Política
Problematizar lo woke

El nacimiento y los límites del movimiento woke.
Hillary Clinton -mitin
Hillary Clinton. Foto de AlexanderJonesi

#StayWoke! Despierta, hay diferentes opresiones en este mundo y debes estar al tanto. 

Woke, —izquierda woke, para los alt-righters—, esa palabra que se popularizó con las primeras protestas del incipiente movimiento Black Lives Matter, durante la época de Obama, contra la violencia a la población afroamericana y negra estadounidense y que a día de hoy se asocia con la ‘cultura de la cancelación’ y cierto sectarismo. Este texto no busca historiar esta palabra, sino reflexionar sobre cómo es el movimiento woke y cómo se puede leer en clave de una reformulación de la ‘blanquitud en defensa’ ante las “deconstrucciones colaterales” de las Teorías Críticas de raza y género, que procede en última instancia del fracaso más profundo de las identity politics. 

Primero, el vocablo woke procede de la cultura afroamericana estadounidense y viene a significar ‘despierta’. Se empezó a usar durante el mandato de Obama con la intención de provocar reflexiones entre las personas más cercanas a la izquierda estadounidense sobre cómo había una batalla por luchar todavía, había que desvelar al mundo las opresiones que sufrían, no sólo las personas racializadas negras, sino las mujeres y el movimiento LGTBQ+. 

Black Lives Matter popularizó el término woke, intentando hacer despertar del dulce sueño de las identity politics a los estadounidenses

El año 2008 supuso toda una “revolución” en el panorama político estadounidense; el Partido Demócrata ganaba con el primer candidato negro en la historia de Estados Unidos, 44º presidente, Barack H. Obama. Esto, para muchos en la arena política estadounidense, a izquierda y derecha, sólo podía significar dos cosas: la primera, Estados Unidos daba por finalizado un ciclo, aquel que empezó con una nación que esclavizaba a población africana y continuó haciéndolo con sus descendientes hasta 1865, para luego ejercer un apartheid con las leyes Jim Crow, hasta el movimiento por los derechos civiles y que finalizaba con el primer presidente negro en la historia del país.

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La segunda, este joven negro había conseguido llegar al poder gracias a un intenso uso de la identity politics que había enorgullecido al partido Demócrata —no comentaremos en estas líneas que este uso de la identity politics produjo un vaciamiento en políticas económicas que de verdad podían paliar la opresión económica de personas racializadas, mujeres y el colectivo LGTBQ+—. De estos dos significados, el Partido Demócrata se intentó apropiar rápidamente de un relato: con la elección de Barack Obama, la ‘deuda’ del país con sus gentes negras estaba pagada, parecía ser que el racismo sistémico podía ser borrado durante su presidencia. 

Evidentemente, durante el mandato de Obama siguió habiendo racismo estructural, cuya forma más visible es el asesinato de gente negra debido a la violencia policial, por el simple hecho de ser negras, por el simple hecho de que el racismo no había sido borrado de la vida y las instituciones estadounidenses. En este contexto, nació el movimiento Black Lives Matter que popularizó el término woke, intentando hacer despertar del dulce sueño de las identity politics a los estadounidenses: ¡esto no acaba con Obama de presidente! ¡Despierta! ¡Sigue habiendo opresión! Este movimiento de izquierdas, que se sustentaba en toda la herencia cultural de la izquierda antirracista estadounidense, se abrió por pura vocación, como siempre había hecho la izquierda en ese país a la interseccionalidad: la opresión no es únicamente de raza; es de clase y es de género. 

Después de Obama llegó Clinton y Trump, ese fatídico 2016. El ambiente está caldeado, la situación económica estaba muchísimo mejor que en 2008, no obstante, el trabajo de la Teoría Crítica en cuanto a raza y género fue intenso y fructífero; no es que creara monstruos, es que nadie estaba preparado para dar el paso de entender que somos productos sociohistóricos sin más, nadie está preparado para dar ese salto al vacío de la inexistencia de esencia-identidad. Nos encontramos con el hecho de que en esas elecciones la izquierda estadounidense fue expulsada del mapa político: Sanders pierde las primarias contra Clinton, y nos encontramos con que ella y Trump aplicarán las identity politics en su máxima expresión. Clinton se erigió como la defensora —siendo blanca, rica y heterosexual— de todas las minorías oprimidas en contra de un Trump que representaba lo peor del ser humano —para los demócratas e izquierda en general—, pero que hábilmente se erigió como defensor de los daños colaterales de las Teorías Críticas, los hombres blancos y heterosexuales, como defensor de la blanquitud; entendida como una identidad más, que debe jugar en este juego y defenderse, es decir, puro discurso Alt-Right. ¿Por qué está bien que un negro se sienta orgulloso de serlo y yo no me puedo sentir orgulloso de ser blanco? ¿Para cuándo el Orgullo hetero, es que es malo ser hetero?

Noviembre llega, Trump gana, y el partido demócrata y parte de la izquierda (que ya avisaba de lo que pasaría con Clinton) decidió redoblar la apuesta por el movimiento woke: hay que luchar contra Trump. Pero he aquí la paradoja, este movimiento woke de la época trumpiana no tuvo los resultados esperados… Ante la victoria de Trump hubo dos soluciones propuestas por la izquierda y la parte “liberal” del espectro político estadounidense (la izquierda del tablero político de allí): la primera era la de la izquierda interseccional, que hizo la reflexión de; nosotros ya avisamos lo que pasaría con Clinton y lo del movimiento woke está bien porque es un ambiente que nos beneficia para atraer al pueblo a nuestros análisis procedentes de la Teoría Crítica, pero nada más, no es la solución en sí misma. Pero hubo otra vía, una que consistía en dos proposiciones: la culpa ha sido de no concienciar suficientemente a la gente de las opresiones, y que la culpa es de esta gente que no se conciencia y escoge seguir siendo machista y racista. 

La segunda vía provocó un cisma en los sujetos propios de la blanquitud, los cuerpos blancos. Los que votaron por Trump se encerraron más en el discurso de la Alt-Right y de la defensa de lo blanco como una identidad más, que era defendible, mientras que los que optaron por la vía woke, constituyeron una ‘nueva blanquitud’ de la que poder estar orgullosos: sí, soy blanco, pero entiendo todo lo que los mis antepasados (blancos) te han hecho a ti —persona racializada o disidente de género— y asumo toda la culpa, esperando que pueda devolverte o pagarte dicha deuda, aunque sé que es imposible porque no se le puede poner precio a la esclavización y al racismo institucional. Es decir, estos sujetos de la blanquitud woke, que habían sido descuartizados por las Teorías Críticas y que la izquierda interseccional estadounidense no supo incluir en su seno, tuvieron que desarrollar una identidad con la que pudieran vivir. 

Se comenzaron a autodefinir e identificar como culpables en búsqueda continua de la redención (con un claro componente religioso). Es decir, se creó una nueva blanquitud; reflexión que nos empuja a preguntarnos; hasta qué punto puede haber “nuevas Xs” desde el discurso creado por ellas. A algunos nos suena bastante bien lo de “nuevas masculinidades” pero no suena mejor “nueva blanquitud o “nuevas blanquitudes” ¿no? 

Una nueva blanquitud es precisamente esta, la woke, que es caricaturizada desde la derecha estadounidense como el californiano de clase media-alta que bebe smoothies veganos, gana bastante dinero, vive en San Francisco (o no, ¡qué más da! ¡Es California!) y que se disculpa cada vez que puede por cosas que él no hizo.

Aquí me tengo que posicionar para que el texto no pierda sentido, puede haber ‘nuevas Xs’, que pueden ser positivas, pero el camino pasa por la abolición de la categoría de raza y género —y desde posiciones marxistas, con la extinción de la clase, que sólo se puede dar de una manera— puesto que solo así se puede salir de las circularidades de las categorías modernas, rompiendo con ellas. 

Este movimiento woke presenta diversos problemas. En este artículo no me voy a entretener con la cultura de la cancelación, que no se le puede achacar únicamente al movimiento woke sin tener en cuenta el factor del funcionamiento de las redes sociales y a cómo actúa el ser humano cuando interactúa en inmensidades poblaciones que antes no podía.

La cuestión que debe ocuparnos es, ¿en qué se ha traducido este movimiento woke, aparte de en un movimiento cuasi religioso? No ha conseguido su principal objetivo, que era el de provocar una concienciación a todos los niveles de la sociedad para acabar con el racismo, el machismo o la LGTBQ+fobia que se tradujese en una clara mejora de estos colectivos. Es más, ha servido para crear otra idea de la blanquitud que sigue poniéndose por encima jerárquicamente —ontológicamente está constituida así, no es un juicio de valor— del otro, puesto que tiene un orgullo de culpabilidad inabarcable e impagable que los otros colectivos no tienen. De hecho, esta posición jerarquía superior con respecto a los otros colectivos se puede observar en el relato de que ellos tienen esta culpabilidad o una igual de grande y se tienen que centrar en conseguir llegar a la posición de privilegios de esta blanquitud. 

Pero otro problema es que esta nueva blanquitud sustentada en el guilt pride es un “peso muerto en la Historia” puesto que busca una redención que nunca llega, porque la deuda no se puede saldar, por lo tanto, políticamente es inoperante, no puede hacer nada para ir adelante o hacia atrás.

Los que han desarrollado esta identidad woke siguen votando al partido demócrata como antes, exigiéndole una identity politics que claramente se ha visto que no da respuesta a las opresiones que las Teorías Críticas diagnosticaron eficazmente. Y estas personas que se “han subido al carro de la identidad woke” le cuesta muchísimo a la izquierda interseccional bajarlos. Para la izquierda interseccional, como ya mencioné en otro artículo, es bastante difícil volver a deconstruir esta nueva blanquitud y determinar que la vía para la eliminación de las opresiones se hará desde políticas que cubran raza, clase y género, y no una simple identity politics de cara a la galería, que es lo que lleva haciendo el Partido Demócrata desde los años 80, pero que no obtienen ningún resultado desde Barack Obama. 

Por último, señalar que el movimiento woke se pone en un punto de mira fácil para la crítica de la derecha, la Alt-Right o izquierda reaccionaria, puesto que para la derecha y la Alt-Right son unos disidentes acomplejados de la blanquitud cuyo discurso es vacío. Para la izquierda reaccionaria es una “identidad” más —como si las identidades no fuesen construidas en las relaciones sociales— que sigue perpetuando el esquema de identity politics que no se preocupa por los problemas de lo que ellos entienden como clase trabajadora: políticas de blanqueamiento para seguir aplicando agenda neoliberal, es decir, combustible para el discurso de estos reaccionarios.

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