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Literatura
Luisa Carnés y las otras grandes autoras obreras de las que casi nunca escuchas hablar
Luisa Carnés abandonó sus estudios con 11 años para trabajar en el taller de sombreros de su tía. De Lucía Sánchez Saornil no se sabe dónde cursó la educación básica, ya que apenas hay datos de su niñez, y tampoco se pueden seguir sus movimientos debido a los trabajos de su padre, que combinaba jornales en el campo con un puesto en la Compañía Madrileña de Teléfonos. A Cecilia García de Guilarte le enseñó a leer su madre, pero siendo adolescente ya trabajaba con su padre en la Papelera Española de Tolosa.
Son algunas de las escritoras de origen obrero de la España de los años 30, ni completamente desconocidas ni presentes en el canon literario, ni siquiera en el de las apenas recientemente resucitadas Sinsombrero o mujeres de la Generación del 27. Algunas porque su carrera fue más periodística que literaria, como en el caso de Carmen de Burgos, de origen burgués pero considerada precedente y madrina de alguna de ellas. Otras, porque el exilio y el franquismo las borraron, a veces en sentido literal.
“No es que estén olvidadas ahora, es que tampoco fueron muy visibles en su momento”, dice Eva Moreno, profesora e investigadora de la Universidad de Sevilla
“No es que estén olvidadas ahora, es que tampoco fueron muy visibles en su momento”, añade Eva Moreno, profesora e investigadora de la Universidad de Sevilla. “Autoras como Lucía Sánchez Saornil, García de Gilarte o las hermanas Amalia y Ana Carvia [nacidas a mitad del siglo XIX y que en los años 30 ya eran ancianas] no tenían acceso al mundillo literario de la época, que se articula a través de tertulias y revistas donde las pocas mujeres que se admiten, cuando se da el caso, son burguesas, porque la invitación a entrar en esos espacios suele tener que ver con la posición social”.
Moreno señala cómo muchas de estas autoras como la misma Luisa Carnés o Carmen de Burgos, “que podríamos considerarla burguesa”, tienen más producción periodística que literaria porque “era la única forma de compaginar dedicarse a la escritura con tener un sustento. No son pocos los autores y las autoras de la época que no necesitan trabajar para vivir, pero ellas sí”.
Añade dos filtros más del momento que afectan a su percepción actual: “Al no moverse en los círculos de la élite cultural, reciben menos reseñas, conocen a menos editores. No están donde se crea el canon, que casi siempre son espacios privados, como las tertulias de los cafés y los clubes. Las generaciones del 98, el 14 o el 27 se bautizan a sí mismas pensando en la posteridad, y una Sánchez Saornil o una Carnés no están pensando en eso”.
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De hecho, su enfoque de la escritura es “más práctico, más por necesidad o, si quieres decirlo así, ética, de llegar a un determinado público lector que saben excluido. Muchas escriben en folletines, o periódicos con claro enfoque ideológico orientados a la clase obrera”, añade. Publicaciones de peor papel, que no se recopilan en las hemerotecas, y que las investigadoras solo pueden rescatar de archivos personales o familiares. Es difícil que el gran público conozca a autoras que ni siquiera las expertas pueden estudiar con precisión.
Carnés, con la que comenzaba este texto, es la más conocida actualmente gracias a Tea Rooms. Mujeres obreras, novela social que cumple 90 años este 2024 y que publicó en plena II República, reflejando su experiencia como dependienta y camarera en una confitería del Madrid de los años 20. Desde su reedición por Hoja de Lata en 2016, la novela vive una segunda vida, hasta con versión teatral de 2022 dirigida por Laila Ripoll y una adaptación a serie de televisión, La Moderna, actualmente en emisión en RTVE.
El éxito ha permitido que se reediten sus cuentos, la mayoría publicados originalmente en prensa, o novelas como Natacha o Juan Caballero, esta última en mayo de este mismo 2024 y también por Hoja de Lata. Otras, como la anarquista guipuzcoana Cecilia García de Gilarte, han sido recuperadas por editoriales como Renacimiento, que ha publicado desde la pasada década sus novelas inéditas, como El nido de quipu, sobre el exilio republicano en México. Su obra periodística, sobre todo como reportera de guerra sobre el terreno en el frente del Norte, sigue viva, en parte, gracias a la propia CNT en la que militó hasta su muerte.
Aunque lo raro es precisamente que permaneciese inédita, no el formato. La mayoría de las autoras de los 20 y 30 escribieron novelas cortas en prensa con un claro enfoque ideológico. “La novela era el gran entretenimiento popular. Desde finales del siglo XIX aparecieron muchísimas colecciones de diversa temática (erótica, rosa, aventuras…), cuyas consumidoras principales fueron las lectoras”, explica María Naranjo, investigadora y miembro de la asociación cultural LGTBIQA+ La Golfa.
Las autoras aprovecharon la poca importancia que se daba a la narrativa popular y las secciones “femeninas” de los periódicos para “colar todas sus proclamas feministas y educar a las lectoras”, explica la investigadora María Naranjo
Eso permite mantenerse e incluso volverse conocidas a autoras como Concha Espina, Isabel de Oyarzabal o la mencionada Carmen de Burgos. Las diferenciaba de sus colegas varones “el compromiso político y su defensa de los derechos de la mujer”. Las autoras aprovecharon la poca importancia que se daba a la narrativa popular y las secciones “femeninas” de los periódicos para “colar todas sus proclamas feministas y educar a las lectoras”, añade Naranjo.
Y destaca especialmente a Carmen de Burgos, “que publicó obras ‘para mujeres’ como La cocina práctica o El arte de ser mujer, repletas de reflexiones feministas y consejos prácticos para combatir la desigualdad, mientras te enseñaba a preparar una tortilla o hacerte el peinado de moda”.
La misma Carnés, cuyo féretro al ser enterrada fue cubierto por una bandera soviética y otra de la II República, es “el mejor ejemplo de que existía una cultura femenina potente anterior a la guerra civil, no solo por su calidad, sino por cómo representó a esas voces de mujeres que defendían un proyecto de modernidad que fue cercenado”, explica Iliana Olmedo, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona y una de las responsables de la recuperación de la figura de la autora madrileña.
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Olmedo señala cómo las políticas de memoria y la literatura posteriores a la Transición “recuperan primero a las mujeres que eran más conocidas en España y cuya obra era, en términos simples, menos peligrosa para ciertos grupos que ideológicamente mantenían resabios del franquismo… u ostentaban cierto poder proveniente de esa herencia”. El exilio, además provoca un olvido mayor, ya que en muchos casos la etapa más productiva de sus carreras literarias tuvo lugar en otros países.
Eva Moreno añade que la recuperación ha seguido siendo selectiva. “De Sánchez Saornil era más fácil encontrar poemas porque fue poeta ultraísta y esas obras no tenían carga necesariamente ideológica, aunque ella fuese anarquista. También firmaba con un pseudónimo masculino, y eso ayudo a que se difundiesen más. Pero a la hora de reivindicar a estas autoras se optó por los textos menos conflictivos, los que no hablaban de derechos laborales o atacaban el privilegio burgués. Tea Rooms, de alguna forma, podía ser una novela incómoda para el canon incluso ya en la Transición”.