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Memoria histórica
Los demócratas de Gijón tienen una deuda histórica con el médico Eladio Carreño
Creador del Ateneo-Casino obrero de la ciudad y promotor del puerto de El Musel, fue discípulo de Pí y Margall y fundador del Partido Republicano Federal en la asamblea de Zaragoza.
Un día, revisando los periódicos archivados en la hemeroteca del Archivo Municipal de Gijón, me llamó la atención la existencia de una publicación llamada La República Española, periódico democrático -así se subtitulaba-, cuyo primer número salió a la calle en aquella villa el 1 de enero de 1869, bajo la dirección de Eladio Carreño. El artículo de fondo o editorial de portada se titulaba El Gobierno ante la Revolución, en referencia a la época en que surge el bisemanario, solo tres meses después de la Revolución de Septiembre de 1868, también conocida por La Gloriosa o La Septembrina, que trajo consigo el exilio de la reina Isabel II -llamada La reina castiza o La de los tristes destinos- y el comienzo del llamado Sexenio Democrático.
Pero no es de ese texto de lo que me interesa dejar constancia aquí, sino del aviso que figura en la segunda página de esta modesta publicación que aparecía los martes y los viernes y que denota la preocupación que guió siempre al pensamiento republicano español de promover el conocimiento y la cultura entre los ciudadanos sin acceso a la instrucción, que por aquel tiempo eran una gran mayoría. Si nos situamos en la España de entonces e incluso en la de muchos años después, todos los que tenemos una ascendencia popular sabemos hasta qué punto el analfabetismo afectaba a un gran porcentaje de la población, frente al que solo en tiempos de las segunda República se hizo lo posible por combatirlo con una gran campaña de construcción de escuelas y una no menos imprescindible dignificación profesional de los maestros y maestras. Mucho se hubiera adelantado en el progreso del país si iniciativas como las del Círculo de la Revolución en Gijón no hubieran sido excepcionales, cuando tantos años faltaban aún para el régimen del 14 de abril de 1931.
Por eso creo, y por lo que representaba romper esa ignorancia generalizada durante aquel periodo histórico, que son merecedores de memoria los nombres de Cándido Menéndez Busto, Marcelino Cuesta (redactor del periódico), Andrés M. Fernández (redactor del periódico), Eladio Carreño (director del periódico), Apolinar Menéndez Acebal (redactor del periódico) y Felipe Valdés por contribuir desinteresadamente con sus conocimientos a la instrucción de las clases obreras e industriales de Gijón con la apertura de las cátedras gratuitas que se indican: Lectura y Aritmética, Historia de España, Elementos de Geometría, Economía Política, Geografía, Principios de la Democracia y Errores y Preocupaciones Populares, materia que por su nombre bien podría consistir en enmendar supersticiones y creencias asumidas de generación en generación.
A propósito del director de la La República Española, cuyo nombre lleva una corta y céntrica calle de la ciudad, las asociaciones memorialistas de Gijón vienen creyendo necesario desde hace unos años erigir a don Eladio Carreño Valdés una estatua que resalte su papel como adelantado del pensamiento democrático en nuestro país. Profesional de la Medicina, este escritor público nació en Avilés en 1834 como penúltimo de los trece hijos del próspero comerciante Pantaleón Carreño y Dominica Valdés. Residió en Gijón desde 1865, después de haber cursado sus estudios médicos en la ciudad de La Habana.
En la ficha biográfica que Carreño tiene abierta en el diccionario de la Real Academia de la Historia se nos dice de don Emilio que a través de la medicina y el contacto con las clases más humildes, a las que atendía como médico del Hospital de la Caridad pagando incluso las medicinas de su propio bolsillo, Carreño “se convirtió en un convencido demócrata, que difundió sus ideas de conquistar para el pueblo libertades políticas y mejoras sociales, de las que estaba necesitado”.
De 1865 data la fundación en Gijón del Partido Democrático, cuyo objetivo fue crear en el ámbito local un ambiente político de oposición a la monarquía de Isabel II. Mi estimado amigo Boni Ortiz, que tanto ha investigado la historia del teatro en Asturias, cuenta al respecto que Carreño Valdés organizó en el Teatro Dindurra (hoy Teatro Jovellanos) una función insurreccional en la que aparecían en el escenario dos burros coronados, con el consiguiente escándalo en los círculos más conservadores de la ciudad.
La proclamación de la efímera primera República en 1873 permitió que Carreño fuera nombrado alcalde de la ciudad durante unos cuantos meses, habida cuenta la brevedad de ese periodo histórico. Con la Restauración de la monarquía borbónica en la figura de Alfonso XII, el ya exalcalde de Gijón fue un colaborador directo de una de las personalidades más sobresalientes del republicanismo federal, Francisco Pi y Margall. Según Faustino Zapico, profesor de Historia, al médico y periodista avilesino se le deben dos proyectos de constitución para Asturias, de los que solo se conoce el que data de 1883. En el mismo reclamaba plena soberanía en materia fiscal y de justicia para la región.
Bajo el reinado de Alfonso XII, una vez fracasada la primera República, Eladio Carreño fundó en 1877 el periódico El Productor Asturiano, y después La Región Asturiana, El Fuete y el Boletín Federal, desde los que polemizaba con sus adversarios. En 1881 participó en la creación del importante Ateneo-Casino Obrero, que llegó a alcanzar un gran predicamento como impulsor de la vida cultural gijonesa. Un año después, en 1882, participó en la fundación del Partido Republicano Federal en la asamblea de Zaragoza, a la que asistió. Se ocupó de organizar la agrupación gijonesa, en la que luchó por la construcción del puerto del Musel. Todavía acometería después la fundación de un nuevo periódico, El Porvenir de Gijón.
Quiso la coincidencia que don Eladio falleciera el mismo año (1901) que su maestro Pi y Margall, y que lo hiciera además prácticamente ciego y arruinado. Por todo ello y por esa gacetilla perdida en uno de sus periódicos, en la que participaba como educador de los Principios democráticos, Gijón le debe a Emilio Carreño algo más que el nombre de una calle que da al mar, porque la historia democrática de este país habría sido más consistente y dilatada -y menos sujeta por lo tanto a repetidas incidencias contrarias a ese espíritu- si la labor de instrucción llevada a cabo por personas como Carreño hubiera encontrado la libertad de acción y respaldo político en el ámbito público, que ya se reclamaba desde aquellos distantes años del siglo XIX.