalismo hay un desempleo fisiológico, que no tiene que ver con la tendencia demográfica, se convertía en el pensamiento dominante. Así, hoy día incluso los economistas burgueses hablan de desocupación natural y desocupación cíclica. 

Según Marx, el ejército industrial de reserva tiene tres formas: fluctuante, estancada, y latente. 

■ La sobrepoblación fluctuante son los despedidos: expulsados de la producción, intentan regresar a ella desde otro lugar. A veces, dice Marx, emigran. En la época de Marx, el desempleo juvenil no era un problema grave, por lo que se concentró en los obreros adultos reemplazados por jóvenes o incluso por niños. Hoy también colocaríamos en esta subcategoría a muchos jóvenes desocupados (que aún no han encontrado un primer empleo). 

■ La sobrepoblación estancada son los trabajadores temporales: pues sí, contrariamente a lo que a menudo se piensa, el trabajo temporal existía ya en la época de Marx y Engels. De entre los trabajadores temporales, que son empleados de manera discontinua o parcial, el capital recluta nuevos trabajadores a tiempo completo si es necesario aumentar la fuerza de trabajo utilizada. 

■ La sobrepoblación latente está compuesta por la población rural en proceso de éxodo hacia las ciudades.  Muchos inmigrantes de los países poco industrializados pertenecen a esta subcategoría. Sin embargo, la mayoría de los extranjeros en Italia procede seguramente de alguna ciudad.

Como podemos ver, exceptuando la sobrepoblación latente, que casi se ha agotado en Occidente, las otras categorías no requieren que el capital recurra a fuentes externas para nutrir al ejército de desempleados: es suficiente crear divisiones de estatus laboral dentro de la clase trabajadora ya disponible. Tal hecho se demuestra fácilmente analizando la tendencia del paro en Italia en el último siglo. Ya existía antes de las recientes olas migratorias y no ha aumentado o disminuido como efecto de la importación o exportación de mano de obra. 

Un ejemplo aún más evidente se da en el Mezzogiorno [macrorregión económica, territorial e histórico-cultural antaño ocupada por el Reino de las Dos Sicilias, actualmente compartida por varias regiones: Abruzos, Basilicata, Calabria, Campania, Molise, Apulia, Cerdeña y Sicilia N. de T.]. Muchísimas personas emigran desde el sur de Italia. Sin embargo, esto no ha creado escasez de trabajadores, al contrario, el desempleo es mayor precisamente en las áreas de máxima emigración. Hasta Diego puede entender que, si creemos que la inmigración crea desempleo, deberíamos creer también que la emigración crea empleo. Pero esto no sucede. 

¿Qué efectos producen los desempleados en los salarios según Marx (y según prácticamente cualquiera)?  Los reducen. Obviamente, la competencia entre proletarios reduce el precio de la mano de obra. Ésa es una de las ventajas para la patronal del ejército industrial de reserva, y el principal timo para los trabajadores asalariados. A falta de otros factores que equilibren ese empuje (¡factores que, sin embargo, existen, afortunadamente!), la existencia de un desempleo fisiológico llevaría los salarios a estabilizarse eternamente en el nivel de subsistencia. 

Como podemos ver, Marx no creía que el capitalismo necesitara de una ayudita desde África para explotar a los trabajadores europeos, sus dinámicas internas le eran suficientes. Pero Marx tampoco era fatalista, creía que la tendencia del capital a convertir a los proletarios en miserables que apenas si logran sobrevivir podía contrarrestarse. Creía tanto en ello que dedicó toda su vida a intentarlo. 

¿Qué proponía hacer Marx con el ejército industrial de reserva? 

Decididamente, no hacerle la guerra. Él proponía, adivinen qué, integrarlo en las luchas de la clase obrera y, dentro del posible, intentar reabsorberlo en la clase misma. Por ejemplo, reduciendo las horas de trabajo para redistribuir los puestos disponibles entre todos, reduciendo así también el desempleo y las opciones de la patronal de usarlo a su favor. Por ejemplo, unificando las condiciones de la sobrepoblación estancada con aquellas de todos los demás, evitando así que las empresas usasen mano de obra de forma temporal. 

No se hallará ningún llamamiento de Marx y Engels a interrumpir el proceso de éxodo hacia las ciudades de los campesinos, sobre cuyo carácter brutal y alienante hablaron a menudo. Todo lo contrario: en sus textos se encontrarán tonos positivos acerca del efecto progresista de esas migraciones de personas explotadas.  Así describen la acción de la burguesía en este sentido: 

“Ha creado ciudades enormes, aumentando enormemente la población urbana a expensas de la rural, sustrayendo así una parte considerable de la población al cretinismo de la vida aldeana”.  
(Manifiesto del Partido Comunista, cap. 1)

4. Segunda noche
Diego sufría de insomnio. ¿Lo de la noche anterior había sido solo un mal sueño? ¿O era un espíritu? ¿Qué habría dicho Hegel? ¿Habría, quizás, intentado estudiar la fenomenología del espíritu? ¡Ja, ja, ja! No, no tenía gracia. Incluso su sentido del humor se había disipado.
¿Y si hubiese tenido razón el fantasma de Marx? En el fondo, no es que Diego hubiese leído con meticulosidad filológica los libros que citaba tan a menudo. Algunos no los había leído en absoluto. Pero, en el siglo XXI, en Italia, ¿quién se pone a leer Marx en serio? Citarlos era una especie de homenaje. Lo importante era ponerse en guardia contra el turbomundialismo inmigracionista…

La puerta se abrió de golpe.
—Arriba, ¡nos vamos otra vez! Hurry up! —gritó alegre el espectro barbudo, irrumpiendo en la habitación.
—¡Por Júpiter! ¿Y dónde vamos? —preguntó aterrorizado el joven que, para evitarse otra fría noche en pijama, corría ya a ponerse unos zapatos y un gabán.
—Hoy vamos a Emilia-Romaña. Hay un par de historias que quiero que conozcas.

Diego le hizo sitio en la cama al redivivo y celebérrimo filósofo, economista y dirigente revolucionario alemán Karl Marx. Éste chasqueó la lengua: —No pensarás que también esta noche vamos a viajar en este trasto. He traído mi jet, sube.

—¡Un avión de reacción! —exclamó Diego asombrado y preocupado, mientras un misterioso caza rojo sin piloto aterrizaba suavemente en la calle, asustando a un gato callejero.
—Te lo advierto —dijo Marx tras pocos minutos de viaje—, casi hemos llegado y no será bonito lo que verás. Estáte callado y aprende algo.

El caza aterrizó en medio de un campo. Era de noche. De un cobertizo cercano llegaban frases agitadas y ruidos de motor. De la parte opuesta, un largo viaducto dominaba el horizonte. Las dos figuras humanas caminaron rápidamente en la oscuridad. El anciano abría camino y, cuando estuvieron cerca de la verja de la empresa agrícola, le hizo una señal al otro para que se quedara callado y observara.

Había varios tráilers detenidos, todos bajo la vigilancia de unas pocas decenas de personas mal vestidas. Por el idioma en el que hablaban entre ellas parecían de mayoría árabe. Se les notaba bastante tranquilos, aunque vigilantes. Algunos agitaban banderas rojas delante de un grupo de camiones blancos parados en medio de la carretera. En el lateral de las bestias a motor, tres letras: “GLS”. Un joven había puesto un megáfono en modo sirena y lo dejaba ulular en la noche. Había algunos vehículos de la policía.

Un camión estaba aparcado junto a la verja del almacén. En un momento dado, arrancó y giró hacia la derecha para forzar el piquete. En ese momento el piquete era casi inexistente, los huelguistas se habían dispersado y en medio de la carretera había solo un hombre casi calvo de unos cincuenta años, con una gorra del sindicato y cara de buena persona.

El hombre vio el camión, se alarmó y corrió delante de él gritando y mostrando las palmas de las manos. El conductor no cedió al pulso y avanzó. Quizás estaba convencido de que el peón se habría apartado, quizás estaba irritado por el piquete y por verse sometido, él, italiano, a las pretensiones de aquellos norteafricanos, o quizás sus superiores le habían incitado a usar la fuerza. El caso es que el camión golpeó frontalmente al peón, lo lanzó violentamente contra el suelo y solo en ese momento frenó de golpe.

Los compañeros del atropellado acudieron enseguida, gritando desesperados y furiosos. Mientras algunos rodeaban el cuerpo que yacía en el suelo, intentando pensar qué hacer y pidiendo ayuda, otros intentaban agarrar al conductor asesino para lincharlo. La policía intervino para pararles. Del almacén salió un hombre con camisa blanca, un dirigente. Diego estaba pálido.

—Vámonos —dijo el espectro, sombrío—. Ese egipcio era un dirigente sindical. Morirá. Se llamaba Abd El Salam Ahmed El Danf —explicó mientras el avión rojo despegaba de nuevo, invisible a los ojos del resto de peones que lloraban a su compañero.

Marx pilotaba. Diego miraba cómo pasaban bajo ellos, a toda velocidad, la campiña emiliana, la autopista del Sol, las fábricas, la absurda estación para trenes de alta velocidad en medio de la nada y, también, por todas partes, una tras otra, horribles naves industriales de planta rectangular. El espíritu del viejo empujó hacia delante los mandos y el avión descendió hasta casi tocar el suelo, disminuyendo la velocidad.

—¿Aterrizamos?
—No, por esta noche está bien así, quiero solo enseñarte una carpa. ¡Ahí está!

La carpa, decorada con banderas rojas, se encontraba a pocos pasos de la verja de la enésima nave industrial. Ésa, concretamente, parecía muy moderna: listones de metal blancos horizontales sobre todas las fachadas y cristales de espejo. Desde fuera parecía un laboratorio de análisis químico, aunque, en realidad, en él se procesaba carne de cerdo. Del edificio principal emergía a medias otro paralelepípedo, una suerte de torre baja de base triangular apoyada sobre la fachada. En lo alto de la torreta, un letrero: “Castelfrigo”.

Delante de la carpa, en torno a un bidón con una pequeña hoguera en su interior, se agrupaban algunas caras de extranjeros, cansadas pero alegres: un europeo del este, un africano y dos chinos.

El caza pasó como una bala por encima de ellos y continuó su vuelo. 

—Meses de huelga hasta alcanzar los objetivos, con huelgas de hambre incluidas, para cambiar el contrato de obreros que trabajan para falsas cooperativas y por el fin de las prácticas ilegales de las cooperativas logísticas que hacen de intermediarias de la mano de obra en la sección de carnes. Esquiroles organizados por el sindicato CISL, represión por parte de la policía y tramas de todo tipo organizadas por los burócratas sindicales. Ahora te pregunto: ¿Te parecen “esclavos desarraigados” dispuestos a que les exploten? 

Diego vaciló.

—Desarraigados, sí…
—Pero si están echando, por sí solos, nuevas raíces —replicó el fantasma, tras lo cual le dio una colleja—, ¡...estúpido!

5. Marx y el buenismo
Karl Marx vivió durante muchos años en Inglaterra, al igual que Friedrich Engels. En aquellos tiempos, en Inglaterra existían tanto un auténtico racismo contra los asiáticos y los africanos de las colonias británicas como una xenofobia genérica contra el resto de pueblos europeos. En especial, el lugar del que provenían más migrantes era Irlanda, que en aquella época todavía formaba parte del Reino Unido.

Marx y Engels escribieron mucho sobre el tema. Describieron las condiciones miserables en que vivían los trabajadores irlandeses y cómo las enormes diferencias que, tratándose en gran parte de antiguos jornaleros o labradores de zonas paupérrimas, tenían respecto a la clase obrera inglesa, ya aclimatada al capitalismo industrial. Y consideraron estas diferencias premonitorias de conflictos étnicos y sociales. Tampoco escatimaron en críticas a los dirigentes políticos del nacionalismo irlandés.

Marx no sostiene en ninguno de sus escritos que los capitalistas favorezcan el buenismo y la tolerancia hacia los inmigrantes. Marx sostiene que lo que hace la clase dominante de forma más o menos taimada es, precisamente, difundir xenofobia y racismo.

Diego nos dice que los fundadores del socialismo científico no eran buenistas en absoluto. Estaríamos obligados a darle la razón si encontráramos entre los escritos de Marx algo parecido a esto:  “¡Y ahora, lo más importante! En todos los centros industriales y comerciales de Inglaterra existe actualmente una clase obrera dividida en dos campos hostiles, proletarios ingleses y proletarios irlandeses. El obrero medio inglés odia al obrero irlandés, considerándolo un competidor que disminuye su standard of life. Frente al irlandés, el proletario inglés se siente parte de una nación oprimida, sometida a una invasión. Los invasores extranjeros se transforman así en instrumento de los aristócratas y de los capitalistas ingleses, que consolidan de este modo su propio dominio. El obrero inglés defiende, con razón, sus propias tradiciones religiosas, sociales y nacionales contra aquéllas de los irlandeses. Se comporta más o menos como los indios americanos que intentaban defenderse de la invasión de los blancos para evitar acabar en las reservas.  ¿Cómo culparlo? Ese antagonismo es ocultado de forma artificial y controlado por la prensa mundialista, por los sermones “tolerantes” de los curas, por la sátira de izquierdas que difunde buenos sentimientos y piedad hacia los “pobres irlandeses”, en resumen, a través de todos los medios a disposición de las clases dominantes y de sus estúpidos siervos. El “buenismo” es el secreto de la impotencia de la clase obrera inglesa, a despecho de su organización. Ése es el secreto de la conservación del poder por parte de la clase capitalista. Y esta lo sabe perfectamente.”

¿Dónde ha escrito Marx algo así? En ninguna jodida parte. Las primeras líneas son suyas, pero todo lo demás me lo he inventado yo. No es Marx: es el Marx imaginario de Diego. Leamos en cambio al auténtico Marx, en la carta a Sigfried Mayer y a August Vogt del 9 de abril de 1870:
“¡Y ahora lo más importante! En todos los centros industriales y comerciales de Inglaterra existe actualmente una clase obrera dividida en dos campos hostiles, proletarios ingleses y proletarios irlandeses. El obrero común inglés odia al obrero irlandés, considerándolo un competidor que disminuye su standard of life. El obrero inglés se siente como parte de la nación dominante respecto al irlandés y, precisamente por eso, se transforma en instrumento de sus aristócratas y capitalistas contra Irlanda, consolidando así el dominio de éstos sobre él mismo. El obrero inglés nutre prejuicios religiosos, sociales y nacionales hacia el irlandés. Se comporta más o menos como los poor whites con los negros en los Estados otrora esclavistas de la unión americana. El irlandés pays him back with interest in his own money. Éste ve en el obrero inglés el corresponsable y el instrumento idiota del dominio inglés en Irlanda. Ese antagonismo es alimentado de forma artificial y engrandecido desde la prensa, desde los púlpitos, desde las revistas satíricas; en resumen, a través de todos los medios a disposición de las clases dominantes. Ese antagonismo es el secreto de la impotencia de la clase obrera inglesa, a despecho de su organización. Ése es el secreto de la conservación del poder por parte de la clase capitalista. Y ésta última lo sabe perfectamente.”

¿Qué acabamos de leer? Exactamente lo que parece. Marx veía la realidad y sabía perfectamente que entre obreros ingleses e irlandeses no había buenas relaciones. Cuando en el Manifiesto escribe que “los obreros no tienen patria”, describe la condición que objetivamente tendría sentido para ellos y a la cual son empujados por el desarrollo de la economía mundial, pero naturalmente sabe que están todavía atravesados por prejuicios étnicos, religiosos, etc. No obstante, según Marx ese sentimiento típicamente popular de rivalidad con proletarios de otras nacionalidades resulta cómodo a los patrones y los patrones mismos lo fomentan continuamente.

Marx no sostiene en ninguno de sus escritos que los capitalistas favorezcan el buenismo y la tolerancia hacia los inmigrantes. Marx sostiene que lo que hace la clase dominante de forma más o menos taimada es, precisamente, difundir xenofobia y racismo.

Resulta interesante el hecho de que se nombren también las revistas satíricas entre los instrumentos peligrosos en mano de la clase dominante. Hoy diríamos que son instrumentos de la patronal: dibujantes antiinmigrantes como Marione o Krancic, cantantes de derechas como Povia (que, entre otras cosas, en una canción horrible afirma la bestialidad de que “Carlitos Marx” está de acuerdo con él), los que crean memes xenófobos en Facebook, etcétera, etcétera.

En esencia, Marx dice que los trabajadores que razonan como Diego son como los esquiroles: se dejan engatusar por la burguesía y dividen a su propia clase. Y añade que esto es válido también para los inmigrantes que odian a los autóctonos, aunque naturalmente dedica a ese problema una menor preocupación. Pero la carta nos dice mucho más. En general, las migraciones de fuerza de trabajo no son un complot de la burguesía: se producen espontáneamente y por iniciativa de los propios migrantes, a los cuales se les reconoce la capacidad de decidir su propio destino y evaluar qué les conviene más. El capitalismo crea automáticamente las condiciones de disparidad económica que alimentan los flujos migratorios, la burguesía se aprovecha de ello, a posteriori, en favor de sus propios intereses económicos y políticos. Cosa que hace, por otra parte, con todo lo demás.

No obstante, en este caso específico Marx está totalmente convencido de que existe una especie de conspiración capitalista. Al fin y al cabo, Irlanda es una colonia interna de Gran Bretaña, y ésta última determina su política agrícola, empujando a la despoblación del medio rural de la isla. De hecho, Marx habla de “emigraciones forzadas”. No obstante, no propone que los comunistas reivindiquen medidas para bloquear la inmigración. Todo lo contrario, ve en esa mezcla étnica una oportunidad para la Primera Internacional fundada por él mismo.

La organización obrera desbarata los planes del capital y transforma en progresista lo que, dejado a su propia merced (es decir, a merced de la patronal), se convertiría en reaccionario. La fuerza de trabajo es una mercancía especial y entre sus particularidades se encuentra el hecho de que no es inerte. Los trabajadores son seres humanos con una conciencia que puede desarrollarse. Todo el marxismo está permeado por la convicción de que la lucha de clases, es decir, la imposibilidad de considerar a los trabajadores como simples factores productivos, modela el mundo.

Para acabar la carta, tras haber explicado la importancia de conquistar la simpatía de los obreros irlandeses defendiendo la liberación de Irlanda del yugo imperialista, Marx habla con admiración de la acción realizada por su hija Jenny, que dio a conocer al gran público los temas de la cuestión irlandesa. Concluye diciendo que, para la Internacional, resulta decisivo reforzar la colaboración entre obreros irlandeses y de otras nacionalidades, no solo en Gran Bretaña sino también en Norteamérica, donde las divisiones nacionales desde siempre han fragmentado el movimiento obrero de una forma especialmente dañina.

De acuerdo, nos parecía obvio, pero al parecer no lo es y conviene decirlo claramente: según los fundadores de la Primera Internacional era necesario unir a los trabajadores de varias nacionalidades, tanto entre la clase obrera de un país y otro, como dentro de cada país, entre autóctonos e inmigrantes. He aquí el motivo por el cual se llamaba Internacional de los Trabajadores. Resultaba necesario promover la fraternidad de clase. Seguramente los xenófobos de hoy día les llamarían buenistas.

Esto es lo que proponía Marx en 1871, año de la Comuna de París: “Resulta necesario que nuestros objetivos sean inclusivos hacia toda forma de actividad de la clase trabajadora. Haberles otorgado un carácter particular habría sido equivalente a adaptarlos a las necesidades de una sola sección, de una única nación de trabajadores. ¿Pero cómo podríamos pedirles a todos unirse para llevar adelante los objetivos de unos pocos?”. Esto responde también a otra canallada que se lee a menudo: que Marx sostenía que cada nación debía hacer su lucha de forma separada. Este malentendido nace de un pasaje del Manifiesto que, en cualquier caso, dice exactamente lo contrario: “La lucha del proletariado contra la burguesía es nacional inicialmente, pero por su forma, no por su contenido”. Pero dejémoslo estar.

En la entrevista, Marx continúa:
“Por poner un ejemplo, una de las formas más comunes del movimiento por la emancipación es la huelga. Antaño, cuando una huelga se producía en un país, era derrotada mediante la importación de trabajadores desde otro país. La Internacional prácticamente ha acabado con ese fenómeno. Ésta recibe informaciones sobre la huelga que pretende realizarse y difunde la información entre sus miembros, quienes entienden inmediatamente que para ellos la sede de la huelga ha de ser una zona prohibida. Así, se deja a los patrones solos, negociando con sus propios hombres [...] De ese modo, hace unos días una huelga de productores de puros de Barcelona acabó con una victoria”. 

Como muchos de estos escritos, si Diego leyese éste, sin entender demasiado podría excitarse fácilmente: efectivamente Marx dice aquí que la Internacional detenía la importación de esquiroles extranjeros. Pero es el cómo lo que cuenta: la Internacional detenía el flujo de esquiroles organizando a los trabajadores extranjeros, implicándolos en la lucha común.  Para los internacionalistas habría sido inconcebible pedirle al Estado, es decir, a la policía, que detuviese a los esquiroles levantando barreras en la frontera. La policía, como mucho, escolta a los esquiroles al otro lado del piquete, desde que el mundo es mundo.

No obstante, la cuestión más profunda es otra. Resulta siempre necesario dirigirse a los trabajadores extranjeros, a los que la patronal querría utilizar como mercancía a mejor precio para disminuir los costes de otras mercancías, como a los seres humanos que son, convencidos, implicados. En cambio, en la retórica de Diego los inmigrantes son cosas, a lo sumo “esclavos” a los que compadecer. Se trata de la misma retórica que usan sus explotadores.

6. Tercera noche
Llegados a este punto, había tomado un poco de confianza. Estaba ya esperándolo en la calle, apoyado sobre una pared.

—¡Muy bien! Sube —gritó el fantasma de Marx, lanzándole una larguísima escalera de cuerda desde un punto lejano del cielo. La escalera se desenrolló hasta casi tocar el suelo. Ondeaba plácidamente frente a la nariz de Diego.
—¡Mueve el culo! —gritó la potente voz desde lo alto. El joven estaba aterrorizado, pero paso a paso, temblando, subió entre los edificios, por encima de la niebla, hacia las estrellas, hasta las primeras nubes. A cada instante temía caerse, pero no se atrevió a desobedecer al famoso filósofo muerto en 1883.

Por fin, pasó por encima del parapeto de la barquilla de mimbre y vio a Marx maniobrar las cuerdas y la llama del globo aerostático para marcharse.
—OK. Esta vez nada de jets, tenemos que viajar de día y miraremos desde lejos. Puedes usar ese catalejo, tiene un buen zoom.
Diego no se contuvo: —Eminente lémur, maestro, ¿por qué lo llamas “jet”, cuando existe un precioso término en italiano, “avión de reacción”? ¿Y por qué “zoom”? ¡“Aumento”! Y luego “OK...”

Marx se puso rígido de golpe. Guiñó ambos ojos a la vez bajo las pobladas cejas y rechinó los dientes. Se apartó del control del aeromóvil.
—Antes que nada: lémur se lo dices a tu madre.
—¡Pero si significa espíritu nocturno! Viene del latín.
—¡Lo sé! Pero hoy día en Google encuentras solo monitos. La lengua evoluciona, burro.
—Entiendo.
—¿Y esa tontería de no usar palabras extranjeras, de dónde viene? ¿Qué es, la defensa lingüística de la patria? Los obreros no tienen patria. Y si has leído media página mía, meto una palabra extranjera cada dos líneas. Si es en inglés, meto algo en francés. Si es en alemán, meto algo en inglés. Si es en francés, meto algo de alemán. ¿Será posible ser un hombre de cultura en el siglo XIX sin ser un poco cosmopolita? ¡Y tú eres del XXI y me das la tabarra con esas cosas! ¡Anda, ve y escóndete! 
—Perdón.
—Perdonado. Ahora vuelvo a tomar el control de este trasto y tú no me tocas las pelotas. ¿OK?
—De acuerdo.
—¡No! Tienes que decir “OK”.
—Pero… por favor… no puedo.
—¡Dilo!
—O… K.
—Alright.

La vela era de un tejido rojo oscuro sobre el que resaltaba, en elegantes caracteres decimonónicos de color oro, la inscripción publicitaria “ERMEN & ENGELS”.

—No hagas preguntas —farfulló el lémur.

Antes del amanecer, las luces aletargadas de una metrópoli permitían orientarse fácilmente: —¡Pero si ésa es Roma! —dijo emocionado Diego. El espectro bostezó y mantuvo la dirección, dejando la capital a la izquierda.

Un par de horas más tarde, tras haber superado otros centros más pequeños, se empezó a reconocer en la lejanía una ciudad importante, de planta regular, en medio de un collage de rectángulos de varias tonalidades de verde: campos de frutas y verduras.

—Ésa también la reconozco: ¡es Littoria!
Marx lo fulminó con la mirada.
—¡Latina! Quería decir Latina… —se corrigió Diego enseguida [Latina fue fundada en 1932 como “Littoria” por Benito Mussolini, en homenaje al fascio lictorio, símbolo romano del que se apropió el régimen fascista, N. de T.].
—¿Sabes quiénes son los sikh? —preguntó el viejo.
—Un culto exótico.
—Exótico no significa nada. Para ti es exótica incluso Córcega. Se trata de una religión originaria de India. Hay más de 20.000 sikh que trabajan en la región de las Lagunas Pontinas, en pésimas condiciones, hasta doce horas al día, por una paga ridícula. Sus propios jefes o capataces les proveen de drogas para mantener altos los ritmos en los campos y en los invernaderos. Engels me contaba que en nuestros tiempos los capitalistas usaban a veces métodos similares en las fábricas inglesas.
—Estos son los efectos de la inmigración clandestina.
—Y una vez más, te equivocas. Son casi todos inmigrantes con los papeles en regla. La ley Bossi-Fini establece que la entrada regulada de personas migrantes en Italia puede producirse dentro de flujos preestablecidos a condición de que el inmigrante tenga un contrato de trabajo listo antes de llegar. Normalmente es una farsa, porque esto resulta prácticamente imposible. Pero las farsas pueden convertirse en tragedias. Existen reclutadores que van a los pueblos del Punyab y venden a crédito paquetes completos: contacto con el empresario, viaje y alojamiento. Los migrantes contraen deudas de entre cuatro y ocho mil euros y, llegados a ese punto, se encuentran a merced de los traficantes de mano de obra, que pueden obligarles a aceptar cualquier trabajo para devolver la deuda. Esos reclutadores están relacionados con las mafias que dominan el mercado de la ciudad de Fondi y con los capataces, que se quedan con una parte del salario. Y los empresarios, que les echan inmediatamente si se atreven a protestar, se quedan con otros miles de euros a cambio de firmarles el contrato para obtener y renovar el permiso de residencia.

—Sí, es terrible. Pero, a ver: ¿ellos por qué aceptan?
—¡Precisamente porque los flujos están regulados! Por eso la patronal necesitan que exista una distinción entre inmigrantes regularizados y clandestinos, para crear una jerarquía. Y con tal de mantenerte a flote y de obtener los permisos, te vuelves fácil de chantajear. Mira abajo. 
Habían llegado a 2016. El globo se había parado en una plaza de Latina. Reconocer un edificio cuadrado de arquitectura fascista le produjo un escalofrío de placer a Diego. Tomó el catalejo para observar la masa humana que se concentraba en la plaza.

Debía de haber unas cuatro mil personas. Y para variar, una fiesta de banderas rojas. Escuchaban ordenadamente los discursos en una lengua asiática (Diego pensó: exótica), que se hacían diversos oradores subidos sobre un pequeño camión. Casi todos eran hombres de tez aceitunada, muchos de ellos con importantes y oscurísimas barbas, varios con la gorra del sindicato, otros con turbantes de varios colores. Quién sabe si llevaban encima el kirpan, puñal que todo sikh está obligado a llevar por su fe religiosa.

—Están en huelga. Obtendrán un aumento del salario a un nivel más digno.
—¿Cuánto? —preguntó Diego, permaneciendo pegado al catalejo.
—Cinco euros la hora —respondió el fantasma.

7. Lenin No Border
Marx y Engels dedicaron su vida a la construcción de partidos, movimientos y organizaciones internacionales de inspiración —adivinad qué— marxista. No obstante, nunca ostentaron cargos públicos, ni siquiera fueron presidentes de su vecindario. El primer marxista que conquistó el poder político durante más de unos pocos días y encabezando una revolución fue Lenin. Desde este punto de vista, sus opiniones sobre el tema de la inmigración parecen relevantes a la hora de entender cómo poner en práctica el internacionalismo relacionado con ese tema en términos de programa político.

Teniendo en cuenta que nuestro amigo Diego se lleva bien con los “soberanistas” (¡los de “izquierdas”, claro!) y que estos aman no solo la patria italiana sino sobre todo la rusa, guiada por el presidentísimo Putin, en esos ambientes a menudo se pretende dar en el blanco reclutando para las filas antiinmigración al anillo de unión entre Rusia y el marxismo por antonomasia: Lenin en persona. Parece todo un triunfo, un Jano de dos caras, ruso, al que poder sacar a colación en cualquier debate. ¿Eres de derechas? Ahí tienes a Putin, homófobo y antiinmigrantes. ¿Eres de izquierdas? Ahí tienes a Lenin, que es más o menos igual.

Nos toca oponer un pequeño obstáculo a ese proyecto: la realidad histórica.

Como es sabido, Lenin formó parte de la Segunda Internacional (tras la disolución de la Primera en 1876-77), dentro de la cual representó al ala más izquierdista. Se enfrentó con la línea dominante en la organización, hasta romper completamente con los principales partidos que formaban parte de ella y que destruyeron la Internacional cuando estalló la Primera Guerra Mundial. La razón fundamental de la ruptura podría describirse, en términos actuales, así: la gran parte de los partidos socialistas asumió posiciones soberanistas, de apoyo a la propia burguesía nacional y contra las otras. Contra eso que Lenin veía como una traición del internacionalismo marxista, se fundó más tarde la Tercera Internacional o, lo que es lo mismo, la Internacional Comunista, con sede en Moscú.

Mucho antes de esa ruptura, en agosto de 1907, la Segunda Internacional celebró su congreso mundial en Stuttgart. Lenin escribió un informe desde el congreso en el que se entrevén algunas señales de la futura degeneración soberanista de los grandes partidos socialistas. Por ejemplo, Lenin criticó con indignación el intento, por parte de algunos socialistas de los países imperialistas más codiciosos, de aprobar una moción que justificara cualquier forma de colonialismo (incluido el colonialismo “socialista”). La tentativa fue derrotada, pero como síntoma preocupó mucho a Lenin: 

“Este voto sobre la cuestión colonial tiene una grandísima importancia. En primer lugar, ha demostrado de forma impresionante el oportunismo socialista, que sucumbe a las adulaciones burguesas. En segundo lugar, ha revelado una característica negativa del movimiento obrero, la cual puede provocar no poco daño a la causa proletaria y que por ese motivo ha de ser tomada muy en serio”. 


Otro debate durante el que emergieron posiciones confusas, en este caso derrotadas por una aplastante mayoría, versaba sobre la cuestión femenina y, en particular, sobre el derecho al voto. Una posición minoritaria sostenía, basándose en sofismas tácticos, que era necesario luchar por el sufragio masculino primero y luego por el universal. Es necesario recordar que en la historia del movimiento socialista y comunista jamás se ha desdeñado la lucha por los llamados derechos civiles, cuya denigración es, en cambio, un caballo de batalla de Diego.

Pero hay un pasaje interesante en el informe de Lenin que atañe precisamente a las migraciones de trabajadores. Desde el Partido Socialista Americano (que lo había intentado ya en el congreso anterior, confabulándose con los australianos y los holandeses) llegó la siguiente propuesta: “combatir con todos los medios a disposición la importación premeditada de mano de obra extranjera a bajo coste, ideada para destruir las organizaciones de trabajadores, para reducir el nivel de vida de la clase obrera y para retrasar la realización final del socialismo”.

El delegado americano Hillquit defendió la propuesta de restricciones a la inmigración, culpando especialmente a los chinos y a otros pueblos poco industrializados “que no son capaces de asimilarse a los trabajadores del país de adopción”. Son las mismas idioteces que oímos hoy en día sobre los africanos o los musulmanes que no pueden “integrarse”. Esta horripilante propuesta fue derrotada. Y así respondió Lenin:


“Dedicaré unas pocas palabras a la moción sobre emigración e inmigración. También aquí, en la Comisión, se ha producido un intento de defender intereses sectoriales y egoístas, de prohibir la inmigración de trabajadores desde países atrasados (culíes, chinos, etc.).  Se trata del mismo espíritu de aristocratismo que se halla entre los trabajadores de algunos países “civilizados”, los cuales obtienen algunos beneficios de su posición privilegiada y, por tanto, tienden a olvidar la necesidad de la solidaridad internacional de clase. No obstante, nadie en el Pleno del Congreso ha defendido esa estrechez de miras, corporativa y pequeñoburguesa. La moción aprobada satisface plenamente las reivindicaciones de la socialdemocracia revolucionaria.” 

¡Ups! ¡Pero si esto es exactamente lo contrario de lo que nos dice Diego, según el cual la “izquierda repipi y mundialista” es pequeñoburguesa, está distante del proletariado, y por ese motivo defiende a los inmigrantes! Según Lenin, eran precisamente aquellos que querían prohibir la inmigración los que ejercían de esclavos de la ideología e intereses burgueses. Aún más, según Lenin, el mero hecho de que entre algunos obreros occidentales se propagara la demanda de parar la inmigración era indicativo de que la burguesía había “comprado” a un estrato privilegiado de la clase obrera.

La polémica con los socialistas americanos no se aplacó en los años sucesivos. A pesar de lo sucedido en Stuttgart y a pesar de las protestas de los socialistas nipones, el Partido Socialista Americano insistió en una línea de “xenofobia de izquierdas”. En una carta a otro grupo de camaradas americanos, en 1915, Lenin escribe:

«En nuestra lucha por el auténtico internacionalismo y contra el “jingo-socialismo”, citamos siempre en nuestra prensa el ejemplo de los líderes oportunistas del Partido Socialista en América, que se muestran a favor de restricciones a la inmigración de trabajadores chinos y japoneses (especialmente tras el Congreso de Stuttgart de 1907 y contra las decisiones de Stuttgart).

Consideramos que no se puede ser internacionalista y, al mismo tiempo, estar a favor de esas restricciones. Y afirmamos que los socialistas en América, especialmente los socialistas ingleses, que pertenecen a la nación dominante y de los opresores, que no son contrarios a cualquier limitación de la inmigración, que no están en contra de la posesión de colonias (Hawaii) y que no están a favor de la libertad integral de las colonias; pues bien, afirmamos que tales socialistas son en realidad jingoístas.»

Por “jingoísmo” se entendía una forma de nacionalismo feroz y belicista. Hoy día, a los “jingo-socialistas” los llamaríamos rojipardos. 

En sus escritos, Lenin retomará el tema en más de una ocasión. En 1913, escribe un breve artículo que se focaliza en la inmigración en América, pero que habla de las migraciones de trabajadores en general. Una argumentación que a menudo usan los xenófobos es que la izquierda anticapitalista no se da cuenta de que el mismo capitalismo es el que organiza actualmente las migraciones. 

Obviamente, nos damos cuenta. La cuestión es que eso no resulta suficiente para decidir de qué lado estar. Veamos cómo enfoca Lenin el asunto:


«El capitalismo ha creado un tipo especial de migración de poblaciones. Los países que se desarrollan rápidamente, en términos industriales, introduciendo más máquinas y suplantando a los países atrasados en el mercado mundial, elevan el salario por encima de la media y atraen a los obreros asalariados de aquellos países. […] No hay duda de que solo la extrema pobreza obliga a los hombres a abandonar la propia patria y que los capitalistas explotan de la manera más deshonrosa a los obreros inmigrantes. Pero solo los reaccionarios pueden cerrar los ojos ante el significado progresivo de esa migración moderna de los pueblos. La liberación de la opresión del capital no sucede y no podrá suceder sin un ulterior desarrollo del capitalismo, sin la lucha de clases en el mismo terreno del capitalismo. Y el capitalismo empuja a las masas trabajadoras de todo el mundo precisamente a esa lucha, rompiendo el estancamiento y el atraso de la vida local, destruyendo las barreras y los prejuicios nacionales, uniendo a los obreros de todos los países en las mayores fábricas y minas de América, Alemania, etc.» 


Desde luego se trata de un pensamiento más complejo que el que expresan los memes racistas y los posts de Salvini: se trata de un pensamiento dialéctico. Lenin dice al mismo tiempo que emigrar es terrible, que la inmigración es una repugnante oportunidad de negocio para los patrones y, no obstante, considera que las migraciones tienen un significado progresista e incluso revolucionario. ¿Y cómo denomina a aquellos que niegan esta última verdad? Reaccionarios. Es decir, lo que hoy llamaríamos fascistas o algo parecido.

Ufficio Sinistri
Entre las webs y páginas de Facebook que difunden veneno xenófobo con etiquetas «marxistas», resulta especialmente odiosa «Ufficio Sinistri» [literalmente «Oficina Siniestros» u «Oficina Izquierdos», teniendo en cuenta la doble acepción de la palabra «sinistri», N. de T.], página gestionada por un tal Vallepiano, autor también de un libro homónimo. Todos los días, con gran celo, Vallepiano se las ingenia para crear material «de izquierdas» que apoya cada movimiento de Matteo Salvini y cada campaña de odio de la Lega. El 14 de junio de 2018 publicó —obviamente sin citar fuente alguna— un presunto discurso de Samora Machel (1933-1986) en el que el líder anticolonialista mozambiqueño arremetía contra la emigración desde África, describiéndola como una práctica contrarrevolucionaria. En los comentarios del post, alguien que conoce bien el pensamiento y la biografía de Machel (que fue a su vez un emigrante) pidió las fuentes. Enseguida quedó claro que el contenido del texto se lo habían sacado de la manga. Tras varias peticiones, Vallepiano dejó caer el título de un libro, un compendio de discursos y escritos de Machel, difícilmente localizable, a pesar de lo cual Lorenzo Vianini del grupo Nicoletta Bourbaki lo localizó ese mismo día e hizo las oportunas verificaciones. Ninguna frase mínimamente parecida, todo lo contrario: contenidos completamente opuestos. Estos son los métodos de los rojopardos. Lo habíamos visto ya con el meme falsamente passoliniano «Ves, querido Alberto…», creado y difundido en los mismos ambientes para atacar al antifascismo. [Wu Ming]

 


De paso, fijémonos en que para Lenin el capitalismo determina las migraciones, pero a través de un complot internacional, engañando a los migrantes, los cuales se quedarían en casa “si supieran la verdad”. Solo las diferencias salariales empujan a masas de proletarios a moverse de un país a otro en función de un cálculo racional. 

¿Y qué decir de las fronteras nacionales? El tema, más de policías aduaneros que de otra cosa, parece excitar especialmente a gente como Diego. ¿Quieres decirnos que Lenin era un no border, un cosmopolita, para el que las fronteras son solo líneas imaginarias sin importancia? No exactamente, pero se acerca bastante: 

«La burguesía azuza a los obreros de una nación contra los obreros de otra, intentando dividirlos. Los obreros conscientes, entendiendo la inevitabilidad y el carácter progresivo de la distribución de todas las barreras nacionales operada por el capitalismo, intentan ayudar a iluminar y a organizar a sus compañeros de países atrasados.» 


El final puede parecer un poco paternalista hacia los trabajadores de los países más pobres, pero en realidad solo unas líneas más arriba el mismo autor explica cómo, a veces, son los propios inmigrantes lo que dan preciosas lecciones de lucha de clases a los autóctonos: “Los obreros que habían vivido huelgas de todo tipo en Rusia han llevado a América el espíritu de las huelgas masivas, más atrevidas y ofensivas”. 

Esto encaja muy bien con la experiencia de los últimos años en Italia donde, por un lado, los extranjeros se han integrado cada vez más en los sindicatos y en las luchas de los trabajadores italianos y, por otro, han representado, en una serie de situaciones (sobre todo en la agricultura y la logística) una cierta vanguardia, materializando luchas especialmente audaces y explosivas.

Lenin vuelve al tema en 1916, cuando escribe una de sus obras maestras, El imperialismo, fase superior del capitalismo. En el texto afirma que, si en la fase anterior del capitalismo las migraciones de fuerza de trabajo (excluyendo la trata de esclavos) se producían sobre todo desde Europa, en su fase imperialista se vuelve cada vez más relevante la importación de mano de obra desde las colonias y desde países más pobres. El imperialismo exporta capital y tropas a las colonias, e importa materias primas y trabajadores.


«Una de las particularidades del capitalismo, ligada a los fenómenos mencionados anteriormente, es la disminución de la emigración desde los países imperialistas y el aumento de la inmigración a estos últimos, de individuos provenientes de países más atrasados, donde el nivel de los salarios es menor [...] En Francia, “una parte considerable” de los mineros son extranjeros: polacos, italianos y españoles. En Estados Unidos, los inmigrantes de Europa oriental y meridional ocupan los puestos peor pagados, mientras que los trabajadores estadounidenses representan una mayoría en los puestos de vigilancia y en los puestos mejor pagados. El imperialismo tiende a generar categorías privilegiadas entre los trabajadores y a desligar éstas de la gran masa proletaria.» 


Lenin usa una crítica contraria respecto a aquella que a menudo oímos, según la cual la inmigración habría creado una capa de cuasi esclavos apartada de la masa de trabajadores. Lo que en realidad dice es que el fenómeno del que hay que preocuparse es la formación de una capa privilegiada de trabajadores autóctonos que mira por encima del hombro a los demás, entre los que están los inmigrantes. En nuestros días, ese análisis hay que situarlo en el contexto de la descolonización, del gran aumento numérico del proletariado occidental, así como de la proletarización de las clases medias y asalariadas. No obstante, resulta representativo del enfoque leninista: el problema no son los inmigrantes y las capas bajas de la clase, el problema es la desconexión de las capas altas y quienes intentan darles voz políticamente.

El año siguiente a la publicación del texto sobre el imperialismo fue 1917, el año de las dos revoluciones. Lenin inicia el 1917 como exiliado y lo acaba como jefe de gobierno de la Rusia soviética. Es la oportunidad perfecta para ver concretamente cómo sus ideas sobre la inmigración permearon la realidad.

Naturalmente, la Rusia de después de la Revolución de Octubre, convulsionada por la Primera Guerra Mundial y más tarde por la guerra civil, inmersa en intrigas contrarrevolucionarias de todo tipo y enormes problemas económicos, no era precisamente el objetivo de grandes flujos migratorios. Más aún, eran muchísimas las personas que emigraban: representantes de la aristocracia y de la alta burguesía que huían de la revolución, prisioneros de guerra liberados, opositores políticos y migrantes económicos de diferentes orígenes sociales. No obstante, con la excepción de las exigencias político-militares, la actitud durante los primeros años —es decir, antes del estalinismo— consistió en desarrollar el programa bolchevique de abolición de los controles de pasaportes, tanto internos (uno de los elementos más odiados durante el zarismo, reintroducido por Stalin en 1932) como externos.

La Constitución de la República Socialista Federal Soviética Rusa (URSS) de 1918 es, además de —y, quizás, más que— un ejemplo jurídico, un documento político que expresa las intenciones a largo plazo y los principios generales del nuevo régimen. Respecto a la inmigración, sostiene posiciones de apertura radical de las fronteras:


«Art. 20. En virtud de la solidaridad de los trabajadores de todas las naciones, la República Socialista Federativa Soviética Rusa concede todos los derechos políticos de los ciudadanos rusos a los extranjeros que residan en el territorio de la República rusa por razones de trabajo y que pertenezcan a la clase trabajadora, obrera o campesina, y reconoce a los sóviets locales el derecho a conceder a dichos extranjeros los derechos de la ciudadanía rusa sin dificultosas formalidades añadidas.

Art. 21. La República Socialista Federativa Soviética Rusa concede derecho de asilo a todos los extranjeros perseguidos por delitos políticos y religiosos.

Art. 22. Reconociendo la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, sin distinción de raza o nacionalidad, la República Socialista Federativa Soviética Rusa declara incompatible con las leyes fundamentales de la República el establecimiento de privilegios o preferencias, cualesquiera que fueren, en favor de una nacionalidad cualquiera, como también cualquier opresión de minorías nacionales o la limitación de su igualdad jurídica.»

Resumiendo: en el artículo 20, libre inmigración y ciudadanía para todos; en el artículo 21, acogida para todos los refugiados; y en el artículo 22, prohibición absoluta de discriminaciones racistas o étnicas. Sin duda Diego acusaría a un partido de izquierdas tan leninista como para tener en su programa esos puntos de estar al servicio del capitalismo globalizado. ¿Cuántas revoluciones ha hecho Diego? ¿Ninguna? Bueno, entonces mejor fiarse de la de Octubre.

“Trabajadores de todos los países y pueblos oprimidos de las colonias, levantad aún más alto la bandera de Lenin.” Cartel de V. B. Koretsky de 1932.

8. La última noche
Se esperaba un helicóptero, un hidroavión, una nave espacial. Pero esa cuarta noche el fantasma de Karl Marx no llegó. Diego volvió al piso de arriba, un poco decepcionado, y durmió toda la noche.

Por la mañana estaba aún un poco turbado. Le habían venido ganas de releer algunos textos, de estudiar. Quizás era el momento de cambiar.

Pero el recuerdo del fantasma estaba ya desapareciendo. Todo lo que había sucedido le parecía irreal e inexplicable. No podía haber sucedido de verdad, ni los viajes con el espíritu de Marx ni todas esas luchas llevadas a cabo por alóctonos, por turboesclavos desarraigados, por marionetas del cosmopolitismo burgués [ejemplos concretos del vocabulario que caracteriza los textos de Diego Fusaro, N. de T.]. Y, por otro lado, ¿qué pintaban ahí en medio, en los campos y en las fábricas, las banderas de la izquierda repipi que piensa solo en los gays y en los derechos civiles? Implausible, onírico, falso.

No obstante, quiso verificar en internet una por una las historias, para ver si eran ciertas; qué había detrás, qué había sucedido después; para buscar en los periódicos si había otras produciéndose en ese momento, en otros sectores económicos, con otras reivindicaciones, y qué uniones tenían con los italianos, quiénes se estaban ocupando de ellas. 

Pero sucedió algo más: recibió un mensaje en su móvil, de un cierto “Adriano Casapound”. Decía: “¿Has visto la historia del negro en Rozzano? Haznos una pieza para el Primato, va” [Il Primato Nazionale es la revista oficial del partido neofascista Casapound, para la que escribe Diego Fusaro, N. de T.].

Cogiendo el teléfono de la mesilla, vio que estaba apoyado sobre un montoncito de facturas que tenía que pagar: de la luz, del gas, de la Línea de Abonado Digital Asimétrica… El contrato con la universidad de Comunión y Liberación se le acababa en septiembre.

Respondió: —Lo escribo hoy mismo.
—Bien, camarada. ¡Nobis! —respondió Adriano.
Diego sacudió la cabeza para expulsar los pensamientos fastidiosos.
Un lémur, era solo un lémur.

9. La “verdadera izquierda de antes” os despreciaba igual

Sería imposible explorar la historia de la izquierda mundial, en todos sus diferentes grados de coherencia y anticapitalismo, para descubrir dónde y cuándo ha sido hegemónica en un partido, sindicato o movimiento una posición análoga a la de Diego respecto a la inmigración.

Se puede excluir, tras el exhaustivo análisis hecho aquí, que ése sea el caso de Marx, Lenin y sus adeptos más cercanos. No obstante, en la parte sobre Lenin hemos visto que en el movimiento socialista-comunista mundial emergían, por aquí y por allá, degeneradas posiciones antiinmigración que obligaban a los demás a entrar en una batalla teórica para defender las ideas fundamentales del internacionalismo. Incluso la Tercera Internacional, fundada por Lenin y Trotski, a la cual adhirieron Gramsci y Bordiga por parte de Italia, tuvo a ese respecto sus propios problemas. Durante el IV Congreso, en 1922, los tercinternacionalistas discutieron sobre la “cuestión oriental”, expresión con la que en aquella época se referían a lo que hoy podríamos definir “cuestión colonial” o “cuestión del Tercer Mundo”.

Como ya hemos visto, durante los congresos de la Segunda Internacional los países en los que la izquierda se encontraba infectada en mayor medida por el virus xenófobo eran los países más ricos con salida al mar: Gran Bretaña, Canadá, EE UU, Australia y Japón. Por motivos sociales, culturales, históricos y también simplemente geográficos —resultan más vistosos los barcos que surcan los océanos, como hoy las pateras y los barcos de auxilio en el Mediterráneo, que las migraciones terrestres, y transportan a personas desde lugares más remotos— en esos países los sindicatos y la izquierda más propensa al reformismo proponían varias formas de reglamentación o bloqueo de la inmigración, a veces selectivamente contra los países más “bárbaros”.

El tema aparece con fuerza en la sección “Las tareas del proletariado en el Pacífico”:

“En vista del peligro que se avecina, los Partidos Comunistas de los países imperialistas (América, Japón, Gran Bretaña, Australia y Canadá) no deben simplemente difundir propaganda contra la guerra, sino también hacer todo lo posible para eliminar los factores que desorganizan al movimiento obrero en sus países y que facilitan a los capitalistas la explotación de los antagonismos nacionales y raciales.

Esos factores son la cuestión de la inmigración y de la mano de obra de color a bajo coste.

La mayor parte de los trabajadores de color llevados desde China e India para trabajar en las plantaciones de azúcar en la parte meridional del Pacífico son aún reclutados bajo un régimen de servidumbre. Este hecho ha llevado a los trabajadores de los países imperialistas a reivindicar la introducción de leyes contra la inmigración y la mano de obra de color, tanto en América como en Australia. Esas leyes restrictivas profundizan en el antagonismo entre trabajadores de color y blancos, lo cual divide y debilita la unidad del movimiento obrero.

Los Partidos Comunistas de América, Canadá y Australia deben llevar a cabo una campaña decidida contra las leyes restrictivas sobre la inmigración y deben explicar a las masas proletarias de sus países que tales leyes, empujando al odio racial, a largo plazo repercutirán sobre ellos mismos.

Los capitalistas están en contra de las leyes restrictivas porque les interesa la libre importación de mano de obra de color a bajo coste, para obtener así una bajada de los salarios de los trabajadores blancos. La intención de los capitalistas de pasar a la ofensiva puede ser enfrentada de una sola manera: los trabajadores inmigrantes deben unirse a los sindicatos existentes de trabajadores blancos. Simultáneamente, resulta necesario requerir la subida de la paga de los trabajadores de color hasta alcanzar el mismo nivel que la de los trabajadores blancos. Un movimiento de este tipo por parte de los Partidos Comunistas pondrá al descubierto las intenciones de los capitalistas y, al mismo tiempo, demostrará claramente a los trabajadores de color que el proletariado internacional no tiene prejuicios raciales”.

El régimen de servidumbre mencionado es muy parecido a las deudas que los inmigrantes Sikh de las Lagunas Pontinas en Latina contraen con los mediadores de la mano de obra, que apestan a mafia y a caporalato [sistema ilegal en el que los caporali, capataces, reclutan mano de obra agraria para terceros en condiciones de total explotación, N. de T.]. No hace cien años, sino en nuestros días. Eh, quién sabe si Diego habrá oído hablar del tema...

Desde finales de los años 20 ha habido estalinismo, frentes populares, “democracias populares”, descolonización, maoísmo, movimientos revolucionarios más o menos eclécticos, transformaciones de muchos partidos comunistas de vanguardia revolucionaria leninista en partidos de masas más cómodos para el capitalismo… En la izquierda se ha debilitado el rigor teórico que se encuentra en los ejemplos mencionados hasta ahora. Lo cual no quita que, en general, podamos afirmar que nunca se han tomado las posiciones antiinmigración que hoy día defienden los soberanistas supuestamente marxistas como Diego.

Como ejemplo, presentemos la figura de Paolo Cinanni (1916-1988). Combatiente en la Guerra de Liberación italiana y dirigente de luchas campesinas tras la ésta, Cinanni fue un intelectual del Partido Comunista Italiano (PCI), cuya militancia estuvo marcada por una relación problemática con el partido. Fundó junto a Carlo Levi la Federación Italiana de Trabajadores Emigrados y Familias. En el ámbito de la FITEF, nació su trabajo teórico más importante, Emigración e imperialismo. Hemos llegado a Cinanni porque un amigo de Diego, que había leído sobre él en un comentario de un blog contra el Euro, nos lo ha sacado a colación en un debate de tres al cuarto en Twitter.

Lo que hay detrás del uso instrumental de este autor, como de muchos otros, para apoyar el cierre de fronteras, es un movimiento absolutamente pueril: se toma un fragmento de sus análisis y se deja entender que la conclusión no puede ser otra que prácticas propias de… Salvini.

Este enfoque resulta especialmente irritante e irrespetuoso en el caso de autores militantes, como Cinanni, que dejaron escrito claramente qué prácticas políticas se derivaban de sus análisis. Por ejemplo, tan solo un soberanista con pocos escrúpulos podría citar este fragmento como si le diese la razón:


«La emigración genera decadencia, y ésta genera a su vez nuevas emigraciones, en un proceso en espiral que deja nuestras regiones del éxodo sin aliento. La única mercancía que éstas siguen produciendo es la fuerza de trabajo, pero con su marcha no solo pierden los gastos realizados para su formación —cada vez más cualificada y, por lo tanto, cada vez más cara—, sino que pierden sobre todo la plusvalía que aquélla produce en las regiones y en los países donde es contratada, en condiciones de explotación.» 

—¿Lo ves? ¡¿Lo ves?! —se excita Diego—, Cinanni dice que la emigración es mala y que genera explotación.

Démosle una camomila a Diego y expliquémosle que no hacía falta que nos lo dijera Cinanni, con todo el respeto. Todos tenemos parientes que han emigrado y, en general, habrían preferido ahorrárselo. Pero, sobre todo, tenemos delante de nuestros ojos el estado miserable de las provincias italianas de gran emigración (interna o internacional), especialmente meridionales e insulares.

Lo que dice Cinanni es que la emigración empobrece a los países en las que se produce y favorece a los países de destino, es decir, en el caso actual, transfiere recursos económicos desde los países de proveniencia de los inmigrantes, favoreciendo a la patronal italiana. En otras palabras, Cinanni sostiene que la inmigración resulta una ventaja económica para los países más ricos, que es precisamente lo opuesto a lo que dicen hoy en día los xenófobos, según los cuales los inmigrantes estarían empobreciendo Italia. Incluso llega a afirmar que los países a los que llegan migrantes deberían compensar económicamente a los países de los que se van.

El análisis de Cinanni es además incompatible con la teoría según la cual los inmigrantes generan desempleo. De hecho, Cinanni explica que en todo caso son los emigrantes los que lo generan, demostrando que el número de personas empleadas (o el de personas desempleadas) en el capitalismo no tiene una dimensión fija sino dinámica, precisamente como explicaba Marx.

Pero si la emigración para el comunista Cinanni es un mal capitalista (un texto suyo se titula El mal de la emigración), ¿no está diciendo que el bloqueo de la inmigración es un bien socialista? Pues no. Lo explica perfectamente él mismo:


«[...] las migraciones por motivos de trabajo, tal y como se producen hoy día, generan competencia y enfrentamientos en el seno de la clase obrera. Aunque todos sabemos que la inmigración permite dar un respiro al proceso productivo, ensanchar el abanico de los sectores de producción y acelerar así el desarrollo general del país de destino, sucede a menudo que un trabajador extranjero tiene que oír que le está quitando el trabajo y el pan al trabajador local.

Son las mismas clases dirigentes las que, por una parte, promueven la inmigración, mientras que por la otra le tienen miedo a la unidad de los trabajadores locales con los inmigrantes, creando así campañas xenófobas inspiradas en los más variopintos sucesos aislados.

Es así que, en la misma Italia, el periódico de la FIAT lleva a cabo en Turín una campaña sistemática contra los inmigrantes del Sur. Del mismo modo, en Suiza el industrial Schwarzenbach, líder del partido antiextranjeros, lleva a cabo una enfurecida campaña xenófoba que incita al delito a los más ingenuos e incautos obreros locales, sembrando víctimas inocentes entre los trabajadores inmigrantes.»


Para Cinanni, igual que para nosotros, la xenofobia es un arma de la patronal que no se contrapone a las políticas migratorias capitalistas, sino que, al contrario, las complementa.
Una vez más nos encontramos frente a un pensamiento dialéctico, que requiere un esfuerzo de comprensión de las contradicciones. Si es cierto que la patronal intenta dividir a los trabajadores para explotarlos mejor, también es cierto que la inmigración por sí misma no genera problemas económicos generales, porque tendencialmente produce, en una primera aproximación, un crecimiento de la economía proporcional al crecimiento de la población: 

“La producción en todos los sectores aumenta proporcionalmente a la masa de trabajadores inmigrantes, así como aumenta la demanda de bienes de consumo en el mercado, sin que esto conlleve —siempre que no exista especulación ilícita— alteración alguna de la economía del país, ya que el emigrado produce siempre más de lo que consume, lo cual representa la mejor garantía antiinflacionaria”. 

Por tanto, no se trata de defender la economía nacional de la amenaza de una invasión catastrófica, ya que tal amenaza no existe y la economía nacional probablemente se beneficiará de la aportación de fuerza de trabajo inmigrante, sino de defender el nivel de vida de los obreros, de los empleados y del resto de trabajadores asalariados, es decir, de arrancar porciones cada vez mayores de renta de las manos de la patronal. ¿Cómo hacerlo? En primer lugar, Cinanni desmonta el eslogan “¡Los italianos primero!” (o los alemanes primero, o los belgas primero o, como en su ejemplo, los europeos comunitarios primero):


«En nuestra opinión, toda fuerza de trabajo inmigrante debe “costar”, a la economía que contrata, lo mismo que cuesta la fuerza de trabajo local. Toda preferencia juega en la práctica en sentido contrario, y toda diferencia en el tratamiento crea una competencia entre los trabajadores, rompiendo la unidad del mercado de trabajo y minando, junto con la unidad de clase, toda perspectiva de avance social.

La emigración no tiene que convertirse en el moderno “ejército de reserva” con el cual chantajear a la clase obrera local. Si las fuerzas de trabajo inmigrantes cuestan menos y permiten al capital obtener beneficios más elevados, objetivamente hacen —sin ser conscientes— la competencia a los trabajadores locales, levantando todas las furias de la discriminación, el ostracismo civil y la xenofobia.

Debemos evitar que tal cosa ocurra, y de esa exigencia debe darse cuenta sobre todo la clase obrera y sus organizaciones, que deben luchar para imponer una efectiva “igualdad del coste” del trabajo.»


Según Cinanni, los inmigrantes no son un ejército industrial de reserva, porque tienen tasas de empleo similares a los autóctonos. Pero la puesta en práctica de eslóganes como “¡Los italianos primero!” sí podría convertirlos en tal cosa: todos desempleados, separados económicamente de la clase trabajadora autóctona y listos para ejercer una presión a la baja de los salarios. Y viceversa, igualar el coste del trabajo inmigrante y del trabajo autóctono se convierte en una necesidad vital para el movimiento obrero, es decir, aumentar los salarios de los inmigrantes hasta alcanzar la igualdad.

Nos dirán que es utópico, porque los inmigrantes son muertos de hambre que viven en chabolas, son subproletariado, no pueden ponerse al mismo nivel de los autóctonos. Pues bien, en Italia, hoy día, esta afirmación resulta completamente falsa. Lo demuestra la distribución de las rentas:

Lo que dicen los datos es que la mitad de los extracomunitarios son más pobres que las tres cuartas partes de los italianos. Por tanto, la otra mitad gana más que la cuarta parte más pobre de los italianos. Lo mismo vale para los extranjeros comunitarios (entre los que se encuentra la minoría mayoritaria: los rumanos). Se trata de una buena noticia. Los datos nos dicen que, al fin y al cabo, incluso si los inmigrantes ganan claramente menos de media, no existe una estratificación étnica como sucedería en un régimen de apartheid: los proletarios extranjeros forman parte de la misma clase que los proletarios italianos, con los cuales están bastante mezclados desde un punto de vista retributivo. ¿Divide y vencerás? Lo intentan, pero lo han conseguido solo a medias. La igualdad no es imposible, pero hay que luchar. Nos conviene a todos, excepto a la patronal.

¿Y qué dice Cinanni de gente como Diego, de los xenófobos “de izquierdas” que querrían corregir la línea “buenista” de los partidos de izquierdas y de los sindicatos introduciendo eslóganes contra la inmigración? Bueno, digamos que no se anda por las ramas: 

«Hoy, en muchos países, la lepra xenófoba parece haber alcanzado también a las grandes organizaciones obreras. Ciertos sindicatos llegan incluso a encerrarse en el más ciego corporativismo, sin conseguir, por otro lado, garantizar los intereses fundamentales de la clase obrera local, en nombre de la cual declaran posicionarse contra los extranjeros.

En realidad, hay que poner en duda la buena fe de ciertos dirigentes sindicales  los cuales, aun sabiendo que en el plano económico la inmigración acelera y da un respiro al desarrollo económico del país; aun sabiendo que, además, a nivel sindical el aporte de los trabajadores inmigrantes podría representar una contribución decisiva al apuntalamiento del poder contractual de toda la clase obrera; y que, en el plano político, la unidad de toda la clase obrera puede representar —como en Suiza, por ejemplo— un sólido baluarte contra cualquier involución antidemocrática y social; aun sabiendo todo esto, ciertos dirigentes sindicales fingen creerse la fábula del inmigrante que “roba el pan” al trabajador indígena, y suscriben —como ha sucedido en Suiza— referéndums antiextranjeros.» 

Cinanni escribe en un interesante contexto híbrido, la Europa occidental de los años 70: un espacio económico donde conviven regiones de fuerte emigración, como el sur italiano, regiones de fuerte inmigración y también regiones cada vez más mixtas, como lo es hoy Italia, al mismo tiempo tierra de emigrantes (la «fuga de cerebros» que es en realidad fuga de brazos italianos a Alemania, Francia, Inglaterra y Canadá) y destino de grandes flujos migratorios provenientes del este de Europa, África, Asia y América Latina.

Cinanni se plantea el problema de cómo frenar el proceso destructivo de la emigración, que está ahogando al Sur y que él ve como una continuación, en la época postcolonial, de la política imperialista de dominio y saqueo sobre los países pobres y las regiones atrasadas. Descarta enseguida la idea reaccionaria del bloqueo de la emigración y de la repatriación de los migrantes, que define inútil e incluso contraproducente. Apela en cambio a la superación del capitalismo, al socialismo y a la lucha social y política, sí, en los países de origen, pero también en los de destino:


«Solo en una economía equilibrada, planificada según las necesidades sociales, las fuerzas productivas se desarrollan juntas y al mismo ritmo que el sistema económico, y no hay necesidad ni de emigración ni de inmigración. Pero bajo el dominio del capital, agravándose la desigualdad de desarrollo y los desequilibrios territoriales, se agrava también el drenaje de fuerza de trabajo, contra el cual la mera lucha por el retorno no nos parece suficiente: ésta dirige sus reivindicaciones y acciones únicamente al gobierno del país de origen, pero deja desarmada a la emigración frente a un sistema que la explota cotidianamente, y de frente a una política imperialista que genera el mismo subdesarrollo que en los países del éxodo.

Por tanto, resulta necesario añadirle, a la perspectiva del “retorno”, tema al que es especialmente sensible cualquier emigrante, la de la denominada “compensación”, es decir, la efectiva paridad del coste —para la economía que las emplea— de las fuerzas de trabajo inmigrante y local. 

Estas conclusiones derivan de un riguroso análisis del fenómeno, pero son, ante todo, una exigencia fundamental para mantener la unidad del movimiento obrero.»

Tras esta rapidísima panorámica podemos afirmar que, tanto en la segunda mitad del siglo XIX como durante todo el siglo XX, los pensadores comunistas más incisivos han mantenido siempre una línea parecida respecto al problema de la inmigración.

Esa línea es exactamente contraria a lo que predica gente como Diego.

Esa línea ha sido siempre antirracista, no border, internacionalista y ha incluido siempre posicionamientos a favor de la unidad de la clase trabajadora.

Si alguien no traga con esto, el problema es suyo, pero por lo menos esperamos que tras este artículo deje de jugar al escondite.

10. Post-scriptum 
En el presente texto hemos hablado de los migrantes en general, no de los llamados “refugiados”. Las personas migrantes que vive en Italia (en torno al 8% de la población total) se encuentran mayoritariamente en una situación administrativa regularizada.

Una minoría significativa (una de cada diez personas migrantes) está constituida por “clandestinos”, es decir, por personas migrantes sin papeles. Gran parte de ellas los conseguirá antes o después, y se convertirán en inmigrantes regulares. Y viceversa, los migrantes regulares podrían perder el derecho legal a estar en Italia y convertirse en clandestinos.

Las personas clandestinas no forman parte de una raza especial: se trata simplemente de personas tratadas como basura a causa de injustas (e inaplicables) reglas burocráticas. Los “refugiados” son un grupo aún menor —menos del 1% de la población—, del que se habla de manera desproporcionada por motivos políticos.

Diego confunde a menudo estas categorías y cree que en Italia se mete a millones de migrantes “en hoteles” por 35 euros al día. Intentemos no ser tan idiotas como Diego.

Karl Marx fue un migrante y refugiado de orígenes alemanes, holandeses y judíos. Emigró a Francia en 1843, de donde fue expulsado bajo presión prusa en 1845, refugiándose en Bélgica. Allí fue arrestado y expulsado en 1848. Tras volver a Francia y más tarde a una Alemania convulsionada por la revolución, se le expulsó de nuevo hacia Francia en 1849, pero tampoco allí obtuvo dio asilo. Así fue como acabó de refugiado en Londres.

Vladimir Ilic Ulyanov, más conocido como Lenin, fue un migrante y refugiado de orígenes (al parecer) rusos, alemanes, suecos y judíos. En 1900, emigró a Suiza y más tarde a Alemania. En 1902, escapó de la policía bávara y se mudó a Londres. Regresó a Rusia tras la revolución de 1905, pero tuvo que huir como refugiado de nuevo en 1907, volviendo a Suiza, más tarde a Francia y, por un breve periodo, a Londres. Durante la Primera Guerra Mundial vivió como inmigrante en una región actualmente polaca del Imperio Austrohúngaro y en Suiza, sin poder regresar a Rusia, como es bien sabido, hasta 1917.

giap
El presente artículo es una traducción libre de un post publicado en el blog Giap, coordinado por el colectivo de escritores Wu Ming, quienes lo definen como "un auténtico laboratorio de investigación". Así, dentro de este espacio han nacido y crecido diversos colectivos y grupos de trabajo autónomos. La difusión de todo su contenido, incluido el presente artículo, está regulada por una licencia Creative Commons.

lecturas recomendadas
■ Luca Lombardi, Le miserie della sinistra anti-immigrati (en italiano)
■ David L. Wilson, Marx on Immigration. Workers, Wages, and Legal Status (en inglés)
■ Paolo Cinanni, Rodolfo Ricci (ed.), Che cos’è l’emigrazione. Scritti di Paolo Cinanni (en italiano)

Sobre el caporalato en las Lagunas Pontinas y las huelgas de los jornaleros indios, recomendamos la película The Harvest, dirigida por Andrea Paco Mariani.

Lucha de clases, murmuró el espectro está dedicada a Soumaila Sacko, sindicalista de la Unión Sindical de Base (USB), asesinado en San Calogero (Vibo Valentia, Calabria) el 2 de junio de 2018.


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La Poderosa
15/8/2019 21:58

Al fin un poco de aire fresco desde Italia. Cada uno en su sitio. Aquel que apuesta por cualquier clase de nacionalismo que no se disfrace por pertenecer al campo anticapitalista. Sus posiciones les llevan a estar en contra de la inmigración, y en última instancia a favor de la guerra, ya que su horizonte es "nosotros primero". El colmo es que pretendan usar a Marx o a los internacionalistas que se opusieron a la socialdemocracia europea durante las guerras mundiales para sus fines.

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#38151
10/8/2019 20:02

Por un momento pensé en inscribirme como colaborador de dicho periódico, he leído varios de vuestros artículos, algunos muy interesante, pero después de ver el acoso y derribo que tenéis hacia la figura de Fusaro (es increíble la cantidad de lineas en comparación con otros artículos que le estáis dedicando al tema), no cabe duda que no os diferencias en nada al resto de medios, otros tontos útiles.

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#38058
7/8/2019 13:57

En este tema estoy con Julio Anguita, a la izquierda naif se la estan metiendo doblada, esa que ahora de repente es europeista y no tiene idea de quien financia las grandes operaciones ni de porque de pronto los medios se ocupan de dos barcos a todas horas. Esa que se traga los pastiches que le dan los medios sin rechistar.

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Tate Kieta
5/8/2019 19:58

Menuda herramienta deconstructora resulta este artículo en estos tiempos de falseamiento y mezquina posverdad. Gracias.

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#37999
5/8/2019 13:30

Tenemos unos derechistas cada vez más crecidos y radicales y unos socialliberales cada vez más postrados, vendidos y carentes de cultura politica. La supuesta izquierda rojiparda que se da codazos y guiñitos con fascistas y fascistoides es lo que nos faltaba pal duro, despues de la gran decepción de los peronista-carrillistas.

Pero vamos, se esperan pocos comentarios de los rojipardos a críticas como estas salvo espumarajos sobre Soros y el cosmopolitismo (para los despistados eso significa el judaísmo internacional) e imágenes de negros y musulmanes con ojos inyectados en sangre.

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1
#37986
5/8/2019 2:28

"El Banco Central Irlandés advierte: No llegan suficientes inmigrantes para mantener bajos los salarios (eng)"
https://www.meneame.net/m/actualidad/banco-central-irlandes-advierte-no-llegan-suficientes-mantener

El millonario Soros financia a los movimientos pro-inmigración masiva
https://gaceta.es/noticias/millonario-soros-financia-los-movimientos-pro-inmigracion-masiva-15022016-1700/

'La lista de Soros': revelan la red de políticos europeos al servicio del magnate
https://mundo.sputniknews.com/economia/201711041073734641-europa-soros-finanzas-open-society/

Uno de los periodicos en España con una posicion mas clara a la hora de hacer visible la tragedia humanitaria del mediterraneo, las pateras etc es ELDIARIO.ES. Observen en este pequeño grafico que hice en un rato libre, quien es el subdirector y fundador (dejo el puesto despues de varios años hace unos meses) de dicho diario:
http://prntscr.com/oobwd3
La sombra de George Soros vuelve a señalar a Nacho Escolar: https://www.merca2.es/la-sombra-de-george-soros-vuelve-a-senalar-a-nacho-escolar/

Hay una manera de saber cuando la supuesta ayuda a los inmigrantes es interesada. Jamas hablaran de los paises, de los gobiernos titeres de donde vienen esas personas desposeidas de todo. El relato se basará en la humanidad y la necesidad del rescate. Pero ojo, no toqueis a sus gobiernos titeres, que hemos colocado para saquear el petroleo a esas naciones, el oro , el coltán.
Hace poco Soros pago a un organismo público ( https://www.cidob.org) para que le hiciese listas de periodistas disidentes contrarios al golpe de estado en ucrania. https://blogs.elconfidencial.com/mundo/tribuna-internacional/2016-08-23/george-soros-lista-negra-expertos-conflicto-ucrania-rusia_1250188/

George Soros financia SOS Mediterranee, Medicos sin fronteras, y a traves de la Open Society Foundation, paga a innumerables ONG, periodistas, politicos, organizaciones... Es un juego divertido coger cualquier ONG involucrada en temas de inmigracion y ver quien la financia. O Asociaciones como https://periodismohumano.com/.
Gente como Stephan M. Grueso Cronistas y artifices del 15-m que trabajan en eldiario.es y en http://libertadinformacion.cc/ todo con dinero Mr Soros.

Otro ejemplo, vean este titular: "Stop Mare Mortum denuncia a España por no acoger a los 19.000 refugiados que se comprometió"
Y ahora que casualidad el CIDOB ese organismo que cobra por hacer listas negras de periodistas que no apoyan el golpe de estado en Ucrania aparecen ahi: http://prntscr.com/ooc3b9 http://prntscr.com/ooc3gv

La investigación no tiene fin, la lista de gente y organizaciones que trabaja para la causa de Soros es enorme y cansaría si me sigo extendiendo. Ahora si pretenden decirme que esto es casualidad, pues muy bien.No solo es que la gente desconozca este movimiento a nivel mundial de ciertas elites, esque debido al desconocimiento y la operacion masiva en los medios la gente lo apoya.

Desde luego como pasatiempo tirar del hilo de las infinitas conexiones del dinero del Sr Soros, es impagable. Lo mismo derroca un gobierno en Africa para poner a un titere que le deja instalar una mina de oro, como da un golpe de estado en Ucrania, como atrae a toda la izquierda a luchar por su causa de la inmigracion, que no es lo que pretende ser. por si alguien lo dudaba.... En fin otro dia mas.

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#38001
5/8/2019 14:21

Bonito bot desde Pakistán.

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Pedro Castrillo
5/8/2019 11:06

Te contesto con una cita del artículo: "En general, las migraciones de fuerza de trabajo no son un complot de la burguesía: se producen espontáneamente y por iniciativa de los propios migrantes, a los cuales se les reconoce la capacidad de decidir su propio destino y evaluar qué les conviene más. El capitalismo crea automáticamente las condiciones de disparidad económica que alimentan los flujos migratorios, la burguesía se aprovecha de ello, a posteriori, en favor de sus propios intereses económicos y políticos."

Si lo que pretendes demostrar es que Soros usa sus millones y su poder para ganar más millones y más poder, pues bien, has descubierto la polvora: así funciona el capitalismo desde hace siglos. Nada nuevo bajo el sol. Pero si crees que tus "investigaciones" demuestran de alguna forma que hay un empresario multimillonario que está favoreciendo la inmigración en Europa para acabar con la clase trabajadora local y sustituir a los "pueblos europeos" (combo típico de rojipardos), pues bien, léete otra vez el artículo, con atención, igual descubres que hay vida más allá de las conspiranoias.

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#38057
7/8/2019 13:52

Te contesto con el sentido comun ¿los 15 mil euros que vale llenar el deposito del aquairus cada vez q sale de puerto lo pagan los imigrantes, los pagas tu? No los afloja el señor que se molesta en financiar la operacion, y el que se molesta en financia los periodicos, las ongs, y los periodistas.

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#38107
9/8/2019 2:56

Pues en el artículo te te está dando el caso de la ciudad italiana donde las mafias te pagan e, billete para tenerte arado al puesto de trabajo a cambio de...5 euros la hora.
Hay que leerse todo lo que se expone.

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#38152
10/8/2019 20:04

¿Que diferencia hay entre la mafia y Soros?, Yo no veo ninguna.

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