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Estados Unidos
Hari Kunzru: “En Estados Unidos hay dos tipos de nazis: los que llevan botas y los que llevan corbata”
Nos encontramos con Hari Kunzu (Londres, 1969) en la terraza de un hotel con vistas a los volcanes Misti y Chachani, en Arequipa. El reconocido novelista, activista favorable a la causa palestina y ensayista de izquierda está en Perú, en el marco del Hay Festival, para presentar su último libro traducido al castellano, Píldora roja (Caja Negra, 2024). Es un artilugio de ciencia ficción donde disecciona cómo la nueva derecha estadounidense está movilizando las redes sociales y los nuevos dispositivos culturales digitales para ganar la batalla política. La politización de las generaciones más jóvenes y la organización en foros online en el segundo triunfo de Donald Trump, aunque se remonta a casi una década atrás, da buena cuenta de ello. ¿Cómo debería entender la izquierda este fenómeno?
Comencemos con un artículo que escribiste en el The Yale Review donde colocas el rol de la psicología evolutiva en el centro del debate intelectual sobre cómo la ultraderecha gana las guerras culturales en Estados Unidos. ¿Cómo percibes su influencia en el estado neoliberal de las cosas y cómo lo reflejas en tu última novela?
Forma parte de un largo debate entre explicaciones sociológicas y biológicas. Durante mucho tiempo, los biólogos rechazaron la idea de que existen modos de conocimiento que no pueden reducirse a la ciencia que practican, es decir, a hechos sociales. En los años 70, los argumentos giraron hacia lo que entonces se llamaba sociobiología. El biólogo Edward Wilson propuso que los fenómenos sociales de alto nivel, los fenómenos culturales, las interacciones interpersonales, pueden en última instancia ser explicados por la biología. Y tenía una idea muy cruda de esta ciencia. Creía que los rasgos individuales estaban “programados” en nosotros biológicamente. Y se refería a los temas clásicos sobre la humanidad que habitualmente problematiza la derecha, como el género o la raza.
Más tarde surgió una nueva disciplina, la psicología evolutiva (EvoPsych), argumentando que no es tanto que haya una biología completamente programada, sino que hay ciertos comportamientos que fueron seleccionados por la evolución y que equivalen a módulos. Existirían entonces pequeños “mecanismos” en el cerebro que causan y explican varios tipos de comportamiento social, lo que en último término sostiene que las personas en los países pobres son menos inteligentes y, por lo tanto, no deben reproducirse como los blancos.
Y esta posición se ha vuelto muy popular, como seguramente sabes, entre la derecha en los espacios digitales. La EvoPsych ha servido para sostener que las mujeres no pueden ser buenas programadoras o que las personas negras son más propensas a la violencia, el crimen, y así sucesivamente. En última instancia, estos argumentos tratan de señalar que los cambios sociales no tienen sentido porque, al fin y al cabo, estás luchando contra la biología. En última instancia, lo que dicen es que que no puede haber una fuerza de trabajo no hipermasculinizada en las ciencias informáticas porque las mujeres simplemente no son capaces de programar correctamente.
La cultura de Silicon Valley comparte gran parte de su ADN intelectual con la EvoPsych, sobre todo en lo que respecta a las teorías sobre la información, la retroalimentación y el control. James Damore no es, ni mucho menos, el primer joven ingeniero que ha utilizado la EvoPsych. Intenta oponerse a la ideología liberal de la diversidad, cuestionar las teorías posmodernistas sobre la construcción social del conocimiento o proporcionar una explicación sencilla de la naturaleza humana que promete ayudar a cualquier individuo a abrirse camino a través de las complejidades incuantificables del mundo social.
La izquierda ha sido demasiado arrogante con los argumentos conservadores sobre el ser humano, y no ha planteado la batalla desde sus propias categorías
Es decir, la derecha blanca identitaria ha ofrecido una respuesta a cómo los individuos se relacionan con la sociedad moderna.
Claro, y ha redoblado la afirmación de que las personas blancas están cultural y biológicamente predispuestas a ser la norma; reivindicando toda una serie de valores asociados a la Ilustración, como la democracia y la libertad de expresión). Iniciar esta discusión puede parecer complicado, pues gira en torno a temas complejos relacionados con la evolución humana, pero hasta el momento la fuente de explicaciones sociales ha venido de la derecha y ha servido para deslegitimar varios puntos de vista de la izquierda, como el constructivismo.
Al fin y al cabo, si quieres lograr un cambio político, debes creer que existe una especie de plasticidad en el sujeto humano que hará posible ese cambio. Creo que la izquierda ha sido demasiado arrogante sobre las posiciones conservadoras relacionadas con la humanidad, en lugar de dar la batalla directamente desde sus propias categorías. En general, como estilo de argumentación, al menos en la izquierda estadounidense representada por el Partido Demócrata, ha habido mucho de “el fascismo es solo fascismo, ya sabemos a dónde lleva, la eugenesia ya ha sido deslegitimada por los nazis, bla, bla, bla Cállate”. Esto ha producido la idea de que ciertos tipos de explicaciones psicológicas-evolutivas se conviertan en conocimientos prohibidos en la esfera pública, lo cual los ha hecho más atractivos. Ha hecho que parezca que si formas parte del “submundo” de foros conservadores online, también estés en contra de un tipo de liberalismo anticientífico que no quiere debatir y que no tiene una base real sobre la que sostener sus argumentos. Creo que esto ha sido un desastre para la izquierda, especialmente para las personas jóvenes. Acabamos de ver en las elecciones de Estados Unidos que los hombres de la Generación Z votaron en tropel a Donald Trump. Y eso es, en parte, porque existe esta narrativa de que ciertos tipos de verdades sobre el mundo están siendo suprimidas por el liberalismo dominante. Ese es el argumento de la píldora roja, ¿no?
Hay una apropiación clara de las ideas gramscianas sobre la hegemonía por parte de los conservadores. Han convertido el análisis marxista en una herramienta para sus propios fines políticos
Efecetivamente, de lo que habla realmente la novela es de la libertad de expresión que reivindican estos sectores de la sociedad frente a la censura de lo políticamente correcto. Quizá debido a la centralidad que tienen las identidades de clase en la construcción de la hegemonía cultural, los enemigos de la derecha han atacado y resignificado teorías como las de Gramsci o el marxismo cultural de Raymond Williams para dar esta batalla, porque entienden el potencial emancipador de la cultura o la identidad para fines reaccionarios. ¿Cómo se expresa este fenómeno en Estados Unidos?
Hay dos tradiciones en este debate. Una es, creo, una apropiación bastante clara de las ideas gramscianas sobre la hegemonía. Han utilizado el análisis marxista y lo han convertido en una herramienta para sus propios fines políticos. Y creo que eso ha dado sus frutos. Han entendido, por ejemplo, que la educación es un espacio político o que las universidades pueden incubar un pensamiento de izquierda y, por eso, han sido muy agresivos con el profesorado.
En paralelo, existe una tradición mucho más conspiranoica: la idea de que la comunidad judía está movilizando intelectualmente el marxismo cultural para debilitar las energías de la nación estadounidense. Bajo esta teoría antisemita, que sigue el viejo modelo fascista, el judío es el enemigo último de la sociedad, y el marxismo cultural es la herramienta con la que destruirla. Es el mismo argumento que sostiene que los judíos controlan la inmigración con el objetivo de importar votantes no blancos. La idea que se pretende transmitir es que las personas racializadas son incapaces de tener agenda propia, que están controladas por la comunidad judía. El marxismo cultural aparece en el pensamiento estadounidense desde los extremos de la derecha nazi y neonazi, con ese tono conspirativo. La guerra cultural abarca desde intelectuales de derecha que dialogan con ideas de la izquierda hasta lunáticos antisemitas.
Pensamiento
Evgeny Morozov “La izquierda debe ser menos algorítmica, reinventar su pensamiento y el socialismo”
¿Crees que las teorías de la conspiración se configuran estratégicamente para la movilización social? Aunque algunos promotores de estas teorías puedan parecer lunáticos, los intelectuales orgánicos del movimiento parecen tener un plan claro. No es que sean idiotas. Por ejemplo, la prensa alemana se refiere a Curtis Yarvin como el ‘Maquivelo de Silicon Valley’.
Esa es la cuestión. El cliché habitual es que el neonazi es solo un matón con botas grandes. Los alemanes lo saben desde hace mucho tiempo; tienen una taxonomía. Para ello, hay dos tipos de nazis. Están los nazis abiertamente violentos, los que llevan botas, que son las tropas, los matones. Y luego están los nazis encubiertos, los que llevan corbata, que operan de manera más sutil. Y sí, estos definitivamente existen, y tienen una agenda intelectual, o incluso varias, que son pequeñas pero que han ganado una tracción seria en la política estadounidense. J.D. Vance, que cuenta con el apoyo de Silicon Valley debido a sus posiciones contra China, es alguien claramente receptivo a corrientes de pensamiento nazis. Y ahora será vicepresidente.
El autoritarismo ha sabido apropiarse del espíritu radical y contracultural de los 60, como si todos tuviéramos nuestra propia Harley-Davidson. Primero te conviertes en un rebelde y luego te alineas con Trump para sentirte parte de un grupo “auténtico”
Tu última novela, Píldoras rojas, explora cómo el protagonista se encuentra con ideologías de extrema derecha a través de su obsesión con una serie televisiva altamente violenta. ¿Cómo describirías el impacto de las ficciones que promueven los marcos de la ultraderecha en Estados Unidos?
Si bien mi novela es un trabajo de ficción, existe un cierto tipo de pensamiento nihilista propio de la cultura de esots movimientos que he observado en la cultura de televisión y el cine en Estados Unidos. Sin embargo, en la novela quería ir más allá y preguntarme qué pasaría si alguien con una plataforma enorme, como una serie de televisión de culto, utilizara su alcance para sembrar ideas de extrema derecha en la población. Al fin y al cabo, sabemos que en EE UU, algunos programas de televisión sobre temas policiales tienen la función de legitimar ciertos usos de la fuerza.
Durante la guerra contra el terrorismo, se emitió una serie llamada 24, donde Kiefer Sutherland interpretaba a un agente que luchaba contra terroristas. Como su trabajo siempre lo llevaba al límite, a menudo ignoraba las responsabilidades éticas de las fuerzas policiales para proteger a los estadounidenses del peligro. Torturaba a sospechosos, rompía las reglas, y ese tipo de personaje fascina a muchos estadounidenses. Les atrae la idea de que, incluso si llevan uniforme, pueden ser rebeldes, como vaqueros en la frontera con México que no dejan que nadie les diga qué hacer ni cómo.
En cierto modo, esta mentalidad es uno de los principales vehículos a través de los cuales el autoritarismo atrae a los jóvenes estadounidenses. Se presenta de manera sencilla, prometiendo una supuesta vida en libertad. Les dicen: “Quieren controlarte, quieren que obedezcas a mamá, que te autocensures.” Así, te conviertes en un rebelde, te alineas con figuras como Trump y te sientes parte de un grupo “auténtico”. Esta forma de autoritarismo, jerárquico en grado máximo, ha sabido apropiarse del espíritu radical y contracultural de los años 60, como si todos estuvieran conduciendo su propia Harley-Davidson, al estilo de Easy Rider de Dennis Hopper.
Hay una expresión que dice: “estoy bromeando, pero no estoy bromeando”. Es así como las ideas de la derecha y lo políticamente incorrecto se infiltran en el discurso público, desplazando la ventana de Overton
Resulta sorprendente cómo la derecha ha conseguido transformar y politizar algunas ideas de la izquierda al reconocer que los foros online son espacios clave para la batalla cultural. Pero hay un aspecto relativamente novedoso en este fenómeno, especialmente si lo comparamos con el fascismo del siglo pasado: el papel de la política de trolling. La derecha ha creado subculturas digitales centradas en el humor que se difunden de manera constante y muy efectiva a través de memes. Esta instrumentalización del humor genera reacciones afectivas que se traducen en conexiones emocionales con figuras como Donald Trump.
Absolutamente. Cuando era adolescente, la cultura nazi se limitaba a unas pocas bandas de punk de cabezas rapadas que distribuían panfletos con chistes racistas mal fotocopiados. Pero con el auge de Internet, ha surgido una cultura de extrema derecha mucho más compleja. Y lo que mencionas sobre el trolling es clave. Hay una expresión que dice: “estoy bromeando, pero no estoy bromeando”. Así es como las ideas de la derecha y lo políticamente incorrecto se infiltran en el discurso público, desplazando lo que se conoce como la ventana de Overton. Este fenómeno es especialmente visible entre las generaciones más jóvenes. Recuerdo haber empezado a observar lo que pasaba en los foros de 4chan a principios de los 2000, donde los adolescentes compartían chistes cargados de racismo. El humor en estos espacios estaba profundamente impregnado de racismo. Eran lugares tóxicos, pero también había cierta creatividad cultural.
En mi análisis, tomo la perspectiva de un autor llamado Dale Beran, que escribió un buen libro sobre 4chan y 8chan [ahora conocido como 8kun] (It Came from Something Awful : How a Toxic Troll Army Accidentally Memed Donald Trump into Office). En este libro, Beran ubica la expansión de la ideas conservadores en Internet en el momento en que los usuarios de 4chan, conocidos como los “chicos locos”, decidieron atacar Stormfront, la web nazi más relevante de la época. Este sitio representaba a una extrema derecha de corte “tradicional”, con seguidores que idolatraban a Odín y admiradores de Hitler; en general, una cultura reaccionaria aburrida y arcaica. En esencia, los usuarios de 4chan lograron colapsar la página, obstaculizando la organización de estas corrientes ideológicas. Como consecuencia, muchos conservadores comenzaron a tomarse en serio el impacto de la cultura digital, comprendiendo que estos foros eran, de hecho, espacios estratégicos para la movilización política.
La presencia de los grupos de extrema derecha en los foros aumentó significativamente desde entonces. Para las elecciones de 2016, surgió lo que se denominó el “trumpismo esotérico”, una corriente que impulsó una intensa producción de memes, en su mayoría en apoyo a una imagen de Trump presentada en tono irónico, pero que no era del todo una broma. Este fenómeno se convirtió en un eje central de la campaña y de la llamada batalla cultural. Para muchos jóvenes descontentos con la política, atrapados en empleos precarios y reacios a seguir las instrucciones de las élites liberales, estos foros ofrecían un espacio atractivo y liberador. Allí podían ser irreverentes, fantasear con actos de violencia contra sus enemigos, hacer bromas sobre bombardeos o compartir chistes recurrentes sobre el general Pinochet y los helicópteros. Mientras tanto, fuera de estos círculos, las referencias pasaban desapercibidas: muchos podían identificar a Hitler por su bigote, pero no entendían que una imagen de un helicóptero sobrevolando el mar aludía a Chile y a la guerra sucia. Este tipo de códigos y referencias fue uno de los vectores que permitió que estas ideas se filtraran al mainstream. [Es lo que se conoce como “vernáculo de plataformas“, donde las personas que no participan de una subcultura o no conocen los chistes o no entienden su significado y, por tanto, no pueden participar].
Luego, Trump llegó al poder, y una parte de esta cultura comenzó a convencerse de que, de alguna manera, habían logrado llevar a su candidato a la Presidencia gracias a sus memes; fenómeno al que denominaron la ”magia de los memes“ y que adquirió características casi religiosas, incorporando elementos como la numerología: creían que ciertas publicaciones en redes sociales poseían un poder trascendental. Este es un elemento que intenté reflejar en mi novela.
Recuerdo la noche de las elecciones de 2016. Estaba sentado en una azotea de Brooklyn con un grupo de personas de ideología liberal y clase acomodada, mientras trabajaba en un artículo. Alguien mencionó que tenía un amigo en el Comité Nacional Demócrata y aseguraba que todo saldría bien. Mientras ellos seguían las noticias, yo estaba en 4chan, en el famoso hilo ”/pol/“ (politically incorrect), donde se publicaban mensajes y memes a favor de Trump. Parecía que dos realidades paralelas se cruzaban: ”/pol/“ dejó de ser un espacio marginal para convertirse en un actor clave de la política estadounidense. Desde entonces, esa cultura no ha hecho más que ganar terreno en el mainstream. Los adolescentes enfadados de 2004 ahora tienen 20 años más, ocupan posiciones de poder y siguen impulsados por esa misma cultura. Esto será evidente en la nueva administración: quienes crecieron en los primeros años de los 2000 serán los que asuman el poder.
La derecha ha sabido construir una ecología de pódcasts, medios de comunicación y plataformas de información perfectamente adaptadas al nuevo mundo digital
Quiero hablar de generaciones porque, a mi parecer, los conservadores han entendido muy bien cómo movilizar a los jóvenes. Han aprovechado el componente existencial de las redes sociales para ofrecer respuestas a las ansiedades, inseguridades y dilemas propios de la modernidad capitalista, construyendo una contracultura al liberalismo. Este fenómeno está reflejado en la filosofía crítica de la “ilustración oscura”, que ocupa un lugar central en Píldora roja y ha logrado una influencia sobre los jóvenes mucho mayor que la de los medios de comunicación tradicionales.
Hay aspectos estructurales inherentes a Internet que son fundamentales para entender este cambio. El principal es el colapso del modelo publicitario que sostenía la estabilidad financiera de los grandes periódicos, lo que ha contribuido a reducir la influencia de los medios de comunicación en la opinión pública. Incluso personas de mi generación, la Generación X, seguimos recurriendo a las instituciones tradicionales del liberalismo, como los periódicos, o a las cadenas de televisión y emisoras de radio de las grandes compañías mediáticas para informarnos.
Pero, al mismo tiempo, Internet ha revelado los sesgos que tienen las narrativas de los medios tradicionales. Por ejemplo, hace unos días hubo un altercado en Ámsterdam entre hinchas israelíes y aficionados marroquíes. Los medios tradicionales presentaron una narrativa uniforme que calificaba a estos últimos como responsables de ataques antisemitas o pogromos. Sin embargo, se omitieron detalles clave, como que el equipo Maccabi Tel Aviv tiene antecedentes racistas, que sus hinchas estaban coreando “muerte a los árabes”, arrancando banderas palestinas y agrediendo a un taxista. Este tipo de omisiones de los medios tradicionales refuerza la percepción de que desinforman de manera deliberada.
Si eres alguien con simpatía hacia el periodismo tradicional, podrías argumentar: ”Sí, el problema radica en algunos editores de opinión de The Washington Post, pero también hay excelentes periodistas haciendo su trabajo“. Y quizás tengas razón, pero la narrativa que les llega a los jóvenes, que dependen casi exclusivamente de las redes sociales para informarse, es muy diferente. Para ellos, TikTok es su única fuente de información; ni siquiera recurren a X. En una cultura dominada por vibes y vídeos cortos, les resulta muy fácil percibir a los medios tradicionales como herramientas de clase al servicio de unas élites progresistas que están perdiendo relevancia. El poder ha pasado de estar en manos de las antiguas élites mediáticas a estar controlado por una nueva clase de élites tecnológicas y financieras. Esta nueva clase tiene una marcada tradición libertariana, propia de la costa oeste, lo que hace que su enfoque resulte especialmente seductor para los jóvenes. Esta cultura se presenta como lo único auténtico y novedoso de la sociedad moderna, aunque la realidad sea mucho más compleja.
Por otro lado, la derecha ha sabido construir una ecología de pódcasts, medios de comunicación y plataformas de información perfectamente adaptadas a este nuevo entorno digital. Es cierto que existen podcasters de izquierda y muchas fuentes online valiosas, pero una de las grandes preguntas en Estados Unidos es: ¿por qué no hay un podcaster de izquierda con el alcance de Joe Rogan? Rogan, un excomentarista de lucha libre, se ha convertido en una figura enormemente influyente. Creo que este es el nuevo campo de batalla en lo que podríamos llamar la guerra de la información, o las disputas ideológicas. Y sí, la derecha ha entendido el concepto de hegemonía y lo ha movilizado de manera mucho más eficaz.
A nadie en el sector tecnológico le interesa la justicia social o siente conexión alguna con los derechos civiles y la erradicación de la pobreza. Son percibidas como formas de control centralizado sobre lo que la gente dice y hace
Volviendo a la parte más distópica que mencionas en tu novela, ahora son grandes figuras de la derecha, como Elon Musk, quienes tienen el control sobre las principales plataformas. ¿Qué opinas sobre el giro autoritario que ha dado Silicon Valley? En las elecciones anteriores, la mayoría de los CEO se mostraban contrarios a Trump —basta recordar las caras largas en aquella primera reunión con Peter Thiel— y estaban más alineados con el enfoque progresista neoliberal de Hillary Clinton. Pasar de apoyar a los demócratas a alinearse con los republicanos evidencia algo que contradice las ideas de Francis Fukuyama y otros ideólogos estadounidenses de la Guerra Fría: que el mercado y la democracia no están necesariamente vinculados. Lo curioso es que el elemento que parece separar estos dos conceptos es la tecnología, tradicionalmente entendida como la base del progreso liberal.
Creo que esta cuestión es especialmente relevante en este momento. Un inversor en tecnología con quien hablé me aseguró que eso no es cierto, que Silicon Valley no es de derecha, y que son solo unos pocos ejecutivos ruidosos mientras la mayoría sigue siendo demócrata y liberal. Admito que no es un panorama homogéneo, pero también creo que existe un componente ideológico muy marcado en un sector, como el tecnológico, compuesto principalmente por personas jóvenes. Esto no es algo nuevo. Mi primer trabajo serio fue en la revista Wired, que funcionaba como una especie de incubadora de ideas libertariana sobre tecnología provenientes de la Costa Oeste; uno de los pilares ideológicos clave para entender la legitimación de Silicon Valley.
Cuando conseguí ese puesto, al principio ni siquiera entendía del todo dónde estaba trabajando, hasta que, de repente, lo comprendí. Esa experiencia me dio una visión temprana de una ideología libertariana peculiar que mezclaba elementos de la contracultura hippie con la desconfianza hacia el gobierno propia de la derecha. En el contexto estadounidense, esta postura era abiertamente hostil al New Deal y a cualquier política industrial o intento gubernamental de gestionar la economía o mejorar la sociedad. Sin embargo, esos tiempos han quedado atrás. Los jóvenes que hoy trabajan en la industria tecnológica, en su mayoría entre los 30 y los 40 años, sostienen una narrativa estrechamente ligada al mundo de las criptomonedas y a la idea de una moneda no controlada ni subordinada a los gobiernos. Incluso se ven a sí mismos como personas que buscan escapar del Estado; creen que construir plataformas tecnológicas es, en esencia, una forma de liberarse de las estructuras gubernamentales del siglo XX.
En este sector, ahora dominante, nadie parece tener un interés real en la idea de justicia social. La perciben como una forma de control centralizado del gobierno sobre lo que la gente dice y hace. No sienten ninguna conexión con los derechos civiles, la erradicación de la pobreza o cualquier otro concepto típicamente asociado a la izquierda en el período de posguerra. Este libertarianismo se está alineando ahora con Trump, en parte porque existen incentivos económicos para ello. Este apoyo, por tanto, tiene un componente cínico: ven a Trump como un vehículo para debilitar al Estado, la herramienta política que, según ellos, más puede contribuir a dañarlo.
Lo más atractivo para las corporaciones tecnológicas estadounidenses es la idea de desmantelar las agencias del gobierno federal y reducir su capacidad para implementar políticas públicas
Esa es, de hecho, la narrativa que las corporaciones tecnológicas han utilizado para legitimar su modelo: argumentar que el Estado es ineficiente e incapaz de resolver los problemas generados por el capitalismo, y, por lo tanto, inadecuado para estabilizar la economía.
Lo más atractivo para las corporaciones tecnológicas estadounidenses es la idea de desmantelar las agencias del gobierno federal y reducir drásticamente su capacidad para implementar políticas públicas. En los últimos años, en parte debido a la globalización, hemos observado cómo los organismos estatales enfrentan serias limitaciones para controlar asuntos nacionales e, incluso, para imponer algún tipo de orden frente a líderes rebeldes que fomentan la insurrección. Bolsonaro, por ejemplo, ha sido inhabilitado políticamente en Brasil durante 30 años, mientras que Trump ha sido reelegido, impulsando una agenda clara para continuar con el desmantelamiento del gobierno federal, como ilustra el nombramiento del propio Elon Musk. Desde su perspectiva, esto es algo inequívocamente positivo.
Este escenario resulta interesante porque coloca a los liberales estadounidenses en una posición defensiva: terminan adoptando un papel conservador al querer preservar un Estado grande —a menudo represivo— porque lo consideran el único mecanismos viable para implementar políticas redistributivas. Pero los libertarianos de derecha son fundamentalistas del mercado. Creen firmemente que la “destrucción creativa” del capitalismo siempre genera buenos resultados. Esto nos devuelve al punto inicial de la conversación: la sociobiología y la eugenesia. Al fin y al cabo, se trata de una visión darwinista en la que solo los fuertes sobreviven y prosperan, mientras que los débiles fracasan. Para ellos, esta es una posición ética: las mejores ideas prevalecen porque son adoptadas, mientras que las fallidas desaparecen.
En la actualidad, existe un utopismo tecnológico cada vez más influyente, que se presenta como un espacio crucial de disputa. Este utopismo conecta ideas como la visión de Elon Musk de convertir a los humanos en una “especie multiplanetaria” con planteamientos eugenésicos sobre la optimización humana y diferentes corrientes de transhumanismo. También hay una nueva conciencia sobre la estabilización de la población mundial, pero acompañada de preocupaciones entre ciertos sectores de la derecha estadounidense sobre qué sectores de la población están teniendo más hijos. Según ellos, los grupos que están creciendo demográficamente no son “los correctos”. De aquí surge una obsesión con el coeficiente intelectual, basada en la idea de que optimizar a la humanidad requiere que personas “inteligentes” tengan hijos entre ellas para generar descendencia “superior”. Sin embargo, la realidad muestra que quienes tienen más hijos no pertenecen a los grupos que ellos consideran de alto coeficiente intelectual. Esto recuerda al imperativo nazi de los años 30 de fomentar la natalidad entre ciertos grupos, algo que figuras como Musk parecen promover de manera más contemporánea.
En este contexto, se combina un conjunto de elementos muy poderoso: la idea de que la inmortalidad es posible, un transhumanismo que busca superar los límites naturales mediante la tecnología y la promesa de escapar de un mundo moderno roto. Esta narrativa prometéica resulta extremadamente seductora para los jóvenes. Se podrían decir muchas cosas sobre por qué esta visión no es una representación objetiva del mundo y por qué, en realidad, es un vehículo para que una pequeña élite avance sus intereses. Sin embargo, creo que esta es la parte más propositiva de la política que está promoviendo la derecha de Silicon Valley: una visión transhumanista.
Internet
Redes sociales X puede ser una víctima de la guerra que Elon Musk tanto desea
En este debate, creo que es crucial destacar lo que mencionabas sobre la dimensión creativa. Una de las bases del pensamiento socialista que defendían Raymond Williams y Stuart Hall es la capacidad de imaginar y transformar el mundo, en ocasiones a través de narrativas. A día de hoy nos enfrentamos a una creatividad guiada por el mercado: las personas jóvenes, al expresar sus identidades o relacionarse socialmente, lo hacen a través de una interfaz cultural construida por redes sociales cada vez más autoritarias. Estas plataformas convierten toda experiencia en una mercancía, limitando su potencial emancipador. Así, la creatividad no solo se ve restringida, sino también politizada por la extrema derecha, que la utiliza como herramienta para desmantelar cualquier rastro de libertad colectiva, individualizando y radicalizando a las personas. A ello se le añade otra capa de complejidad, y aquí has sido muy crítico en el ámbito de la literatura: la inteligencia artificial está utilizando los datos generados por estas interacciones personales para entrenar modelos que destruyen la creatividad.
Sí, creo que debemos analizar la IA desde una perspectiva de economía política, ya que representa una intensificación de los procesos del capitalismo de plataforma. La apropiación del vasto “común informativo” y su explotación mediante el uso de datos para entrenar modelos a gran escala implica que, en el futuro, la creatividad tendrá lugar completamente dentro de una matriz controlada por quienes posean esos modelos. Esto va más allá de crear imágenes interesantes y publicarlas en redes sociales como las de Meta; está relacionado con la creación de estructuras de pensamiento. El acceso a la cultura, en todos sus niveles, está mediado por un modelo corporativo. Sin embargo, no creo que la “negación” sea una opción; es necesario enfrentar esta realidad.
Otro aspecto destructivo de la IA es su consumo energético. He estado trabajando con una investigadora llamada Kate Crawford, quien me comentó recientemente que el consumo energético estimado de la IA equivale al de todo Japón. Es como si hubiéramos añadido una nueva economía industrial al consumo energético global. Esto ha tirado por la borda toda la agenda verde y los esfuerzos contra el cambio climático de los últimos años. Ahora estamos inmersos en una nueva carrera armamentista, más adaptada a los objetivos del capital, enfocada en expandir estos modelos cada vez más.
El Holocausto llevado a cabo por los nazis en el pasado siglo se sirvió de máquinas IBM y sistemas ferroviarios. Las tecnologías contemporáneas están mucho más avanzada que las de entonces
Uno de los principales exponentes de este enfoque es Eric Schmidt, el ex-CEO de Google, quien ahora ocupa un rol clave en la digitalización del Pentágono en el marco de la Guerra Fría 2.0.
De hecho, recientemente Schmidt afirmó que no detendremos el desarrollo de estos modelos a pesar de su alto consumo energético. Según él, si continuamos por este camino, no lograremos limitar el aumento promedio de la temperatura global a menos de 2 grados Celsius. Por tanto, su propuesta es acelerar aún más el desarrollo digital y confiar en que los modelos tecnológicos resolverán el problema por sí mismos.
Desde una perspectiva política, los grandes ejecutivos del mundo tecnológico han logrado construir un doble discurso de una eficacia impresionante. Por un lado, argumentan que esta tecnología es tan crucial como la vida humana y que un mal uso podría significar el fin de nuestra civilización. Por otro lado, insisten en que solo ellos comprenden verdaderamente cómo funciona, por lo que cualquier intento de regulación sería inútil o contraproducente. Ahora, están surgiendo propuestas más elaboradas sobre el control gubernamental de los llamados modelos de frontera, ya que estamos en un contexto donde solo 4 o 5 empresas a nivel mundial poseen los recursos financieros necesarios para desarrollar estas tecnologías de última generación. Esto significa que cada aspecto de nuestra vida dependerá de estas grandes corporaciones.
El impacto será transformador tanto en el ámbito laboral como en el militar. Aunque se habla mucho de los avances creativos en imágenes y palabras, no se está prestando suficiente atención a las armas autónomas y a las capacidades de vigilancia que permite la IA. Si el objetivo es controlar a la población, hoy en día existen herramientas que superan ampliamente cualquier tecnología desarrollada en épocas anteriores. Basta recordar que el Holocausto llevado a cabo por los nazis en el pasado siglo se sirvió de máquinas IBM y sistemas ferroviarios. Las tecnologías contemporáneas están mucho más avanzada que las de entonces.
El verdadero obstáculo es la élite del Partido Demócrata, que sigue culpando a la izquierda de sus fracasos, incluso habiendo hecho todo lo posible por apartarla de su campaña electoral
En tus obras, sueles utilizar narrativas personales para abordar temas sociales. ¿Cómo logras equilibrar la escritura de ficción con los textos periodísticos de intervención? ¿Y cómo creas espacios narrativos que contribuyan a impulsar una agenda política alternativa?
La ficción no es un lugar para plantear argumentos directos ni para intentar persuadir de manera explícita al lector. Es necesario dar un paso atrás y construir situaciones humanas complejas sin resolverlas del todo. Se trata de escenificar conflictos y evitar caer en clichés simplistas, como el del típico “capitalista malvado con sombrero de copa”. Sin embargo, creo que, para ser más efectiva, la izquierda debe enfrentar con valentía los desafíos que se le presentan. No basta con descalificar la estrategia conservadora en redes como el resultado de personas irracionales, ni ignorar sus ideas racistas sobre biología y cultura por temor a que el simple hecho de prestarles atención las legitime.
Creo que hay múltiples formas de confrontar estas narrativas, desmontarlas y proponer una visión alternativa del mundo. Para ello, es imprescindible entrar en el combate ideológico con aquellos que te acusan de censurar o de evitar ciertas ideas porque no encajan en las categorías tradicionales de la izquierda. Y, sinceramente, creo que la izquierda tiene mejores respuestas. En Estados Unidos, por ejemplo, muchos de los jóvenes que votaron a Trump habrían votado a Bernie Sanders. Lo que buscan es escapar de un statu quo neoliberal, y el populismo de derecha les ha ofrecido esa vía de salida. No hay ninguna razón por la que una agenda política bien articulada no pueda atraer a muchos de ellos de vuelta.
El verdadero obstáculo es la élite del Partido Demócrata, que sigue culpando a la izquierda de sus fracasos, incluso habiendo hecho todo lo posible por apartarla de su campaña electoral.
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Cuando “los influencers” eran socialistas y comunistas, el dictador Bismark (para algunos un liberal) obligaba a vacunarse a todos los prusianos y los liberales franceses le acusaban de cesarismo,
pero cuando tuvo lugar la contienda entre ambos países, el poderoso ejército francés, era humillado, no derrotado por los teutones sino por la viruela.
Bismark odiaba a los socialistas pero fue el primer mandatario del mundo en imponer el seguro de accidentes, seguro de vejez y seguridad social obligatorios, aunque muy a su pesar reconocía que eran medidas socialistas.
Pero, que le iba a hacer, era la "moda, el populismo" de la época.
Ahora ocurre lo contrario, la izquierda se suma a las tesis neoliberales y hasta los más desafortunados están contaminados de individualismo, aporofobia y xenofobia.
Largísimo artículo con elementos interesantes y también una terminología muy confusa y errónea. ¿Libertarios autoritarios? los libertarios son antiáutoritarios. Creo que es una mala traducción del inglés "libertarian", liberales o "libertarianos". Por lo demás está interesante