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Literatura
Las librerías de viejo en Granada resisten al virus... y a Amazon
Usted está a punto de empezar un viaje literario. El periplo comienza si sigue un camino de baldosas amarillas en el corazón de la ciudad nazarí, donde las restricciones de ida y vuelta bajan las persianas de los bares y restaurantes cuando las olas se descontrolan, la condena de Sísifo. Sin embargo, los escaparates de las librerías ‘de viejo’ huyen del vendaval de la pandemia. Reciclaje, Praga, Sostiene Pereira, Ubú… y suma y sigue es la ruta.
Lo primero: coger un mapa que amplíe la mirada del viajero. El astrolabio guía a Emilio Torres, quien deja abierta la puerta para que salgan de su librería Atlas los acordes jazzísticos que provienen del interior. Venido de Málaga, para él todo empezó con las malas artes de la juventud, que tras su paso por el mundo editorial y el extraño rumor de que las librerías eran rentables, decidió abrir su propio negocio en 1995 en la calle Escudo del Carmen a los pies de la judería granadina del Realejo hasta que pudo comprar el local y cambiarse a donde está actualmente, a Fábrica Vieja.
Emilio protege un valioso tesoro, un montante de casi 25.000 libros que le llegan desde todas partes: colecciones, donaciones, compras… “Suele haber dos circunstancias: que la biblioteca no sea de ellos y no tengan interés en conservarla y, luego, otra muy distinta, aun queriendo conservar la colección de tus padres veas que en el piso en el que vas a vivir tú es de 50 metros cuadrados, no los 200 de sus tiempos, ¿a dónde muñecas me los llevo?” Se ríe a la vez que transmite la serenidad de años de capeos de tempestades mientras busca y reserva al catálogo de Atlas una especialización en ensayos en humanidades y arte.
La resignación a la incertidumbre
La locura y el riesgo son rasgos que comparten los libreros y libreras cuando deciden aventurarse y construyen un negocio. Marian Recuerda, en pleno 2013 con el azote de la crisis, no hizo otra cosa que poner su empeño en hacer lo que sabía y en la calle Buensuceso se obró el milagro en forma de Ubú Librería, después de haberse mudado desde El Realejo. La escena teatral que le da nombre revolucionó las tablas del siglo XIX y ella pretende rescatar del olvido lecturas que no lo merecen. “Primamos la calidad y escogemos los libros de un especial interés para apartar la morralla, eso es lo que nos caracteriza”, dice. “La experiencia se conjuga con la visión rica que te dan las librerías ‘de viejo’, donde, por ejemplo, leí a las autoras que se están redescubriendo hoy en día.”
Habla de sus cinco favoritos. Es una medida atemporal de preferencias y obsesiones que durante un tiempo cubren sus recomendaciones literarias, esta vez, entre risas y agobiada por la elección, decide nombrar a Virginia Woolf, al filósofo italiano Giorgio Agamben y al portugués Fernando Pessoa, y acerca de lo que piden sus lectores están las ediciones raras o bellas de las obras de Federico García Lorca o clásicos al estilo de El lobo estepario, Un mundo feliz o 1984. Muy acorde con los tiempos.
Por otro lado, Vinilos, cd, películas… Paco Gómez fuma un cigarrillo a las puertas de Reciclaje en la calle San Jerónimo. A la sombra de la catedral reside una de las librerías ‘de viejo’ más antiguas. Ellos son los segundos propietarios y han combinado la selección de títulos feministas, de ensayo e historia con un cubículo relleno de grandes músicos. “Hay un cambio de tendencia de consumo, está claro, y lo digital marca el ritmo, contando con la vuelta del vinilo, que seguramente se deba a que relacionan lo virtual con la frialdad, al ser algo inmaterial”, reflexiona.
Así ocurría en Ubú, donde durante los últimos siete años siempre había dos actividades programadas por semana en la sala interior del local. Las charlas, talleres, clubes de lectura, teatro, eran oportunidades para revitalizar el tejido cultural de la zona. Todas ellas truncadas como consecuencia de la Covid-19. Así le ocurrió también a Sostiene Pereira. El miedo y la incertidumbre han entrado en estas pequeñas casas llenas de números y letras.
Lo digital, ¿El problema...?
A simple vista desde Arco de Elvira se atisba a un hombre que se sienta a gestionar los pedidos de la mañana. Alguien se asoma a invitarlo a un café, declina la oferta por el momento. Él es Antonio Pérez. Sostiene Pereira es un homenaje a la literatura, a la pasión docente y a un cambio generacional que se ha cristalizado en miles de libros que aguardan a una nueva vida, y una novela que el librero se leyó antes de empezar su primer día porque era la favorita del dueño. En 2010 saludó tímidamente: “Mi compañero José Miguel abrió la tienda con sus libros y, además, fue mi profesor de Lengua y Literatura en secundaria, llegué yo después de haber estado bastante tiempo en el sector y, de repente, supe de verdad qué era ser librero”. Por fin encontró a quienes realmente buscaban un placer inusitado en escapar a otros mundos, aunque actualmente una de sus tres salas esté vacía por la pandemia.
“Una librería no es un negocio para hacerse rico”, resume. Restauran, rescatan y hasta regalan libros si hace falta. “Siempre hemos dicho que los libros en las estanterías no sirven para nada, al final ha extinguido su función, entonces, tienes que darle un uso más porque nunca sabemos a quién le puede hacer falta”, comenta Antonio. Prefiere decir ‘usado’ antes que ‘de segunda mano’ y, a su vez, ha hecho sus pesquisas en el sector al comprobar que las ventas en los despachos de abogados y consultas de médicos habían bajado: “Utilizaban el formato digital debido a las continuas reediciones de sus textos, eran contenidos más bien de consulta y mucho más barato, aunque, para mí, el término “libro digital” es un préstamo lingüístico, no es lo mismo”.
Antonio fija la mirada. “Hemos pasado mucho miedo por no saber qué iba a pasar en un sector que no es ‘necesario’, pero, al final, la gente se ha preocupado muchísimo, ha habido clientes que se pasaban a preguntarnos qué tal estábamos”. La precariedad es un síntoma generalizado que siempre ha advertido desde los estantes. No hay cifras oficiales, aunque los libreros ‘de viejo’ consultados corroboran la bajada de ventas que han soportado en los últimos meses. Con las ayudas dadas a los autónomos han podido salir adelante, aunque prevén una crisis más que añadir a su historial teniendo en cuenta que la Confederación Granadina de Empresarios estima que entre el 30 - 40% de los negocios han cerrado sus puertas.
¿... O la solución?
Una de las estrategias que han desarrollado las librerías ‘de viejo’ es la venta por internet. Para la Librería Praga, histórica del barrio de la Magdalena, fue imprescindible desde su inauguración en el 97 en la calle Gracia. “Era un inconsciente”, apostilla Javier Ruiz, desde el otro lado del teléfono. Recuerda que en aquella época coexistía con otra crisis y montar la librería fue un autoempleo que decidió titular con su pasión por el país checo. Razón por la cual tampoco le ha pillado desprevenido el embate económico del virus. Solo pide que dejen comprar libros, tomar café y pagar la suscripción del fútbol, con eso puede sobrevivir.
La especificidad de un libro o la lejanía de los lectores ya había activado el circuito digital. “Siempre hemos tenido vocación de librería popular”, añade, “y resiste porque se ha convertido en una de barrio, aunque buena parte de la facturación viene de la venta por internet. Ahora, el tipo de público que llega a la tienda ha cambiado, es distinto a hace diez años…”. Javier es contundente y señala dos lastres que planean sobre la supervivencia de los negocios ‘de viejo’: los centros comerciales y el monopolio de Amazon.
Amazon sufre la descortesía de no querer ni saber recomendar al colega profesional. En cambio, las librerías ‘de viejo’ funcionan como una red en la cual se multiplican e interconectan los clientes. Que me falta este aquí, pues lo tienen allá, o mira en los bastidores de fulanito o la semana que viene verás que por aquí asoma el lomo que estás buscando. Ese sello rememora a la familiaridad de los vecinos que se dan los buenos días y se prestan el azúcar si es necesario. “Al fin y al cabo, nos conocemos”, sonríe Emilio. Incluso a los extraterrestres a los que les colocan parabólicas atestadas de novelas gráficas para entender qué quieren decir desde el Ovni Bazar Bizarro de la calle Duquesa.
La traductora oficial es Lucía González. A sus pies. Editora, librera, organizadora de eventos, para ella la cultura es una experiencia vívida y adictiva.
Comercio local versus centros comerciales
“De repente, la librería pasa de ser un lugar de encuentro, de intercambio sociocultural, donde la gente se conoce y entabla proyectos, a ser meramente un ente comercial. Todo se vuelve muy fácil y, a la vez, muy complejo; porque si no hay otro tipo de cosas que hagan único al espacio, estoy en la misma franja que una franquicia, que es vender solo libros”, sentencia Lucía. Deja de ser un ovni. Al mismo tiempo, hace hincapié en el doble rasero de las redes sociales: “El postureo ha existido toda la vida, incluso en el medievo, y a mí me parece maravilloso, queremos llegar a la esencia de las cosas, pero el daño es ese postureo de estética orientada a redes que da la impresión de que apoyan al comercio local si es instagrameable”, es decir, la tienda cuqui, sí, la frutería Toñi, no.
Escoge algunas recomendaciones de entre las joyas que ha ido escogiendo a lo largo de estos últimos cuatro años como ¡Digo! Ni puta ni santa: las memorias de La Veneno, Vozdevieja, o un juego de cartas para desaburrirnos en tiempos de confinamiento Hoy se sale. Entran y salen clientas, les pregunta cómo están, halaga el nuevo corte de una, y abre el melón cuando hace referencia al libro Contra Amazon. “Amazon convenció al usuario medio de que necesitaba comprar el libro electrónico y de que se iba a acabar el libro en papel”, zanja.
Hoy en día, la multinacional de Jeff Bezos ha sido acusada por la Comisión Europea de comercio desleal y de la conformación de un monopolio que le hizo comparecer ante el Subcomité Judicial de la Cámara de los Estados Unidos. Dirigentes como Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, y Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, han pedido expresamente que no se compre en este negocio y se invierta en las tiendas locales para asegurar la economía vital de los barrios. Ante ello, la fundadora de Ovni defiende el ejercicio de la lectura en papel, al que se le asocian procesos neurológicos, motores, asociativos y cognitivos que quedan asimilados por el lector y que en una pantalla se diluyen. “Y constituye un acto de absoluta intimidad”, pues lo subrayado en Kindle será usado en las bases de datos del gigante tecnológico.
Javier Ruiz vuelve a resonar: “Antiguamente, la gente paseaba por el centro y compraba libros al verlos en el escaparate, ahora pasean en el centro comercial Nevada. No es que los políticos hayan hecho unas gestiones que hayan salido mal, les ha salido bien, porque ellos querían destruir Granada y lo han logrado”. Mientras que el dueño de la plataforma, Tomás Olino, alcanza la novena posición en fortunas nacionales, la conversión de Granada en atractivo turístico ha supuesto la gentrificación de los barrios y una paulatina pero continua transformación del centro, al que se le suma la aparición del Nevada, a donde acuden los antiguos compradores que se quedaban entre los adoquines.
La mudanza de El Realejo al centro hecha por Ubú tuvo su razón en el cambio de público que frecuentaba aquellas calles, “cambió totalmente, pasó de ser un entorno muy cultural a un lugar más de bares y tapeo con turistas, lo cual hizo que nos fuéramos porque pensé que allí no tenía mi hueco, y justamente abrió el Nevada y pasó lo mismo en esta zona: de repente, se vació”. A esa sensación de extrañeza colindante con el vacío se sumaron Susana y Miguel.
Cómics con sello Granadino
En la segunda planta de Dune Comics en la calle Cruz hubo un movimiento sísmico. Los murmullos, las sillas, los pasos y un ligero roce de dedos deslizándose por las páginas atrajo a los neófitos de cómics a la Tebeoteca que Javier Esquivias creó en el 2012. Un sistema de préstamos se ideó para compartir los tebeos que lo habían acompañado en tantos años de lectura cuando notó que los tomos lo miraban con cierto “odio”, dice entre carcajadas, “me tienes aquí sin hacer nada, parece que gritaban”. En esos días escribía un guion en el que los personajes hacían algo similar, ¿por qué él no?
Primero, estableció la sede en La Brújula de Momo y, más tarde, se mudaría al Mercado Social, no obstante, otra vez las plataformas comerciales hicieron mella en la gestión. Entonces, Ricardo, el dueño de Dune, les ofreció el alto para rellenar las estanterías de grafismos e historias vistosas como las de Trazo de tiza, Los sentimientos del príncipe Carlos o Castillo de arena. El éxito de la aventura está reflejado en las 150 personas asociadas y en las visitas que rondaban entre los 15 o 20 usuarios, antes de que el coronavirus les obligara a parar la actividad.
Un dicho que circula por las noches de Bagdad al dejar los libros en las aceras es que los lectores no roban y los ladrones no leen. Similar es la confianza ciega que depositó Javier: “Me decían que si me los iban a estropear o robar, y para nada, la gente en cuanto ha visto el proyecto lo ha tratado con mucho mimo y el compartir se hace extensivo”. La dinámica del grupo muestra la expansión del cúmulo de las historietas. Hay dos categorías: las Maestras Tebeotequeras, especializadas en el registro, recogida y entrega de ejemplares; y la Brigada del Cómic, una suerte de guardianas con títulos bizarros que van desde Aberración López hasta Coágulo Menstrual que te persiguen si, tras cuatro semanas pertinentes, no se ha devuelto el cómic a su sitio. Miguel, alias El Bute, y Susana son parte de la familia y abren en silencio las salas donde dormitan las colecciones.
Despiece: El perfil aguileño del lector
El último Barómetro de Hábitos de Lectura de la Federación de Gremios de Editores de España situó en un 68,7% el porcentaje de lectores en España, un ligero repunte con respecto a años anteriores. Sin embargo, “el problema es que cada vez se lee menos, salvando las excepciones de las nuevas generaciones”, analiza Emilio Torres. Además, aquel personaje devorador de libros, un tanto compulsivo, también ha menguado por la aparición del formato digital en compañía de la piratería.
En cualquier caso, ese personaje de cuento que se sumerge en la entropía de las librerías ‘de viejo’, donde casi todo está patas arriba y crea una línea intertextual a pie de página a partir de las anotaciones hechas con lápiz de un propietario anterior, es singular. La mayoría son estudiantes, en especial de filosofía, pertenecientes a una comunidad universitaria que alcanza los 55 mil habitantes. A su vez, el profesorado está presente en la lista junto a los lugareños venidos de otros pueblos que se acercan a pescar las novedades, como indica Antonio Pérez, a quien le ha entrado por la puerta hasta la policía local en el descanso.
Otros vienen a refrescar la memoria en busca de álbumes con las fotografías que reflejen el pasado, añade Marian Recuerda, o personas curiosas a las que les gusta el desorden y al entrar no saben qué van a encontrar, revisando las estanterías “para ver cuándo salta la liebre”. Los visitantes suelen dejar un poco de su historia, hablan, divagan y son fieles a sus librerías. Tanto, que ha visto crecer a los adolescentes que ahora traen a sus retoños.
Y puede haber señoras que regañen, cuenta Javier, por no conocer una publicación hiperespecializada. Saben lo que quieren y cultivan sus ramas bibliófilas con mimo, aunque prevé que estas generaciones con espíritu coleccionista no encontrarán relevo en las más jóvenes. Lo que dice sin dudar Paco Gómez es que los echan de menos, sobre todo a los mayores que por precaución prefieren no salir de sus hogares o a los vecinos que por razones de movilidad están confinados en el cinturón de Granada, y a quienes siguen esperando.