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Música
Tino Casal y el hedonismo festivo
A finales de los años 70, el pacto social de posguerra se desmoronaba. Durante toda esa década, Reino Unido había vivido un aumento de la inflación, la deuda y el desempleo. El Gobierno británico había intentado atajarlo cargando el peso sobre la clase trabajadora. Las medidas habían sido muy polémicas: una congelación de los salarios tanto en el sector público como en el privado y la introducción de la semana de tres días, que suponía que la industria solo podía funcionar tres días a la semana para ahorrar electricidad, con la consecuente reducción de los sueldos. La respuesta de la clase trabajadora fue contundente, pero no bastó.
Pocos años después de su estreno sangriento en Chile, el neoliberalismo subía al poder en Reino Unido de la mano de Margaret Thatcher, que promovió una exitosa contrarrevolución conservadora frente al empuje de una izquierda que se había radicalizado en todo el mundo y había formado movimientos guerrilleros y grupos armados. La atmósfera de derrota en los primeros años del Gobierno de Thatcher impregnaba a la mayor parte de la sociedad. Lo único que quedaba era la huida.
En España, el fin de la dictadura hizo que la atmósfera fuese más optimista y el ‘new romantic’ no llegó tanto como una estética de huida, decadente, sino más bien de celebración, exultante
El movimiento new romantic surgió precisamente así, como un intento de huida frente a una realidad angustiosa. La mayoría de las bandas que lo conformaban procedían de la clase trabajadora: Spandau Ballet, Culture Club, Duran Duran. El desbordamiento, la exageración y la exuberancia estética aparecen como únicas salidas frente a la sensación de desaliento que se extiende por toda la sociedad. En el Estado español, en cambio, la recepción del movimiento fue diferente. El fin de la dictadura hizo que la atmósfera fuese más optimista y el new romantic no llegó tanto como una estética de huida, decadente, sino más bien de celebración, exultante. No se extendió tampoco primero entre la clase trabajadora, sino en sectores sociales más acomodados que viajaban a Londres, conocían allí el movimiento y se hacían con ropa y discos. Este fue el caso de la mayoría de los integrantes de lo que más tarde se conocerá como la Movida; también de Tino Casal, aunque sus orígenes fueran diferentes.
El estilo de Tino Casal bebía del new romantic pero también del glam, del techno, del pop de David Bowie. Su música era puro hedonismo festivo, cuerpos sudorosos en la pista de baile, cardados imposibles, licra y lentejuelas. Exceso, desborde, ruptura. Sus letras no tenían contenido político si entendemos este en un sentido limitado y estricto, pero él mismo era una declaración política, un manifiesto.
Sus ropas exageradas, su maquillaje, sus gestos teatrales, sus falsetes agudos y su cabello teñido hablaban de una masculinidad y de una sexualidad muy diferente a las que dominaban en la España de la época. Sus vídeos con escenas homoeróticas y estética BDSM sacudían a golpes el olor a rancio acumulado durante décadas. Por supuesto no era el único, y otres lo hacían desde lugares mucho más complejos que el de un —por lo que sabemos— hombre cishetero, pero sí fue el que consiguió llegar a los primeros puestos de las listas de ventas y llevar ese cuestionamiento a un público masivo.
A medida que transcurría la década de los 80 y el optimismo del final de la dictadura se ahogaba en el terrorismo de Estado, la corrupción y el paro, el hedonismo festivo desaparecía. La necesidad de escapar llegaba algo más tarde, como el propio neoliberalismo, pero llegaba. La muerte de Casal en un accidente en 1991 parecía señalar el fin de una época. De ahora en adelante, la huida se buscaría en el aparcamiento de una discoteca de bakalao.