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Pacifismo
Prepararse para la paz
¿Dónde está Gila cuando más se le necesita? Confieso que estos días echo terriblemente en falta al genial cómico madrileño (del que, por cierto, se está rodando un biopic) y su flema de otro tiempo al enfrentarse a la guerra. De teléfono con operadora y sin pantalla, póngame con el enemigo que se nos han acabado las balas, a ver si nos las pueden devolver para que sigamos con esto. Otro cómico francés protagonizaba hace alguna semanas un monólogo en el que se reía de las palabras del presidente de la République, quien no descartaba en absoluto el envío de tropas europeas al frente ucraniano. ¿Quién va a ir a la guerra? ¿Yo?¿Van a venir los rusos hasta aquí y esto se va a llamar a partir de ahora Parisgrad? Von der Leyen, por su lado, respiraba tranquila en una entrevista en la que le preguntaban si sus hijos tendrían que ir a la guerra. A no, mis churumbeles no sirven en el ejército, por suerte.
Sería de risa, si no fuera trágico. Uno no sabe dónde empieza la broma y dónde acaba el órdago, en qué momento la disuasión se convierte en una posibilidad real de que la guerra vuelva a acabar con todo, de nuevo, otra vez. La OTAN cumple 75 años y Stoltenberg reclama sin despeinarse 100.000 millones de euros a sus socios, para sostener la trinchera ucraniana en los próximos años. Dos tercios de lo que dedican los países occidentales a la cooperación internacional, para que puedan ustedes comparar por dónde van los intereses.
En el metro de Parisgrad hay dos paradas consecutivas en la línea 5 que llaman poderosamente la atención. De Jaurès a Stalingrad se tarda apenas dos o tres minutos en llegar. Algo más duró el viaje entre que aquel dirigente socialista francés fuera asesinado, al oponerse en la Asamblea Nacional a que la clase obrera participara en la carnicería de la I Guerra Mundial, y la otra carnicería a orillas del Volga, que cambió el curso de la II Guerra Mundial y de la Historia. Esas dos estaciones nos recuerdan que en un santiamén podemos pasar a ser carne de cañón si no tomamos los mandos del convoy y lo hacemos descarrilar. Los medios del régimen en que vivimos repiten y amplifican el mensaje, hay que prepararse para una guerra inevitable. Si dejamos que Rusia venza en Ucrania, el proyecto europeo colapsará, y con él la democracia. Trump nos va a dejar en la estacada, así que nos tenemos que pagar la fiesta entre todos.
Frente a esta escenificación, la sociedad española reacciona de manera bastante discreta. A pesar de los esfuerzos, las movilizaciones de cada semana contra el genocidio en Palestina no son las de hace 20 años contra la Guerra del Golfo. No tenemos a la tele ni a esos medios llamándonos a las calles, y eso hace mucho. Con respecto a Ucrania, la rutina se ha vestido de parte de guerra y lista de bajas, y casi nadie habla de afrontar lo inevitable: tanta muerte de miles de personas no habrá servido para nada y habrá que sentarse a negociar, algo que evidentemente podría haberse producido mucho antes. Pero no, la respuesta es pedirnos que acuerpemos su delirio y olvidemos su incompetencia manifiesta y contumaz para construir algo que no se base en sufrir unos y ganar dinero otros.
Todo esto ocurre en un ambiente de sublimación de la violencia y el odio dentro de nuestra propia sociedad. La paz no solo se manifiesta en trincheras lejanas, también en autobuses, plazas, aulas y redes sociales. Cancelar al adversario, no dejar hablar a quien difiera un milímetro de nuestros postulados, gritarse porque es lo que se lleva en la capital o despreciar una ILP para regularizar la vida de miles de personas en nuestro país, por simples cálculos electoralistas. Todo eso forma parte de una maquinaria que alimenta también la guerra y el sufrimiento.
Ante todo esto, necesitamos movimiento, organizaciones, estructuras, recursos y políticas que trabajen activamente desde la cultura de paz. Por lo que respecta a las organizaciones, salvo honrosas excepciones, no han sabido conectar generaciones y seguir movilizando a la sociedad como cuando se trataba de cuestionar a la OTAN. La guerra videojuego chafó la guitarra de tanto hippie en procesión a Torrejón o Rota. Por lo que respecta a la política, no hay ambición ni visión a largo plazo para hacer de España un país que desactive bombas y conecte teléfonos, nos limitamos a seguir en el convoy europeo que se mueve, traviesa a traviesa entre Jaurès y Stalingrad. Ni siquiera nos atrevemos a dejar de venderle armas a Israel, por muchos aspavientos que hagamos.
A estas alturas de la vida y de la Historia, uno ya no espera que nadie le resuelva sus problemas. O logramos reactivar un sentimiento pacifista potente en nuestro país, que surja e interpele desde las bases, o nos veremos arrastrados a la barbarie. En Catalunya va a haber un intento que ojalá inspire más procesos similares al sur y al oeste del Ebro: el Fòrum Català per la Pau. Pero hace falta que desde lo personal y lo colectivo, en todas partes y a la vez, nos demos cuenta de la necesidad de estar, sostener y hacerse cargo de un destino construido con otros mimbres.
Cabe en estos momentos adoptar el rictus de Gila, calarse la boina, esperar tono y encarar el auricular de baquelita: oiga, ¿dónde se preparan para la paz?.