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Música
Socializar las lentejuelas
En aquellos años, València era muchas ciudades en una. Estaba la València de los que no querían que cambiase nada y seguían levantando el brazo y cuando decían “España” se les llenaba la boca de sangre. La de aquellos que veían la posibilidad de una revolución en el desmoronamiento del régimen y la de los que por fin podían hablar catalán en alto y no en voz baja, que muchas veces era la misma. Y estaba también la València nocturna, la de los antros del Carmen, donde la normalidad era dinamitada a conciencia cada noche por aquellos que sabían que lo normal es solo otro nombre de lo violento.
En esta última València, subversiva, salvaje y libertina, al poder se lo desafiaba a martillazos. Martillazos contra la heteronorma, contra el patriarcado, contra los mandatos de género, contra la opresión sexual. Aquí la revolución no se teorizaba, se hacía. Cada noche se socializaban los géneros, los sexos, los afectos, los deseos, las sombras de ojos y las lentejuelas. Nastasia Rampova, Clara Bowie, Greta Guevara y Amadorova no usaban martillos, sino Goma-2. Cuando todavía no tenían nombre para el grupo, alguien les dijo que sus actuaciones eran tan explosivas que merecían algo que estuviese a la altura, y ellas cambiaron un par de letras y se quedaron con Ploma 2.
Fundado en 1980, Ploma 2 fue un grupo de cabaret que hacía política radical a través de las letras de las canciones y de una puesta en escena provocadora y desafiante que tenía el humor del drag pero no era exactamente drag, la espectacularidad del music hall pero que tampoco era exactamente eso. El referente era el cabaret de la República de Weimar, tanto por su tono contestatario y revulsivo como por su voluntad de pelear contra los mandatos de género.
Lo cuenta Rampova en sus maravillosas memorias sobre el grupo, Kabaret Ploma 2. Socialicemos las lentejuelas (Ediciones Imperdible, 2020): “Íbamos travestidas de arriba a abajo, pero sin sujetador ni rellenos, siempre planas, dejando bien claro que no éramos mujeres, sino transgresoras del género, transgéneres”. El grupo, que tenía a Rampova y a Clara como núcleo y del que las demás integrantes iban entrando y saliendo debido a la precariedad, la pobreza y la violencia estructural, despegó pronto en la escena alternativa y política de todo el Estado, desde salas de conciertos a las fiestas del PCE, festivales y casas okupa. Las letras de sus temas, que muchas veces subvertían cuplés, himnos políticos y temas populares de solistas como Rocío Jurado o Isabel Pantoja, apoyaban la insumisión al servicio militar, denunciaban la situación de los enfermos de VIH, cuestionaban la heteronorma y hablaban de violencia de género, entre muchas otras cosas. No había nada en la normalidad impuesta que mereciese conservarse.
Pero esa València de la sangre en la boca no estaba dispuesta a permitir que nada cambiase. Antes de los 17 años, Rampova ya había conocido la cárcel tres veces como consecuencia de la aplicación de la Ley de Peligrosidad Social, que el régimen usaba junto con la Ley de Escándalo Público para perseguir a homosexuales, trans y prostitutas, como antes había usado la Ley de Vagos y Maleantes. Con la democracia llegaron algunos cambios, pero tampoco demasiados; de eso se encargó en València la Brigada 26, una sección de la Policía Municipal que salía por las noches a perseguir disidentes de todos los tipos y que después fue replicada en otras ciudades. También se encargó la ultraderecha, que cazaba, igual que la policía, a cualquiera que tuviese pinta de querer que las cosas fuesen de otra manera. En sus memorias, Rampova cuenta alguna de las monstruosas palizas que recibió, como cuando cuatro nazis armados con bates la dejaron en coma seis días y con secuelas cerebrales que arrastró hasta su muerte, el 21 de julio de este año.
Entre toda esa violencia también hubo algunas victorias, como las que sucedían cada noche en el escenario cuando las lentejuelas brillaban con los focos y todo parecía posible o como cuando robaron de una paliza a Clara en el Carmen y Rampova y ella persiguieron a los asaltantes, les reventaron una silla en la cabeza, recuperaron su dinero y además se quedaron con el de los atracadores. Porque a veces también es posible ganar.