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Literatura
Noelia Cortés: “Hay unas cuantas personas que me incomoda que los medios las saquen como personas simpáticas”
Hay personas que nacen con la capacidad de construir belleza con las palabras y que, además, saben cuidarlo y trabajarlo para que no caiga en saco roto. Es el caso de Noelia Cortés (Almería, 1996), activista gitana, pensadora y escritora cuya cosmovisión del mundo se pasea entre las hermanas Bronte, El Canelita y David Bowie.
Tras un primer poemario, Del mar y de la muerte editado en 2021 por la editorial La Carmensita, cargado de resonancias a su amado romanticismo inglés, del que cree que Pete Doherty es uno de sus últimos grandes representantes, ha publicado el pasado 2022 La higuera de las gitanas, editado por En el Mar editorial. En este ensayo intimista, Cortés aporta una visión crítica y política sobre quién tiene la capacidad de narrar(se), el antigitanismo en la cultura, y las dificultades de encontrar una propia voz literaria en un mundo que te encasilla en estereotipos y cegueras. Una obra que es como una guantá con un ramo de lavanda: trata temas muy duros y críticos pero con la delicadeza frágil a la vez que áspera de la literatura que conmueve.
Aprovechamos su paso por Sevilla para presentar su libro, junto al escritor y periodista Antonio Ortega, al que admira por su capacidad de narrar su experiencia desde el Polígono Sur, para charlar al solecito de la alameda.
En tu libro tratas mucho la búsqueda del propio narrar y reflexionas sobre quién tiene la capacidad de contar y qué se cuenta a través del concepto de la higuera. ¿Cómo está siendo para ti este proceso de construir tu propia voz?
Yo creo que es porque como no lo planeé, lo de la Higuera, la editora, Lara Losada, me pidió un ensayo, de feminismo gitano. Yo le dije que no tenía nada hecho, que yo lo tenía que escribir y lo que tardara y a ella le pareció genial. Me sentaba a escribir solo cuando me apetecía decir algo, no tenía el compromiso de “tengo que escribir”. Y yo creo que encontré mi voz porque no me esforcé, porque pensé que cuando esté terminado ella lo va a querer y mientras no pues no pasa nada.
¿Cuál fue el primer libro que leíste y cuál ha sido el último?
El último ha sido La Zúa de Antonio Ortega, que va de un niño en el Polígono Sur contando lo que ve y no sabe explicar por qué pasa todo eso, que es muy bonito. Y el primero que leí en mi vida así, yo creo que fue Matilda.
¿Cómo recuerdas tu descubrimiento de la literatura?
Yo veía la biblioteca pública del cole que podía coger toda la semana el libro que me diera la gana y llevármelo, y yo no me lo podía creer, la suerte que tenía. Y por eso quería saber más cosas, quería ver como escribía todo el mundo. Y me gustaba porque quería leer. No me he parado a pensar que yo quisiera ser escritora de mayor.
¿Y cuándo te diste cuenta de que quería serlo?
Me di cuenta de que siempre había escrito cosas, desde pequeña y las tenía por ahí, por la casa. Había ganado concursos dentro del colegio. En el instituto me dieron mi primer premio de poesía y no sé. Yo creo que me di cuenta cuando vi que a la gente le gustaba y me dije igual puedo contar algo.
En tu libro hablas de que “eres mucho más que aquello a lo que buscan reducirme” en referencia a que solo te llaman para escribir acerca de antigitanismo o sobre tu experiencia como mujer gitana, pero que quieres hablar de otras cosas como el simbolismo en la obra de Sylvia Plath o sobre cómo cuidaste el cementerio inglés de tu pueblo. ¿Nos cuentas esa historia?
Un día descubrí que en mi pueblo, Águilas, hay un cementerio británico antiguo, escondido detrás del otro cementerio. Nadie sabía cómo estaba y me metí en la montaña, entré a buscarlo y lo encontré, vi que tenían tumbas súper especiales, por ejemplo la de un capitán inglés de una embarcación que se ahogó, como estaba abandonado, yo empecé a rescatar del archivo de lo que había del cementerio y reconstruir la historia. No sé. Igual algún día escribo sobre la historia. Yo conseguí por persona que me dieran los papeles de la historia de cada una de las personas que estaban allí y cómo se hizo ese cementerio, que eran ingleses, que habían venido en la Revolución Industrial. Fue a construir puente y embarcadero y entonces se quedaron y murieron ya en la isla. Y yo tengo la historia personal de todo lo que estaban ahí. Había una curandera y un montón de gente guay.
La interseccionalidad es lo opuesto al culto al yo
En toda tu obra tienes muchas referencias a la literatura inglesa, ¿por qué te atrae tanto?
Más por los rasgos literarios que por el país en sí, porque en realidad trataban súper mal a la gente en esa época, yo soy consciente, lo que me gusta es la forma de hacer literatura, como construían los símbolos literarios como construían. Me parece muy bello pero no porque piense que fuesen mejores personas.
En La higuera de las gitanas hablas de ciertos ejemplos en la cultura que el antigitanismo se pasa por alto como algo “poco grave, necesario para las narrativas”, como por ejemplo el culto a la cineasta nazi Leni Riefenstahl. ¿Qué más ejemplos encontramos en la actualidad?
En general sí que hay unas cuantas personas que a mí me incomoda que editoriales, medios y demás los saquen como gente muy simpática.Incluso editoriales y medios que hablan de derechos humanos continuamente, pero te cuelan al Niño de Elche, a C.Tangana y demás. Yo creo que hay un mensaje ahí raro, que no estamos viendo pero no pasa solo con la causa antigitana también te cuelan un machista como una persona maravillosa, te cuelan un maltratador que se sabe que es un maltratador. Te cuelan un montón de gente. En la Bienal, por ejemplo, está Pedro G. Romero, siempre tú lees lo que dice y es un nazi absoluto, pero yo creo que a la gente le cuesta identificarlo porque se queda con la cara de la promoción, no de que este hombre es un sabio. Si a ti te llega ese mensaje, piensas que una fuente a la que acudir y hay que escuchar a las voces críticas que dicen “oye, que a mí me dijo que los gitanos o hacen flamenco o son toxicómanos, pero una cosa o la otra no?”. Entonces tienes que escuchar un poco a las voces que parecen incómodas y pensar que te están avisando.
Hablas de que “detestas el culto al yo”, ¿de qué crees que nos aleja?
Nos perdemos todo lo que pasa alrededor, hay un montón de gente que defiende una causa social, la suya, la que vive y como está mirándose todo el rato como un narciso en el río. Es como si yo estoy defendiendo todo el rato que no exista el antigitanismo, pero como estoy solo pendiente de mí me voy de aquí y le hago a alguien un comentario homófobo o clasista. Yo creo que hay mucha gente que tiene una causa muy marcada, o dos o tres que les pillan de cerca y luego son muy antigitanos y el culto al yo es lo que impide que lo vean, porque la interseccionalidad es lo opuesto al culto al yo.
¿Por qué crees que en nuestra sociedad nos cuesta tanto quitarnos el antigitanismo a pesar de que se nos llena la boca hablando de antirracismo?
El otro día lo hablaba con una amiga y me decía que ella cree que es más fácil decir que eres antirracista para defender a los colectivos que se tiene el prejuicio de que agachan más la cabeza, que esto tiene mucho que ver con la forma en que se codifican las noticias y los productos culturales narrados desde lo ajeno. Con los gitanos o marroquíes, por ejemplo, parece que fueran más agresivos por naturaleza y que está justificado el estigma y decir esas cosas de que los delincuentes no comen jamón o escuchan a Camarón. Yo creo que no se revisan porque creen que son antirracistas pensando que a ninguna persona en concreto la tratan mal, pero luego sus discursos muestran que sí nos deshumanizan como colectivo.
Suena amable lo de que te den voz, pero encierra el mensaje de que si ellos no te la dan tú no la tienes
¿Cómo podemos sobrevivir en un mundo lleno de relatos en el que a las personas subalternizadas, marginalizadas y que se salen de la norma aún hay representaciones llenas de estereotipos y falsedades?
Me pasa, sobre todo, con la literatura y lo que hago es intentar quedarme con la belleza de la obra. Por ejemplo, Cumbres Borrascosas habla muy mal de los gitanos, pero al mismo tiempo es una mujer que le costó un montón publicar en ese momento y que gracias a que ella pudo publicar también puedo yo ahora. Intento quedarme con la interseccionalidad. Es verdad que ella no tenía la mejor visión de los gitanos, pero que cómo la iba a tener, con todo lo que tenía alrededor y si encima no tenía contacto realista con ninguno. Yo intento quedarme con el avance que supuso esa obra, que no se me haga un nudo todo el rato, disfrutar de algo también alguna vez.
En muchas ocasiones desde los medios y los agentes creadores de pensamiento y cultura se habla de que “se da voz” a las personas subalternalizadas por la sociedad. ¿Qué supone eso?
Yo lo veo como una limosna. Suena amable lo de que te den voz, pero encierra el mensaje de que si ellos no te la dan tú no la tienes, como que tienen ese poder y te lo conceden. Es ese tipo de momento donde sientes que no tiene el derecho a enfadarte porque te están tratando bien y vas a parecer una persona muy agresiva, pero tú sabes que hay algo ahí que no está bien del todo. El otro día cuando estaba todo el mundo diciendo que como Rosalía había puesto a Camarón en el desfile de Louis Vuitton, que todo el mundo iba a escuchar ahora Camarón internacionalmente gracias a ella. Camarón era una leyenda ya cuando estaba vivo, que rechazó a Mick Jagger, pero como esa persona que es blanca, millonaria y le han puesto en un desfile está diciendo que ahora gracias a ella Camarón es internacional. Yo creo que es más bien gracias a Camarón, ella puede hacer música distinta.
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Muy interesante. Solo una objeción: lo que haya dicho alguna gente sobre el desfile de Rosalía y Camarón, no lo pongas en boca de ella, que seguro sabe bien lo que le debe como artista.