Líbano
Hakawati, historias (personales) que cuentan

En Líbano, demasiados temas, de la diversidad sexual a la salud mental o la historia reciente del país, siguen siendo tabú. Recientemente han empezado a surgir espacios para compartir experiencias y romper el silencio.

Hakawati
Madz, directora siria y participante habitual en las noches de hakawati. Andrea Olea
24 oct 2018 06:05

Sherezade y el cuento de Las mil y una noches no surgieron de la nada: los hakawati, o contadores de historias, forman parte de la memoria oral de Oriente Medio desde hace siglos, aunque la costumbre se ha ido extinguiendo en las últimas décadas. En Líbano, sin embargo, se está viviendo un renacer de esta histórica tradición, modernizada gracias a colectivos como Cliffhangers, que acaba de cumplir cuatro años de vida.

La noche del cuarto aniversario, el café Aaliya’s Books, situado en el animado barrio beirutí de Gemmayze, está lleno a rebosar. La variedad del público evidencia el interés creciente por este tipo de eventos: una mayoría de los asistentes son veinteañeros y treintañeros libaneses, chicos con rastas o afro, chicas con piercings o veladas, expats, mujeres en la cincuentena, algún señor jubilado... rodean expectantes el pequeño escenario.

Dima Matta, fundadora de Cliffhangers y maestra de ceremonias, toma el micrófono con una gran sonrisa, da la bienvenida a la audiencia y arranca con una primera historia. El tema del día es el mismo con el que el colectivo echó a andar en 2014: viajar. Con humor y ternura, relata una relación a distancia en la que el amor, tras muchas millas aéreas en vuelos de ida y vuelta, y cortas estancias idílicas en habitaciones de hotel de países extranjeros, se diluyó cuando ella y su pareja lograron instalarse, al fin, en la misma ciudad.

Que el ser amado fuera ella y no él no escandaliza a nadie en la sala... pero lo haría en casi cualquier otro rincón de la ciudad y, por descontado, del país

Que el ser amado fuera ella y no él no escandaliza a nadie en la sala... pero lo haría en casi cualquier otro rincón de la ciudad y, por descontado, del país. “En Cliffhangers decidimos confrontar temas considerados tabú en nuestra sociedad, como la homosexualidad, la salud mental, el sexo... El público que asiste a los encuentros ha creado un espacio seguro en el que no se juzga a nadie. Hace cinco años había pocos o ningún espacio de este tipo en Líbano”, explicaba Matta, profesora universitaria, poeta y actriz, poco antes del inicio del evento.

Contrastes

Líbano es un país particular dentro de Oriente Medio: considerado como uno de los más liberales del mundo árabe, tras la imagen de modernidad de algunos barrios de Beirut, cuya vida nocturna podría pasar por la de cualquier capital europea, se esconde una sociedad fuertemente tradicional, en la que la religión tiene un peso extremo y muchos temas, de la sexualidad a las secuelas de la guerra civil que asoló el país entre 1975 y 1990, siguen proscritos.

Como su proyecto, la fundadora de Cliffhangers ha ido evolucionando y arriesgando cada vez más. El pasado mayo, con motivo de la semana del Orgullo Gay, el encuentro mensual estuvo dedicado a la temática LGBTI. Este año, la edición de la Gay Pride en Beirut, la segunda de su historia, se celebró con dificultades, entre actos cancelados por cuestiones de seguridad o por presión de grupos religiosos y amenazas de grupos extremistas. No en vano, en Líbano la comunidad queer sigue sufriendo fuertes dosis de discriminación y violencia, y aunque las leyes no condenan de forma expresa la homosexualidad, estas personas se exponen a acabar entre rejas por expresar su condición. Fue ese evento, al que asistieron centenares de personas entre público y participantes, el elegido por Matta para salir del armario en público. “Ya había leído poesía en la que aludía a mi orientación, pero ahí conté por primera vez de forma explícita que amo a mujeres y fue... muy difícil y muy especial al mismo tiempo”, recuerda.

En la edición del pasado agosto, dedicada a la salud mental, dio un nuevo paso y relató que padece un trastorno de ansiedad generalizada: “En la sala había estudiantes míos, colegas del trabajo, amigos y extraños. Poca gente espera que alguien que habla con frecuencia en público y que vive de dar clases sufra algo así, así que decidí hablar de ello para concienciar y normalizarlo”.

Quienes participan en estos eventos coinciden en que relatar sus experiencias íntimas a desconocidos y sentir su apoyo es, al mismo tiempo, un proceso reparador y empoderante. “Narrar, como toda forma de arte, es terapéutico, y el hecho de que la audiencia se vea involucrada, escuchando primero y luego participando en el micrófono abierto, que después se les acerquen otras personas diciéndoles ‘yo también viví eso, muchas gracias por reconocer y validar mi experiencia’, es gratificante y catártico”, opina Matta.

Una joven de inmensos ojos azules toma el relevo en el escenario y, con una sonrisa pícara, anuncia: “Os voy a hablar de mis viajes por Beirut en service [taxi compartido, la forma más habitual de traslado urbano ante la escasez de transporte público]”. Le siguen una cascada de anécdotas hilarantes que hacen llorar de risa al público pese al trasfondo xenófobo de muchas de ellas. La narradora, participante habitual en los eventos de Cliffhangers, es Madz (prefiere no dar su nombre completo), directora de cine siria con varios años de residencia en Líbano. Como refugiada en un país que acoge a cerca de un millón y medio de sus compatriotas, sus relatos versan en muchas ocasiones sobre el racismo cotidiano que sufren los sirios, explica en el descanso mientras fuma un cigarrillo.
“Aunque mi objetivo no es hablar en nombre de una comunidad, sino compartir lo que siento, para que la gente oiga distintos puntos de vista”, aclara.

El público que asiste a los encuentros ha creado un espacio seguro en el que no se juzga a nadie

La historia más dura que ha contado, recuerda, trataba sobre el inicio de la revolución en Siria, antes de que el clamor democrático se tornase en una sangrienta guerra que ha dejado más de 500.000 muertos y cinco millones de desplazados. “Para mí, Beirut y Damasco están conectadas: siento que Beirut en su periodo de posguerra es similar a cómo será Damasco en unos años. Creo que la generación siria posrevolución tendrá un rol muy poderoso de cambio, así que eventos como este son importantes para intercambiar historias entre quienes han vivido el conflicto y quienes han vivido el después”, añade.

cultura de escucha

Tras la pausa, se abre el micro abierto. Un chico en la treintena se ajusta nervioso las gafas y, antes de leer un poema en árabe clásico, musita que es su primera vez: le responde una ola de aplausos apremiantes. A continuación, otra chica sale y, tras pelearse unos segundos con la altura del micrófono, recita apresuradamente en inglés una poesía en la que habla de su anorexia, de las imposiciones sociales, de la opresión familiar. Cuando se traba, el público la anima a seguir con sonrisas y silencio paciente.

El pasado diciembre se celebró una edición especial sobre violencia de género. Por el escenario desfilaron historias de acoso callejero, de dobles raseros a la hora de juzgar la sexualidad de hombres y mujeres, sobre abusos sexuales. Una chica leyó un poema en el que abordaba una violación mientras la sala se estremecía. El último participante de la noche se disculpaba de antemano: “Sé que esta noche es vuestra —afirmó refiriéndose al público femenino—, pero vengo a contar la historia de una mujer que no puede hablar. Era mi tía y la asesinó su exmarido”.

Aunque no todas las ediciones tienen el mismo voltaje emocional, los títulos —“Cómo acabé aquí”, “Cuando sea mayor”, “El desastre que causamos”— son siempre sugerentes e invitan a ir tan lejos como se desee. En los encuentros, los relatos fluyen con naturalidad entre el dialecto levantino, el inglés y el árabe clásico, idiomas que, junto al francés, se entremezclan en el día a día de la políglota Beirut. Y personas que nunca han participado en este tipo de eventos y salen al escenario con paso titubeante, estrujando nerviosas unas hojas ya arrugadas o su teléfono móvil, regresan a su sitio arropadas por el resto de asistentes.

“Estamos creando una cultura de escucha, ¡y eso es tan importante en esta ciudad en la que nunca nos escuchamos los unos a los otros! El hecho de que la gente esté dispuesta a tomar dos horas de su tiempo para sentarse y prestar atención a otras personas para mí es el mayor triunfo”, asegura Dima Matta.

Desde el nacimiento de Cliffhangers, otras iniciativas similares han ido apareciendo en Beirut, como el colectivo Hakaya, que en mayo celebró un encuentro en el que se dio voz en exclusiva a refugiados sirios y palestinos. En la capital libanesa, y en menor grado fuera de ella, cada vez surgen más eventos de poesía y cuentacuentos, en los que la audiencia ha ido pasado de pocas personas a centenares de asistentes.

“Todos y cada uno de nosotros tenemos una historia que contar. Las historias nos hacen humanos y, por ello, nos acercan —concluye la fundadora de Cliffhangers—. Con frecuencia nos han dicho que nuestras historias no son relevantes..., y no es así. Noches como esta prueban que sí importan”.

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