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Literatura
Tomar posesión del lenguaje
“Jo vinc d’un silenci antic i molt llarg” [Yo vengo de un silencio antiguo y muy largo], cantaba Raimon en 1975, el año de la muerte del dictador, y todo el que quiso entender, entendió.
Raimon hablaba de represión política y social, de clases desfavorecidas y privilegios ancestrales. Sin embargo, aunque todos entendieran y evocaran a hombres y mujeres sometidos y condenados al silencio, muy pocos, tal vez nadie, pensaron en el silencio también ancestral al que se habían visto expuestas las mujeres de cierto tipo de espectáculo, las mujeres llamadas, con su clara connotación peyorativa, cabareteras, o, en el mejor de los casos, artistas de revista.
Objetivamente, el término cabaretero/a debería designar “artista de cabaret”, sin embargo, según la RAE, el término femenino significa también “mujer de aspecto provocativo, modales groseros y expresión desenfadada”. Y ahí es donde entra Concha Fernández, en esa exhaustiva y apasionante descripción de unas vidas de mujer dedicadas al trabajo, a la formación en el canto y la danza, a la crianza y la educación de sus hijos en soledad y al silencio sobre lo que en realidad eran, personas con sueños, esfuerzos e ilusiones, pero una realidad que socialmente les fue negada, condenadas a vivir en el ostracismo, la ocultación y la sospecha.
El término cabaretero/a debería designar “artista de cabaret”, sin embargo, según la RAE, el término femenino significa también “mujer de aspecto provocativo, modales groseros y expresión desenfadada”
Alternando el presente y el pasado con fluidez y dominio de la estructura narrativa, la autora nos ofrece a través de la mirada de la protagonista y narradora, Paula, que un día descubre que tal vez sea descendiente de una de esas mujeres, un retrato histórico y social detallado y riguroso, e implícitamente crítico, de la España de los siglos XIX y XX al tiempo que, por fin, da voz a esas mujeres silenciadas.
Concha Fernández Martorell se sirve por primera vez de la ficción para ese análisis histórico con una maestría narrativa sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta que todo lo que nos había ofrecido hasta el momento eran obras de ensayo dedicadas a la filosofía y la enseñanza, dos de sus pasiones. Sorprende también la desenvoltura, precisión y perspicacia en el tratamiento de los personajes, así como en el desarrollo de la trama que hace que el lector siga con la misma pasión que Paula, su protagonista, el avance de su investigación en la búsqueda de la verdad de sus raíces ocultas.
Freud afirmaba que el poeta va siempre por delante del psicoanalista. Lacan, en un célebre ensayo sobre Marguerite Duras, reafirmó esa idea sosteniendo que el artista siempre precede al psicoanalista en el atisbo de una verdad que solo la ficción puede ofrecer pues “la verdad tiene estructura de ficción”.
Si el lenguaje y los símbolos organizan la experiencia del mundo del individuo y determinan su identidad, de manera que la comprensión del entorno social y de sí mismo está mediada por las estructuras lingüísticas que le preceden, un ejemplo destacable de cómo la ficción destapa esa verdad sería la novela de Natalia Ginzburg, Léxico familiar, en la que nos relata de qué manera se van conformando las diferentes identidades de los hijos a partir del léxico que, repetidamente, utilizan los padres.
En una época en que el lenguaje y, por consiguiente, la narrativa utilizados para hablar de las mujeres dedicadas al espectáculo de revista, eran claramente peyorativos, y en la que su voz era silenciada, la comprensión e inclusión de su realidad solo podía ser inexistente o ignorada. En ese sentido, siguiendo el axioma lacaniano, se imponía una nueva narrativa y un nuevo lenguaje que las devolviera al mundo y a la sociedad de la que habían sido excluidas y eso es lo que consigue Concha Fernández Martorell en El silencio de Las Maravillas.
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Paula, la protagonista, empieza, a partir de pequeños deslices lingüísticos paternos —o, tal vez, reflexiona la misma Paula, más que de deslices se trataba de lapsus no siempre involuntarios— a sospechar que tras el léxico familiar se esconde una historia que el padre intenta ocultar y, pese a ello, también desvelar. Finalmente, será ella la encargada, realizando una labor casi detectivesca, al tiempo que en el desarrollo de la misma se va cuestionando también su propia identidad y su modo de situarse en el mundo, de proporcionar a toda la familia esa nueva narración que les interpela y que les acerca mucho más a la verdad.
Para Concha Fernández Martorell, según se desprende de sus ensayos y conferencias, la verdad es siempre un cuestionamiento del poder dominante y ella, citando a Barthes, ha decidido “tomar posesión del lenguaje y crear literaturidad” para contarnos la verdad sobre la historia de estas mujeres.