We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Aún era abril de 2018 y el entorno del entonces presidente de Argelia, Abdelaziz Buteflika, ni siquiera se había tomado la molestia de anunciar su intención de optar a un quinto mandato presidencial. Pero anticipándose a los acontecimientos, un nuevo cántico afiladamente crítico con el régimen del país y su rais moribundo empezó a escucharse por Bologhine, un suburbio del noroeste de Argel.
“El primer [mandato], diremos que ya ha pasado, nos tuvieron con la década [negra]. En el segundo, la historia quedó clara: La Casa del Muradia. En el tercero, el país era delgado, culpa de los intereses personales. En el cuarto, la muñeca está muerta, y el caso continúa. En el quinto seguirá, todo está hecho”.Así rezaba la canción, que hace un repaso de los 20 años de Buteflika al mando de Argelia, incluyendo referencias a su ascenso al poder tras la guerra civil de los años noventa y alusiones al rápido deterioro de su estado de salud tras sufrir un derrame cerebral en 2013.Bautizada La Casa del Muradia en un juego de palabras entre el palacio presidencial argelino, El Muradia, y la popular serie española La casa de papel, basada en la organización de uno de los mayores atracos de la historia, esta canción se ha convertido —meses después de haberse acuñado— en un himno en Argelia, donde miles y miles de personas la han entonado durante las multitudinarias protestas antisistema en el país.Argelia
Argelia en revuelta: “¡Nos despertamos y vosotros lo pagaréis!”
Argelia atraviesa desde hace tiempo una grave crisis multidimensional. El país ha experimentado una crisis política durante décadas, en particular desde el golpe militar de 1992 y la brutal guerra civil que siguió.
Los estadios de fútbol han servido tradicionalmente a la oposición para expresar su descontento con la situación en el paísPor otro lado, los estadios de fútbol han servido tradicionalmente a la oposición para expresar su descontento con la situación en el país, transformando las graderías en un espacio de protesta, reclamo y debate político. Cuestiones como la migración, las críticas al Ejército, la memoria de los mártires, las drogas, la desigualdad, las reivindicaciones bereberes desde la Cabilia o el islamismo han sido cuestiones recurrentes abordadas entre las distintas hinchadas a lo largo de las últimas décadas, reflejo de su propia historia.Asimismo, durante los períodos de más tensión que ha vivido el país los estadios de fútbol tampoco se han mantenido ajenos. A finales de los años ochenta, una época convulsa previa a la guerra civil, los disturbios y el número de detenidos, heridos e incluso muertos registrados a lo largo de una temporada eran muy elevados. Y durante los cruentos años noventa, durante los que las ligas de fútbol no se detuvieron a pesar de la guerra, se produjeron asesinatos de figuras destacadas del mundo del deporte, ultras incluidos. El hecho de que los estadios nunca se abandonaron del todo, sin embargo, es interpretado por Amara como una forma de resistencia ante un escenario de alta violencia política.También en 2011, en el transcurso de la Primavera Árabe, los ultras argelinos salieron a la calle para unirse a las protestas que vivió el país. Pero en aquella ocasión, los altos ingresos derivados de la venta de petróleo y gas capacitaron al gobierno para incrementar notablemente el gasto y el empleo público, lo que, junto con un amago de apertura política y dosis de represión, permitió apaciguar con agilidad y rapidez los ánimos de la mayoría.“Después de [lo sucedido en 2011] hubo un acuerdo no escrito por el cual el régimen permitiría a los ultras protestar en los estadios mientras esas protestas no se esparcieran hacia las calles”, explica James Dorsey, quien ha seguido de cerca a grupos ultra en Oriente Medio y el norte de África. “Ese pacto funcionó”, agrega. Hasta ahora.Desde entonces, los ultras se han erigido de nuevo en el espejo de una juventud argelina que se ve como la gran perdedora de un sistema controlado por una envejecida clase dominante cuya legitimidad deriva aún de la lejana guerra de liberación nacional. En un país donde el 70% de la población tiene menos de 30 años, el desempleo entre los menores de 25 escala hasta el 30%, lo que se suma a unos salarios cuanto menos modestos y un poder adquisitivo bajo. Su capacidad para incidir en la vida política es prácticamente nula, y su participación se ha visto sistemáticamente limitada en aras de la seguridad. Esta falta de perspectiva de futuro, además, ha empujado a muchos a intentar emigrar de forma clandestina en las llamadas haraga [embarcaciones precarias], que han provocado algunas tragedias que han marcado su imaginario colectivo.Paralelamente, el espacio público en Argelia ha permanecido durante años cerrado a la fuerza por un régimen que ha usado la represión, el miedo y el trauma de la violencia de la guerra civil en beneficio propio, y que ha impedido cualquier atisbo de justicia y obligado a sus calles a permanecer en silencio, dejando a muchos jóvenes huérfanos tanto a nivel de vínculos estatales como de ciudades o barrios.
Muchos jóvenes ven en el fútbol y los estadios una de las escasas alternativas para poder congregarse, expresar sus emociones y su frustración, hacer política y forjarse una identidadEn este contexto, todas las hinchadas, a pesar de sus diferentes lealtades, se han convertido en una vía de escape para muchos jóvenes excluidos que ven en el fútbol y los estadios una de las escasas alternativas para poder congregarse, expresar sus emociones y su frustración, hacer política en un entorno seguro y forjarse una identidad desde la que hablarle directamente a la sociedad y al régimen.“[Cuando estoy con los demás ultras] es cuando siento que soy hijo de esta nación, porque nuestra causa es solo una, y nuestro blanco es el sistema corrupto que ha arrastrado el país hacia el abismo durante más de 20 años”, explica un miembro de los Verde Leone, el grupo de ultras del MC d’Alger.“En ausencia de un debate público serio en los últimos 20 años, los cánticos del fútbol se han convertido en una forma para que esta juventud vuelva a conquistar el espacio público y se comunique con el establishment sin intermediarios”, observa Amara.Según el investigador, la forma más recurrente de expresarse ha sido con canciones inspiradas en el rap y la música popular (shaabi) y folk (rai) argelina. Algunas de ellas, como La Casa del Muradia, Ultima Verba, inspirada en un poema de Víctor Hugo, o Liberté, lanzada en pleno bullicio antisistema, se han hecho verdaderamente famosas. “Nuestras canciones políticas no son solo para los seguidores del equipo, sino para todos los argelinos que sufren esta crisis”, considera el afaccionado de los Verde Leone, “y desde ahí es desde donde los primeros aires de justicia en contra del régimen empezaron a aparecer”.
Norte de África
El papel que han jugado los ultras argelinos tanto en el camino hacia las protestas como durante las propias movilizaciones ha puesto de relieve una vez más la importancia de estos grupos en la vida política del norte de África.“Estamos hablando de una región que está loca por el fútbol, y estamos hablando de un deporte donde las lealtades son casi tribales y las pasiones son muy profundas, por lo que el fútbol juega un papel importante en la vida de las personas”, considera Dorsey.Al igual que en el caso de Argelia, en el Norte de África el fútbol-protesta viene de lejos, como ilustran casos como el marroquí, donde esta tradición se remonta a los años veinte.“Cuando Marruecos estuvo bajo el dominio del Protectorado francés, los estadios ofrecieron un lugar para mostrar resistencia al poder colonial, y esa tradición ha persistido desde la independencia“Cuando el país estuvo bajo el dominio del Protectorado francés, los estadios ofrecieron un lugar para mostrar resistencia al poder colonial, y esa tradición ha persistido desde la independencia”, cuenta Abderrahim Bourkia, investigador de políticas en la Universidad Mundiapolis de Casablanca. “Los ultras siempre han superpuesto fútbol y demandas sociales y políticas”, agrega.En 2011, en plena Primavera Árabe, los marroquíes también salieron a la calle, y aunque su caso —como el argelino— pasó más desapercibido que el de otros en la región como Túnez, Libia y Egipto, consiguieron ciertas reformas concedidas por el rey Mohamed VI.Paralelamente, en casos como el egipcio en 2011 o el sudanés más recientemente, los ultras también han formado parte de sustrato, e incluso vanguardia, de los levantamientos populares.“Los ultras son un movimiento social y una forma de expresión y protesta, además de ser el marco de una construcción de identidad que expresa el deseo de los jóvenes de aparecer, existir y ser reconocidos en una sociedad de la que se sientan excluidos”, considera Bourkia.“Los marroquíes, como todos los ciudadanos del norte de África, todavía buscan cambios democráticos reales, incluida la lucha contra la corrupción y por una sociedad igualitaria”, concluye el investigador, que señala que los “ultras participaron y participan en algunas de las formas más concretas de oposición, con canciones que celebran tanto su insumisión como su pérdida de la esperanza,” reflejada en cánticos como el entonado en Marruecos y dirigido al régimen que reza: “Quieres matarnos, pero nosotros ya estamos muertos.”
Relacionadas
Magreb
Magreb Elecciones presidenciales en el Magreb: incerteza en Túnez, apatía en Argelia
Magreb
Mundo árabe El norte de África abraza la bandera de Palestina
Túnez
Elecciones en Túnez Túnez: un viaje a la deriva en la cuna de la revolución árabe
el pueblo argelino se va decidir su futuro pasa lo que pasa