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La Colmena
Pepita, la de Paideia
Pepita siempre llevó un mundo nuevo en el corazón de los niños y niñas a quienes educó. Para la administración educativa era Josefa Martín Luengo, funcionaria docente, con número de registro personal.
En 1975 llega desde Salamanca a Fregenal de la Sierra, a la escuela hogar Nertóbriga. Trae en su maleta el patio de recreo de La Ruche y de Summerhill, la imprenta de Freinet, la pizarra de Freire, el breviario de Tina Tomassi, los cuadernos de Ferrer, la montaña de Reclus, la libertad de Bakunin, los suspiros de Ricardo Mella, los versos de Voltairine de Cleyre.
En su afán por adecuar la enseñanza al derecho a una infancia libre y feliz, chocó contra el autoritarismo de crucifijo y palmeta. Es expedientada, desterrada, exiliada a La Bazana, pueblo de colonización. Corre 1977. Aún no estaba de moda la palabra feminismo.
Junto a otras, en 1978 crea en Mérida la Escuela Libre Paideia, soplo libertario donde la pedagogía sigue el principio de que la letra con amor entra. Ajena a vientos educativos que vienen y van, sujetos al momento político y al currículo de una enseñanza parda, que no crea seres libres, sino ciudadanos con derecho al voto, Paideia campea temporales, inundaciones, acosos de una administración educativa que no tolera una escuela ajena a la subvención pública, fuera del redil, libre y libertaria.
Pepita aprende, enseña, escribe libros, vive, crece. A inicios de los 90 funda, junto a otras, el colectivo Mujeres por y para la anarquía. Paideia es ya un referente global, en un mundo sin fronteras, sobre la enseñanza. La administración educativa aún no lo sabe.
En julio de 2009, recién llegado el verano, la vida la abandona, pero deja su recuerdo, sus libros, sus charlas, su utopía hecha realidad. Poco después, en septiembre, quienes la quieren plantan dos mimosas, su árbol preferido, a la entrada de la escuela.
En los días de viento se oye el rumor de las ramas que se mezcla con el griterío de niños y niñas, que corretean felices, libres, con ideas.
Amech Zeravla.