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Literatura
Cristina Araújo: “¿Qué pasa después en la vida de una víctima de violación?”
“En el juicio le preguntaron que por qué se quedó a solas con ellos. ¿Acordó mantener relaciones sexuales? [...] ¿Recuerda usted en qué orden hizo las felaciones? [...] ¿Se encontraba usted bajo los efectos del alcohol? ¿No es cierto que en un mensaje de móvil dijo que se había depilado, y perdone la expresión, para follar? [...] ¿Manifestó alguna queja? [...] ¿Iba usted a hacer algo?”.
Al final del verano, cuando nada bueno pasa y las piscinas se vacían, varios hombres, en grupo, violan a Miriam. El ahora es ella sentada en un banco, sola, con el pelo revuelto, “derrapes de rímel” y escozor de lágrimas. El después es todo lo que trata de poner en el colador de la narración de su primera novela Cristina Araújo Gámir (Madrid, 1980), Mira a esa chica, con la que ha ganado el Premio Tusquets. Un después que existe y es tan desolador que parece tener cuerpo y estar siempre pegado a la historia. Un después también, donde cabe la construcción, la reparación, aunque lenta, de la esperanza.
A Miriam siempre le han dicho que tenía la peste, que era una pringada. Y luego vino lo de gorda: la Zampa, la Bufi. Más tarde las preguntas en los juzgados, la culpabilización (“¿Dijo que quería marcharse? ¿Iba usted a gritar?”). La vida en los pies. Nunca pensó que una conversación banal en Tinder o en WhatsApp iba a servir para poner en duda su dolor.
A Araújo esta novela le brotó de dentro. De ella dijo Sara Mesa: “Disecciona con fina inteligencia los entresijos del pensamiento patriarcal, al que se atreve a mirar de frente en toda su complejidad”. Y Marta Barrio siguió: “Una novela afilada que levanta la costra y mira la herida”. Con el Premio Tusquets aún reciente, Araújo ya quiere detenerse y empezar a escribir sobre el amor.
El final de un verano siempre trae cosas feas. ¿Pero una violación grupal?
Casi que es casual. Cuando escribes algo en verano tienes mucha más libertad para escribir sobre los personajes. Tienen una vida menos rígida. Estos son adolescentes, además. No tienen clases. En el caso de Miriam, la protagonista, puede esconderse durante un tiempo en casa. No hubiera sido posible en mitad del curso. Me apetecía mucho escribir una escena en una piscina, eso también.
Quise que así fuera, que el sufrimiento tuviera cuerpo, casi como que puedas tocarlo. Que se note su presencia. Que cada sensación fuese descarnada
“Te preguntas. Quién. Por qué. [...] Por qué quieren hacer jirones”. Hay capítulos en los que el sufrimiento parece una persona, con sus atributos y su corporalidad fantasmal. Cuando se juzga a sí misma, parece hablar con su dolor.
Quise que así fuera, que el sufrimiento tuviera cuerpo, casi como que puedas tocarlo. Que se note su presencia. Que cada sensación fuese descarnada. Me gusta la introspección, que los personajes se metan en sí mismos y muestren lo más vergonzoso que tienen.
Pretendes la inmersión (y la consigues). ¿Cómo quieres que te lean?
¿Sabes cuando estás leyendo y te encuentras con un pensamiento que crees que es raro? Alguien lo ha escrito. Te planteas si alguien se enamora o sufre por la pérdida de una persona como lo haces tú. Y de repente lo lees. Pues así. Y te sientes acompañada. Quería conseguir esto en los lectores.
Es importante para ti la incisión y la profundización. ¿Tienes miedo de haberte quedado en la superficie?
No tanto como a que se malinterpretaran los personajes, sus motivos y reacciones. De hecho el libro era más largo porque me pasaba un montón de capítulos iniciales explicando mejor a Miriam, la protagonista, poniéndola en situaciones para que se viera que hacía esto, el por qué esto o que esto es consecuencia de tal cosa. En las correcciones me dijeron que no, que se entendía, que era natural. Me alivió muchísimo.
No quería que esto fuera una revancha. No es un alegato. Solo el camino doloroso de una joven que ha sido violada
En principio no existe una cruzada rabiosa y explícita contra los violadores, aunque sí sútil. ¿Por qué?
Cuando me documentaba leía que después del trauma normalmente viene la culpa y la depresión. La víctima se mete en sí misma. La rabia llegará más tarde. No quería que esto fuera una revancha. No es un alegato. Solo el camino doloroso de una joven que ha sido violada.
Cambiando el foco: ¿quiénes son ellos? ¿cómo evitamos que se crucen en nuestra vida? ¿cómo hacemos para que nuestros amigos no lo sean? Transcribes una conversación de WhatsApp con mensajes como este: “Chico 1: buenos días, nos hemos follado a la gorda, está grabado (emoji de carcajada)”.
Para mí es obvio: el respeto, por delante. Todos sabemos dónde está el respeto. Ahora bien, a mí una cosa que me llama mucho la atención de estas violaciones grupales: ¿es que no ha habido nadie ahí entre cuatro o cinco que dijera “oye chicos, igual se nos está yendo la olla”? Se escapa mucho de lo que yo puedo entender.
¿Siempre dan miedo?
En Alemania, que es donde vivo, voy con menos miedo por la calle. Supongo que ha cambiado mi vida social. Pero puede pasarte. Como que te toque un tsunami, ¿sabes? No sé…
Exacto. Quería contar el después de una violación. Hay una violación, pero después hay un protocolo con un montón de pruebas médicas. También un relato mediático: estamos tan acostumbrados a ver el flujo de noticias en la tele tantas bestialidades en general… Llega una tragedia y la sustituyes por otra, pero, ¿qué pasa en la vida de una víctima de violación después? ¿Se entromete el trauma en la vida cotidiana?
Dices que es una doble catástrofe: la violación y todas las secuelas. ¿Hay espacio para la esperanza?
Al final la protagonista se queda en un jardín, sentada, para volver a empezar. Ha hablado con su amiga sobre el futuro y aunque tendrá el trauma presente, está dispuesta a eso, a empezar rota, una vida nueva. Creo que sí hay un poco de esperanza.
Aparece la sororidad. Ve las manifestaciones del ‘Hermana, yo sí te creo’. ¿Al final, solo le quedan sus amigas?
Ella ha sido acosada en el instituto, le insultan, le dicen que está gorda. Con las compañeras de la universidad, entonces, es desconfiada y se siente incapaz de recibir ayuda. Ve las manifestaciones del ‘Hermana, yo sí te creo’ y no lo puede interiorizar porque para ella están lejos. Piensa: “Esta gente no me conoce. ¿A quien se lo están gritando? Si siempre me han tratado mal, si siempre me han esquivado…”. Y luego ve que le dejan los apuntes, le dicen que no se preocupe, que comienza a sentir complicidad.
Iría por la calle con el mismo miedo que cuando tenía 20 años. Esa parte, para mí, no ha cambiado tanto
Esta historia concreta es mucho más que una mirada paralela a la historia detrás del caso de la violación grupal en San Fermín de 2016, que fue motor para muchos cambios. El paso del abuso a la violación. Del “no es no” al “solo sí es sí”.
Repito que no quería escribir un alegato ni una crítica. Solo describir la intimidad de Miriam. Sí creo que las chicas hoy se pueden sentir más libres de actuar y de opinar. Yo, por ejemplo, cuando era más joven antes de decir algo pensaba que no podía decir algo porque era una chica y quizá iba a quedar muy bruto. Ahora bien, iría por la calle con el mismo miedo que cuando tenía 20 años. Esa parte, para mí, no ha cambiado tanto.
Annie Ernaux, Vivian Gornick, Joan Didion, Sally Rooney… ellas te inspiran a narrar y problematizar el presente.
El estilo es lo que más trabajo de todo. Puedo darle mil vueltas porque no quiero que suene manido. No quiero que pases por encima de esta frase. Estas autoras cuentan de forma muy cruda sus problemas cotidianos, problemas que quizá antes se ponía en un personaje, camuflados en una historia.
¿Cómo se configura un relato desde la distancia de un personaje creado, ficticio, y la empatía de estar unido a él, a ella en este caso, por un hilo gordo y emocional?
He pensado mucho en cuando yo era de la edad de Miriam. Tengo muy frescos los recuerdos de entonces, los conflictos internos y los choques con el resto. Se vive todo tan a los bestia: el amor es como nunca lo vas a superar. Que una amiga hable con el chico que te gusta. Una traición. Necesitaba componer la historia con las conversaciones que yo tenía con mis amigas. Cómo ella tiene complejos, cómo sufre bullying y cómo flirtea. Si hubiera pintado a un personaje modosito hubiera recibido apoyo desde el principio y no hubiera tenido la oportunidad de probar todas esas reacciones de rechazo inicial que sufre. Tampoco su reacción posterior de no dejarse ayudar. Después crece, evoluciona, lo ve todo de otra manera. Toma decisiones.
Sobre esto mismo, la segunda persona es para la protagonista. La tercera persona es para, desde más lejos, imaginar qué pasa por la cabeza de agresores, abogados, amigos.
La segunda persona, de primeras, me da repelús. Igual que el presente me suele dar repelús. No lo hubiese elegido, pero había leído recientemente la novela Luces de neón de Jay McInerney y cada vez que dejaba el libro un rato me daba la sensación que estaba escrita en primera persona. Es una sensación de intimidad. Me gustó mucho el efecto. Al cabo del tiempo comencé esta historia en segunda persona directamente. Fue espontáneo. Y funcionaba. La primera persona no hubiese permitido tan fácilmente que el personaje se juzgarse a sí mismo. Se habla y se dice: ¿cómo te atreves? La tercera persona, tan fría, para el resto.